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Passé

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Paso básico en el cual la pierna de apoyo está firme y la otra sube, con la rodilla doblada para que el dedo del pie, puntiagudo, descanse delante, detrás o al lado de la rodilla de apoyo. La subida es acariciando la pierna base, luego baja, de la misma manera, hasta la posición inicial.

Desde ayer vivo conmigo mismo. Puede sonar poético pero no lo es. Vivo con Otro que es Yo mismo pero tres años atrás, cuando recién me separé. Lo sé porque me veo más gordo y con algunas arrugas menos pero sobre todo porque estoy mal.

Aparecí de la nada una tarde de primavera. Tranquilo, sentado en el futón del comedor. Venía de la cocina con un vaso gigante cargado de Coca Zero helada que derramé por el suelo. Cagazo. En dos o tres segundos evalué la posibilidad de mis acciones ante un invasor desconocido, dónde había un objeto contundente cercano para defenderme, cómo podía salir corriendo y llegar al ascensor, en qué cuarto podía encerrarme. No grité. Ni siquiera di un respingo. El miedo se mezcló con la supervivencia. ¿Cómo entró? me pregunté en las milésimas de segundo posteriores. Entonces me reconocí, supe que era Yo pero diferente. El Otro volvió su rostro hacia mí y me sonrió.

—Tranquilo –me dijo, me dije.

Entonces sí reaccioné. Di dos pasos hacia atrás. Salí del departamento. Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé en ella. Segundos después la puerta cedió suavemente. Él la estaba abriendo desde adentro. Me separé de la madera. Di dos pasos más hacia la oscuridad del pasillo. La puerta se abría y la oscuridad continuaba. Los sensores se activaron y la luz del pasillo se encendió sobre mí, sobre Él que tenía su rostro frente al mío, a una mano de distancia. Me estremecí. Ahora sí tenía miedo.

—Tranquilo –dijo Él o me dije yo, o nos dijimos en una mezcla demasiado cercana. Cerré los ojos, inspiré pesadamente. Él ya volvía al interior del departamento y me esperaba en el marco de la entrada, como una invitación a entrar a mi propio hogar. Lo seguí. Cerré la puerta con doble vuelta de llave.

Dos horas después ya estábamos al día. Yo había limpiado el piso y había servido dos vasos más con Coca. Él tomó un sorbo y no volvió a tocar el vaso. Más tarde recordé que en esa época odiaba todo lo que tuviera un rasgo de light.

En dos horas aplicamos toda la lógica posible para explicar esta aparición. Existía una paradoja a lo Marty McFly que teníamos que desentrañar. Yo no tenía recuerdos de haber visto jamás a mi Otro del futuro, así que podíamos descartar esa linealidad.

—Sé que hay algo diferente en mí pero no puedo saber qué o por qué –me dijo y después agregó que hacía dos semanas que se había separado después de una relación de siete años y que recién estaba comenzando 2015.

Fue como si me pegaran una patada, bien pero bien puesta y tomando carrera, en las bolas. La peor etapa de mi vida era la que este pobre boludo estaba empezando. Quise estirar mi mano para acariciarle el hombro e intentar confortarlo. En este caso sí tendrían sentido y honestidad las frases hechas que uno suele decir en los sepelios. Pero me detuve. Demasiadas películas de ciencia ficción muestran lo que pasa cuando dos cuerpos de uno mismo interactúan en un mismo espacio. Él me miró con temor. Supe que estaba pensando lo mismo. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Alejé mi mano.

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