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ОглавлениеEspacio y tiempo
Todo acontecimiento físico y mental,
todo fenómeno, toda experiencia,
se da en el espacio y en el tiempo.
Ocurre en un lugar determinado
y durante cierto período de tiempo.
Cualquier experiencia
– interna y externa,
implícita y explícita,
captada, percibida, registrada a nivel corporal,
vivida, sentida, actuada, pensada…–
se da dentro de una determinada
configuración espacio-temporal.
Todos los instantes
que de alguna manera conectan
con el lugar y momento presentes
están incluidos en ella.
Los elementos del universo físico y mental
están conectados a través del espacio-tiempo.
En este sentido, toda relación
implica cierta separación en el espacio y en el tiempo.
De no ser así el otro sería, en realidad, uno mismo.
Cartas de navegación
Érase una vez… una luz con un impulso a manifestarse en algunas de sus infinitas posibilidades: plasma indiferenciado, energía pura, luz, partículas de materia y antimateria, quarks, electrones, fotones, átomos, moléculas, nebulosas, estrellas, planetas, galaxias, cúmulos de galaxias, organismos vivos, organismos concientes……. Esta energía, originariamente unitaria, requería algún tipo de dimensión para poder manifestarse, diferenciarse y vincularse de distintas maneras, mostrar distintas velocidades, atraerse, separase y rotar… evolucionar. Lo que permitió que parte de aquello que se hallaba concentrado en un punto infinitesimal se expresara fueron el espacio y el tiempo.
En nuestro Universo todo aquello que existe - de lo más grande a lo más diminuto-, es, está, se da… en algún lugar y durante cierto período de tiempo. Es a través del espacio y el tiempo que el Cosmos y la Mente expresan su realidad. Estas dimensiones son el tejido energético e informativo del que están hechos el universo físico y el universo mental. En el Universo físico del que formamos parte, espacio, tiempo, energía y materia existen a escalas muy diversas. Desde la escala humana, los físicos nos informan de destellos de energía en micro espacio-tiempos del mundo subatómico, que para nosotros resultan infinitamente pequeños e infinitamente breves; fenómenos que ocupan un espacio tan pequeño durante un tiempo tan fugaz, que les llamamos partículas virtuales… y su existencia o realidad sólo puede ser comprendida por nosotros en términos de probabilidad. Otros objetos de la realidad física ocupan un espacio abrumadoramente grande, durante un tiempo que para nosotros es eterno, como nuestra propia galaxia. Esta es la escala del macro universo. Sin embargo, los componentes esenciales son los mismos en el mundo micro y en el mundo macro. Se trata de una cuestión de espacio, tiempo e intensidad de movimiento (o energía cinética) de todo aquello que existe explícitamente.
En el universo mental también existen escalas muy diversas. A escala humana hay pensamientos muy pequeños, tan diminutos y tan rápidos, que nos parecen inexistentes. Pero forman parte de aquello que nos hace movernos voluntariamente. Cuando pensamos en ellos los llamamos automáticos, instintivos…12 Y hay pensamientos enormes, como la Mente13… un pensamiento gigante…, tanto como el Cosmos…
Cualquier experiencia, - interna y externa, implícita y explícita, captada, percibida, registrada a nivel corporal, vivida, sentida, actuada, pensada…- se da dentro de una determinada configuración espacio-temporal. Todos los instantes que de alguna manera conectan con el lugar y momento presentes están incluidos en ella. Los elementos del universo físico y mental están conectados a través del espacio-tiempo.
Intentar entender y explicar estas dimensiones es francamente difícil: es parecido a querer que el ojo se mire a si mismo. Sólo después de observar con perspectiva, es decir, mucho espacio y mucho tiempo después de haber aparecido como especie, los humanos hemos conseguido, -y aún estamos en ello-, construir un relato sobre nosotros y el Universo. Una vez tenemos un relato, podemos explicar alguna cosa acerca de qué es para nosotros el espacio y el tiempo.
Ser o No Ser ya no es la cuestión.
Las teorías cosmológicas actuales más aceptadas, nos aseguran que todo lo que forma el Universo proviene de un origen común, en el que toda la energía que forma todo lo que conocemos estuvo, hace unos 13.700 millones de años, concentrada e indiferenciada en un punto ínfimo. Sin embargo, en el Universo que hoy observamos, los objetos están separados en el espacio y en el tiempo. Todo lo que forma el Universo que podemos conocer, se halla unido y separado a través del espacio-tiempo. Ahora bien, ¿que es esta separación? ¿Qué contiene? ¿De qué se trata? ¿Cómo es a nivel físico y a nivel mental?
La energía es discontinua. Se transmite en cuantos o bloques, entre los que existe una separación espacio-temporal esencial, regulada por la constante de Planck. Nosotros deducimos que la separación, el umbral entre cuanto y cuanto, de acción, es una separación espacio-temporal: la Era de Planck. Esta separación física básica marca todas las separaciones espacio-temporales que observamos en todas las escalas de tamaños de todo lo que existe. Es decir, esta separación entre unidades básicas de energía parece ser la que marca cómo se organizan los componentes esenciales materiales y energéticos de todas las cosas del Universo: las partículas, los átomos, las moléculas, las estrellas, los planetas, las galaxias, las células, los órganos, los seres vivos, etc.
Como ya hemos dicho anteriormente, también a nivel mental lo que pensamos y sentimos está organizado espacio-temporalmente: no pensamos ni sentimos todo a la vez; hemos ido identificando y diferenciando distintos pensamientos, sentimientos y emociones, gracias a que no coinciden todos en el mismo momento y en el mismo lugar. Por lo tanto, entender a fondo qué es esta separación espacio-temporal básica, que regula cómo se acaban mostrando las cosas que forman el Cosmos, parece primordial para comprender el funcionamiento de la Mente y del Universo. Nosotros nos inclinamos a pensar que la manera cómo se organiza el Cosmos y cómo nos relacionamos como personas a través del espacio y del tiempo, comparten una dinámica similar.
En lo más básico estamos formados por el mismo tipo de energía que forma los animales, las plantas, los planetas, las estrellas…. Y todo aquello que conocemos. Como especie compartimos muchas propiedades de las que pueden extrapolarse leyes generales. Como individuos cada uno de nosotros es único. Nuestro recorrido espacio-temporal es singular. Nadie más ha vivido exactamente las mismas experiencias que nos conforman a cada uno. Entre nosotros y otro igual, existe una separación en el espacio y en el tiempo.
Una separación en el espacio y en el tiempo es para nuestra mente una condición inicial; una condición que nos permite captar contrastes y diferencias.
Si no hay diferencias no hay nada que pensar.
El espacio-tiempo más pequeño que se conoce
Durante mucho tiempo se creyó que allí donde no había energía manifiesta, allí donde no había actividad física detectable, quedaba un vacío absoluto, la nada. A pesar de que algunas corrientes dentro de la comunidad científica siguen insistiendo en la existencia de la nada, hay hoy en día muchos hechos científicos que permiten afirmar que esto no es correcto. Hoy sabemos que el vacío absoluto no existe. En Física se habla ya desde hace algún tiempo de la energía del vacío; de hasta qué punto es inestable y bulle en una actividad frenética, una danza de partículas y antipartículas que aparecen y desaparecen14. Además, debemos recordar la discontinuad de la energía: Lo que hay entre cada paquete energético básico es imposible de conocer físicamente. Es más, la teoría cosmológica más compartida, el modelo del Big Bang, sugiere que de ahí surgió el universo que conocemos. Por tanto, en la esencia primordial de TODO lo que conocemos hay una separación; Nosotros hemos planteado antes que dicha discontinuidad es un micro espacio-tiempo que separa y a la vez une cada unidad energética básica. No es verdad que dicha discontinuidad sea la Nada. No está vacía. Al revés, está llena de posibilidades. Nos conecta con lo implícito, con aquello que aún no ha nacido. Se trata de un vacío lleno de potencialidad existencial. En nuestra opinión, la integración de toda esta información nos puede ayudar a construir un relato sobre nosotros y el Universo profundamente distinto. Emocionalmente no es lo mismo seguir dando credibilidad a la existencia de la Nada que descartar esta creencia. Nada, significa que nunca hubo nada, ni hay nada, ni nunca habrá nada. Ya entendemos que a los forofos de la insignificancia les pueda entusiasmar seguir andando por esta senda… aunque evidentemente no lleve a ninguna parte....
De momento seguimos dominados por la creencia en la Nada. Se trata de una inercia mental. No podemos liberarnos instantáneamente. Pero advertimos que seguir creyendo que la Nada absoluta existe tiene consecuencias emocionales. La idea que tengamos acerca de lo que separa cada unidad energética que acaba formando todo lo que conocemos, impregna todos nuestros vínculos. Este elemento mental influye inexorablemente en lo que observamos y en el relato que de ello construimos. Si en la esencia de esa separación creemos que no hay nada, todos nuestros vínculos se verán influidos por dicha creencia y la emoción que la acompaña: creer en la nada impregna nuestra mente y, aun sin ser conscientes de ello, está presente siempre, al acecho, como una amenaza.
Si en la esencia de esa separación creemos que hay un vínculo, que une y separa todo lo que existe, sentiremos la coherencia de formar parte de una esencia común, de manera que la separación puede experimentarse como una oportunidad de expresar todas nuestras posibilidades. Las diferencias dejarán de ser amenazas y quizás sea más fácil sentirlas como una potencialidad creativa. ¡Ser o no ser ya no es la cuestión! Entonces, finalmente… ¿Qué es esa separación entre singularidades?
Esta separación es un VÍNCULO.
Un vínculo con lo implícito, con lo no colapsado, con lo no nacido… con lo que, aparentemente, ha dejado de ser…Para cambiar la inercia, debemos ir adquiriendo experiencia en el abandono del miedo a la nada y en la confianza básica de saber que estamos unidos y separados por un vínculo esencial indestructible. Necesitamos andar por este camino para adquirir confianza. Todo lo que conocemos está unido y separado por un vínculo que no puede ser explorado físicamente, pues es una incertidumbre que sólo puede ser pensada, gracias, eso sí, a la comprensión alcanzada con la Física. Si comprendemos que el límite de nuestro conocimiento científico de la física de la energía, nos lleva hasta la unión entre la física de la energía-materia y la conciencia, tal vez logremos desarrollar un relato mejor y más completo de nuestra realidad. Parece que hemos confundido el vacío, la nada, con un vínculo esencial, que no es ni puramente físico ni puramente mental, sino que es un puente entre la materia-energía y la mente.
¿Por qué es importante que entendamos el espacio y el tiempo?
Porque todo se manifiesta a través del espacio-tiempo. Una separación en el espacio y en el tiempo es elemental, primaria para la relación entre lo uno y lo otro. De no ser así lo otro sería, en realidad, lo mismo. La separación y unión entre cada cuanto de energía y cada pensamiento van creando el universo y la mente, a través de sus vínculos y sus vicisitudes. No es de extrañar, entonces, que sea de vital importancia para los humanos saber dónde estamos, de dónde venimos y adónde vamos.
Paremos un momento...
No sabemos si seremos capaces de mostrar hasta qué punto el espacio y el tiempo son esenciales en todo lo que los humanos hemos conseguido entender. Confiemos aquí y ahora en nuestra capacidad de auto-observación para pensar en nuestra propia experiencia: como organismos vivos mostramos una tendencia a mantener un equilibrio, tanto interno como respecto al entorno. Este equilibrio se consigue a través de una regulación que se da en múltiples niveles, entre partes que nos componen (moléculas, células, órganos) y el medio interno y externo. Esta regulación se produce a través de intercambios de distintas sustancias. La distancia y la duración de dichos intercambios son parámetros esenciales. Por ejemplo, el aire exterior lo respiramos y penetra dentro de nuestros pulmones. Allí se producen unos intercambios durante unos instantes que acaban transformando ese aire en energía para nuestro cuerpo y en CO2 que expulsamos de nuevo al exterior. Y así con cada bocanada de aire nuevo. Démonos cuenta cómo, en el nivel orgánico, se trata de energía, de espacio y de tiempo: aire de fuera va hacia adentro y al cabo de un ratito vuelve hacia fuera, transformado. Fuera-dentro-fuera… todo ello durante un ratito. Espacio y tiempo. Todo lo que conocemos se expresa y se regula a través estas dimensiones, a distintas velocidades. Como humanos, también gestionamos otro tipo de regulación, la de nuestras emociones. Aprendemos desde bebés a regularnos emocionalmente gracias al vínculo con las figuras de apego, aquellas personas con más experiencia, es decir, con más espacios y más tiempos recorridos, que nos crían. En el intercambio emocional con las figuras de apego, la distancia y la duración de los encuentros condicionan distintos patrones de regulación emocional, que luego trasladaremos a nuestras relaciones. Entendemos que el aprendizaje implica alcanzar cierto dominio espacio-temporal, gracias al cual, cada vez podemos regular mejor nuestras funciones corporales, nuestras emociones… en definitiva, todos nuestros vínculos:
Aprender < > (Implica) Dominar el espacio-tiempo
Como especie hemos desarrollado un lenguaje simbólico - ¡no para llenar el silencio! - sino para mejorar nuestros vínculos. Empezamos con un lenguaje oral, que es la producción voluntaria de una sucesión de sonidos, ordenados espacio-temporalmente y que representan algo con lo que nos relacionamos.
Cuando decimos: “pásame esa cuchara” la persona que está con nosotros sabe a qué nos referimos. Pero la palabra cuchara y el objeto cuchara no son lo mismo. La primera representa al objeto. Es su símbolo.
A lo largo de nuestra historia, trasladamos esos sonidos a signos escritos, que permitieron difundir mensajes más rápidamente a más personas, a mayor distancia y a lo largo del tiempo. Ahora mismo para explicar la importancia de estas dimensiones, sólo hace falta que pensemos en estas palabras que estás leyendo, que conectan con nuestro pensamiento y con el momento en el que las escribimos. ¿Qué es una palabra? En lo más básico es una sucesión limitada de sonidos unidos y separados por una cierta distancia y tiempo. Y ¿qué es una frase? Lo mismo. Una sucesión de palabras unidas y separadas por una cierta distancia y tiempo.
En la actualidad hemos alcanzado la era digital, que ha disparado la cantidad, la distancia, la velocidad de transmisión y la difusión de información entre nosotros. Gracias a nuestro dominio espacio-temporal, es decir, de estas distancias y de estos tempos, y a la extraordinaria capacidad de vincular símbolos con objetos y con la propia experiencia a través del lenguaje, acabamos pudiendo expresar un pensamiento que puede ser entendido por otra persona: “gracias por la cuchara”.
Relatividad del espacio-tiempo
El espacio y el tiempo físico y mental son la misma esencia. Así como en física clásica y en física cuántica ambas dimensiones están conectadas, pero no funcionan de la misma manera, también a nivel físico y a nivel mental espacio y tiempo se conectan, pero no se comportan igual. Es fácil comprobar cómo un mismo acontecimiento, por ejemplo, una conferencia, puede ser percibido más largo o más corto según el interés que despierte en nosotros. Cuando una charla nos interesa, nuestra atención se focaliza en lo que nos están explicando, y dejamos de estar atentos a gran parte de la información de nuestro entorno. Resulta entonces que el tiempo subjetivo, el tiempo del observador, pasa más rápido, al tener menos estímulos focalizados y menos información que procesar de otras masas temáticas.
Lo que nos dejó boquiabiertos es que lo mismo, aunque de distinta manera, ocurriera con la materia… Con Einstein entendimos que la velocidad a la que algo físico se mueve modifica el espacio y el tiempo: puede dilatarlos o contraerlos. El tiempo de los relojes puede correr más deprisa o más despacio, siempre respecto a otra medida, claro está. La velocidad de la luz es el límite máximo, por ahora conocido, a la que las cosas pueden moverse en nuestro universo físico. También en el universo mental todo está en movimiento. En este caso, según la velocidad a la que nos movamos mentalmente, percibiremos más dilatado o menos, un mismo acontecimiento en el espacio y en el tiempo. Puede que algunos se indignen ante este planteamiento y exclamen: “¡¡Pero esto no tiene nada que ver!!!!…Una cosa es que un objeto que viaja a una enorme velocidad se contraiga y otra es que una conferencia que no nos interesa se nos haga muy larga o por el contrario pase muy rápida si nos gusta!!”.
Si en la conferencia hay una persona que ha disfrutado y otra persona que se ha aburrido, la duración física del evento será la misma para los dos. Cierto. ¿Pero de verdad no tiene nada que ver una cosa con la otra? Si bien en la sala de la conferencia todos los relojes marcarán la misma duración, el tiempo y el espacio mental no serán iguales para todos. Ciertamente el espacio y el tiempo mentales del observador son subjetivos, sin embargo, no funcionan de cualquier manera. No ocurre que si nos aburrimos el tiempo pasa más deprisa… Que algo sea subjetivo no quiere decir que no responda de manera coherente a ciertas leyes generales. El universo físico y el mental están conectados, si bien no es un reflejo simétrico el uno del otro.
Espacio, tiempo y singularidad
Al igual que toda la materia del Universo, las personas también estamos formadas, en última instancia, por partículas que se mueven en este espacio-tiempo micro, cuántico, cuyo movimiento es indetectable para nuestros sentidos físicos. Podemos considerarnos como amalgamas más o menos estables y coherentes de materia. Macro-estructuras formadas por otros elementos más pequeños, es decir, por configuraciones espacio-temporales energéticas en movimiento relativo. La Ciencia de la materia nos informa de un origen común de todo lo que conocemos, y nos asegura que no hay ninguna diferencia en la composición energética en el nivel más elemental. Estos componentes relacionales primarios, como los átomos, nos conectan con ese origen universal que, dicen los entendidos, surgió de un punto diminuto e increíblemente denso. Sin embargo, por ahora no parece fácil establecer un puente claro entre el mundo de lo micro y el de lo macro. La física moderna nos muestra que existen grandes diferencias en el comportamiento de la materia y la energía en una y otra escala del espacio-tiempo.
Desde un punto de vista energético todo lo que conocemos está formado por cuantos o bloques de energía esencialmente iguales, aunque puedan diferir en su intensidad vibratoria. Entonces ¿cómo explicamos el hecho de que cierta configuración energética acabe formando un objeto y otra, una persona?
Intuimos que tiene que ver con que sus historias son distintas. Su recorrido histórico cósmico no es el mismo. Ciertos átomos de nuestro cuerpo, como por ejemplo los átomos pesados indispensables en la materia orgánica, provienen de colosales explosiones de estrellas gigantes llamadas supernovas. Parece claro que el espacio y el tiempo que cada cual ocupa en cada momento, determinan en gran medida qué y quiénes somos. Una persona puede ser definida, formada o moldeada por todos los instantes y lugares físicos y mentales que ha ocupado a lo largo de su recorrido vital. Cada uno de nosotros está formado por espacio-tiempos. Por todos aquellos lugares que hemos recorrido, en los que hemos estado física y mentalmente en sus correspondientes momentos. Si pudiéramos ver todos los instantes de una persona como en una película – toda una vida hecha película -, resulta obvio que dispondríamos de mucha más información para comprender mejor cómo han ido sucediendo las cosas para esa persona. Cada instante de su vida unido al siguiente nos proporcionaría un film de sus movimientos relacionales, que explicaría, en parte, cómo se han ido desencadenando los distintos sucesos espacio-temporales de su vida. En esos espacio-tiempos se hallan incluidas todas las relaciones que ha mantenido. En esta amalgama advertimos que habitualmente tienen un peso fundamental las distancias y los tempos que se mantuvieron, en las primeras relaciones vividas, es decir, en las experiencias nucleares, pues conforman la base sobre la que orbitan y se sostienen las experiencias posteriores (las presentes y las futuras -anticipadas, imaginadas…).
Desde el punto de vista del desarrollo puede observarse de forma bastante clara cómo el bebé, cuanto más inmaduro, más rápido se desespera cuando siente hambre, frío, dolor, angustia o cualquier otra condición que altere su equilibrio homeostático. Para él sólo hay presente, ahora. Progresivamente va pudiendo aguantar cada vez un poco más. Algo más tarde, por ejemplo, a los tres años, esto ya no le pasa cada dos por tres. ¿Cómo es posible? Entre el bebé y sus cuidadores se ha ido dando una regulación espacio-temporal. Es decir, al principio consolamos al bebé inmediatamente, ¡porque también nos angustia mucho verlo sufrir…es tan frágil! Al ir repitiendo este consuelo crece su confianza en si mismo y en nosotros; su capacidad de espera y por supuesto la nuestra también. Esta regulación mutua de las interacciones entre bebé y cuidadora permite la evolución del vínculo afectivo básico: el apego. Se trata de un juego de distancias y tiempos: cuanto más inmaduro más necesita una distancia muy reducida, por eso lo abrazamos más a menudo. A medida que el bebé se desarrolla y evoluciona nuestra relación con él, la distancia física se amplia y podemos consolarlo a veces más rápidamente, incluso desde la distancia… con palabras acompañadas de emoción. ¿Está claro o no, que es una cuestión espacio-temporal física y mental?
Todos esos instantes y lugares de los que tenemos experiencia son procesados en una actividad cerebral ininterrumpida. Todos aquellos instantes que han transcurrido, de los que hemos tenido experiencia, en un lugar y durante un cierto tiempo, desde el primero hasta el último, son instantes que precisamente nos hacen únicos y distintos. Nos conforman como una singularidad. Espacio y tiempo es la manera que ha hallado nuestra mente (y nuestro cerebro) de organizar la información. Cuando captamos el mundo que nos rodea y cuando nos relacionamos con él, la separación espacio-temporal es, para nuestra mente, una condición inicial; una condición que nos permite empezar, porque sino no podríamos empezar nada, todo sería continuo. Sin contrastes no hay diferencias. Si no hay diferencias no hay nada que pensar.
Pero podemos pensar en nosotros como singularidades que ocupan un espacio durante un cierto tiempo que nadie más – que sepamos por ahora- puede ocupar. A nivel macro nuestro cuerpo es, desde este punto de vista, un espacio-tiempo material delimitado, único e intransferible. Una singularidad. Nada, ni nadie más, ocupó, ocupa ni ocupará, el propio espacio al mismo tiempo que uno mismo. Esta es una diferenciación elemental, primaria. Posiblemente algo que nuestra capacidad de observación mental capta muy tempranamente:
El otro no ocupa mi espacio al mismo tiempo que yo,
luego, el otro no es yo.
Todo lo que conocemos, toda la energía explícita, está compuesta esencialmente por lo mismo. En nuestro universo todo es lo mismo, viajando a distintas velocidades históricas a través del espacio y del tiempo. Desde modelos psicológicos más tradicionales, se sostiene que la emergencia de la psique individual implica diferenciarnos mentalmente, es decir, tomar distancia durante cierto tiempo respecto a aquello a lo que estamos vinculados. Según este planteamiento, el bebé humano “no sabe” que está separado y vive en la confusión de creerse unido, fusionado a sus cuidadores, como si él y su cuidador fueran uno solo, tanto física como mentalmente. Según este modelo, el desarrollo psicológico se entiende como un proceso en el que progresivamente se va aclarando esta confusión y aceptando la separación. Este trabajo psíquico implica un elevado coste emocional porque, desde esta perspectiva, se considera que aceptar la separación es altamente doloroso.
Desde el modelo del espacio-tiempo mental consideramos, como otros modelos más actuales dentro del psicoanálisis, que diferenciados ya estamos: el bebé capta la realidad, es decir, que está separado, aunque aún no pueda comprenderla. Desde esta otra perspectiva el desarrollo psíquico de una persona implica ir entendiendo, en el día a día, que estar separado no es estar solo: además de la separación hay un vínculo con sus cuidadores, y por tanto una dependencia, a través de la que podrá ir adquiriendo control sobre su movimiento, físico y mental.
Todos hemos quedado alguna vez con alguien que se ha retrasado y nos ha hecho esperar. O al revés, hemos llegado tarde a una cita. Pensemos un momento en lo que nos ocurre cuando estamos esperando. Cuanto más tiempo pase, más fácil es que empecemos a dudar, por ejemplo, de si nos hemos entendido con nuestro interlocutor en cuanto al lugar y momento del encuentro. También aumenta la probabilidad de que aparezcan emociones desagradables, como temores o enfado. Como psicólogos sabemos que la regulación emocional en momentos de desencuentro como éste, es más fácil para aquellas personas que en su primera etapa vital han tenido la experiencia de un vínculo seguro con sus cuidadores y sin experiencias de pérdidas traumáticas, como por ejemplo muerte temprana de figuras importantes. Lo que hacemos al relacionarnos con algo o alguien, es traducir, interpretar y regular esa separación espacio-temporal que existe entre nosotros y esa otra singularidad.
Cuando nos relacionamos con otra persona (o elemento externo a nosotros), nuestra experiencia se ve condicionada por su presencia y viceversa: tanto para nosotros como para nuestro interlocutor, el modo cómo vivimos esa separación en el espacio y el tiempo está influido por el propio estado presente, por el rastro de experiencias anteriores (pasado) y también por lo futuro, es decir por lo que cada cual anticipa y espera en el tiempo. Recordando el descubrimiento de la discontinuidad de la energía, nos percatamos de que, muy probablemente, es gracias a esa separación espacio-temporal que existen contrastes y diferencias, y los objetos y los sujetos se relacionan creando nuevas posibilidades. Nuestros interlocutores son observadores participantes que, a través de la relación, influyen en nuestro cerebro, modificando nuestro libre albedrío, de modo similar a como los experimentadores influyen sobre las partículas en el microcosmos. Todos tenemos un “mundo interno” mental y emocional singular, vinculado a lo largo del espacio-tiempo, es decir desde el pasado, pasando por el presente y hacia el futuro, con los demás mundos internos singulares. Cada manera personal de sentir la realidad, está vinculada a través del espacio-tiempo con todas las demás singularidades, formando una malla relacional física y mental humana.
Más adelante intentaremos explicar cómo el vínculo entre todas estas singularidades acaba formando esta malla o matriz relacional, que, a su vez, modula los movimientos singulares.
Puesto que el Otro no es Yo
lo que Yo experimento
no es lo mismo que está viviendo el Otro.
La experiencia es – hasta cierto punto–
única para cada elemento del universo físico y mental.
12 Nos referimos a todos los millones de movimientos automáticos que llevamos a cabo sin darnos ni cuentan y que permiten por ejemplo ir a buscar el pan en bicicleta. El movimiento más claramente voluntario de pedalear está acompañado de incontables micro movimientos que nos ayudan a mantener el equilibrio, a dirigir el vehículo, a mantener la tensión muscular de los brazos sobre el manillar, etc.
13 Entendemos aquí por Mente a una cualidad psíquica del universo y no únicamente a la mente humana. Una.muestra esencial de esta cualidad psíquica universal son las leyes fundamentales de la naturaleza, solo comprensible a través del pensamiento.
14 JOU, D. , 2012. Introducción al mundo cuántico. Ed. Pasado y presente.(pág. 228).