Читать книгу Feminismos desde Abya Yala - Francesca Gargallo Celentani - Страница 7
Prólogo a la edición mexicana
ОглавлениеEstoy muy contenta porque la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) ha decidido publicar este libro pensado y escrito en México, país donde vivo, pienso y de donde salí al encuentro con las mujeres de diversos pueblos originarios del continente Nuestroamericano. La UACM publicó también mi libro Ideas feministas latinoamericanas (primera edición en 2004; segunda, en 2006; y tercera, en 2014) antecedente inmediato de la reflexión sobre la diversidad de reflexiones feministas del continente, los diversos sistemas de género y las formas de liberarnos de los mandatos patriarcales.
Mientras lo estaba escribiendo no conocía a las mujeres purépechas de Cherán ni el movimiento que habían encabezado en abril de 2011 para defender su agua, su bosque y sus hombres de la delincuencia organizada y de las autoridades del estado que la solapaban. No sabía qué significaba ser mujer de un pueblo tan ligado a su territorio, que fue capaz de transformar la historia política de México gracias a su propia interpretación de la autonomía municipal.
Desde los inicios de la investigación bibliográfica que precedió mi viaje, me percaté de la fuerza e importancia de las reflexiones y acciones de las mujeres maya y xinka de Guatemala. En ocasiones había expresado a media voz la sensación de que la intelectualidad más importante y disruptiva de América es hoy la que crece en los pueblos originarios guatemaltecos, pero no imaginaba la fuerza política que alcanzaría la denuncia de las mujeres ixiles sobre la violencia sufrida en sus cuerpos, sus sentimientos y su comunidad, en el juicio por genocidio contra el exdictador de Guatemala, Efraín Ríos Montt.
Con la cabeza cubierta, ante una jueza que respetó su palabra, acompañadas y contenidas por las mujeres de otros pueblos mayas, por feministas blancas y mestizas y abogadas solidarias con su condición de mujeres violentadas, las mujeres ixiles hicieron evidente que no hay pueblo que no esté formado por mujeres y hombres, y que toda colectividad, aun la abstracta ciudadanía del estado liberal, no existe sin sus atributos sexuales. Cuando hablaron de violencia contra sus cuerpos, las denunciantes relataron las formas de la represión y el genocidio; cuando dijeron violación, definieron la forma de la tortura; cuando dijeron mi hija, dijeron una persona amada que era miembro de su comunidad; cuando dijeron sobrina, dijeron una compañera; cuando dijeron muerta, dijeron víctima de un crimen de estado. Así, la palabra de las mujeres ixiles dio a los pueblos maya de Guatemala la fuerza del reclamo frente a un estado racista y ratificó una alternativa política para América Latina, la que se está perfilando desde las prácticas y las teorías de la convivencia de los pueblos de Abya Yala, uno de los nombres ancestrales del continente.
Terminé de escribir esta recopilación de diálogos de ideas, es decir, de intercambio de posiciones sobre los feminismos y las políticas de las mujeres con compañeras de diversos pueblos originarios en junio de 2012. Dos meses después, a principios de septiembre, gracias a la labor realizada en Bogotá por las compañeras y los compañeros de Ediciones Desde Abajo, salió a la luz el libro Feminismos desde Abya Yala. Sólo en esos dos meses habían sucedido tantas cosas que, de haber sido éste un reportaje, los acontecimientos lo habrían rebasado rápidamente. Mientras lo escribía, mujeres en colectivo y mujeres y hombres estaban actuando y reflexionando en todos los territorios americanos.
Tuve que respirar hondo y asumir que ningún libro puede contener la historia contemporánea de los pueblos originarios de Nuestra América. Mi deber era traducir y relatar las palabras que habían circulado entre nosotras. No fue sencillo serenarme; temía dejar afuera a las compañeras por las ideas que se me escapaban y por lo que no había entendido. Quería seguir reportando la historia en acto de sus levantamientos, pronunciamientos, debates políticos, construcciones ideológicas, organizaciones políticas y, desgraciadamente, informando la historia de la represión de que son objeto todavía.
Más aun, en los dos meses transcurridos entre la redacción final del libro y el mes de septiembre me percaté de que desconocía otras reflexiones y propuestas interpretativas de mujeres de los diversos pueblos que las que había estudiado. Por ejemplo, el artículo de la lingüista mixe Yásnaya Aguilar, quien afirma: «El otro se crea a partir de establecer una diferencia generadora» (revista Este País, México, 4 de julio, 2012). Es decir, el otro no existe en sí, es necesario que se le construya, categorizándolo como alguien uniforme y homogéneo, desvinculado de la individualidad y al que no se pregunta si se considera una unidad con todos los otrizados. Yásnaya Aguilar sostiene que
en el caso de los pueblos indígenas, el hecho de que constituyamos un otro uniforme y homogéneo para la mayoría de la población mexicana sorprende, por decir lo menos; sobre todo, considerando que formamos parte del mismo estado-nación, que llevamos una convivencia de cinco siglos y que, además de todo, en el discurso se habla con orgullo del mestizaje físico y cultural de nuestro país. En este caso no hay distancia geográfica que valga para justificar la homogenización que se hace del mundo indígena. La anulación de nuestras complejidades y diferencias sólo evidencia que, a pesar del tiempo y la mutua convivencia, aún no establecemos una relación realmente verdadera y de iguales que propicie un conocimiento profundo y un intercambio intenso.
De haber leído antes a Yásnaya Aguilar, probablemente me habría abstenido de escribir este libro, pues ella resume lo que yo intenté visibilizar desde los más remotos orígenes de mi investigación, cuando intercambiaba correspondencia con la poeta q’eqchi’ Maya Cu para entender los orígenes históricos y las consecuencias cotidianas del racismo y el sexismo americanos en nuestras respectivas vidas.
La lectura de las ideas de Yásnaya Aguilar me ratificó la urgencia de denunciar la discriminación implícita en los modos de categorizar, definir y demarcar la importancia de una idea o una acción aprendida en nuestras universidades, muchas veces públicas y hasta progresistas. Me ratificó también la obligación de reconocer las ideas políticas de liberación de las mujeres no provenientes del feminismo (los feminismos, en realidad) generadas en el seno de la organización política capitalista, que sólo reconoce a un sujeto individual de ciudadanía y una economía monetarista.
Ser el otro equivale a ser una minoría no numérica sino ideológica. Ser alguien minorizado, disminuido, definido. Alguien borroso, siempre igual a sí mismo, desprovisto de presente porque es excluido de la historia activa y reconocible.
Como feminista, el otro es alguien que me interesa porque es yo y es nosotras. Es-soy-somos alguien que tiene una identidad negada a partir de que se le niegan la lengua, la historia, los intereses construidos, las diferencias esencializadas.
Como dice la feminista comunitaria aymara Julieta Paredes, coincidiendo, por absurdo que parezca, con las mujeres del movimiento francés por la paridad de mujeres y hombres en la década de 1990, todas las sociedades olvidan con facilidad que están compuestas por un 50 por ciento de mujeres y que, por lo tanto, esas mujeres no pueden ser sus otras, sino que son sus constituyentes. La abstracta ciudadanía es concretamente femenina y masculina.
Las mujeres somos el 50 por ciento de todas las sociedades, incluso en aquellas naciones donde son otrizadas, esto es, infantilizadas, segregadas, marginadas, escondidas, convertidas en la excepción de una sociedad hegemónica que se autoidentifica con el sujeto universal del derecho y la historia. Las mujeres somos el 50 por ciento de la ciudadanía abstracta y de la población concreta en todas las naciones según todos los sistemas de usos y costumbres: sean los que sólo reconocen la existencia del sujeto individual, legalmente igualitario que elige sus representantes, sean los que mantienen su organización comunal en asamblea y creen en la complementariedad de todas las personas para el funcionamiento del colectivo.
Las mujeres somos la mitad de todos los pueblos. Y en todos ellos hemos generado un pensamiento crítico a la organización desigual de los poderes entre hombres y mujeres que beneficia a los primeros. Si las mujeres de los pueblos originarios le llaman feminismo o no, en buena medida es un problema de traducción. ¿Qué es el feminismo? ¿Una teorización liberal sobre la abstracta igualdad de las mujeres y los hombres o la búsqueda concreta emprendida por las mujeres para su bienestar y en diálogo entre ellas para destejer los símbolos y prácticas sociales que las relegan a un lugar secundario, con menos derechos y una valoración menor que los hombres? Si la palabra feminismo traduce la segunda idea, entonces hay tantos feminismos como formas de construcción política de mujeres en cada pueblo, desde prácticas específicas de reconocimiento de los propios valores.
Por años el feminismo blanco y blanquizado —como Rita Laura Segato define el pensamiento de las personas que, sin ser blancas, comparten con la sociedad blanca su sistema de valores— que hoy ha logrado espacios institucionales significativos, no ha escuchado sino las demandas de las mujeres que viven y se quieren liberar dentro de un sistema de género binario y excluyente, que organiza de igual forma sus saberes y su economía de mercado. Por lo tanto, cuando se dirige a las mujeres de otros pueblos, este sistema de género las pretende educar según sus propios parámetros normativos, sin escuchar sus demandas, sin conocer su historia de lucha, sin reconocer validez a sus ideas. Organiza «escuelas de líderes» sin darse cuenta que la misma idea de liderazgo atenta contra la identidad política de quienes se piensan colectivamente, sin dejar de ser capaces de aportes individuales que se socializan. Propone la igualdad con el hombre, cuando en procesos duales no binarios la igualdad no es un principio rector de la organización política que las mujeres reclaman. Se crispa ante la idea de una complementariedad múltiple, que las feministas de muchos pueblos estudian para volver a verse como constructoras de una historia de América no blanca ni blanquizada, donde ni las mujeres ante los hombres, ni su pueblo ante el estado- nación vivan subordinación alguna, sino que sean interactuantes en la construcción histórica de su bienestar.
He querido devolver este libro a las compañeras que me enseñaron a escuchar sus ideas durante el proceso de investigación y redacción dialogando conmigo, aceptándome a pesar de mi aspecto y rasgos físicos, enseñándome sus sistemas de evaluación, considerándome tan humana como en ocasiones la sociedad que me formó no las consideró a ellas. Durante el año de 2013 algunas de ellas vivieron experiencias tremendas y grandiosas como la denuncia de las mujeres ixiles que en abril de ese año testificaron ante el Tribunal de Mayor Riesgo de Guatemala para que el general Ríos Montt, expresidente de facto, fuera enjuiciado por genocidio. Una Comisión de la Verdad, respaldada por Naciones Unidas, concluyó hace años que Ríos Montt había cometido 800 asesinatos en promedio mensual en los 17 meses que gobernó Guatemala, entre 1982 y 1983, el periodo más sangriento de una guerra civil que duró de 1960 a 1996. Las sobrevivientes de las masacres contra el pueblo maya ixil se atrevieron a recordar y relatar las formas que adquiere una guerra genocida, dejando claro que la violación sistemática de las mujeres de un pueblo es un instrumento de genocidio. El 10 de mayo de 2013, el Tribunal de Mayor Riesgo condenó a Ríos Montt a 80 años de prisión inconmutables por la muerte de 1771 ixiles a manos del ejército entre 1982 y 1983. A pesar de que diez días después tres jueces corruptos de la Corte Constitucional anularon la sentencia, los pueblos maya de Guatemala hoy saben que su incursión en el derecho de un gobierno que siempre los ha discriminado y empobrecido ha tenido éxito. El pueblo ixil contó con una jueza honesta, la presidenta del Tribunal de Mayor Riesgo, Jazmín Barrios.
Durante ese periodo sucedieron más cosas en Guatemala. El 4 de octubre de 2012 el ejército y la policía dispararon contra una marcha pacífica del pueblo k’iche’ de Totonicapán, que impugnaba una propuesta de reforma constitucio nal muy poco clara en términos de la autonomía de gobierno de los pueblos mayas.
Así también en otras partes del continente. Durante todo el año de 2013, las mujeres y los hombres del pueblo q’om, en las provincias de Formosa y el Chaco de Argentina, han sufrido violencia por el sólo hecho de ser q’om; se les han quemado sistemáticamente sus documentos y pertenencias y se les ha atemorizado con el solapamiento de la impunidad de sus agresores, en ocasiones abiertamente amparados por agentes de estado.
Agronegocios, minería, explotación petrolera, turismo, hidroeléctricas y parques eólicos son los actuales rostros de la renovada frontera de expansión económica que busca expulsar de sus territorios a pueblos con derecho a la participación y consulta sobre los «intereses que los afecten».
Las mujeres purépecha del Municipio Autónomo de Cherán, que en abril de 2011 encabezaron la resistencia contra los talamontes que acosaban su comunidad, depredando sus bosques y contaminando sus aguas, me enseñaron también que los «malos» —los delincuentes y agresores organizados— se suman a los otros agentes de la corrupción y la discriminación económica y nacional: los dedicados a la trata de personas, al despojo maderero, al contrabando y al asesinato de dirigentes; crímenes relacionados con el intento de etnocidio.
En febrero de 2013, las mujeres y hombres zapotecas de Teitipac, en los Valles Centrales de Oaxaca, decidieron en Asamblea General expulsar a la compañía minera Plata Real, filial de la canadiense Linear Gold Corporation, por la contaminación de sus mantos freáticos durante los trabajos de exploración, me dijeron e insistieron que no puede haber libertad para ellas si el agua de sus hijos está contaminada.
Las inmensas torres de los molinos de viento de las compañías eólicas transnacionales también han despertado el enojo de las mujeres zapotecas. En Juchitán, junto con los hombres de su comunidad, declararon el 27 de marzo de 2013:
Ante los embates de la nueva forma de conquista, colonización y privatización, las comunidades y pueblos zapotecos e ikoojts del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, en un marco de legalidad y respeto a las decisiones comunitarias tomadas en asambleas, protegen, preservan y exigen sus derechos a la consulta y al consentimiento libre, previo e informado, previstos en los numerosos instrumentos internacionales, como la Declaración Universal de Derechos Humanos; los Pactos Internacionales de Derechos Civiles, Políticos, Económicos, Sociales y Culturales; el artículo 6 y 7 del Convenio sobre Pueblos Indígenas y Tribales (1989), de la Organización Internacional del Trabajo; artículo 19 de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas; artículo 2 de la Constitución Federal; artículo 16 de la Constitución de Oaxaca; y la Ley de Derechos de los Pueblos y Comunidades Indígenas de Oaxaca.
El 27 de marzo de 2013, en Temuco, las autoridades tradicionales y espirituales del pueblo mapuche rechazaron la estrategia del Estado de Chile para diferenciar a los «machi pacíficos» de otros y otras machi. Esto es, la pretensión de diferenciar a dirigentes espirituales que aceptan los beneficios y financiamientos de un estado que los coopta y a quienes rechazan esas prebendas. Las machi y los machi ven afectada su ciencia médica ancestral por la contaminación y depredación de su territorio. «Muchos espacios están invadidos por proyectos forestales, mineros, hidroeléctricos, turísticos y latifundistas, lo que impide la recolección de lawen para dar alivio a la gente, también [estas compañías] producen la escasez de agua vital para cualquier ser humano», afirmaron las autoridades tradicionales. Agregaron:
Vemos con preocupación la situación que atravesamos diferentes comunidades en el Wallmapu, por la usurpación, represión y aniquilamiento sistemático que el estado ejecuta sobre nuestro pueblo, atacando nuestras diferentes expresiones de vida, violentando nuestros lugares sagrados como Nguillatuwe, Paliwe, cementerios, Tren-Tren, Winkul, Menocos, ríos, vertientes, etcétera, afectando directamente el desarrollo de nuestras expresiones religiosas y la labor de nuestros machi.
A la luz de esta y otras denuncias, así como de la violencia que los estados del continente despliegan contra los pueblos originarios que defienden el agua, el aire, la tierra, el subsuelo como elementos sagrados de la vida, adquiere mayor relevancia la categoría «territorio cuerpo-tierra», producida por el feminismo comunitario xinka de La Montaña Xalapan, en Guatemala. Según esta categoría, «defender un territorio ancestral de la minería sin defender a las mujeres de la violencia sexual es una incoherencia». Lo dice Lorena Cabnal, feminista comunitaria que no elude la denuncia del capitalismo y el colonialismo que someten a su pueblo, ni del patriarcado mixto, fruto del entronque del patriarcado cristiano colonialista con el patriarcado ancestral que pervive en su comunidad.
Sin omitir la importancia de los acontecimientos de los meses recién pasados, y plenamente consciente de que el pensamiento de las feministas de los pueblos indígenas de Nuestra América sigue avanzando en sus formulaciones, debates y acciones, me atrevo a volver a publicar Feminismos desde Abya Yala. Este libro es un primer paso hacia la escucha de las ideas que se producen en sistemas políticos y teorías del conocimiento no occidentales por feministas que hablan alguna de las 607 lenguas no coloniales sobrevivientes de Nuestra América.
Igualmente, insisto en la utilización de la categoría feminista de «patriarcado». A diferencia de las feministas decoloniales, que han adoptado la categoría de «sistema heteronormativo» para explicar la subordinación de género, llegando a decir con María Lugones que nunca hubo patriarcado antes de la colonización, yo considero vigente la categoría de patriarcado para referir un sistema de género donde el colectivo de las mujeres es explotado, silenciado y discriminado por ser precisamente «de mujeres». Me parece políticamente muy importante la liberación de las relaciones patriarcales.
Agradezco infinitamente la apertura y la voluntad de comprensión de muchas intelectuales, feministas, dirigentes políticas y mujeres de saber y fuerza espiritual que, a pesar de la cerrazón del sistema educativo que me ha formado, han aceptado hablar conmigo, darme a conocer sus teorías políticas, dejarme convivir con ellas en sus comunidades y compartir sueños. Han demostrado una madurez que todavía le falta a la academia y a los movimientos políticos blancos y blanquizados.
Agradezco las correcciones y aclaraciones que recibí después de la primera redacción del libro, pese a que algunas de ellas hirieron mi amor propio al principio.
Agradezco a la tierra, al viento, al agua y al fuego que me acompañaron en los caminos que me condujeron al sur desde México, la tierra que me ha acogido hace 34 años.
Y agradezco a muchas feministas autónomas, críticas y en proceso de despatriarcalización y descolonización de Nuestra América, que desde la academia y la acción entre mujeres me ayudaron a mantener el rumbo de la reflexión sobre las formas posibles de liberación política, sexual, educativa, económica y artística de las mujeres en sociedades que queremos más justas para todas y todos.
Francesca Gargallo Celentani