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Nota del traductor

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Este libro del profesor Michael Gilbert, prestigiado teórico canadiense de la argumentación, fue escrito con un lenguaje sencillo y directo en el original, y yo he tratado de duplicar, no siempre quizá con éxito, estas cualidades en la traducción al español que el lector tiene en sus manos. Con todo, no está de menos advertir sobre algunos puntos que podrían causar algún alzamiento de cejas.

Comencemos por el principio, el título mismo de la obra original: Arguing with People. La traducción literal sería “Argumentar con gente” o incluso con el gerundio, gramaticalmente poco correcto, “Argumentando con gente”. El propósito del título es hacer notar que muchos teóricos de la argumentación, consciente o inconscientemente, tienden a excluir los aspectos más usuales, típicos y cotidianos de las discusiones entre personas de carne y hueso, mientras que este libro busca todo lo contrario. Sin embargo, la traducción literal no parece indicar en español, con la misma claridad, lo que pretende el profesor Gilbert. Como, por otro lado, el verbo hablar en el proverbio “hablando se entiende la gente” tiene precisamente el sentido de argumentar, le expliqué al autor ese proverbio y la manera como lo usamos los hispanohablantes, y entonces estuvimos de acuerdo en que, con el debido cambio, el proverbio representaba muy bien el propósito del título en el texto original en inglés y de paso se mantenía, sin necesidad de atentar contra la gramática del español, el sentido dinámico del gerundio.

Pasando al texto mismo del libro, el profesor Gilbert habla desde la primera línea de su introducción, y después en repetidas ocasiones a lo largo del libro, de áreas de estudio llamadas “pensamiento crítico” y “lógica informal”, las cuales son bastante populares en el mundo anglosajón. Esos rubros se refieren a cursos impartidos en el bachillerato y la licenciatura, talleres con profesionistas y otros adultos interesados, y libros de texto abundantes en aquellos países, pero no en los nuestros. De hecho, la frase “pensamiento crítico” en nuestro medio está asociada a un cierto pensamiento de izquierdas mucho más que a la discusión de la estructura de los argumentos, la utilización de estadísticas en los medios de comunicación o la identificación de falacias. En los países de habla hispana este tipo de cursos probablemente se ofrecerán más bajo rubros como “lógica”, “análisis del discurso”, “evaluación de textos” o “argumentación”. Con todo, no se trata de tradiciones idénticas, por lo que algunas alusiones del profesor Gilbert resultarán algo opacas. No veo manera de resolver esto sin afear un texto límpido con estorbosas y pedantes notas a pie de página.

En segundo lugar, tenemos una gran cuestión terminológica: nada menos que las dos palabras centrales del libro, el substantivo argument y el verbo correspondiente to argue. La forma más fácil de traducir estas palabras sería a través del substantivo argumento y el verbo argumentar (ya no argüir, que muchos considerarían un arcaísmo). Sin embargo, las palabras argument y to argue en inglés tienen, vistas desde el español, una curiosa ambigüedad, o incluso varias.

Por un lado, en la vida ordinaria y el habla de todos los días las palabras argument y to argue suelen significar discusión y discutir, incluso con la connotación que tienen —en el español de México al menos— las palabras pleito y alegar, respectivamente. De hecho, el adjetivo argumentative es utilizado en psicología social (véase §2.4 de este libro) en el sentido en que se usan las palabras discutidor y alegón, es decir para referirnos a las personas que gustan de discutir, inclusive por el puro placer de hacerlo.

En cambio, en el habla académica, el substantivo argument puede significar sea argumentación (es decir, la actividad cuyo producto son los argumentos), sea argumento (esos productos mismos, en tanto objetos posibles de análisis y evaluación). Por su parte, el verbo to argue, cuando se lo usa en contextos académicos, no va nunca a significar otra cosa que argumentar (o argüir en el español de antaño).

Insisto en este punto por la sencilla razón de que la mayoría de la literatura sobre teoría de la argumentación (y áreas afines como la retórica, la lógica formal e informal y el pensamiento crítico) está en lengua inglesa, con lo cual esta múltiple ambigüedad ha generado en el ámbito anglosajón discusiones y distinciones que en este libro se retoman (§1.1). Como en español no sufrimos de esta ambigüedad, la solución más sencilla sería eliminar toda discusión de este punto; pero como confío en que los lectores de este libro se interesen por leer la literatura en inglés sobre el tema, me pareció conveniente dejarla como está, añadiendo nada más aquí y allá algunas cosas que no están en el libro original, pero que el profesor Gilbert me autorizó a incluir.

Y ya que hablamos de términos, aprovecho para mencionar brevemente la palabra claim. Esta palabra, de origen legal, fue adoptada por el filósofo británico Stephen E. Toulmin, pionero de la teoría de la argumentación, para designar lo que en lógica llamamos la “conclusión” de un argumento. Aquí traduzco claim uniformemente por “punto de vista”, que tiene en español la amplitud requerida: todo aquello que una persona sostiene y para lo cual puede ofrecer razones o argumentos en caso de que así se le pida. La frase “punto de vista” me parece, por cierto, más pertinente que las palabras “tesis”, “postura” o “posición”, las cuales resultan demasiado secas y académicas para el tipo de discusiones cotidianas que el profesor Gilbert mayormente discute en su libro.

Por razones culturales, y a petición del autor, he substituido todos los nombres propios de los personajes ficticios que discuten en las páginas de este libro, así como otras referencias a lugares, empresas o deportes que aparecen de tanto en tanto.

Un aspecto estilístico que me causó un poco de dolor de cabeza es que el autor se dirige muy a menudo al lector (de hecho, lo hace desde la primera línea) en segunda persona y por cierto en tono familiar, algo que en español sólo lo vemos en libros de texto u obras de divulgación para niños. Al principio, y obedeciendo los cánones del español escrito, di en substituir todas esas formas por las frases “el lector” o “los lectores”, obviamente en tercera persona. Sin embargo, muy pronto advertí que el estilo directo y personal del autor se veía afectado por este prurito mío. Recordando entonces el juicio de Ortega y Gasset de que el buen traductor debe dejar ciertos usos del original intactos a fin de recordar al lector el hecho penoso de que está leyendo una traducción, discutí el asunto con el profesor Gilbert, quien se acogió inmediatamente a la autoridad del gran filósofo español. Espero que lo desusado de esta manera de interpelar al lector no sea vista como falta de respecto por parte del autor, sino más bien como un guiño de amistad y complicidad.

Finalmente, y con el permiso del profesor Gilbert, he añadido algunos títulos en español a las referencias bibliográficas del original a fin de hacer el libro más útil a nuestros lectores. Agradezco a mis estudiantes, Celina Arredondo Rubio, Cicerón Muro Cabral y Adriel Hernández Guzmán, el haberse tomado el tiempo para leer esta traducción y sugerir correcciones que estoy seguro ayudan a acercarla más a los lectores hispanohablantes.

Fernando Leal Carretero

Departamento de Estudios en Educación

Universidad de Guadalajara

Argumentando se entiende la gente

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