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Las aguas del más grande y profundo océano de la Tierra bañan la extensa costa occidental y central de América del Sur. Allí, frente al litoral del Perú, dos muy distintas corrientes marinas se entrecruzan, proporcionando una condición propia y singular al mar y litoral peruano.

Punta Pariñas, el ‘mentón’ del departamento de Piura -ubicado al norte del Perú- y cuna del nacimiento del almirante Miguel Grau, el héroe de Angamos, es el punto de unión, transición, agitación y barullo en el que se produce el dramático cambio entre una y otra corriente en el Océano Pacífico.

En ese punto, la fría Corriente Peruana, que se extiende desde la costa central de Chile hasta el norte del antiguo imperio inca, abandona la costa para adentrarse en el Pacífico rumbo a las islas Galápagos, dejando paso a las aguas tropicales de la Corriente del Niño proveniente del norte de América.

La Corriente Peruana, antes llamada Corriente de Humboldt, origina un enfriamiento generalizado frente al litoral, con una temperatura promedio menor de la que le correspondería por su latitud. La costa de Lima y las famosas playas de Copacabana, en Río de Janeiro, se encuentran a la misma distancia del paralelo del ecuador.

Sin embargo, durante la mayor parte del año, la capital del Perú tiene los días opacos y grises, salvo la temporada de verano. La neblina, un mar aéreo formado por millones de pequeñas gotas de agua suspendidas en la atmósfera, se extiende de modo continuo y cerrado sobre toda la costa, y penetra por los valles y quebradas cercanas al litoral, llevando el aroma de las aguas marinas hasta las cumbres nacientes de la Cordillera de los Andes.

«La marcada tonalidad verde de la fría corriente del mar que baña la costa sur y central del Perú es una inequívoca señal de vida».

De las muchas virtudes del Océano Pacífico, el cronista Antonio de la Calancha destaca la tranquilidad de sus aguas, que llegan a la tierra con calma y en silencio, aunque en algunos lugares el mar es bravío y brusco, con ruidosas olas que no cesan ni de día ni de noche. No está de más decir que el Pacífico forma parte del Cinturón de Fuego y que en su lecho se generan los más catastróficos terremotos y tsunamis del mundo.

Acompaña a su calma la austeridad de su geografía: la línea de contacto con la costa es simple, sin entrantes ni salientes extremas, apenas con una u otra pequeña península yerma, cubierta de arena y que termina en abruptos farallones. Es decir, una costa seria, sencilla y sin los excesos pintorescos de otros mares (Buse, 1973).

Dotado de marcados contrastes y condiciones únicas, el Perú alberga numerosos ecosistemas que lo convierten en uno de los países con la mayor variedad de especímenes vivos. Parte crucial de tan abundante biodiversidad está constituida por las especies que habitan en su mar territorial, franja del Océano Pacífico que se extiende hasta las 200 millas a lo largo de sus costas y es el hábitat de 3853 especies, entre algas, moluscos, crustáceos, peces, aves, reptiles, mamíferos, equinodermos, poliquetos y braquiópodos (IMARPE, 2014).

UN MAR RICO Y VENERADO

La marcada tonalidad verde de la fría corriente del mar que baña la costa sur y central del Perú es una inequívoca señal de vida. Es el color del plancton que en escala masiva oscurece sus aguas, mostrándolas tan diferentes de los transparentes mares caribeños, pero que permite sostener uno de los bancos de peces más grandes del planeta.



Uno de los fenómenos singulares de ese mar -ausente en casi todos los del mundo- es el constante aporte de nutrientes que recibe de los fondos marinos; el afloramiento de las aguas profundas conteniendo ingentes cantidades de residuos orgánicos, producto de la continua acumulación de los restos de animales muertos y otros desechos vitales, que al poseer altos niveles de nitratos y fosfatos sirven de alimento y favorecen la rápida reproducción del fitoplancton, un conjunto de organismos microscópicos que flota en la superficie del mar -llegando hasta los 600 metros de profundidad- y es el factor primario de la rica cadena alimentaria marina.

De esa manera, el fitoplancton es el alimento del plancton animal (zooplancton) que, a su vez, sustenta a pequeños peces y crustáceos que nutren a peces más grandes, aves, mamíferos de gran tamaño, depredadores y, finalmente, al hombre.

Gracias a la abundante presencia de fitoplancton, la Corriente Peruana es uno de los ecosistemas marinos más productivos de la Tierra y, aunque representa menos del 0,1% de la superficie mundial de los océanos, en sus aguas se lleva a cabo más del 10% de las capturas de peces del orbe.

LAS REDES DE PARACAS ENTRE LAS MÁS ANTIGUAS DEL MUNDO

Este mar generoso ha tenido, desde tiempos ancestrales, una estrecha e intensa relación con el antiguo poblador costeño. El hombre de Paracas, que habitó la pampa de Santo Domingo hace nueve mil años, se alimentaba principalmente de los productos del mar, complementando su dieta con la recolección de frutos y el cultivo de plantas.

Los hombres de la época comían -dice Engel- toda clase de moluscos. Entre los más apetecidos estaba el duro pero nutritivo chanque, para cuya obtención los buceadores tenían que sumergirse con frecuencia a las profundidades del mar. Los 11 cráneos sacados por Engel de las tumbas de Paracas tienen osteomas en el conducto auditivo, la enfermedad de los zambullidores. «Por este dato, podemos sospechar -afirma Weiss- que se dedicaban y, probablemente, vivían de la recolección de alimentos marinos» (Weiss, 1962).

Los habitantes de la pampa de Santo Domingo, además de extraer mariscos, pescaban con redes de malla rectangular elaboradas con un resistente hilo de fibra de cacto, cuya edad ha sido fijada en alrededor de 8830 años, consideradas entre las más antiguas del mundo.

No se descarta que, siendo excepcionalmente hábiles en las faenas marinas, hayan usado cierto tipo de embarcación para sus salidas a altamar. Para plantear esta posibilidad, Engel se basa en el hallazgo de una punta de arpón, hecha de un hueso de ballena, que es un instrumento de caza típico de los pueblos que practican la navegación alejada de la costa; indispensable, por ejemplo, para la caza de los cetáceos (Buse, 1973).

ÁSPERO: LOCALIDAD PESQUERA DE LA CIVILIZACIÓN CARAL

Un maravilloso legado histórico que da muestras de la profunda relación entre las antiguas civilizaciones y la vida marina son los vestigios arqueológicos de la civilización Caral, que existió hace 5 mil años en la costa central del Perú. Esta civilización se originó en el continente americano, casi en simultáneo con las del antiguo mundo: Mesopotamia, Egipto, India y China.

Ubicada sobre una meseta que domina el valle del río Supe, esta ciudadela -excepcionalmente bien preservada- tuvo un formidable crecimiento al convertirse en el centro de una amplia red de intercambio que se extendió por la costa, la sierra e incluso la selva.


•• Mientras se forjaba Mesopotamia o Egipto, en el litoral de Supe se desarrollaba una civilización con la misma capacidad creativa.


•• Las conchas de Spondylus fueron elementos singulares de las culturas prehispánicas que se utilizaron en rituales y ofrendas para expresar las creencias que intercomunicaban el mundo humano y el sobrehumano.

Aun cuando se hallaba a más de 23 kilómetros del litoral, una de las principales fuentes alimenticias de su población fue el mar. En este sentido, cobró especial importancia Áspero -presumible localidad pesquera de la civilización Caral-, con la que los caralinos mantuvieron estrechas relaciones de intercambio (Shady, 2015b).

Con Áspero, o El Áspero, situada a 500 metros del Océano Pacífico, cerca de la desembocadura del río Supe, los caralinos intercambiaron su principal cultivo: el algodón, y productos elaborados con él, como textiles y redes de pesca. A cambio, recibieron grandes cantidades de pescado seco y salado -gracias al uso de los salares del lugar-, sobre todo anchoveta. En esta zona se consumieron otros peces y moluscos, como las machas y el choro zapato. También se encontraron productos agrícolas, como achira, guayaba, pacae, frijol, pallar y zapallo (Shady, 2015a).

El conocimiento de la orientación de los vientos y las corrientes oceánicas, así como el dominio de los sistemas de orientación estelar y lunar, permitieron a los hombres de Áspero incursionar en el mar en travesías hacia otros pueblos costeros, favoreciendo el intercambio de productos exóticos y muy preciados por las altas autoridades de la ciudadela.

Uno de los productos principales -obtenido en las costas ecuatoriales- fue la concha “mullu” (Spondylus princeps), de gran importancia para las sociedades andinas, que era utilizada en las ceremonias religiosas y en la manufactura de collares y otros adornos de mucho prestigio social.



•• La cultura Moche resalta por sus ceramios. En ellos representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, hombres, animales y escenas significativas referidas a temas ceremoniales y mitos que reflejaban su concepción del mundo, destacando la asombrosa expresividad, perfección y realismo con que los dotaban.

«Con el algodón se confeccionaron redes de pescar más grandes y resistentes que inicialmente fueron usadas solo en las orillas, tal como lo testimonian las halladas en la bahía de Paracas (8830 a.C.)».

MÁS ALLÁ DE LA ORILLA

Hace aproximadamente 4500 años, el pescador peruano se atrevió a incursionar mar adentro sobre ingeniosas naves, en un proceso que mejoró su alimentación con el consumo de grandes peces que viven alejados de la costa. Junto con el arpón y las redes, el pescador se montaba en embarcaciones fabricadas de totora -con las piernas recogidas y apretadas contra sus paredes- y, propulsándolas con un remo de dos palas, se adentraba en el mar al caer la tarde, hora en que los peces suben a la superficie. Estas balsas evolucionaron hasta convertirse en los populares caballitos de totora que, montados por diestros pescadores, navegan hasta hoy en el mar de Huanchaco y Pimentel.

Igual de ligera que la totora fue la balsa de troncos o “palo de balsa”, construida con troncos de una madera liviana y suave como un corcho, toscamente labrados y ligados entre sí, con el tronco mayor al centro, haciendo las veces de proa para cortar las aguas.

Más tarde apareció la balsa de cueros inflados, fabricada con piel de lobo marino especialmente tratada. Por lo común se cosían dos piezas de piel que luego eran infladas a través de una caña que estaba atada a un orificio dejado en uno de los extremos. Sobre los cueros se colocaba una suerte de plataforma de cañas y maderas que iba adelgazándose hacia la parte más puntiaguda de los cueros que hacía las veces de proa. Los tripulantes iban de rodillas, remando por los costados, sin apoyo alguno. Para proteger el cuero de la acción del agua, este se cubría con una pasta roja preparada con una especie de caolín unido con un cemento vegetal (especie de mucílago) que se endurecía con el agua (Buse, 1973).

Posteriormente se creó un sistema para el control de la embarcación: las guaras. Este consistía en la utilización de tablones que se colocaban entre los troncos de la proa y de la popa, y que, subiéndolos y bajándolos, controlaban la dirección de la balsa, permitiendo navegar incluso en contra del viento y sortear corrientes impetuosas. Algunas poseían cabinas para guardar mercadería y para el descanso de la tripulación.

Otra embarcación fue la balsa para atravesar los ríos de la costa hecha «con grandes calabazas enteras, enredadas y fuertemente atadas unas con otras en espacio de vara y media en cuadro, más y menos como es menester», según describió Garcilaso de la Vega (2016).

EL ALGODÓN, HITO CLAVE

El dominio en el cultivo del algodón resultó crucial para el desarrollo de la pesca y para aventurarse en inmersiones marítimas más audaces. Con él se confeccionaron redes de pescar más grandes y resistentes que inicialmente fueron usadas solo en las orillas, tal como lo testimonian las halladas en la bahía de Paracas (8830 a.C.).


INVENCIÓN NAÚTICA

«La mayor particularidad de esta embarcación es que navega, y bordea cuando tiene viento contrario lo mismo, que cualquiera de quilla; y van tan segura en la dirección del rumbo, que se le quiere dar, que discrepa muy poco de él: esto lo logra con distinto artificio que el del timón, y se reduce a unos tablones de 3 a 4 varas de largo, y media de ancho, que llaman Guares, los cuales se acomodan verticalmente en la parte posterior, o popa; y en la anterior, o proa entre los palos principales de ella; por cuyo medio, y el de ahondar unos en el agua, y sacar alguna cosa otros, consiguen, que… viren por delante, o en redondo…

Invención que hasta ahora se ha ignorado en las más cultas naciones de Europa… Si su noticia se hubiera divulgado antes en Europa, muchos naufragios habrían sido menos lastimosos salvando las vidas por medio de este recurso los que las han perdido en ellos por su falta».

Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Relación Histórica del Viaje a la América Meridional, Madrid, 1748



MAR OMNIPRESENTE

El antiguo poblador de la costa mantuvo una relación muy estrecha con las islas ubicadas frente al litoral. Consideradas como santuarios naturales relacionados con las divinidades marinas, llegaban a ellas en sus ligeras embarcaciones para cumplir con sus prácticas religiosas y enterrar a sus muertos. Al regresar a tierra, llevaban consigo el guano para fertilizar las plantas y sus campos de cultivo.

Las islas fueron también centros pesqueros, y sus explanadas sirvieron de tendales para la deshidratación del pescado, de lo cual han quedado testimonios materiales, como cántaros y tiestos, cordeles, maderos tallados, canastas y cajas de mimbre, redes y otros aparejos de pesca.

Este íntimo contacto con el mar se vio reflejado en las manifestaciones culturales. Los paracas plasmaron imágenes de peces y extrañas simbiosis de peces-aves en sus soberbios mantos. De la misma forma, en las piezas de cerámica delinearon figuras de pescadores en su vida cotidiana.

Asimismo, iconografías y formas marinas fueron recreadas en ornamentos de templos y viviendas. En una de las pirámides del templo Bandurria -ubicado al sur de la localidad de Huacho- se aprecian figuras en relieve de individuos sobre caballitos de totora usando redes o flotadores. Otros aparecen montados sobre balsas a vela e, inclusive, buceando con punzones en busca del apreciado “mullu” o spondylus.

La cultura Nasca -que se extendió sobre los valles del actual departamento de Ica- destacó no solo por sus misteriosos geoglifos, sino por el colorido y la alta calidad de su cerámica. En sus bellas representaciones escultóricas se observan exquisitas formas de peces y especies como la orca.



•• En los frisos y los muros de la Plaza Principal de la pirámide de Cao Viejo se escenifican figuras mitológicas con atributos sobrenaturales -como un pez con cuerpo de serpiente-, ambientadas en paisajes marinos.


EL BRUJO

En el Complejo Arqueológico El Brujo, construido entre los años 100 y 750 d.C. sobre la margen derecha del río Chicama, en el departamento de La Libertad, los moches representaron simbólicamente su universo mágico. En los frisos y los muros de la Plaza Principal de la pirámide de Cao Viejo se escenifican figuras mitológicas con atributos sobrenaturales –como un pez con cuerpo de serpiente–, ambientadas en paisajes marinos.

UTZH AN

Uno de los palacios de Chan Chan, la gran ciudad de barro del reino Chimú, considerada la ciudad precolombina más grande de América, es Utzh An (casa grande en lengua quingnam o chimú), donde en los últimos años se han hallado nuevos murales que presentan, en alto relieve, decoraciones con motivos marinos y escaques (similares a las casillas cuadradas de un tablero de ajedrez) que, según Henry Gayoso Rullier, arqueólogo responsable del proyecto de restauración, podrían simbolizar redes de pesca (National Geographic, 2018). El corredor, de unos 50 metros de largo y 6 de ancho, da acceso –desde una de las calles– a un espacio llamado “patio de las olas”.


En las inmediaciones de Lima, los hombres de la cultura Chancay tampoco pudieron sustraerse a la magia y los encantos del mar. En el Museo Amano -nombre en honor del estudioso japonés Yoshitaro Amano, quien dedicó varios años a conservar las piezas de esta civilización- se exhiben tejidos y ceramios Chancay que representan peces, langostas y pulpos.

En su obra Los mochicas, Larco Hoyle (2001) ilustra la vasta iconografía del mar y la actividad pesquera en la pictografía moche, con representaciones de caballitos de totora durante sus excursiones marinas en busca de la codiciada fauna oceánica. Se hallan, igualmente, aves marinas -sobre todo la gaviota- y especies marinas típicas, como el camarón, la langosta y el cangrejo, que también aparecen en piezas de metal, como bellas narigueras de oro y plata con peces repujados y en alto relieve.



•• Ai Apaec es un ser mitológico mochica de grandes colmillos, cinturón y orejeras de serpientes, que atraviesa los mundos para propiciar la continuidad de los ciclos de la naturaleza.

DIOSES DEL MAR

Impresionadas por la majestuosidad del inconmensurable mar y por los abundantes recursos que este les proveía, las culturas prehispánicas se sintieron llamadas a rendirle culto. Con la eterna necesidad humana de sostenerse en la creencia para explicar sus orígenes, entender las vicisitudes del presente y confiar en el futuro, existieron divinidades estrechamente vinculadas al océano, entre ellas Ai Apaec, Naylamp, Kon y Pachacámac.

Ai Apaec

Es un ser mitológico moche (en lengua muchik significa “el hacedor”) que, para restaurar el mundo, atraviesa diferentes estadios en busca de la regeneración continua. En un vaso sonajero de cerámica que se halla en el Museo Larco se representa a Ai Apaec adentrándose en el mar para enfrentar a los seres mitológicos que habitan el mundo de abajo: un personaje en forma de pez globo, un erizo antropomorfo y un demonio ancestral del mar profundo y oscuro, que es un dios decapitador con la apariencia de un cangrejo que lleva un caparazón con rostro de lobo marino y boca -de la que emergen grandes colmillos felinos-, crestas en la cabeza y aletas aparentemente de tiburón y raya.

De los diferentes episodios que integran la saga de los combates marinos de Ai Apaec, la victoria sobre el demonio es el de mayor repercusión. Tras la pelea, pierde la cabeza y transita hacia el mundo de los muertos ayudado por un par de aves: un piquero y un buitre. Este tipo de representaciones aparece también en los murales de las Huacas del Sol y de la Luna como un ser con características de cangrejo y ser humano, rodeado de olas marinas (Pérez, 2014).

Naylamp

En la búsqueda de explicación de sus orígenes en la noche de los tiempos, en el siglo XVI los pobladores de Lambayeque -en la región del norte peruano- narraron un mito, con impresionante detalle, al cronista Miguel Cabello de Valboa (1951). Según la versión, Naylamp -un personaje mitológico- llegó de tierras lejanas, a través del mar, al frente de una flota de balsas, trayendo la civilización a las tierras de Lambayeque, donde fundó una gran dinastía. En lengua moche, su nombre significaría “ave o gallina de agua”.

Naylamp aparece en piezas emblemáticas de la cultura Lambayeque, como el tumi de oro o cuchillo de Íllimo, y en la máscara funeraria de oro de Batán Grande. En el mango del tumi está presente la elaborada figura de Naylamp, con forma humana, ojos almendrados y un par de alas simbólicas a los costados, como si fueran segundos brazos (Kauffmann, 2002).

Kon

En los pueblos de la costa central, hacia mediados del siglo XVI, los indios muy viejos contaban que sus ancestros les habían enseñado que el primer dios que existió en la tierra fue Kon, que llegó del sur por el mar y formó el cielo, la luna, las estrellas y la tierra, con todos los animales y los demás seres que existen en ella. Y que, con su respiración, este dios creó todos los indios, los animales terrestres, aves, árboles y plantas. Luego se fue al mar y caminó sobre él, e hizo lo mismo sobre los ríos, creando todos los peces con su sola palabra para, finalmente, subir al cielo.

El dios Kon estaría representado como un dios volador con el rostro cubierto con una máscara, tal como aparece en los diseños de la alfarería y los tejidos de las culturas Paracas y Nasca. Los mitos también indican que fue un personaje feroz, que practicaba el canibalismo ritual (Rostworowski, 2003; Ludeña, 2015).

Además, cuenta la leyenda que las criaturas creadas por Kon olvidaron pronto las ofrendas que le debían al padre creador, quien los castigó quitándoles la lluvia y transformando las fértiles tierras en los inmensos desiertos costeños. Peor aún, tiempo después llegó a la tierra otro dios más poderoso, llamado Pachacámac, el hijo del sol, que destruyó todo lo creado hasta entonces y desterró a los pobladores, condenándolos a vivir en los andes y en los valles inhóspitos.

«En los pueblos de la costa central, hacia mediados del siglo XVI, los indios muy viejos contaban que sus ancestros les habían enseñado que el primer dios que existió en la tierra fue Kon, que llegó del sur por el mar y formó el cielo, la luna, las estrellas y la tierra, con todos los animales y los demás seres que existen en ella...»




Pachacámac

Era considerado también como el dios creador del mundo y, aunque su origen procede de los valles de Lima y Lurín, fue venerado en ciertos pueblos andinos, donde su representación motivó rituales que buscaban generar lluvia o mantener el agua en ríos y lagunas. Una de las fiestas principales del dios Pachacámac fue la de la “llegada”, cuando la temporada de lluvias en las tierras altas hacía que los ríos se hincharan de abundante agua para la población de la costa (Rostworowski, 1992). Se tiene noticia, igualmente, de que muchos de los sacrificios humanos tenían el mar como destino final.

En los tiempos de la conquista inca, el dios Pachacámac fue incorporado al panteón quechua e identificado con el dios Viracocha, quien desde el mar habría llegado al territorio de los incas para enseñarles las nuevas prácticas marítimas (Valcárcel, 1912).

Pachacámac y su santuario -ubicado en el valle de Lurín- siguieron teniendo un lugar en la imaginación costeña durante el periodo virreinal y, según Rostworowski, guarda relación con el culto al Señor de los Milagros que se desarrolló en el siglo XVII, en Lima, alrededor de una pintura de Cristo crucificado.

TÚPAC YUPANQUI, EL INCA QUE LLEGÓ A LA POLINESIA

La gran travesía de Túpac Yupanqui -sucesor del gran inca Pachacútec- ha sido registrada por los cronistas españoles Pedro Sarmiento de Gamboa (2007), Martín de Murúa (1946) y Miguel Cabello de Valboa (1951) durante la conquista. De acuerdo con los relatos, el soberano emprendió su viaje como hatun auqui (“príncipe conquistador”), conforme a los mandatos de su padre, en una gran expedición de conquista para ampliar los dominios al norte del gran imperio: Chinchaysuyo.

José Antonio del Busto (2011), en su obra Los hijos del sol: Túpac Yupanqui, descubridor de Oceanía, recopila numerosas pruebas que confirmarían la veracidad del viaje a dicho continente. Según el historiador, el inca habría zarpado alrededor del año 1465, con 120 embarcaciones y 2000 hombres, rumbo a dos islas remotas (Auachumbi y Niñachumbi), que serían Mangareva y Rapa Nui o Isla de Pascua. De acuerdo con los registros, el hijo de Pachacútec habría llegado, además, a Nuku Hiva, en el archipiélago de Las Marquesas, en la Polinesia Francesa.

Para sustentar su teoría, Del Busto afirma que diversas crónicas relatan que el príncipe inca no solo trajo consigo oro, plata, esmeraldas y animales foráneos, sino esclavos negros, probablemente provenientes de Melanesia -también en Oceanía-, que vivían en las islas descubiertas (Sarmiento, 2007).

Otro indicio es la leyenda del rey Tupa -que todavía se narra en la isla de Mangareva-, acerca de un monarca que llegó en balsas a vela y deslumbró a los nativos con piezas de cerámica, textilería y orfebrería. Incluso existe una danza del rey Tupa.

Dos evidencias más serían el hallazgo de quipus -sistema de contabilidad incaico- en Nuku Hiva, la más grande de las islas Marquesas, donde son denominados quipona, y Vinapú, una construcción que se encuentra en Rapa Nui y presenta la clásica arquitectura de una piedra sobre otra -herméticamente unidas-, una particularidad de las ciudadelas del Cusco.

No obstante los múltiples indicios recopilados en la obra de Del Busto, los especialistas concluyen que es necesario hallar evidencias irrefutables de la presencia del navegante Túpac Yupanqui en territorios oceánicos.


•• Topa Inca Yupanqui era un hombre alto, muy sabio, gran guerrero y enemigo de la mentira, que hacía honrar a las mujeres principales.

Guamán Poma de Ayala, Nueva corónica y buen gobierno.

Lo que es incuestionable son las avanzadas técnicas alcanzadas por los hombres del litoral en la construcción de las balsas y la pericia en su conducción, detalles que asombraron a los españoles cuando arribaron a las costas peruanas.



«El caballito de totora diseñado para una sola persona expresa la valentía del hombre peruano para incursionar con intrepidez en nuevos horizontes».

Bartolomé Ruiz de Estrada fue piloto del barco San Cristóbal, que formó parte de la expedición de Francisco Pizarro, y a quien la historia le deparó ser el primer español en cruzar al sur de la línea equinoccial, en 1526. Se narra que el hecho más notable en su viaje de reconocimiento del territorio incaico no se produjo en tierra, sino en el mar, frente a la costa de Tumbes, cuando observó una gran embarcación proveniente del sur, con un castillo gigante, un timón y una tripulación de diez indios, que se desplazaba con mucha ligereza y una admirable maniobrabilidad que le permitía avanzar con mucha rapidez.

Luego de apresar la embarcación, los marinos españoles se maravillaron al descubrir un cargamento de objetos y adornos de oro y plata, ropas de lana y de algodón, collares de perlas realzadas de esmeraldas y muchas conchas rojas, llamadas mullu (Pizarro, 1844).


Los guardianes del mar

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