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El único tío

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En la prehistoria del canal 4, en las cabinas de radio América, el joven locutor Juan Salim Facuse y el periodista Antonio Tineo recibieron el encargo de armar los Domingos Nestlé, una suerte de ómnibus radial que debía atraer a toda la familia. Cubrieron varios géneros pero no se les ocurrió nada para el programa infantil. Salim, a regañadientes, improvisó una voz paternal, creó con Tineo algunos animales parlanchines en la tradición de Disney y del Pedro y el lobo de Prokofiev, y lanzaron al aire al Tío Johnny, un tío que se las trae.7 La frase tendría hoy una malicia desbordante pero en aquel entonces, 1958, solo podía traer buenas nuevas. Johnny se hizo pronto popular; sin embargo, cuando América se convirtió en televisión, Umbert y González quisieron un señor que pintara canas, que infundiera más respeto aunque careciera del carisma de los tíos cómplices. La elección de Juan Sedó (véase, en el capítulo 1, el acápite “El club de los niños”) para animar las tardes del 4, frustró por casi un lustro las ganas de Salim por inaugurar un mundo fantástico en la televisión.

Hasta el 3 de junio de 1963, día inaugural de El tío Johnny en canal 4, Salim no quedó con los brazos cruzados. Mantuvo su personaje en la radio, aprendió televisión desde abajo trabajando de coordinador en programas como Bar Cristal e ideó el atuendo de su personaje: Una suerte de Tío Sam con saco a rayas aunque con un discreto sombrero y el blanco y negro apagando cualquier simbología cromática o ideológica. También pensó en un bosque, territorio feérico de miles de relatos infantiles, que fue dibujado en los backings del programa. El dato geográfico era tan vago como que estábamos “en algún lugar del camino, en medio del bosque”, pero a los niños resultó la referencia precisa a un mundo más lúdico que encantado, aunque en él viviera un personaje imposible como la Señora Vaca. Por supuesto, Johnny tenía comparsas y mocosos aventados que rellenaban el show y hasta ponían la nota musical nuevaolera y a gogó; pero él era el director de la escuela y se reservaba el dictado de todas las materias y el arbitraje de todos los juegos. Johnny era más paternal que cómplice, más autoritario que Yola o Cachirulo y, aunque no desarrolló la vena histriónica como su hermano Antonio Salim, era un buen actor.

El buen tío supo capitalizar al máximo las coartadas didácticas, los efectos musicales y la viveza de los participantes. Los concursos para tender la cama o para beber un vaso de leche de un solo sorbo mientras la orquesta golpeaba ta, ta, ta, ta, ta, tatatatán; ta, ta, ta, ta, ta, tatatatán; duraron años y dieron nostálgicos puntos de referencia a la generación de los ochenta que intuyó, viendo a través de El tío Johnny una contingencia elemental: que todos los niños pueden divertirse igual aunque no todos tienen los mismos recursos para ello. Al respecto, el tío tenía una actitud desenfadada que lindaba en la temeridad: los participantes en la demostración de juguetes si no llevaban uno a pilas y muy fino eran puestos al margen. Precisamente, una alusión a los privilegios de los militares, poco después de la nacionalización, apuró su despedida de la televisión peruana. En una edición prenavideña un sobrino le refirió que en su casa se cenaría pavo y al añadirle el dato que era hijo de militar el tío, con su saco a rayas que sacaba roncha a los reformistas, soltó una provocadora ironía.

Los concursos de las pataditas, con campeones que mantenían por tanto rato la pelota en vilo que en una ocasión uno de ellos —Japhet López, entrevistado treinta años después por Panorama, tras quedar inválido a causa de un atraco en Estados Unidos— fue reportado en vivo en el noticiero de la noche, mientras seguía pateando la bola en la esquina del canal; prepararon a muchos para la fiebre futbolera que recrudeció a partir del Mundial México 70. En enero de 1968 Salim fue jalado por el 5, adonde pasó con todos los conceptos de su autoría. El nuevo espacio se llamó El tío Johnny en el 5 y potenció los concursos formativos, los espectáculos a gogó y las ideas lúdico-feéricas que había intuido una década atrás en la radio. Volveremos a él, evocando su canto de cisne en los ochenta.

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