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ALEJANDRO TAPIA

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Nació en la ciudad de San Juan, en 1827.

Hizo sus primeros estudios en el Colegio del conde de Carpegna, en esta Capital, y terminó en Madrid su educación literaria.

Tuvo desde niño una gran afición al cultivo de las letras, y en especial á la poesía.

En las frecuentes visitas que Tapia hacía á las Bibliotecas de Madrid, con objeto de ampliar sus conocimientos literarios, conoció al ilustrado bibliófilo cubano, don Domingo del Monte, cuya amistad le fué muy útil, y por indicación de éste y auxiliado por otros jóvenes portorriqueños residentes en la capital de España, reunió Tapia documentos de mucho interés histórico para Puerto Rico, y con ellos formó la colección que dió á la estampa en 1854, con el título de Biblioteca Histórica Puertorriqueña.

Vivió algún tiempo en la Habana, dedicado á trabajos de escritorio en una famosa fábrica de cigarrillos, y en las horas destinadas al descanso daba libre expansión á sus aficiones literarias. Con las obras en prosa y verso que compuso durante su residencia en la Habana, formó el abultado libro que publicó en 1862, con el título de El Bardo de Guamaní. En él figuran los dramas Roberto D'Evreux y Bernardo de Palissy, una leyenda veneciana en prosa con el título de La antigua sirena, un buen estudio biográfico del pintor Campeche y varias composiciones líricas. Volvió luego á Puerto Rico, y aquí compuso y dió al teatro los dramas Camóens, Vasco Nuñez de Balboa, La Cuarterona, La parte del León, y un monólogo trágico titulado Hero y Leandro. También compuso y publicó las novelas tituladas Cofresí, Leyenda de los veinte años, Póstumo el transmigrado, Á orillas del Rhin y Enardo y Rosael. Reunió además varios cuentos y estudios de costumbres en un tomo con el título de Misceláneas, y publicó en otro tomo una interesante colección de conferencias sobre Estética y Literatura.

En sus obras dramáticas hay situaciones bien preparadas, lenguaje apasionado y buenos estudios de caracteres.

Componía y escribía con gran rapidez, y la cantidad de su trabajo solía perjudicar á veces á la calidad.

Un sólo libro suyo le mereció mucho detenimiento y cuidado en la composición y revisión: el poema La Sataniada, que publicó en sus últimos años. Es obra extensa, y toda ella escrita en octavas reales, que representan un gran esfuerzo de versificación. Los episodios no carecen de interés, pero en general la acción resulta poco sobria, á fuerza de alusiones históricas y de conceptos metafísicos.

Dirigió y redactó también, durante algunos años, una revista de estudios literarios y sociales, titulada La Azucena.

Fué Tapia el más asiduo de los escritores portorriqueños de su tiempo, y el que conocía más extensa y profundamente la técnica del arte literario. Hizo de la literatura un verdadero culto. Fuera de las afecciones de la familia y de la amistad, en las que era fervoroso y constante, sólo vivía para el cultivo y propaganda de las letras y las artes. Ellas daban siempre asuntos predilectos á su conversación, y ejerció con entusiasmo y fruto la enseñanza de estas materias en el Museo de la Juventud y el Gabinete de Lectura de Ponce, y en el Ateneo de San Juan.

Dotado de un temperamento nervioso demasiado inquieto, carecía de paciencia bastante para corregir y perfeccionar sus obras. Aunque hay en éllas pensamientos nobles y rasgos de belleza innegables, á veces su prosa resulta desaliñada, y en algunos de sus versos domina el concepto sobre la harmonía y la flexibilidad. Valían más que sus obras su propia personalidad literaria, su ilustración extensa y su gran entusiasmo de agitador de ideas generosas, de propagandista del gusto literario y artístico y de factor de la cultura intelectual de su país.

Por eso en una antología de escritores portorriqueños no podrá en justicia prescindirse de Tapia, que fué el más activo é inteligente iniciador, el que abrió el surco y preparó la semilla que más tarde había de fructificar.

Murió Tapia repentinamente, el 9 de Julio de 1882, en la sala de actos del Ateneo Puertorriqueño, en medio de una Junta de la Sociedad Protectora de la Inteligencia, de la cual era vocal é inspirador. ¡Le mató un ataque cerebral, en los momentos mismos en que explicaba un plan para la educación de niños pobres!

LA FLOR DE LA CARIDAD

Hay una flor en el cielo

De los ángeles encanto,

Cuyo perfume, que es santo,

Del alma cura el dolor.


Al ver al hombre sufriendo.

Enviarla Dios quería

Al mundo; mas ¿quién sería

Mensajero de su amor?


El Cristo quiere traerla,

Y Dios le muestra el martirio

Que del humano el delirio

Debe darle en gratitud.


Pero amor el Cristo es:

Por dar al Padre consuelo,

Por calmar del Hombre el duelo

Aceptó la ingratitud.


Y vino, y la flor celeste

Entre rabia y maldiciones,

Sembrada en los corazones

Dejó con tierna piedad.


Y aunque el odio reverdece

Y el Hombre matando aterra,

Va embelleciendo la tierra

"La flor de la caridad."


TRABAJAR ES ORAR

La tarde está para caer en brazos de la noche. El labrador se dispone á terminar su tarea. El surco está dispuesto á recibir la semilla que devolverá con creces. La tierra es siempre agradecida á los afanes del labrador.

Si la tempestad se lleva el fruto, si la inundación lo arrastra, si el insecto lo aniquila, ¿es culpa de la tierra? Si ésta es pobre en las heladas zonas, al fin da lo que puede y de buena voluntad. Culpa es del Sol que no la mira cariñoso sino breve tiempo. En cambio en el Ecuador es opulenta, y sus rendimientos grandes: siempre da en proporción de sus posibles. No suele acontecer lo propio entre los hombres: los que más tienen, no son siempre los que más dan. La tierra agradece el trabajo que se le consagra, porque ella es bendición del cielo para el hombre; el sudor que la riega es culto para el cielo que la bendice, porque trabajar es orar.

¡Oh! no desmayes, trabajador. ¿Quién es ése que pasa junto á tí? Un opulento ocioso. Tú le miras con envidia, él á tí con desdén. Él olvida que vive por tí y que tu sudor engendra su opulencia. Pero no te desanimes: mira como se detiene un momento y reflexiona. El hastío de los placeres, el deseo insaciable, el vicio voraz, la dolencia que mina su seno, la esperanza burlada, la adulación que no logra engañarle… ¡Ah! no, que no reflexione, porque acaso envidie tu cansada frente y tus manos toscas y maltratadas. Á tí te espera el descanso tranquilo, el amor del hogar y la familia, no envenenado por las exigencias y pasiones vanas del gran mundo. Cuando tú piensas, gozas; él para no sufrir, necesita no pensar. Sí, reflexiona, y verás como el trabajo es bien para tu alma, porque trabajar es orar.

Acaso piensas que al someterte á la ley del destino humano, llevas la peor parte y la más ruda tarea. ¡Ah! ¡cuánto mejor no es trabajar que sufrir, cuánto mejor no es suspirar de cansancio que de pesadumbre, cuánto mejor no es sentir el cansancio del cuerpo que el del alma!

Esa que ves pasar por tu lado en carroza brillante, que te insulta con sus joyas y te mira con soberbia, ¿puede humillarte acaso? Pregunta á su corazón, si ha sentido nunca los tranquilos goces que encierra el beso de una esposa pura, ó la caricia de los hijos amados. Mira su rostro, cuya vergüenza trata de encubrir con los afeites. Su trabajo es más penoso que el tuyo, su tarea es el continuo descaro. ¡Cuántos afanes por luchar con el mundo, que la corona de rosas para despreciarla! Si reflexiona, sufre también: su pensamiento es su verdugo, si es que puede pensar un alma muerta. En tanto tú, consolado por la reflexión, tornas á tus labores con más afán; tú la compadeces, á élla tan alta, desde la humilde tierra en que se abisman tus pies y que remueven tus manos lastimadas. Entonces comprendes que el trabajo es gran consuelo, que trabajar es orar.

Mira á César que pasa engreído y soberbio. Cree poner el pie sobre tu cuello, y sin embargo tiembla ante tí sobradas veces, aunque logre disimularlo. Sus días son brillantes, pero sus noches tristes, áun en medio de la orgía que busca afanoso para enloquecerse. Su sueño es pesadilla, la vigilia es noche para su alma. También huye del pensamiento, y sin embargo piensa en tí. No te envidiará seguramente en medio de sus pompas; pero cuando se despoja de la púrpura, quizás envidie tu sueño y tu conciencia. Acaso huya de los brazos de su esposa, temeroso de ser vendido, acaso huya de sus propios hijos, receloso de que le hereden antes de tiempo. Ya ves que su vida es afán continuo; pero esa tarea penosa y llena de ansiedades, no es tan productiva como la tuya, porque no le produce consuelo, sino agonía; porque ignora que trabajar es orar.

Pero ¿quién es el hombre modesto, casi andrajoso, que se acerca á tí? De cuantos te miran, es el único que te contempla con ternura. Su frente no suda cual la tuya, está seca y abrasada por el pensamiento que arde tras ella. Es un poeta, un filósofo, un pensador, un hombre que vive del pensamiento, cuando los demás huyen de pensar por aturdirse. También trabaja como tú, sólo que su tarea es muy penosa.

Tu faena es origen de salud para tu cuerpo; la suya es fuente de dolencias, pero que sobrelleva gustoso, porque la índole de su trabajo es encanto para su ser. Tal vez está resignado como tú á los andrajos y á la guardilla, porque rara vez la inteligencia que no se vende alcanza la riqueza. Él es obrero del pensamiento, como tú lo eres de la tierra; él trabaja con la mente, como tú con las manos; él con el alma, como tú con el cuerpo; por eso los dolores de su alma son como los de tus brazos: dolores que consuelan. Su trabajo es también una oración: trabajar es orar.

Pero ya los pajarillos que posan su nido en el árbol plantado por tí, te anuncian la noche; te festejan con sus cantos agradecidos. Ellos te recuerdan la voz grata del hogar y de tus hijuelos. Deja, pues, el azadón, enjuga tu frente, y mira al cielo.

Paréceme que escucho tu plegaria: "Señor, al trabajar, he cumplido la más necesaria y fecunda ley que diste á mi existencia; me hiciste superior al bruto, por la facultad del trabajo. Consuela con él mi alma, reálzala y elévala por él. Haz que mi sudor no sea infecundo; y si te cuadra que la escarcha ó el huracán destruya mi obra, dame fuerzas para empezar de nuevo; ya que trabajar es hacerme digno de tus beneficios, ya que trabajar es celebrarte, ya que trabajar es orar.

Antología portorriqueña: Prosa y verso

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