Читать книгу Me quedo con la cabra - Félix Rueda - Страница 12
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La radio lanzaba señales insistentes de llamada―: Alfa 2 a Alfa 3, conteste, cambio… Alfa 2 a Alfa 3, conteste, cambio. Martí cojones, despierta de una puta vez. ―Conocían a Martí y sabían que su sueño era beatífico. No lo despertarían ni a cañonazos, pero afortunadamente Martí dormía plácidamente en el sofá de la sala, muy cerca de donde se encontraba la radio. Entre nieblas espesas y pastosas escucho los últimos alaridos de Amadeu. Se levantó precipitadamente y al instante sintió las punzadas en las sienes. ―Dios qué turca ―siguió renegando para sus adentros hasta alcanzar el aparato. Oprimió el botón que lo convertía en emisor y tras aclararse la garganta, pronunció la frase establecida―: Aquí Alfa 3 al habla, cambio. ―Martí tenemos una emergencia y necesitamos la colaboración de todos. Cambio. ―No me digas. ¿Se ha declarado un incendio? Cambio. ―No, pero puede ser grave. La hija de Tomás ha desaparecido. Dijo que iba a pasar la tarde a cal Ferrán y no ha vuelto en toda la noche. Su padre pensó que se había quedado a dormir y que no había avisado porqué su radio no funciona y esta mañana cuando la ha ido a buscar, resulta que nunca llegó allí. Cambio. ―De acuerdo me visto y voy volando. ¿Dónde quedamos? Cambio. ―En el llano de los cazadores al lado del monasterio a las 10. ¿De acuerdo? Cambio. ―De acuerdo. Cambio y cierro.
Metió la cabeza bajo el grifo y el agua helada le produjo un efecto instantáneo, como si el cerebro se le hubiera resquebrajado en pequeñas partículas, pero tras el primer choque, empezó a sentir que las partes se recomponían, resistió un rato hasta que notó que se le estaban congelando las orejas. Se secó rápidamente con una toalla y subió a despertar a Roberto.
Su aspecto era deplorable. Le explicó de forma sucinta lo acontecido y le ofreció que siguiera durmiendo mientras él ayudaba a sus vecinos. Roberto negó con la cabeza, mientras se sentaba en la cama. Aunque su cuerpo estaba más acostumbrado a estos excesos que el de Martí, lo sentía desarticulado, como si fuera una marioneta a la que debieran engrasar las juntas. ―Dame cinco minutos y estoy contigo ―pronunció de forma casi inaudible. Entró en el lavabo orinó largamente, se remojó la cara y el cogote con agua fría y esnifó un poco de coca que llevaba en un pequeño recipiente. La reservaba para situaciones en las que requería poner el cuerpo y la mente en marcha de forma rápida.
En diez minutos se encontraban frente a la casa. Roberto ofreció su coche―: He traído el 4 x 4. Si quieres podemos ir en él.
Pero Martí lo rechazó―: Déjalo, mi viejo Jeep ya se conoce el camino. ―Partieron a gran velocidad, como si el camino pedregoso fuera la autopista de la Junquera.
―¿Cómo es que tenéis radio para comunicaros? ―se interesó Roberto.
―Aquí no llega el teléfono. Además, actuamos un poco como guardas forestales, para poder actuar con rapidez en caso de incendio y también en situaciones como esta.
Las caras de ambos amigos dejan traslucir claramente los efectos de la noche anterior.
―Tomaremos café en el bar de cazadores que hay junto al monasterio. En este tiempo abre temprano. ―Martí puso en situación a su amigo durante el trayecto. El quién era quién de aquel suceso, expresándole sus dudas sobre la posibilidad de un accidente.
―Aquí no hay barrancos, ni el terreno es muy escarpado. Además, estos niños se conocen la región, como la palma de la mano. Como prefiero no imaginar cualquier otro tipo de desgracia, me inclino a pensar que ha sido una gamberrada de muchachos. Debe estar en Cadaqués o en Figueres con los colegas, pero no se lo voy a sugerir a su padre. Si tengo razón, aparecerá de un momento a otro con las orejas gachas o la Guardia Civil enviará un parte, dando razón de que acabó en comisaría o en el ambulatorio con una trompa como un piano. En caso contrario prefiero no pensar. ―Permanecieron en silencio hasta llegar al monasterio.
Un corro de hombres discutía cuál sería la mejor estrategia para organizar la batida. El padre renegaba en voz alta―: Cagondeu. Dónde se habrá metido esta niña. Como sea una de sus gamberradas de adolescente consentida, la voy a moler a palos. ―Pero la preocupación se reflejaba en su rostro. Como Martí, el padre de Nati, la muchacha extraviada, prefería pensar que se habría tratado de una gamberrada y su mente negaba cualquier otra posibilidad, pero se trataba de un hombre enérgico y de fuerte carácter y no hubiera podido quedarse en casa esperando acontecimientos, necesitaba actuar o hubiera sufrido una embolia.
―He llamado a la Policía Nacional, a la Guardia Civil, a los hospitales, a los bomberos de la Generalitat, me han dicho que a media mañana se incorporarían al rastreo de la zona y que posiblemente enviarían un helicóptero para facilitar la búsqueda. Cagondeu. ¿Qué le habrá pasado a mi niña? ―No pudo resistir más la tensión y se echó a llorar. Martí y Roberto lo acompañaron al bar y lo trataron de tranquilizar. El padre se tomó un coñac de un trago y ellos pidieron un café.
Convencieron al padre para que se quedara en el centro de operaciones, que habían situado en el bar. Así si se recibían noticias, él sería el primero en conocerlas, pero en el fondo pensaban que, en el peor de los casos, sería mejor que no estuviera el padre cuando la encontraran. Se dividieron la zona a rastrear y salieron a realizar la búsqueda por parejas.
Cuando iniciaron el ascenso por veredas estrechas y boscosas, a Martí se le iluminó el rostro. ―Tengo una intuición. Vamos a una choza de pastores que hay un poco más arriba. En ocasiones he visto a los chavales de la zona allí escondidos, liando algún petardo de hachís. Como me tienen confianza y saben que no los voy a delatar, no se esconden demasiado y yo hago como que no me entero. ―Ascendieron hasta una loma en la que una rústica construcción de piedra, de apenas metro y medio de altura, se elevaba entre los matorrales.
―Ahí está ―Roberto y Martí se acercaron hasta la oquedad que hacía las veces de entrada. Estaba cubierta por un anorak. Era un buen indicio. Levantaron la prenda y sobre un lecho de paja, encontraron a una pareja abrazada durmiendo a pierna suelta. La Nati y el Fideo. Carraspearon de forma estentórea y la joven abrió unos ojos como platos.
―Buen día pareja. ―La cabeza de Fideo se enderezó enredada entre los cabellos de Nati.
―¡Hostia! ―Martí lo tranquilizó con un gesto de la mano, pero inmediatamente les advirtió.
―Tu padre está como loco buscándote. Os va a correr a palos. ¿No crees que hubiera sido más fácil explicarle una mentira sobre, qué sé yo, una excursión o cualquier otra cosa, antes de no decir nada y no presentarte a dormir? ―Nati se puso a llorar.
―Mi padre me va a matar. Pensé que creería que me había quedado a dormir en cal Ferran ―Martí la observó admirado por tanta inocencia.
―Y eso pensó, pero esta mañana te ha ido a buscar allí y no te ha encontrado. Además, como suponías que no se iba a enterar de que no habías pasado allí la noche. Estáis como un cencerro. A tu padre un poco más y lo matas del susto. Venga arreglaos y bajemos rápido antes de que todo se complique aún más.
Fideo, ya de natural pálido, se había quedado como rebozado en harina. ―Por favor, Martí, protégenos. Su padre nos va a matar. ―Martí lo miró malhumorado.
―Haberlo pensado antes. ¿Qué crees que puedo hacer yo? Además, contra más liemos el ovillo peor. Vale más afrontar la cosa pidiendo disculpas y aceptar el posible castigo. A Nati su padre la muele a palos, pero a ti te cuelga de una encina. ―En el fondo a Martí le caían bien los muchachos y se sentía satisfecho y aliviado de que todo hubiera acabado tan rápido y felizmente. Ya les echaría un cable si la situación se ponía muy dramática, cosa que dudaba, ya que Tomás exteriorizaba mucho su mal genio, pero en el fondo era un trozo de pan. Además, Nati era hija única y se toreaba la autoridad paterna a placer. Pero estos chicos merecían un poco de escarmiento, para que al menos tomaran conciencia del barullo que se podía montar, cuando se actuaba de forma poco inteligente, sin medir las consecuencias de sus actos, lo que sucedía más a menudo de lo deseable.
―Martí, yo no puedo bajar. El padre de Nati me asesina… ―Roberto no pudo reprimir una carcajada y Martí reprendió a Fideo.
―Acaso no te hiciste el hombrecito anoche en la cabaña, pues ahora es el momento de demostrar que no sólo lo eres con el rabo y si has de pasar por la vicaría para tranquilizar a Tomás, pues lo haces ―Fideo ni por un instante había pensado en el casamiento y valoraba seriamente si no prefería la muerte.
―No me jodas Martí, que acabo de empezar agrónomos. Con Nati nos entendemos de coña, pero no me puedo casar ahora. ―Martí y Roberto se miraron con una sonrisa cómplice y se encogieron de hombros. Los tres hombres dirigieron su mirada a Nati.
―¿Tú qué opinas Nati? ―La muchacha reflejaba su preocupación en el semblante, pero parecía tener las ideas bastante claras
―Que Fideo está todavía un poco verde en todos los aspectos. ―Y miró a Fideo tiernamente, como pidiéndole disculpas―. Ya arreglaré la cosa con mi padre, pero nadie va a pretender que nos casemos por lo sucedido. No estamos en la Edad Media… Maldita sea, qué tonta soy, en que lío nos hemos metido, total por un polvo en malas condiciones y yo que creía poderlo arreglar todo con una bola que ya tenía apalabrada con Clara. Ella salió ayer noche y sus padres siempre duermen cuando ella llega a casa, representaba que nos habíamos acostado tarde y yo me había levantado temprano. Pero esta mañana nos hemos dormido. A ninguno de los dos se nos ocurrió que esto podía pasar y mucho menos llevarnos un despertador. ―Roberto y Martí se miraban sonriendo ante aquella reflexión de Nati. Roberto pensó para sus adentros sobre lo avanzadas que estaban estas chicas del campo y sobre lo afortunado que había sido Fideo. La muchacha merecía un repaso, tanto en sus aspectos físicos, como intelectuales y a él, no le hubiera importado ejercer como profesor.
Cuando se encontraban relativamente cerca del monasterio, Martí acordó con Roberto y con los chicos que él se avanzaría para dar la noticia y apaciguar los ánimos de Tomas―: Intentaré transformar el drama en celebración, ya que a Nati no le ha sucedido nada… desagradable. ―Martí utilizó un tono irónico―. Y a ti Fideo, espero rebajarte la condena a muerte, o cadena perpetua, a falta leve, pero no os aseguro nada. Esperar un cuarto de hora y empezar el descenso. ―Y emprendió el camino.
Cuando llegó al llano del monasterio, el padre estaba sentado con la cabeza entre las manos rodeado por dos miembros de la Guardia Civil. Con una voz y un gesto del brazo llamó la atención de los presentes.
Explicó al padre lo sucedido tratando de restarle importancia―: Tomás, no te alteres. Ya sabes cómo son los chavales de hoy en día, no ha pasado de ser una gamberrada inconsciente. Además, lo importante es que Nati está bien, por lo tanto, final feliz y no se hable más.
―Sí hombre, todavía defiéndelos. Cagondeu, cagondeu, Martí, yo los mato. En cuanto los pille los muelo a palos. La envío a un internado con las monjas para que la enderecen. Esta niña se me ha descarriado. Con que cara voy a mirar ahora a mis vecinos. ―Todos los presentes trataron de calmarlo. El cabo Gálvez trataba de explicarle las que tenía él con sus hijos.
―Señor Tomás, si yo le explicara… A estos, aunque los ates en corto, se escurren como anguilas. No hay otra cosa a hacer que resignarse y esperar que no cometan alguna locura. Mientras nadie tome mal. Alabado sea Dios. Los tiempos han cambiado, qué le vamos hacer. ―Cuando Tomás estuvo un poco más sosegado, decidieron, como se había acordado antes de la batida, lanzar un cohete para dar aviso a los exploradores de que la búsqueda había concluido. También se transmitió un avisó para aquellos que llevaban radio portátil, de esta manera muchos ya conocerían los hechos antes de llegar al monasterio. Transcurridos quince minutos apareció Roberto con los muchachos cabizbajos. Tomás escenificó una tragedia de estilo segarriano. Se mesó los cabellos, cogió un garrote y avanzó unos pasos, después lo tiró y les dio la espalda. Finalmente, con lágrimas en los ojos y proclamando al cielo que la iba matar, se fue hasta su hija y la abrazó, como si la acabara de arrebatar de los brazos de la muerte. ―Hija mía, nos vas a matar de un disgusto. No sabes cómo está tu pobre madre, con lo delicada que está de salud, la vas a llevar a la tumba. Ya puedes ir corriendo para casa a tranquilizarla. Que Amadeu te lleve con el coche, que yo me tengo que quedar aquí para agradecerles a estos señores. ―Nati trató de empezar una disculpa.
―No, no, será mejor que no digas nada. Cuando llegue a casa, ya hablaremos tú y yo. ―Y dirigiéndose a Fideo, que estaba cabizbajo en un lugar un poco apartado rodeado de gente que lo atosigaba a preguntas y recriminaciones ―Y tú, ya puedes largarte de aquí. Rápido, antes de que me arrepienta y te rompa la cabeza. Y que no te vea nunca más cerca de mi hija, o te rompo la crisma. Y como me la hayas preñado, os caso, aunque sea a la fuerza.
Algunos hombres con golpecitos en la espalda y otros a empellones, acompañaron a Fideo hasta la moto, una chicharra de esas que producen más decibelios que velocidad, la cual había aparcado la noche anterior junto al bar y le recomendaron que se marchara lo antes posible, para evitar males mayores.
La Guardia Civil dio aviso a las autoridades competentes de que el dispositivo había sido desactivado, en el lenguaje más técnico posible, mientras el padre de Nati apesadumbrado agradecía a todos los presentes la colaboración y se disculpaba en nombre propio y de su hija. Después se llegó hasta el bar y encargo unos guisos de conejo con caracoles para el desayuno de los que habían participado en el rescate. Debían estar cansados y se requería un desayuno un poco fuerte para recuperar las fuerzas. Él, excusó su presencia por el disgusto y la necesidad de llegar a casa para ponerle los puntos sobre las íes a aquella mocosa. Pero finalmente, se dejó convencer para gozar del desayuno con sus vecinos y amigos y de esta forma relajarse un poco, antes de ejercer la dura labor de padre.