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Al terminar de recibir su consejo, me despedí de Don Cuervo, agradeciendo su hospitalidad y aguantándome las ganas de mentarle la madre por la infección que había contraído en su baño. Al estar de nuevo en el exterior, el sol rabioso seguía escupiendo su ardor a la tierra. Por suerte había llenado la botella de agua en la casa del viejo y comencé a beberla. Satisfecho por las nuevas páginas que tenía por delante, inicié mi peregrinar de vuelta.

Pese a estar consternado por la infección, el consejo acerca de Astrid me estrujaba el cerebro, el pecho, el estómago… y el pito. La cabeza de abajo desconoce siempre las preocupaciones de la cabeza de arriba, o sí las conoce, pero le valen madre. Es él, el ser más egoísta que existe en la faz tierra, sólo piensa en su beneficio propio, valiéndole madre las consecuencias.

Temporada con los muertos

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