Читать книгу Herminio Almendros - Ferran Zurriaga i Agustí - Страница 10
ОглавлениеEl final de tu carta me ha traído recuerdos ya lejanos. Ya ves si soy viejo. Conocí a Luis Bello en su viaje por las escuelas de España (Bello, 1926-1929). Pasó por Villablino y estaba yo allí trabajando en la escuela de la Institución Sierra Pambley. Recuerdo aún que lo acompañé, pasado Laitariegos, hasta Cangas de Narcea… ¡Qué tiempos aquéllos!1
Al terminar sus estudios en la Escuela Superior del Magisterio, Almendros y María Cuyàs se marchan, en 1926, a trabajar en las Escuelas Sierra Pambley de Villablino (León). Era este un pueblo rodeado de breñas y minas, entonces la «meca de la ilustración» por aquellas tierras de León. Un amigo de don Francisco Giner de los Ríos y don Manuel Cossío, don Francisco Fernández Blanco de Sierra Pambley, decidió emplear su fortuna en alfabetizar las tierras leonesas. Por sus ideas, propias de una burguesía culta que se siente continuadora de los «ilustrados», ve con cierto optimismo las posibilidades de la ciencia y la educación como guías de la conducta humana e instrumentos transformadores de la realidad. Y fomenta la creación de escuelas desde su fundación para atender a aquellos alumnos que muestren interés por el saber; son escuelas de formación administrativa, agraria e industrial.
Las escuelas de la Fundación Sierra Pambley eran en aquel momento una de las experiencias educativas más relevantes de la ILE. Y sobresale como su característica más importante su inmersión en el contexto de su sociedad. En estas existían tres modelos educativos: el mercantil, el agrícola y el industrial. Destacaban por ser experiencias innovadoras, siendo la Cooperativa Lacianiega la primera que elaboró en España la manteca fina y diversas clases de quesos: camembert, gruyère, petit suisse… En el trabajo agrario introdujeron nuevas máquinas segadoras y aprovecharon los saltos de agua para la producción de energía eléctrica. El sistema escolar de aquellos centros era muy específico: cada tres años se convocaban exámenes de ingreso en los que se pedía a los aspirantes saber leer, escribir y las cuatro reglas. El número de plazas oscilaba entre veinticuatro y treinta y ocho según la modalidad de la escuela. Los que superaban la prueba y eran admitidos conservaban su plaza hasta el final de la promoción, teniendo derecho a material y enseñanza de forma gratuita. Los horarios eran de cuarenta y ocho horas semanales y cada centro disponía de su propio programa de materias. No se usaban libros de texto en ninguna de las escuelas. Los alumnos escribían las lecciones desarrolladas en clase por el maestro y redactaban un verdadero «libro de vida». Además, todas las escuelas tuvieron una biblioteca específica de aula para completar la enseñanza y fomentar la lectura del alumnado, y algunas de ellas estaban abiertas al público de la localidad.
Eran escuelas que anteponían la inteligencia a la memoria, utilizaban abundantes recursos didácticos y daban importancia al juego y a las excursiones, junto con el trabajo en el campo y el estudio del medio rural. Seleccionaban a los alumnos más aventajados para que pudiesen estudiar una carrera, lo que benefició sobre todo al alumnado femenino. Fomentaban un clima liberal en las clases, aunque sin dejar de lado una disciplina rigurosa, que nunca se concretó en castigos corporales. Buscaban la continuidad en el tiempo y enseñaban el cultivo científico de la tierra.
La llegada del matrimonio Almendros-Cuyàs a Villablino había estado precedida de cierta agitación social seguida de cerca por Cossío. Bullían en la zona dos instituciones ligadas a la escuela: la Liga de los Amigos de la Escuela y la Cooperativa Lacianiega. En ambas instituciones, Almendros y María tuvieron que actuar conciliadoramente, interviniendo en nombre de la Fundación y como informantes de Cossío, siempre teniendo presente su teoría de lo inseparable de la función docente y la acción social. Se trataba de intensificar el pragmatismo de esta escuela y de que la gente viera en esta acción un intento de mejorar las realizaciones prácticas. No hay que olvidar que Almendros era especialista en Ciencias por haber cursado esta rama en la Escuela Superior del Magisterio. En una carta de María Cuyàs sobre su estancia en Villablino nos decía:
En la época que nosotros trabajamos allí, había interés en el pueblo por que se preparara a los muchachos, que eran muy solicitados para trabajar en las grandes empresas de Madrid (Gancedo, Rodríguez…) pertenecientes a capitalistas oriundos de la región. Los maestros recibíamos frecuentes y muy valiosas visitas de inspección y orientación de profesores enviados por la Institución. Recuerdo a Azcárate, J. de Caso, por cuyo libro sobre el lenguaje Almendros tuvo siempre un gran aprecio.2
No sabemos cómo se decidió Almendros a trabajar en estas escuelas, pero nos inclinamos a creer que lo hizo a instancias de Cossío, el cual tenía el encargo de los Sierra Pambley de orientar a aquella fundación escolar. De don Manuel Bartolomé Cossío guardó siempre un gran recuerdo Almendros, y en 1963, en una conferencia en La Habana, decía:
Yo conocí a Cossío. Tuve relación con él, trabajé con él. Era un carácter admirable. Cordial, sencillo; dechado de aquella humilde y profunda elegancia de ánimo de los hombres de la Institución. Y era hombre de noble vida de trabajo y de estudio, de honda sabiduría con que a todos regalaba en su trato, en su conversación sorprendente, en su invariable actitud de corrección ejemplar, llevada a una profunda sensibilidad humanista de sabio y de artista. Todos sabéis que nadie antes que él, ni como él, hizo el apasionante y riguroso estudio del arte del Greco, y que nadie después ha superado.3
Cossío sería el maestro inolvidable para Almendros y tendría gran influencia en su labor posterior. Guardaría siempre un entrañable recuerdo de su paso por la Institución y de la personalidad de algunos de sus hombres, respetuosos con la libertad de conciencia y muy preocupados por la democratización de la cultura. En Villablino estuvo Almendros tres años, y en aquellas escuelas aprendería el valor que el trabajo concreto, de un taller y de una explotación agrícola, tiene junto a la formación intelectual. María nos decía en una carta en 1976:
Nosotros íbamos con bastante frecuencia a Madrid, aprovechando todas las vacaciones, y allí había oportunidad de conversar con el «gran conversador» –Cossío– de todo lo concerniente a la escuela «Sierra Pambley» de Villablino y de otros muchos temas.4
Este primer impacto de la renovación de las actividades del aula que encontró en Villablino se reflejaría después en su experiencia cubana como director general de Educación Rural y de la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos. Existen muchas actividades y líneas pedagógicas comunes en estos dos modelos educativos, y eso nos lo dirá después, cuando en 1960 escriba Carta a un maestro de una escuela rural, donde no deja de recordar: «ese estado de ánimo tuyo me hace revivir aquel mío, de muchos años ya, de maestro novel en un valle cantábrico, agrícola y ganadero». Y más adelante añade:
Toda enseñanza desligada de la realidad y de la vida es formal y vana y en gran medida inválida, por muy recomendables y perfectos que sean los métodos y los textos de que quieras derivarla. La realidad y la vida como puntos de partida y de apoyo, y, como medio, el trabajo, la acción; el trabajo que no se tiene corrientemente por escolar, el del campo y el taller y la cría de animales y el de cualquier construcción; que ésa es experiencia real de la que se derivan reflexiones y enseñanzas «teóricas», o escolares si quieres (Almendros, 1960).
Recuerda aquello que el patriota cubano José Martí proclama y que recoge también J. Mallart Cutó:
En campos como en ciudades, urge sustituir al conocimiento indirecto y estéril de los libros, el conocimiento directo y fecundo de la naturaleza. Por la tarde, la pluma, pero por la mañana la azada. Es decir, primero la acción en la realidad, la experiencia; después, reflexionar sobre ella (Mallart, 1934).
Esta experiencia de Villablino, donde se intentó la unión entre el trabajo manual y la educación intelectual, representa el anuncio de la experiencia en la Ciudad Escolar Camilo Cienfuegos y también de un tipo de educación a través del trabajo, que es una ambición tan difundida como poco conseguida entre nosotros. En la correspondencia con María, hablando de Villablino, ella me recordaba que cuando ganaron las oposiciones a inspectores dejaron aquella experiencia y que la dirección de aquel centro pasó a
Vicente Valls,5 alumno de la Escuela Superior del Magisterio, como nosotros, que dirigió la escuela de León, tuvo gran contacto con la Institución. Creo que no salió de España, pero no sé si vive todavía. Él puede estar más documentado que nadie de todo lo referente a aquellas escuelas.6
1. Carta de H. Almendros a F. Z., La Habana, 15 de junio de 1974.
2. Carta de María Cuyàs a F. Z., La Habana, 20 de agosto de 1975.
3. H. Almendros: «Una institución ejemplar del genio de España». Conferencia leída en la SACE y publicada en la revista Universidad de La Habana (sept. - oct., 1963). Ejemplar mecanografiado enviado por María Cuyàs (archivo Ferran Zurriaga).
4. Carta de María Cuyàs a F. Z., La Habana, 2 de marzo de 1976.
5. Vicente Valls Anglés (Vinaròs, 1896 - Madrid, 1962). Maestro e inspector.
6. Carta de María Cuyàs a F. Z., La Habana, 20 de agosto de 1975.