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Capítulo II

Generalidades sobre el rito cartujano

Disposición material del templo

Las iglesias cartujanas están situadas dentro de la clausura, y, por lo mismo, jamás pueden penetrar en ellas las mujeres. Aun los mismos hombres, rara vez, y desde la tribuna o coro alto, asisten a las funciones que en ellas se practican.

Los templos cartujanos constan de dos partes: el santuario y la nave. En el santuario, situado en el ábside del templo, se halla el altar mayor, o diríamos con más propiedad, el único altar del templo, pues las capillas para celebrar misas privadas están fuera de la iglesia, esparcidas por diferentes lugares del monasterio.12 Son tradicionales en las iglesias de la orden cuatro grandes candeleros colocados en la entrada del santuario. Junto al muro de la parte de la epístola, se levanta a manera de trono, con su tarima y doselete, la silla para el celebrante, y en la parte opuesta, o sea, adosado al muro de la parte del Evangelio, está el atril para cuando el diácono canta el Evangelio, así en la Misa como en el oficio de Maitines por la noche.

A lo largo de la nave, y ocupándola por completo, se extiende el coro de los religiosos, dividido en dos partes desiguales: la mayor que, partiendo desde el santuario, se alarga hasta más de la mitad de la nave, está reservada a los monjes o religiosos de coro, y la otra es la destinada a los hermanos conversos o religiosos legos. Hay una sola hilera de misericordias o sillas corales en cada lado, adosadas a los muros del templo. En el centro del coro de los monjes, se levanta un atril de regulares dimensiones, en el que se cantan las lecturas y oraciones del Oficio canónico, y la epístola de la Misa. Separa el coro de los monjes del de los legos un tabique de unos tres metros de altura: una puerta situada en el centro del mentado tabique comunica ambos coros, en caso conveniente.

Ceremonias generales

En la Cartuja, casi no se conocen las genuflexiones. Lo mismo al entrar que al salir del templo, o al atravesar por delante del altar, esté o no en él el Santísimo Sacramento, el cartujo nunca hinca la rodilla, y sí solo inclina profundamente el cuerpo. Esta inclinación es tan grave y solemne, que inspira gran devoción. El ordinario de la Orden, al prescribir que el sacerdote se incline en la Misa, lo hace con palabras tan majestuosas como estas: Reverenter et cum gravitate inclinat; Inclinat profunde et reverenter; Facta profunda inclinatione; Inclinat sensim et cum magna gravitate; Profunde inclinatus Sanctum Sacramentum veneratur.

Además de esta inclinación tan majestuosa y reverente, es práctica cotidiana del cartujo la postración, que consiste en echarse, luego de haberse arrodillado, sobre uno de sus costados (generalmente, el derecho), y apoyar el codo en el suelo. En esta posición, reza el sacerdote la preparación y la acción de gracias de la Misa, y los demás casos, las preces de antes y después de la comunión. Asimismo, se postra el coro en la Misa conventual durante la consagración del cáliz, y durante la comunión del celebrante.

La postración fue prescrita en 1222. No se halla, de ella, vestigio alguno anterior a esa fecha. De los Statuta Jancelini, se desprende que durante la consagración, la comunidad permanecía en pie, pues dicen: Quando autem elevatur hostia, si stantes oramus, accipimus veniam. Los canónigos de Lyón, aun en el siglo xvi, permanecían en pie durante la elevación, y como alguien pretendiera que tal costumbre se hiciera desaparecer, los canónigos recurrieron a la legítima autoridad, y obtuvieron conservar la antigua costumbre.13

La liturgia cartujana nunca prescribe el signar y sí solo el santiguar, así es que lo mismo al Evangelio que en los demás casos, la señal de la cruz se forma a fronte ad umbilicum, et ab humero sinistro ad dexterum, como dicen los Estatutos de la Orden. Para formar esta cruz, como en los demás casos en que el sacerdote la forma sobre la oblata, o bendice alguna cosa, están extendidos los tres primeros dedos (pulgar, índice y medio) de la mano derecha, quedando encogidos los dos restantes. Esta misma posición de los dedos se adopta para golpearse el pecho.

En el rito cartujano, hay dos· maneras de juntar las manos. Manus junctae y manus insertae. La primera es como en el rito romano, o sea, juntando las palmas y teniendo los dedos extendidos de tal manera que los de una mano se correspondan con los de la otra, excepto los pulgares, que se cruzan el derecho sobre el izquierdo. Esta manera de juntar las manos se usa poco en la Cartuja, y está reservada para los actos más solemnes. La segunda manera consiste en poner la mano derecha dentro de la izquierda y replegar los dedos de cada mano sobre el dorso de la otra. Esta es la posición permitida casi siempre y preceptuada en muchos casos. Lo que no se admite nunca en los actos litúrgicos es tener las manos juntas con los dedos entrelazados.

La nota predominante en la liturgia cartujana es la simplicidad. Esta simplicidad resplandece en todo; el ornato del altar es sencillo y austero, como austero y sencillo es el canto que ejecutan los monjes viva et rotunda voce, sin ningún acompañamiento de instrumentos y conforme a las antiquísimas melodías gregorianas de sus libros litúrgicos.14 No se usan dalmáticas; el subdiácono asiste en el coro con su hábito monacal, y solo baja de su sitio para cantar la epístola en medio del coro.15 El diácono sirve al celebrante, cuando su ministerio es necesario, revestido de la cogulla eclesiástica,16 y tan solo para cantar el Evangelio toma la estola. Se prescinde en la Cartuja de la capa pluvial, del velo para cubrir el cáliz y de la bolsa para guardar los corporales.17 No se conoce allí la sobrepelliz. En el altar, en lugar de atril, se hace uso, según antigua costumbre, de una almohada del color de los ornamentos del día.

A esta simplicidad añaden los cartujos una exquisita limpieza. Véase cómo se expresan los Estatutos, al tratar de los ornamentos de la iglesia: Omnia autem praedicta munda sint et honesta ac religiosa, et praesertim corporale et palla altaris quam purissima sint, et quoties opus fuerit mutentur quemadmodum et alia quaeque tam Sacerdotis quam altaris paramenta: et in his curandis volumus sacristam cum omni diligentia invigilare ne quid vile, aut ruptum, vel sordidum in sacrosancto altaris ministerio appareat. Ordenan, además, los mismos Estatutos que todos los lienzos del culto divino se laven dentro del claustro de los monjes, por manos de los mismos sacerdotes, y que en ninguna manera se den a lavar a otras personas, y mandan que el agua o lejía con que se lavan se eche en lugar limpio y decente, y que cuando los lienzos y otros sagrados ornamentos estuvieren inservibles, que no se saquen de la iglesia, ni sirvan para otra cosa alguna, sino que allí se consuman o se quemen, y las cenizas se echen en la piscina del altar.18

Sentados ya estos preliminares, entremos en el estudio interno de la liturgia que se observa en la orden de la Cartuja.

12 Es cosa sabida que antiguamente había un solo altar en cada templo, en el que se celebraba la Misa solemne. Para las Misas privadas que se rezaban por devoción, había oratorios alrededor del templo. Los Padres de la Iglesia san Ignacio, san Cipriano, san Ireneo, Tertuliano y san Jerónimo hacen expresa mención del único altar en cada templo. En el siglo vi aparecen ya en la Iglesia latina varios altares en un mismo templo, y desde entonces se fueron multiplicando a medida que se propagó la práctica de la Misa privada cotidiana. Entre los griegos se conservó a través de los siglos el único altar, como símbolo de la unidad de la fe, de la unidad del sacrificio, de la Iglesia y de los Sacramentos. Las Misas privadas se celebraban en las parecclesiae, o sea en unos oratorios edificados cerca del templo, pero separados de él. Benedicto XIV, en su Constitución Etsi, concede que puedan multiplicarse los altares en las iglesias de los griegos.

En las iglesias cartujanas suele haber en el coro de los legos, dos altares, uno a cada lado de la puerta que comunica dicho coro de los legos con el de los monjes.

13 Cf. Martene, De antiquis Ecclesiae ritibus, l. I, c. IV, art. 8, n. 22.

14 Pío XI, Const. Apost. Umbratilem, 8 julio 1924. (Cf. Acta Apostolicae Sedis, vol. XVI, pág. 388).

15 Mejor diríamos que el oficio de subdiácono no existe en la Cartuja, y que la epístola la canta un monje de los ordenados in sacris, previamente designado para ello. En defecto de ordenados in sacris que no son todavía sacerdotes, el encargado de cantar la epístola es, regularmente, el P. Procurador.

16 Distinguen los Cartujos dos clases de cogulla: la monástica que consiste en el ancho escapulario que usan siempre los monjes, y la eclesiástica muy parecida a la cogulla benedictina, o sea, una ancha túnica talar, de lana blanca, con su capucha. Esta cogulla la visten el sacerdote y el diácono para la Misa conventual, sobre la cogulla monástica.

17 La bolsa para corporales solo se usa en las Misas que se dicen en el Altar Mayor.

18 Cf. Molina. Instrucción de Sacerdotes, Tratado III, cap. XVII, §. III.

Liturgia cartujana

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