Читать книгу Asesinato en la mansión - Fiona Grace, Фиона Грейс - Страница 9
CAPÍTULO SEIS
ОглавлениеCon una escoba entre las manos, Lacey estaba barriendo el suelo de la tienda de la que ahora era una orgullosa arrendataria con un corazón que no parecía caberle en el pecho.
Nunca antes se había sentido así, como si tuviese toda su vida bajo control, todo su destino, y como si el futuro estuviese a su alcance por completo. La cabeza le iba a mil por hora, empezando a formular planes bastante grandes, como por ejemplo convertir la habitación trasera en una sala de subastas en honor al suelo que su padre nunca había cumplido. Había estado en cientos y cientos de subastas mientras trabajaba para Saskia, en su mayoría había sido como compradora, no vendedora, pero estaba segura de que podría aprender cómo gestionar una subasta. Tampoco había manejado nunca una tienda, y allí estaba a pesar de todo. Y, además, cualquier cosa que valiese la pena requería un esfuerzo.
En ese momento distinguió cómo una figura que había estado pasando frente a la tienda frenaba bruscamente y se giraba hacia ella para mirarla a través del escaparate. Lacey alzó la vista de la escoba con la esperanza de que se tratase de Tom, pero se percató rápidamente de que la figura que estaba inmóvil frente a ella era una mujer. Y no cualquier mujer, sino una a la que Lacey reconoció: delgada como un palo, vestida de negro y con el mismo cabello largo, oscuro y ondulado que ella. Era su gemela malvada, la dependienta de la tienda aledaña.
La mujer irrumpió en el local aprovechando que Lacey no había cerrado la puerta con llave.
–¿Qué haces aquí? ―exigió la mujer.
Lacey dejó la escoba contra el mostrador y le tendió la mano para estrechársela con confianza.
–Soy Lacey Doyle, tu nueva vecina.
La mujer se le quedó mirando la mano con asco, como si la tuviese cubierta de gérmenes.
–¿Qué?
–Soy tu nueva vecina ―repitió Lacey con el mismo tono confiado―. Acabo de firmar el alquiler del local.
La mujer torció el gesto como si acabase de recibir una bofetada en la cara.
–Pero… ―musitó.
–¿Eres la dueña de la boutique, o sólo trabajas en ella? ―preguntó Lacey, intentando que la mujer volviese a centrarse.
Ésta asintió casi como si estuviera hipnotizada.
–Soy la dueña. Me llamo Taryn, Taryn Maguire. ―Y entonces, de repente, sacudió la cabeza como para librarse de los últimos efectos de la sorpresa y se obligó a mostrar una sonrisa amistosa―. Bueno, una nueva vecina. Qué encantador. Es una ubicación magnífica, ¿verdad? Estoy segura de que la falta de luz jugará a tu favor, así no se notará el mal estado del local.
Lacey se controló para no arquear una ceja. Los años que había pasado lidiando con la pasivo agresividad de su madre la habían entrenado para no dejarse provocar.
Taryn se rió con fuerza en lo que pareció un intento de suavizar la bofetada de su cumplido.
–Bueno, dime, ¿cómo has conseguido que te alquile el local? Lo último que había oído era que Stephen iba a venderlo.
Lacey se limitó a encogerse de hombros.
–Así es, pero ha habido un cambio de planes.
Taryn puso cara de acabar de chupar un limón. Movió los ojos por toda la tienda y la nariz altiva que ya había desdeñado al menos una vez a Lacey aquel día pareció alzarse todavía más hacia los cielos a medida que el asco de Taryn se hacía más y más visible.
–¿Y vas a vender antigüedades? ―añadió.
–Así es. Mi padre se dedicaba a eso cuando era niña, así que estoy siguiendo sus pasos en su honor.
–Antigüedades ―repitió Taryn. Estaba claro que la idea de que se estableciese una tienda de antigüedades junto a su boutique pija no la complacía en lo más mínimo. Fijo la vista en Lacey como si fuese un halcón―. Y te lo permiten, ¿es así? Que saltes el charco sin más y abras una tienda.
–Con la visa correcta ―le explicó Lacey con frialdad.
–Qué… interesante ―replicó Taryn, eligiendo claramente sus palabras con el mayor de los cuidados―. Quiero decir, normalmente cuando un extranjero quiere trabajar en este país la empresa tiene que demostrar que no hay ningún británico disponible para ocupar ese puesto. Me sorprende que no se apliquen las mismas normas en cuanto a lo de abrir un negocio… ―Su tono desdeñoso iba volviendo cada vez más evidente―. ¿Y Stephen ha acordado un alquiler contigo, con una desconocida, así tal cual? ¿Después de que la tienda llevase vacía tan solo, qué, dos días? ―La educación que la mujer se había estado obligando a expresar anteriormente se desvanecía a marchas forzadas.
Lacey decidió no permitir que sus palabras la afectasen.
–En realidad ha sido todo un golpe de suerte. Stephen estaba en la tienda cuando empecé a cotillear en ella. Estaba destrozado después de que el anterior arrendatario lo abandonase y lo dejase con montañas de facturas, y supongo que las estrellas deben de haberse alineado. Yo lo ayudo y él me ayuda; debe de ser el destino.
Notó cómo a Taryn se le enrojecía el rostro.
–¿DESTINO? ―chilló la mujer. Su pasivo agresividad viró bruscamente hacia una agresividad pura y dura―. ¿DESTINO? ¡Hace meses que tengo el trato con Stephen de que, si la tienda se quedaba disponible, me la vendería! ¡Se suponía que iba a expandir mi tienda con el local!
Lacey se encogió de hombros.
–Bueno, yo no lo he comprado. Simplemente lo alquilo. Estoy segura de que todavía tiene ese plan en mente y te lo venderá cuando llegue el momento, pero al parecer todavía no ha llegado.
–¡No me lo puedo creer! ―gimoteó Taryn―. ¿Te presentas aquí y le obligas a firmar otro alquiler? ¿Y te lo concede en tan solo un par de días? ¿Acaso lo has amenazado? ¿Has usado alguna clase de vudú con él?
Lacey se mantuvo firme.
–El por qué ha decidido alquilarme a mí el local en lugar de vendértelo tendrás que preguntárselo a él ―dijo, aunque interiormente pensaba: «¿Quizás se deba a que yo soy agradable?».
–Me has robado la tienda ―finalizó Taryn.
Y, tras aquello, se marchó a grandes zancadas, cerrando la puerta tras de sí con un golpe y agitando la melena larga y oscura.
Lacey se percató de que su nueva vida no iba a ser exactamente tan idílica como había esperado, y quizás su broma sobre cómo Taryn era su gemela malvada hasta llegase a hacerse realidad. Bueno, al menos existía una cosa que podía hacer al respecto.
Cerró el local con llave y avanzó con paso decidido por la calle en dirección a la peluquería, entrando sin dudar ni un segundo. La peluquera, una mujer pelirroja, estaba sentada y ojeaba una revista entre un claro parón entre clientes.
–¿Puedo ayudarla? ―preguntó, alzando la vista hacia Lacey.
–Ha llegado el momento ―anunció ésta con decisión―. Ha llegado el momento de pasar al pelo corto.
Aquel era otro sueño que nunca había podido cumplir por su falta de valentía. David había adorado su larga cabellera, pero no pensaba seguir pareciéndose a su gemela malvada ni un segundo más. Había llegado el momento. El momento de cortarlo todo. El momento de dejar atrás a la Lacey que había sido en el pasado. Aquella era su nueva vida, y seguiría unas normas nuevas y creadas por su propia mano.
–¿Estás segura de que quieres llevarlo corto? ―le preguntó la mujer―. Quiero decir, pareces decidida, pero tengo que preguntarlo. No quiero que acabes arrepintiéndote.
–Oh, estoy segura ―la tranquilizó Lacey―. En cuanto lo haga, habré cumplido tres de mis sueños en tres días.
La peluquera sonrió de oreja a oreja y cogió las tijeras.
–De acuerdo entonces. ¡Vamos a por el triplete!