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ОглавлениеCAPÍTULO 5
LA GEOGRAFÍA CONCENTRACIONARIA FRANCESA
Descriptivamente la ruta de la desesperación y el llanto en la que se vieron obligados a recorrer para ponerse a salvo decenas de artistas republicanos en su huida a Francia iba a finalizar fatídicamente con la nefasta presencia de una barrera aduanera fronteriza de un paso situado en lo alto de los Pirineos, verdadera muralla natural, protegido por decenas de gendarmes, guardias móviles y soldados senegaleses y marroquíes fuertemente armados que constituía el final y el principio de un penoso peregrinaje exílico marcado por la tragedia. Se convertiría en uno de los episodios más deplorables de la historia contemporánea gala y una metáfora implacable de lo que poco tiempo después iba a sucederle a miles de ciudadanos franceses cuando su país fue derrotado militarmente, humillado y ocupado por los nazis. Aquella panorámica de cientos de refugiados hacinados en los puestos fronterizos mientras eran cacheados, interrogados y clasificados quedaría grabada en la retina de numerosos artistas y se convertiría en una especie de aviso para navegantes del drama que les iba a deparar su reclusión y su paso por los terribles campos de concentración y que la percepción de su mente apenas lo presentía.
La larga marcha sin destino de los artistas concluyó al traspasar las alambradas de espino de los campos de concentración militares que ya existían, la mayor parte de ellos levantados en la primera guerra mundial, o en los que se estaban improvisando a toda marcha aprovechando antiguos cuarteles del Ejército, instalaciones deportivas, prisiones, solares abandonados, campos de deporte, fábricas en desuso o grandes superficies de terreno pantanoso, deshabitados y no cultivados, fuera de los núcleos urbanos. A causa de la masiva presencia de refugiados tuvieron que improvisarse campos rodeados de empalizadas, alambradas y torres de vigilancia para albergar de forma temporal o reclusión administrativa a cerca de 550.000 refugiados que huían hacia los puestos fronterizos atemorizados de la represión de las tropas vencedoras. Casi todos ellos surgieron improvisadamente para detener y albergar a la gran oleada de refugiados que cruzaron la frontera francesa principalmente a mediados de febrero de 1939.
Concretamente el 5 de febrero, Édouard Daladier, jefe del gobierno, firmó un decreto autorizando el paso de los refugiados por la frontera que hasta entonces permanecía oficialmente cerrada, separándose a los hombres identificados como combatientes que fueron recluidos en los campos, de las mujeres, que recibieron mejor trato al ser enviadas a centros de acogida, maternidades, residencia, hospitales y albergues. Su decisión fue muy bien recibida por una parte considerable del pueblo, sobre todo, los de ideología burguesa y conservadora que vieron una forma de contener a la chusma de “indeseables rojos” que les invadía y que representaban una amenaza al estar considerados delincuentes, enemigos declarados de la religión católica y bolcheviques que trataban de imponer la revolución soviética. Sólo una parte de la población de ideología izquierdista, mayoritariamente formada por obreros e intelectuales, expresaron su solidaridad con ellos, los apoyaron, les ofrecieron comida, ropas y dinero y abrieron sus casas para ofrecerles cobijo.
Durante el masivo paso de artistas la gran mayoría fueron apresados o capturados y enviados a los campos de acogida, y sólo un número muy escaso, los que poseían influencias o detentaban altos cargos políticos dentro del gobierno republicano o el Ejército Popular, se libró de ellos y consiguieron documentos para fijar su nueva residencia, circular libremente o abandonar suelo francés con destino a otros países. Curiosamente el número de detenciones y envíos de mujeres artistas a los campos fue muy reducida, y apenas se produjeron, y solo se dieron en circunstancias muy concretas, como eran su activa militancia en un partido comunista, ser compañera de un alto funcionario o haber ostentado cargos políticos de responsabilidad.
Reunir todas las manzanas podridas
Para contener esta oleada de refugiados se improvisaron algunos campos de concentración abiertos durante la primera guerra mundial para recluir a los prisioneros alemanes, también se habilitaron cuarteles del Ejército francés, campos de entrenamiento, antiguas fábricas, viejas fortalezas y castillos, o se incautaron grandes superficies de terreno junto a desérticas playas en las que los propios prisioneros levantaron improvisadas tiendas de lona, construyeron barracones de madera donde instalaron cocinas, almacenes y postas sanitarias, cavaron zanjas para colocar letrinas e, incluso, instalaron cementerios. Sus infraestructuras se mejoraron y fueron remplazadas cuando los responsables de los campos comenzaron a disponer de mayores subvenciones estatales y contar con más medios, como suministros, herramientas y maquinaria y materiales de construcción como maderas, cemento y ladrillos. Y, sobre todo, cuando empezaron a constituirse las cuadrillas de obreros dirigidos por arquitectos, aparejadores, dibujantes y proyectistas profesionales internos que desempeñaron un papel fundamental en el trazado, planificación y construcción de los campos.
Un gendarme controla el paso de los exiliados republicanos.
Su puesta en marcha no era un hecho exclusivo de Francia, sino muy utilizado a lo largo de la historia moderna, sobre todo por países donde gobernaban régimenes totalitarios, dictatoriales o represivos que no tenían en cuenta las garantías judiciales. Curiosamente los españoles fueron los primeros en construirlos en la isla de Cuba durante la Guerra Colonial de los Diez Años entre 1869 y 1878 para recluir a la población nativa y posteriormente lo hicieron entre 1899 y 1902 los Estados Unidos de América durante la guerra filipino-estadounidense. Se popularizó el concepto de “concentration camp” a raíz de su empleo por las autoridades militares inglesas durante la segunda guerra de los Bóer en Sudáfrica de 1899 a 1902. Su creación comenzó a generalizarse en Europa durante la revolución rusa cuando los comunistas se hicieron con el poder en 1917 estableciendo un régimen del terror a través de los trabajos forzados o en los “Gulags” y se expandió cuando los nacional socialistas alemanes llegaron al poder en los años treinta creando una gran variedad de centros de detención o de trabajos forzados para confinar a sus adversarios políticos, criminales violentos, demócratas, miembros de la resistencia nacional y finalmente culminó durante el holocausto judío con la creación de la gran red de campos destinados al esfuerzo de guerra nazi y a eliminar sistemáticamente a la población hebrea.
Siguiendo la norma las autoridades francesas tuvieron que improvisar, ante la llegada masiva de miles de refugiados republicanos, la construcción por todo su territorio de decenas de campos de concentración, algunos de ellos reutilizando los abiertos durante la I Guerra Mundial para albergar a soldados alemanes, y otros instalados en cuarteles del ejército, antiguas fábricas, terrenos pantanosos y playas desérticas. La mayor parte de ellos se encontraban situados en las inmediaciones de la frontera y en las playas, preferentemente en lugares apartados y lejos de las poblaciones, aunque con el tiempo se utilizaron otros en zonas más cercanas a las grandes ciudades. La mayor parte de estos campos se levantaron a toda prisa cerca de la frontera, en forma de barracones o de zonas vigiladas bajo la intemperie, y no disponían de agua potable, electricidad, letrinas, duchas, talleres, cocinas, enfermería, ni de las mínimas condiciones higiénicas.
Los que gozaban de peor reputación y consecuentemente los más importantes eran conocidos por los nombres geográficos donde se encontraban emplazadas y destacaban por su extensión y el número de prisioneros que albergaban como el de Gurs, Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès, Septfonds, Rivesaltes y Vernet d’Ariège. Para contener la llegada masiva de refugiados las autoridades francesas adoptaron medidas, destinaron dinero, movilizaron al ejército, a los servicios sanitarios, a la gendarmería y dictaron órdenes y decretos para permitir su reubicación y distribución por todo el país. El primer “centro especial” para acoger a estos refugiados fue instalado por decreto el 21 de enero de 1939 en Rieucros (Lozère), cerca de Mende y a partir de ahí comenzaron a levantarse otros que con el tiempo adquirieron peor reputación y entre los que se encontraba el de Gurs, construido junto a la ciudad del mismo nombre, en la región de Aquitania del departamento de los Pirineos Atlánticos, 84 kilómetros al este de la costa atlántica y 34 kilómetros al norte de la frontera española; el de Argelès-sur-Mer era uno de los que más superficie tenía y albergó a unos 100.000 refugiados. Situado en una apartada playa de la pequeña localidad de Argelès-sur-Mer, en el departamento de Pirineos Orientales, a 35 km de la frontera de Portbou; ante la avalancha de refugiados en este campo se construyeron los cercanos de Saint-Cyprien y Barcarès, también en el departamento de Pirineos Orientales; en la localidad de Septfonds, en el departamento de Tarn y Garona (Mediodía-Pirineos) se instaló el terrible campo de internamiento de Judes, que adquirió notoriedad por reunir a un considerable número de artistas republicanos, pero también por los elevados índices de mortalidad debido a las bajas temperaturas, deficiencias sanitarias, mala alimentación y régimen de trabajo que recibían los prisioneros; el de Rivesaltes fue instalado en terrenos de las poblaciones de Rivesaltes y Salses-le-Château como centro de instrucción militar, y albergó a unos 15.000 españoles; entre las comunas de Le Vernet y Saverdun se ubicó el de Vernet d’Ariège, donde también existió un importante grupo de artistas republicanos y durante la ocupación nazi fue empleado por los alemanes como antecampo para los judíos destinados a campos de exterminio.
CAMPO DE ARGELÈS-SUR-MER
Jamás un campo de concentración francés adquiría un valor simbólico y pasaría a alzarse metafóricamente hablando como la terrible experiencia de más de un centenar de artistas republicanos recluidos en una extensa playa de terreno arenoso limitado por la mar como el de Argelès-sur-Mer, situado al norte de esta localidad turística y veraniega perteneciente al departamento de Pirineos Orientales, en la región del Languedoc-Rosellón, en la comarca del Rosellón. El siniestro lugar se elevó por encima de los acontecimientos históricos y adquirió, por su simbología, una imagen de espanto plástica, pero también literaria, más allá de cualquier contenido anecdótico que pudiera infringirle el paso del tiempo, el olvido, la manipulación y la desmemoria histórica. Acogió, en los primeros meses de 1939, a más de ochenta mil refugiados republicanos que habían cruzado la frontera francesa, entre ellos, un número considerable de pintores, escultores, grabadores, dibujantes, cartelistas, fotógrafos, arquitectos, historiadores y críticos de arte que, lejos de sucumbir a la derrota, a las humillaciones y a los malos tratos de los guardianes, demostraron, en cambio, una heroica valentía y un espíritu de resistencia, que plasmaron, como era de esperar, en numerosas pinturas, bocetos, esculturas y fotografías que, ahora, pasados los años, constituyen un formidable documento gráfico del tránsito de los republicanos por el que se consideró el más grande de los campos de concentración franceses.
Enrique Climent. “Barracón”. Dibujo.
La playa de Argelès-sur-Mer, en los Pirineos Orientales, al sur de la localidad de Perpinán, bañada por el Mediterráneo, era un lugar frecuentado por los lugareños, los veraneantes y los artistas por su exultante paisaje, sus limpias arenas, sus aguas claras y su suave brisa salitrosa. Un lugar apacible, tranquilo y solitario que, inopinadamente, en los primeros meses de 1939, cambió de aspecto, convirtiéndose en un escenario de horror y tragedia al albergar a varios miles de republicanos en precarias condiciones. Un escenario lóbrego y nada idílico que fue recreado con todo su realismo y dureza, sin ningún retoque halagador y efectista, por un considerable número de artistas de todos los estilos, géneros y técnicas que se inspiraron en él como un canto profundo al triunfo de la supervivencia, de la propia vida y de la creación artística en sí, por encima de la barbarie que amenazaba por destruirles.
Irónicamente aquellas recreaciones de los artistas iban a descubrir un escenario siniestro, casi metafórico, preludio de lo que unos meses después, tras la ocupación alemana, iban a ser los terribles campos de exterminio nazis donde fueron internados miles de ciudadanos franceses. Pero también las imágenes se convirtieron en un toque de atención y un pre-aviso del drama que iban a vivir los refugiados españoles en los campos de exterminio nazis capturados por la policía colaboracionista de Vichy, las SS y la Gestapo en suelo francés.
¿Qué supuso para los artistas plásticos aquella terrible experiencia concentracionaria? ¿Verdaderamente cambio su vida y su arte? El campo de refugiados de Argelès-sur-Mer fue uno de los más grandes y agrupó a gran parte de los derrotados republicanos españoles, entre ellos, a un gran número de artistas plásticos en unas condiciones de supervivencia muy precarias. Para nuestros artistas aquello no era ni mucho menos un centro de acogida, sino un verdadero campo de concentración. Por una serie de desfavorables circunstancias históricas, la tranquila playa, convertida en un improvisado campo de concentración, albergó a varias decenas de creadores que habían cruzado la frontera francesa en un intento de huir de las tropas nacionales. Protagonistas del drama concentracionario se erigieron como testigos testimoniales de la tragedia viva que les rodeaba. Fueron capaces de abrir sus ojos y recrear ese entorno trágico, lacerante y humillante. Así, sus creaciones plásticas participaron por igual del expresionismo más angustioso, pasando por el surrealismo más onírico y fantasioso hasta el realismo más verista, crudo y descarnado.
Tras una azarosa huida hacia la frontera francesa, perseguidos por las avanzadillas del Ejército franquista, y bajo la amenaza constante de las bombas de la aviación legionaria italiana, un importante número de artistas cruzaron por diversos pasos habilitados al país vecino, siendo detenidos por la policía, los guardias móviles y las tropas senegalesas y marroquíes y enviados a este campo, uno de los más grandes y que agrupó en los primeros meses de 1939 a gran parte de los refugiados republicanos, en condiciones extraordinariamente precarias. Muchos de ellos se habían destacado durante la guerra por su compromiso con la legalidad republicana, y que habían desarrollado una intensa actividad como cartelistas bélicos, que habían ilustrado revistas, liderado asociaciones, sindicatos y organismos antifascistas o actuado como comisarios políticos o de propaganda en diversas unidades del Ejército Popular.
Al traspasar su portón principal advirtieron la terrible deficiencia de sus instalaciones básicas y el hacinamiento. Los barracones para albergarse eran insuficientes, apenas existían servicios sanitarios, no había agua potable y la falta de letrinas obligaba a hacer las necesidades en la misma playa. Se vieron obligados a excavar agujeros en la arena de la playa para guarecerse con maderos, cartones, ramas y mantas del frío, del viento y de la lluvia. Durante los primeros seis días apenas se distribuyó agua y alimentos, y los que se entregaron eran escasos. Los más desesperados ingirieron agua salobre del mar, lo que provocó una epidemia de disentería. La falta de higiene favoreció la aparición de enfermedades contagiosas como la sarna y el tifus y gran cantidad de parásitos, como los piojos y chinches. Y todo ello bajo la estricta vigilancia de gendarmes y tiradores senegaleses que imponían una férrea disciplina militar a esa multitud de depauperados, famélicos y enfermos combatientes republicanos que habían luchado con bravura y heroísmo a los militares rebeldes y a sus aliados fascistas en diversos frentes de batalla.
Pese a esas circunstancias desfavorables de supervivencia, los artistas plásticos demostraron su fortaleza, su deseo de resistencia y su capacidad creadora participando en distintos proyectos culturales, expositivos, formativos y periodísticos. Para desarrollarlos se crearon los “barracones de cultura”, que no eran más que improvisadas construcciones de madera dotadas de algunos medios, como mesas, sillas y pizarras, para poder impartir instrucción diaria a los refugiados o en el caso de los artistas servir de improvisados estudios o talleres para realizar sus obras. Allí se editaron los primeros meses varios boletines informativos y se llevaron a cabo varias exposiciones que reunían pinturas, esculturas y dibujos realizados por los artistas refugiados, entre ellos, el pintor gallego Arturo Souto y el dibujante y caricaturista valenciano “Gori” Muñoz. En mayo de 1939 apareció el Boletín de los Estudiantes de la FUE, que elaboró un grupo de jóvenes graduados de la Escuela Normal de Valencia y las revistas La Barraca y Desde el Rosellón. Pero, sobre todo, los artistas llevaron a cabo una importante labor creativa personal, en muchos casos a escondidas, y con riesgo para su integridad física, ya que estaba prohibido dibujar, tomar imágenes y sacar fotografías de las instalaciones del campo. Sus obras se convirtieron en un verdadero documento gráfico que nos permite ahora conocer cómo se desarrolló la vida de miles de refugiados españoles en el campo de concentración a través de imágenes no sólo lacerantes y terribles, sino también líricas e incluso humorísticas.
Para la mayor parte de los artistas su estancia en el campo finalizó cuando se produjo el comienzo de las hostilidades contra Alemania y la ocupación nazi en verano de 1940. A su salida muchos optaron por establecerse y formar familias en Francia; otros se alistaron en el ejército francés para luchar contra los nazis; bastantes se incorporaron a la resistencia y otros fueron capturados por la Gestapo o la Whermacht para ser enviado a campos de trabajo o de exterminio, sobre todo de Mauthausen-Gusen y una minoría decidió volver a su país ante la promesa de los vencedores de perdonar a quienes no hubiesen cometido delitos de sangre. Tras el desalojo del campo fue utilizado durante la guerra como campo de concentración de prisioneros de guerra por el gobierno pronazi de la Francia de Vichy y finalmente desmantelado tras el fin de la guerra. En la actualidad apenas existen vestigios de sus instalaciones y el terreno está ocupado por zonas residenciales, hoteles, instalaciones deportivas y recreativas en las que se dan cita miles de ciudadanos de las poblaciones vecinas. En las proximidades de la Playa Norte del campo se halla colocado un monolito de piedra con una placa en homenaje a los 100.000 españoles que pasaron por el campo, con la siguiente inscripción: “A la memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès, tras la retirada en febrero de 1939”.
El pintor Enrique Climent.
Enrique Climent Palahí (1897-1980)
Afirmar aquí que el pintor, dibujante e ilustrador valenciano Enrique Climent Palahí fue uno de los más conspicuos representantes de la vanguardia en el exilio republicano puede parecer a muchos como una apreciación osada y una valoración bastante arriesgada, pero el hecho histórico es que fue una realidad porque ya que tempranamente en la década de los años veinte y treinta del siglo pasado se distinguió como adalid de la renovación española al formar parte del grupo de los artistas Ibéricos. A pesar de su relevante talla como artista durante décadas en su país fue un caso paradigmático del olvido y la marginación provocado por el destierro de los republicanos españoles al término de la guerra civil. No es raro encontrar artistas importantes cuyas famas fueron reconocidas públicamente en países donde se les consideraba extranjeros, mucho más que en el país donde había nacido. Este fue de aquellos que, por la dramática circunstancia de la diáspora, levantaron un pedestal a su nombre en una lejana tierra hospitalaria que le acogió, cuando en el suyo estaba aún sujeto al trágico bamboleo de un ideal, logrado en espíritu y en constancia, pero anhelado todavía en su deseo. Pocos artistas exiliados fueron tan capaces, tan sensibles, tan dotados técnicamente y de perfil tan acusado y propio. Fue, sin duda, una de las figuras capitales de la renovación plástica española de primer tercio de siglo XX y, luego, a través de múltiples evoluciones de su quehacer pictórico, fue conservando siempre una actitud de renovador. Renovación, por cierto, no siempre orientada hacia el futuro, sino ahincada en retrospecciones, en estilos pretéritos muy variados, donde fue a buscar nuevas formas de inspiración.
Enrique Climent Palahí vino al mundo en Valencia, el 24 de mayo de 1897, en el marco de una familia burguesa. Sus primeros años transcurrieron en un pueblo aragonés, donde sus abuelos poseían una casa solariega. Cursó estudios de bachillerato y muy tempranamente se despertó en él la vocación artística. En 1917 ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos a pesar de la oposición de su padre, quien le negó toda clase de ayuda económica. De espíritu inconformista, se integró en las filas de la Asociación de Artes y Letras, presidida por el pintor Antonio Fillol, y constituida por jóvenes disidentes del Círculo de Bellas Artes como Ricardo Verde, Enrique Navas, Pascual Isla o Enrique Cuñat. Vivió en la controvertida lucha que entonces se libraba en Valencia entre los seguidores de Ignacio Pinazo y los defensores a ultranza de Joaquín Sorolla.
Al terminar sus estudios se instaló en una vieja buhardilla de la calle Roteros, donde pintaba retratos y ejecutaba dibujos publicitarios para subsistir. Sus inquietudes renovadoras, ya superada su juvenil militancia en el sorollismo, le hizo frecuentar la librería Internacional de la calle Joaquín Sorolla, donde adquiría revistas extranjeras que le informaban puntualmente de los movimientos artísticos entonces de moda. Sin embargo, el aislamiento en que trabajaba, encerrado en una pequeña ciudad de provincia, separado de las corrientes principales de la vida artística, suponía una inevitable limitación creadora para un artista joven con inquietudes y deseos de conocer nuevos horizontes.
En la primavera de 1919 se presentó al concurso de méritos de una convocatoria de becas de paisaje que iban a desarrollarse en Madrid y obtuvo una pensión. Con las obras que pintó durante el pensionado celebró en Madrid una exposición que obtuvo notable éxito de crítica y de venta, lo que le animó a establecerse en esta capital. Para sobrevivir trabajó como ilustrador en la revista Blanco y Negro y en Prensa Española. El tiempo libre lo empleaba en la realización de retratos y paisajes que vendía en los comercios. Entró en contacto con el grupo de artistas renovadores y empezó a colaborar en las principales revistas madrileñas. Su actividad artística se ramificó hacia otras áreas más rentables, como la publicidad comercial, pero manteniendo firme su personalidad. Asistía a la famosa tertulia del Café del Prado, frente al Ateneo, donde se reunían Benjamín Palencia, Alberto Sánchez, Bores y Cossío.
Presentó su primera exposición individual fuera de la capital, en las barcelonesas galerías Layetanas, en 1920, y luego lo hizo en la sala Dalmau. La necesidad de contactar con las fuentes de la vanguardia internacional le llevó a trasladarse a la capital francesa en 1924, que contaba con un importante núcleo de plásticos españoles. Allí permaneció dos años dedicado a la escenografía y al diseño en el Teatro de la Ópera. Regresó a Madrid, donde prosiguió pintando y celebrando exposiciones en distintas salas. Se incorporó a la tertulia del Café Pombo, presidida por el escritor Ramón Gómez de la Serna, a quien ilustró su Greguerías.
Su adscripción definitiva a la renovación plástica española se produjo en 1925, al integrarse al grupo de los Pintores Ibéricos, que intentaban modernizar el arte español basándose en sus orígenes. Participó en casi todas las exposiciones organizadas por este movimiento renovador, que tuvo en el crítico de arte Manuel Abril, su principal promotor. En 1929 mostró obras en una exposición de vanguardia en el Jardín Botánico de Madrid, organizada por la Sociedad de Cursos y Conferencias. En 1930 concurrió a una exposición colectiva celebrada en Copenhague, con el grupo de los Artistas Ibéricos. En 1931 fue nombrado profesor de Arte en el Instituto Salmerón de Barcelona y firmó el “Manifiesto dirigido a la opinión y los poderes públicos”, donde un grupo de artistas renovadores exigían “cambios en las viejas costumbres” y expresaban la conveniencia de implantar “un sentido amplio y renovador a la vida artística nacional”. En 1933 presentó obras a la “Primera Exposición de Arte Revolucionario” que se celebró en el Ateneo de Madrid, organizado por la Sección de Artes Plásticas de la Alianza de Intelectuales. Expuso en la Regional de Bellas Artes, en 1934, y en diversas muestras colectivas que organizó Acció d’Art en la Sala Blava de Valencia.
Al estallar la guerra fijó su posicionamiento político claramente frentepopulista y participó de lleno en las actividades de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y en los órganos de propaganda. Su convicción era que, a pesar de aquella situación bélica, se imponía la necesidad de continuar creando y promoviendo los valores humanos. Cooperó con sus obras, primero en Madrid y después en Valencia, trabajando a las órdenes del subcomisario García Maroto. Su labor pictórica la presentó en las Exposiciones Nacionales que se celebraron en Barcelona, obteniendo importantes premios. Además trabajó para el Ministerio de Propaganda ejecutando diversos carteles y dibujos. Pero su labor más importante fue la de los dibujos que realizó para el álbum titulado “Madrid” (1937), en el que colaboraron además, Francisco Mateos, Eduardo Vicente, Arturo Souto y José Bardasano. Para el Pabellón Español en la Exposición Internacional de París, presentó las obras tituladas “El bombardeo y Cuatro aviones bombardeando”. La primera era un óleo sobre tela que había obtenido el segundo premio en la exposición “Concurso de Pintura, Escultura, Grabado y Dibujo” de Barcelona (1937). La segunda, un dibujo al carbón, lápiz conté, pincel y pluma, con tinta sobre carbón. La crueldad de la guerra quedó plasmada en aquellas obras expuestas en París, donde el desgarro expresionista de un dibujo torturante y los tonos oscuros y ensombrecidos por la angustia dominaban la sensibilidad del artista valenciano.
Enrique Climent. “Retrato de Juan Gil-Albert”. Óleo, 1940.
Al término de la guerra cruzó la frontera francesa y fue recluido en el campo de refugiados de Argelès-sur-Mer, que abandonó gracias a la mediación de un grupo de intelectuales extranjeros. En el verano de 1939, llegó a México, donde inició un largo y prolífico exilio dedicado a la creación artística, a sus exposiciones y a impartir clases. Pintó paisajes y naturalezas muertas que avizoraban en su nuevo entorno. En 1940 obtuvo una beca del Colegio de México para pintar. Con la obra realizada celebró su primera exposición en la Universidad de México.
Su pintura se movía dentro de una tendencia academicista, apenas influenciado por las tendencias vanguardistas. Afincado en México conoció a la escritora y periodista norteamericana Helent, mujer que le apoyó en los primeros años de su exilio y con la que contrajo matrimonio. Amplió sus círculos sociales y frecuentó los ámbitos de los republicanos españoles. Fue contertulio habitual del Café Papagayo, y colaboró en las revistas de los exiliados republicanos. Pero lo más importante fue su actividad como pintor, grabador y dibujante, sin olvidar su magisterio en el campo de la docencia artística. Estableció su residencia en la Colonia de las Águilas, en las cercanías de México, donde instaló su estudio.
De vez en cuando salía a exponer fuera del país, principalmente a los Estados Unidos, pero en general, se resistía a que sus cuadros viajasen. Su regreso a España, después de veinticuatro años de exilio, coincidió con una exposición de sus obras en la sala Cisne de Madrid. La muestra causó una gran expectación y la crítica de arte le dedicó comentarios en los que destacaba que quedaba recuperado para la plástica española.
En la localidad alicantina de Altea pasaba las vacaciones veraniegas. Se abrió entonces un breve, pero intenso paréntesis, un retorno a sus orígenes, al mar, al cielo de su juventud y al encuentro con el paisaje de su tierra. Posteriormente se retiró a su estudio de la Colonia de las Águilas, recibiendo escasas visitas de amigos y emprendiendo fugaces viajes a la capital federal. En 1977 la editorial Joaquín Mortiz publicó la monografía artística Enrique Climent, con una presentación escrita por el propio artista, en el que resumía su ideario estético. Murió en su residencia mexicana de la Colonia de las Águilas, en 1980.
Josep Aguilera i Martí (1882-1955)
La carrera artística del catalán Josep Aguilera i Martí tendía a ser monótona y tranquila hasta que se vio bruscamente alterada en julio de 1936 al estallar la guerra civil cuyo desenlace lo llevó a él y a su familia al desarraigo de un penoso exilio al que se añadió el drama de su paso por los terribles campos de concentración y la posterior repatriación forzada a su país, siempre, claro está, bajo la amenaza de ser represaliado por los vencedores. Su destino como artista se truncó, y tuvo una existencia llena de obstáculos, padeció mucha desazón por causas económicas, y pasó por largos periodos de depresión, y todo ello a pesar de su prestigio como profesor, su magistral dominio del retrato al carboncillo y su condición de máximo representante del paisaje monumental de Girona, la ciudad en la que desarrolló la mayor parte de su actividad artística y que lo consideró maestro indiscutible.
Josep Aguilera i Martí nació en Salt (Girona), el 4 de agosto de 1882, en el marco de una familia modesta. Su padre, Francesc Aguilera, era propietario de la tartana de transporte de viajeros que hacía el trayecto regular Salt-Girona. A causa del fallecimiento de su madre en 1891, cuando era un niño, su progenitor abandonó el establecimiento que había instalado en los bajos de su casa –El café de Xicu– y se trasladó con él a casa de un hermano suyo en Barcelona, donde alternó sus estudios en las Escuelas Pías de San Antón con el trabajo en el bar que regentaba su tío.
Pronto se le despertó su vocación artística adquirida por su condición de lector de tebeos y su afición por copiar los dibujos que publicaban las revistas y semanarios ilustrados de la época. Aprovechaba su trabajo de camarero para hacer retratos al natural de los clientes habituales del café y cuando salía de casa lo aprovechaba para tomar apuntes de tipos curiosos que se iba encontrando. Llevado por su vocación, en 1905 se matriculó en la Escuela de Bellas Artes, en cuyas clases coincidió con Antonio Estruch, discípulo de Vila Cinca.
Al terminar la carrera se entregó a la pintura de caballete compartiendo estudio con un antiguo compañero de la academia, Casals. De carácter extrovertido, frecuentó los talleres de los grandes maestros y conoció a Nonell y Rusiñol. Para ganarse la vida alternó la pintura y los encargos con la docencia en una escuela privada, que más tarde abandonó para establecerse en su domicilio, donde impartió clases durante una década. En 1909 contrajo matrimonio con Rosa Gallar Xamani en Barcelona y en mayo de ese año concurrió a la Exposición de Arte de Barcelona con un paisaje urbano que representaba una calle de Barcelona. El aumento de la familia con el nacimiento de dos hijos le ocasionó serios problemas económicos que le obligaron a trasladar su domicilio al de su suegra en la localidad de Arbucias, un municipio de la comarca de la Selva, en la provincia de Girona.
En 1925 consiguió la Medalla de Oro del Concurso Josep Masrieta con un paisaje al carbón de Arbucias y al año siguiente se dio a conocer en una exposición en solitario que se celebró en el Ateneo de Girona obteniendo una gran acogida de público y crítica, estableciendo amistad con Carles Rahola.
Se integró en los círculos artísticos locales trabando amistad con Adolfo Fargnoli, Miguel Santalò, Miquel de Palol, Joaquim Pla, Eduard Fiol, Marcial de Laiglesia, Josep Tharrats y Rafael Masó. En octubre de ese año concurrió a la III Exposición de Arte Plástico gerundés promovido por el GEiEG, consiguiendo el primer premio de la modalidad de Pintura. A principios de 1927 volvió a exponer individualmente en la sala Parés de Barcelona en la que reunió dibujos de personajes marginales de la ciudad, algunos paisajes de Girona y Arbucias, editando un catálogo que incluía textos de presentación de Carles Rahola, Joaquím Pla, Artur Vinardell, Miquel Santalo, Marcial de Laiglesia y Miquel de Palol.
Desengañado por el fracaso comercial de la muestra, al vender únicamente un cuadro, decidió trasladarse a Girona, instalándose con su familia en la calle de la Força, donde abrió una escuela privada de Dibujo y Pintura. Su alumnado aumentó considerablemente cuando en 1928 incorporó en sus clases nocturnas el modelo natural, pues hasta entonces quienes solían posar eran mendigos y vagabundos. Su escuela le proporcionó un enorme prestigio como pedagogo y ese mismo año fue contratado como Profesor de Dibujo y Pintura en la remodelada Escuela Municipal de Bellas y en 1930 participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid.
Alternó la docencia con el cultivó de la pintura y el dibujo, participando además en diversas exposiciones colectivas y concurriendo a salones. Alcanzó un gran prestigio como paisajista y se le consideró como el pintor de Girona. También se entregó al retrato, donde destacó por la agudeza en captar rostros, miradas y fisonomías. En 1932 el ayuntamiento le encargó el dibujo de la portada del programa de Ferias y en 1933 participó en la I Exposición de Primavera de Girona promovida por su Ateneo, en la que coincidió con Rafael Benet, Joan Colon, Francesc Domingo, Pere Creixams, Grau Sala, Feliu Elías, Joaquim Mir, Rafael Llimona, Joan Miró, Xavier Nogues, José Mompou, Josep Obiols y Josep de Togores.
A finales de septiembre de ese año Josep Aguilera abandonó su piso de la calle de la Força y se trasladó a otro mucho más espacioso en la calle del Carmen, donde residió hasta el final de la guerra. Su prestigio como retratista se puso de manifiesto cuando en 1936 la Generalitat de Catalunya le adquirió diversas obras, entre ellas, los retratos de Francesc Maciá, Manuel Azaña y Lluís Company.
En la guerra Josep Aguilera se adhirió a la causa republicana, colaboró en diversas tareas propagandísticas, participó en exposiciones colectivas y realizó diversos dibujos sobre el conflicto. Del 12 al 22 de julio participó con Pep Colomer, Eduard Fiol, Francesc Gallostra, Ignasi Genover, Moises Giralt, Pere Perpinyá, Ramón Reig y Antoni Vares en una exposición colectiva celebrada en la Escuela Municipal de Artes e Industrias de Palafrugell.
A finales de ese año, Josep Aguilera fue elegido por el claustro director de la Sección de Bellas Artes de la Escuela de Bellas Artes, entonces repartida entre el local de la calle del Norte y el edificio de las Escolapias. En 1937 impartió clases en la sala de estudio del desnudo y de dibujo superior y de pintura. Por haber ocupado cargos docentes oficiales y haber participado en labores de propaganda a favor de la causa republicana, optó por abandonar con su familia la ciudad y cruzar la frontera francesa, situada a escasos kilómetros.
El 3 de febrero de 1939, antes de que las tropas nacionales ocupasen la ciudad, tomó el último autobús que salió de la Girona republicana, llegando a su destino Perpiñán, siendo detenido con su familia por la gendarmería que lo trasladó por ferrocarril al campo de concentración de Argelès-sur-Mer, de donde unos meses más tarde fue trasladado al campo de Nerck Plage, en Boulogne-sur-Mer, en Pas-de-Calais.
Con la amenaza, a finales de año, de la entrada de los ocupantes alemanes, desalojaron el campo y fue trasladado nuevamente con su familia al campo de Bram, en el Aude. En este lugar su hija menor Rosa María enfermó de tifus, y poco después enviaron a su mujer y a su hija menor a realizar trabajos de sirvientes en varios lugares, mientras su hijo Francisco trabajó de pastor de ganado en las montañas.
El 21 de diciembre de 1940 el comisario de policía del campo le expidió un permiso para que él, su esposa y sus hijas abandonasen Francia y regresaran a España. Establecido en Barcelona abrió su estudio y se dedicó a realizar retratos que le encargaban las galerías por mediación de Lluís Vilasau, quien hacía las veces de su marchante. Un trabajo de retratista mal remunerado que se prolongó hasta 1947 en que le propusieron sin éxito viajar a Sudamérica.
Su primer reconocimiento público como pintor se produjo cuando en julio de 1949 el Ayuntamiento de Salt le dedicó una exposición de homenaje en la misma casa consistorial. Murió el 29 de octubre de 1955, a los 73 años. A partir del fallecimiento de Franco y la instauración de la democracia su nombre comenzó a ser rescatado, valorado y considerado como el pintor cívico de Girona.
Jaume Passarell i Ribó (1889-1975)
El artista barcelonés Jaume Passarell i Ribó pasó a la historia del arte español del siglo XX por ser un buen periodista, agudo escritor de libros de memorias y divulgación, autor de exquisitos textos infantiles pero, sobre todo, un formidable dibujante caricaturista que, sin ser especialmente un innovador, ni tener una técnica notable, demostró que poseía una vena sarcástica, un gran poder de observación y un toque muy personal, por su excepcional talento, su gracia, su capacidad histriónica en indagar en la psicología de sus personajes, ya fueran políticos conocidos, intelectuales, científicos, empresarios, militares, aristócratas, artistas, tipos populares y deportistas, que lo convirtieron en un humorista muy leído en las revistas, semanarios y la prensa catalana.
Jaume Passarell vino al mundo en Badalona, el 2 de noviembre de 1889, en el seno de una familia modesta que residía en el número 148 de la calle de San Pedro, siendo sus padres Salvador Passarell i Recassent, carpintero y tramollista y María Ribó i Viltró, ama de casa. Cursó estudios primarios en el Ateneo Obrero de Badalona y amplió su formación en una academia privada. De ideología ácrata, en el sentido más idealista, pasó su juventud y adolescencia entre Badalona y el pueblecito de Tiana, donde un tío suyo tenía arrendado el Café de Dalt. Por mediación de su progenitor, concejal del ayuntamiento de su ciudad, ingresó como ayudante de maestro en la escuela pública que dirigía Jaume Giralt.
Jaume Passarell abandonó durante un breve tiempo el hogar y el trabajo docente y se trasladó a París en un deseo de encontrarse consigo mismo y, sobre todo, de asentar de una vez por todas su vocación, hasta entonces muy poco definida. Al tiempo que trabajaba para ganarse la vida como ayudante de maestro se le despertó gradualmente una fuerte inclinación dibujística, que fue afianzando de forma autodidacta y también por la influencia de los grandes dibujantes que publicaban en las revistas ilustradas de la época, de las que era un entusiasta consumidor.
Colaborador de revistas ilustradas catalanas como La campana de Gràcia y L’Esquella de la Torratxa, así como en la mayoría de las publicaciones editadas por Inocencio López Bernagossi. Se dio a conocer como dibujante en una exposición colectiva que se celebró en septiembre de ese mismo año en el Teatro Zorilla, coincidiendo con la Fiesta Mayor de la localidad y en la que también participaron los alumnos del pintor Eduard Fió i Guitart. Se entregó igualmente al cultivo del dibujo, la ilustración gráfica y la acuarela convencional, publicando algunos de sus trabajos entre 1910 y 1911 en diversas revistas y semanarios barceloneses.
Pero fue en el ámbito de la caricatura donde gradualmente comenzó a darse a conocer en su ciudad natal y a obtener sus mayores logros. Su primera exposición individual de caricaturas la celebró en junio de 1911 en el local de la Unió Federal Nacionalista Republicana que, si bien fue muy bien acogida por el público, provocó ciertas reservas en la crítica de arte que le consideró un principiante inexperto.
A mediados de agosto de 1912, durante la Fiesta Mayor, junto a Llorens Brunet, expuso en el Centro Badaloní una serie de caricaturas de tipos populares y personajes célebres, editando en aquella ocasión un catálogo que recogía una presentación de su amigo el poeta Marc Giró i Ros, en la que destacaba su solidez y su madurez como artista. En mayo de 1913 decidió abandonar definitivamente su actividad docente como ayudante de maestro para dedicarse por entero a su verdadera vocación a la que se había entregado los últimos años con tanta ilusión y esfuerzos como artista aficionado.
La necesidad de ampliar sus perspectivas laborales le hicieron mudarse a Barcelona, una ciudad cosmopolita en desarrollo y crecimiento, donde las editoriales, revistas de información general, semanarios satíricos, periódicos, agencias de publicidad y otras publicaciones ofrecían mayor oportunidades. Por mediación de su amigo Ramón Reventós “Moni” empezó a colaborar en L’Esquella de la Torratxa, que publicó su primera caricatura en la contraportada en mayo de 1913 y comenzó a enviar trabajos a otras como “Papitu”. En 1915 se incorporó como redactor en La Campana de Gràcia, lo que le permitió tener un sueldo seguro y la posibilidad de seguir colaborando en otras publicaciones como El poble català, El liberal y La Publicidad y con textos infantiles en El Sol de Madrid y La Mainada.
Jaume Passarell trabajó de periodista y publicó sus caricaturas y sus ilustraciones en los diversos medios catalanes y participó en distintos certámenes y salones. En enero de 1916 concurrió al I Saló dels Humoristes celebrado en la sala Mozart de Barcelona y el 3 de junio de 1917 inauguró una individual en el saloncito de “La Publicitat” en la que reunió varias decenas de caricaturas. Al conseguir con su trabajo cierta estabilidad financiera y emocional decidió regresar a su ciudad natal, Badalona, donde el 25 de octubre de 1922 contrajo matrimonio en la Iglesia de Santa María con su prometida Eulàlia Fartró i Estrada. En 1930 se incorporó como redactor de La Publicitat y prosiguió como era habitual en él publicando sus dibujos de contenido crítico en La Esquella y La campana de Gràcia sin abandonar sus reportajes en Mirador y otras revistas infantiles. Antes de que finalizase aquel año publicó el libro Cents ninot y una mica de literatura, una recopilación de cien caricaturas personales, acompañadas de un comentario generalmente breve relacionado con cada uno de los personajes. Igualmente ilustró los libros La bassa roja (1924) de Prudenci Bertrana, Cartilla de gramàtica catalana (1931) de Ramón Torroja.
Jaume Passarell apoyó la proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931, una decisión que tomó ante el fracaso de la dictadura primorriverista con la que el rey Alfonso XIII se había comprometido. El mismo 1931 publicó conjuntamente con Ángel S. Escó, el libro Vida, obra i anecdotes d’en Santiago Rusiñol, en 1934 el opúsculo Homenatge a Pompeu Fabra, que editó la Associació de la Prensa de Badalona y en 1935 sacó a la luz en solitario L’Inventor Narcis Monturiol, una biografía de divulgación. Comenzó a colaborar en el Be Negro, la revista humorística creada por el equipo de La Publicitat en junio de 1931 y paralelamente siguió publicando en las páginas de Mirador y en La Jornada deportiva.
En la guerra civil abrazó la causa republicana, y trabajó en Barcelona en labores de publicidad y propaganda bélica, al tiempo que colaboraba en diversas revistas satíricas con caricaturas y viñetas de carácter antifascista, pero también criticando las actuaciones violentas propiciadas por grupos incontrolados y militantes anarquistas, lo que provocó problemas y amenazas. Por edad no llegó a ser militarizado, por lo que acrecentó su colaboración en la revista Criticom y articulista en Meridiá, similar a la antigua “Mirador”, mientras que la Biblioteca Política de Catalunya le encargó y publicó en su colección “Homes de Catalunya”, su biografía popular de Pompeu Fabra.
Al finalizar la contienda, en enero de 1939, Passarell decidió exiliarse solo a Francia, mientras que su mujer y su hijo se quedaban en Barcelona. Capturado por los guardias móviles fue enviado al campo de concentración de Argelès-sur-Mer que abandonó al cabo de unos meses para instalarse en la localidad de Tolosa de Llenguadoc, donde vivió en muy malas condiciones en un antiguo parque de bomberos cedido por el doctor Soula para acoger a republicanos españoles. Aprovechó su estancia para conocer la ciudad y sus alrededores, y reanudó la actividad periodística y dibujística centrada en la caricatura.
Con sus compañeros artistas Alfons Maseres, Josep M. Francés y Josep Miracle celebró una exposición colectiva en la que reunió varias decenas de caricaturas tomadas de los refugiados residentes. También colaboró con artículos en El Poble Catalá, revista editada en París a finales de 1940 por un grupo de catalanes del exilio.
Al producirse la invasión alemana Passarell descartó exiliarse a México, al haber conseguido un visado y un pasaje y haciendo caso a la recomendación de unos gendarmes, se reencontró con su esposa en Perpiñán, y en 1942 se trasladó a Castellnou de Bages, un municipio muy tranquilo y apartado, situado en la comarca del Bages, en la provincia de Barcelona. En 1945 recibió el encargo de su amigo Ángel Milla de escribir la historia de los bibliófilos y libreros de Barcelona que se tradujo en su estudio Libre de llibreters de vell i de bibliòfils barcelonins d’abans i d’ara, una obra muy bien editada donde alternó el texto con las ilustraciones y en junio expuso las caricaturas que aparecían en el libro en las galerías Syra.
Entre 1947 y 1948 realizó la ilustración de diversos libros para la editorial Millà, con trabajos convencionales y poco destacable. En 1947 tomó la decisión de regresar a su ciudad natal, Badalona, e instalarse junto a los suyos en su anhelado domicilio familiar de la calle San Pedro de Badalona. Se entregó a la pintura de caballete celebrando su primera exposición en solitario ese mismo año en las galerías Syra, cuya propietaria era Montserrat Isern, una vieja conocida y compañera del exilio francés. Al año siguiente volvió a exponer en la misma sala una selección de dibujos coloreados bajo el título de “Rincones de la Barcelona vieja”. También prosiguió realizando caricaturas al margen de la prensa que regalaba a sus familiares y amigos.
En 1950 Passarell participó con dos acuarelas de la playa en la Exposición Local de Bellas Artes de Badalona y consiguió una Mención Honorífica y en 1962 concurrió otra vez con tres acuarelas, una de las cuales obtuvo un premio especial. Igualmente, en 1954 y en 1955 expuso diversas obras, dos de las cuales fueron adquiridas por el Ayuntamiento para ser destinadas a su futuro museo de la ciudad. En 1954 volvió a exponer en las galerías Syra y en 1967 en el Taller d’Art de Pobla de Claramunt.
A partir de entonces Jaume Passarell se entregó casi por entero a la literatura que ya había ejercido durante la guerra civil, y se dedicó a describir sus experiencias en tres libros consideradas de memorias. Uno que publicó en 1971 y giraba en torno a sus vivencias como redactor de La Publicitat, el diario para el cual trabajaba de reportero y los otros dos escritos en 1968 y 1974 sobre la Barcelona que conoció de joven. También redactó unas biografías de Lerroux-Azaña; una obra de ilustraciones sobre personajes famosos de los años sesenta y un libro sobre la localidad de Tiana. Al enviudar se trasladó a casa de su hijo Salvador en Barcelona y poco tiempo después, el 5 de febrero de 1975, falleció, siendo enterrado en el cementerio general de Badalona.
Ubaldo Izquierdo Carvajal (1896-1960)
El que sí describió y recreó con sus apuntes, bocetos y acuarelas su visión trágica de este campo fue el pintor y militar madrileño Ubaldo Izquierdo Carvajal, quien con ello trató de denunciar la hipócrita política humanitaria y el falso moralismo del gobierno francés y la humillación y los malos tratos recibidos por sus compatriotas. Sus trabajos fueron impresionantes testimonios gráficos de las penalidades que sufrieron los refugiados, a la vez que les supo impregnar de una ternura sensible y delicada, por lo que algunos los consideraron como lo mejor de su producción artística.
Ubaldo Izquierdo Carvajal nació en Madrid, en 1896. Cursó la carrera militar siendo destinado al Batallón de Cazadores de Talavera número 18. En junio de 1918 contrajo matrimonio con Rosa Carreras Chacón. Alternó su actividad castrense en varios destinos geográficos con la práctica de la pintura dentro de un estilo figurativo, participando en diversas exposiciones colectivas y en el XIV Salón de Otoño de Madrid organizado por la Asociación de Pintores y Escultores. Establecido en Barcelona frecuentó sus círculos artísticos y concurrió a varias exposiciones.
En la guerra civil apoyó la causa republicana y como militar profesional participó en diversas acciones bélicas y en actividades propagandísticas. A su término cruzó la frontera francesa siendo capturado por la gendarmería e internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, donde realizó dos dibujos sobre la vida de los prisioneros que fueron entregados y conservaba la familia del pintor Gerardo Lizarraga en México.
Allí contactó con el pintor, dibujante y poeta sevillano Manolo Valiente, y junto a él participó en la creación el 17 de junio de 1941 de un Centro de Educación y Trabajo (CET) previa autorización oficial del inspector del campo. Estaba estructurado en diversos talleres que proponían los mismos prisioneros realizando trabajos manuales, una escuela técnica, clases de educación física y una escuela práctica. Se hizo cargo del taller de Bellas Artes impartiendo diversas disciplinas, como paisaje, composición decorativa y talla.
En 1941 al cerrarse el campo Ubaldo Izquierdo fue enviado al de Barcarès y al recuperar la libertad gracias a las gestiones realizadas por diversas confesiones religiosas y organismos humanitarios se trasladó Toulouse, donde rehízo su vida familiar y reanudó su actividad pictórica.
Ubaldo Izquierdo cultivó un estilo figurativo centrado principalmente en paisajes costumbristas, composiciones de figuras y bodegones. Entre sus obras destacaban “Panorama de Barcelona desde las canteras o Casa Bato” (1935), “Un aspecto gris de Barcelona” (1935) y “Trabaux Des Champs” (1945). Frecuentó los círculos de artistas republicanos y falleció en 1960. Su obra se encuentra representada en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid y en diversas colecciones privadas.
Francisco Rivero Gil (1899-1972)
La vida se detuvo de pronto cuando en su exilio francés el pintor y dibujante santanderino Francisco Rivero Gil fue recluido en este campo cuya estancia aprovechó para dar prueba de su sentido del humor a través de numerosas caricaturas y viñetas relacionadas con personajes ficticios o reales que deambulaban por este entorno y en los que no era difícil seguir la sombra de otros creados en épocas anteriores. A pesar de ser él mismo víctima de este sistema concentracionario desarrolló con sus dibujos humorísticos un universo gráfico inventado en el que aunaba unos una sintaxis críptica donde las palabras se convertían en hirientes puntillas y las imágenes en un enigmático testimonio y referencia de lo que veía en su entorno. Su fama le precedía antes de ser recluido en el campo, ya que durante los años veinte y treinta fue uno de los más relevantes dibujantes caricaturistas españoles, colaborando en diversos diarios y revistas satíricas, donde su firma alcanzó una gran popularidad. Destacó además como pintor de caballete, siendo autor de excelentes paisajes, retratos y composiciones de figuras, que la crítica especializada y el público siempre valoró.
Francisco Rivero Gil nació en Santander, el 12 de febrero de 1899, en el marco de una familia numerosa de la clase media con grandes inquietudes intelectuales. Su padre, Jesús Rivero Herreria, delineante del puerto de Santander y profesor de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, le despertó muy pronto su vocación artística y le proporcionó los primeros consejos. Siguiendo sus pasos cursó los primeros estudios artísticos en la Escuela de Artes y Oficios de Santander, y a los 18 años ganó una plaza de delineante del Catastro y fue destinado a Segovia, y más tarde a Sevilla, donde completó su formación en la Escuela de Bellas Artes.
Comenzó a colaborar como caricaturista en las páginas del periódico maurista El pueblo cántabro, donde a partir de 1917 sucedió como viñetista humorístico e ilustrador gráfico al pintor Gerardo Fernández de la Reguera “Areuger” que se había trasladado a Madrid. Concurrió a la Exposición de Artistas Montañeses celebrada en el Ateneo de Santander, en 1918, donde, tras mostrar sus caricaturas en 1922, volvió a exponer en 1925, participando en el Salón de Humoristas de Madrid en el que recibió el segundo premio del Concurso de Carteles del Noticiero Sevillano, en 1935.
Como pintor se sintió atraído por el paisaje y los tipos santanderinos relacionados con Puerto Chico y su ambiente de pescadores y pescadoras, además del mundo del espectáculo y de los bajos fondos, y también por el fútbol. Sentía lo popular y lo autóctono de una manera muy especial. Escenas y tipos montañeses comenzaron a partir de la segunda mitad de los años veinte a aparecer en las páginas de los rotativos en los que colaboraba, además de estar presente en los diseños para la cartelería. Ejecutó anuncios publicitarios como por ejemplo para la marca de papel de fumar Abadie y diseñó carteles para diferentes acontecimientos regionales, como los concebidos para “El Día de Santander” (1924) organizado por la Asociación de la Prensa de Cantabria o en la campaña Santander en verano para ese mismo año. Realizó además portadas para la editorial Espasa Calpe (1925-1935) y otras para libros particulares de sus amigos, como los de Manuel Llano, El sol de los muertos (1929) y Brañaflor (1931).
Fuertemente comprometido con el ideal republicano abrazó el 14 de abril de 1931 la proclamación de la II República y participó en algunas de sus iniciativas para llevar el arte y la cultura a todos los rincones del país. Pronunció el 29 de febrero de 1932, en el Teatro Español de Madrid, una conferencia ilustrada con sus dibujos sobre los últimos acontecimientos de la historia de España que repitió más tarde en el Ateneo Popular de Santander justo el año en que la edición de Flor de leyenda, de Alejandro Casona, ilustrada por él, recibió el Premio Nacional de Literatura. Colaboró con sus ilustraciones y dibujos, en diversos diarios y revistas madrileñas, como Sol y Libertad.
Al estallar la guerra como un activo militante socialista que era salió en defensa de la República y tras permanecer en Madrid un breve tiempo se trasladó a Valencia donde realizó el cartel de propaganda “¡Atención! Las enfermedades venéreas amenazan la salud. ¡Prevente contra ellas!”, por encargo de la Jefatura de Sanidad del Ejército e impreso en Litografía J. Avino –UGT-CNT. Se mostraba a un combatiente republicano, en un simbólico color rojo, que contrastaba con la blanca mujer que lo abrazaba. A manera de metáfora visual se pretendía que los soldados al contemplar esta aparentemente escena amorosa comprendieran la terrible amenaza de muerte que podía transmitir el contagio por sífilis por parte de prostitutas no controladas sanitariamente.
Se mudó a Barcelona acompañando al gobierno republicano y con la caída del frente de Cataluña se trasladó a Francia siendo capturado por la gendarmería que lo recluyó en el campo de Argelès-sur-Mer donde permaneció 18 meses hasta que fue puesto en libertad.
Junto con cinco de sus hermanos, entre los que estaban Jesús Rivero Gil, emigró a la República Dominicana donde la familia se dividió al trasladarse unos a México, otros a Colombia y otros a Venezuela. Un hermano suyo Luciano Rivero (“Chano”), el menor, se quedó en España herendando el cargo de delineante del Puerto santanderino.
En Santo Domingo, Francisco Rivero Gil entró en contacto con otros artistas y caricaturistas republicanos, entre ellos, Antonio Bernad “Toni”. Se trasladó más tarde a Colombia y finalmente a México. El poeta León Felipe le consideraba su ahijado. Allí frecuentó la tertulia del Café Sorrento, a la que además asistían León Felipe, José Domingo Samperio, Jesús Revaque, Alfonso de la Mora. Colaboró como ilustrador en la revista La Montaña, órgano de la colonia montañesa en México y con dominical Claridades (1950-1955).
En 1946 ilustró el libro de Antonio de la Villa, Manolete, otra época del toreo, junto a Ricardo Marín. Para muchas de las películas realizó carteles publicitarios y mantuvo una cordial relación con la bailaora Carmen Amaya, gitana y santanderina de adopción. Murió en esta capital, el 24 de enero de 1972.
Frederic Sevillano i Doblanc (1902-1996)
Al término de la guerra civil española cuando el ilustrador, dibujante y autor de cine de animación catalán Frederic Sevillano i Doblanc gozaba de un enorme prestigio y era muy respetado, cruzó la frontera, siendo capturado y recluido en este campo de concentración, donde verdaderamente adquirió plena conciencia de su condición de desterrado republicano que siempre le persiguió y de la que nunca renunció. Pero, sobre todo, fue su experiencia concentracionaria en aquel lugar hostil lo que verdaderamente quedó grabado en su mente y congeló de forma estremecedora sus recuerdos convertidos muchos años después en verdaderas pesadillas. A diferencia de la mayoría de sus colegas refugiados, no quiso quedarse, ni viajar a otras naciones, ni establecerse en el país que le había ofrecido asilo, tal vez el temor y la propia seguridad que él mismo presentía por el inicio de la II conflagración mundial. Y con su asumida decisión de repatriarse evitó la ocupación alemana y la posibilidad de ser detenido por la Gestapo y enviado a un campo de exterminio como muchos de sus compatriotas dada su condición de combatiente republicano.
Frederic Sevillano i Doblanc nació en Barcelona, el 18 de julio de 1902. Se formó como dibujante en diversas academias de su ciudad natal y colaboró en numerosas revistas y publicaciones satíricas barcelonesas. En la guerra civil abrazó la causa republicana, alistándose como voluntario en el Ejército Popular y combatiendo en diversos frentes. Al término de la contienda, en 1939, cruzó la frontera francesa siendo arrestado por la gendarmería y recluido en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer donde realizó numerosos apuntes y bocetos acerca de la vida cotidiana de los prisioneros republicanos.
A su retorno a España fue detenido por la policía franquista, juzgado por “Auxilio a la rebelión” y condenado a muerte, una pena que le fue conmutada gracias a la mediación de un sobrino militar por una larga condena a prisión. Una experiencia carcelaria que se prolongó nueve meses en la cárcel modelo de Barcelona que le afectó mucho y cuyo testimonio recogió en un álbum de fotografías y dibujos.
Cultivó preferentemente el dibujo satírico, la ilustración y también trabajó de animador en los estudios madrileños “Chamartín”, que se habían construido en 1935, en el número 5 de la Avenida de Burgos, en Chamartín de la Rosa (Madrid), por el arquitecto Rafael Bergamín, arquitecto modernista, que se paralizaron al estallar la contienda, para inaugurarse oficialmente el 17 de abril de 1941 y en el que llegaron a trabajar 255 empleados.
Destacaban las películas de dibujos animados Don Cleque va de pesca (1940); Don Cleque de los monos (1941); Los reyes magos de Pituco (1943); Garabatos Ramper (1943) i Garabatos Valeriano León (1944); Don Cleque, en el Oeste (1944); Don Cleque y los indios (1945); Érase una vez… (1950) y Fisiología de la respiración (1956). Falleció en Barcelona, el 17 de agosto de 1996.