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CAPÍTULO 1

Clima, ambientes variables y tolerancias térmicas

Grisel Cavieres1, Pablo Sabat1,2 & Francisco Bozinovic1

1 Center of Applied Ecology and Sustainability (CAPES), Departamento de Ecología, Facultad de Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile.

2 Departamento de Ciencias Ecológicas, Facultad de Ciencias, Universidad de Chile, Santiago, Chile.

Introducción

El aumento de la temperatura media, de la variabilidad térmica y de la frecuencia de eventos extremos constituyen unas de las mayores amenazas a la biodiversidad (Meehl y Tebaldi, 2004; IPCC, 2007; Dawson y cols., 2011; Palmer y cols., 2017; Salachan y Sørensen, 2017). El incremento en la concentración de gases invernadero producto de la actividad antropogénica, han conducido al incremento de la temperatura y a una mayor incidencia de eventos tales como sequías y olas de calor (Lean y Rind, 2008; Rahmstorf y Coumou, 2011). Una serie de enfoques teóricos y empíricos indican que el calentamiento global está afectando no solo a las temperaturas medias de los ambientes locales, sino también a la magnitud de la variación temporal y estacional (Easterling y cols., 2000; IPCC, 2002; Thompson y cols., 2013).

Aunque los potenciales impactos del calentamiento sobre los organismos han sido ampliamente reconocidos por los ecólogos (Easterling y cols., 2000; Clavijo-Baquet y cols., 2014; Gilbert y Miles, 2017; Kielland y cols., 2017), la mayoría de los estudios de ecología térmica se han centrado en el impacto de los valores promedio sobre el rendimiento animal. Sin embargo, la variabilidad climática, podría ser tan o más importante que los valores promedios, pudiendo ser una importante fuerza selectiva (Terblanche y cols., 2010; Bozinovic y cols., 2011b; Thompson y cols., 2013). Por ejemplo, en Australia, durante el año 2010 una ola de calor de dos semanas provocó la muerte de miles de aves, esto ocurrió cuando las temperaturas ambientales excedieron los límites térmicos críticos máximos de estas aves (Miller y Stillman, 2012). En este sentido, las observaciones y experimentos que cuantifiquen, no solo el efecto de los aumentos en las variables ambientales medias, sino también los efectos de la variación ambiental sobre los rasgos fisiológicos (e.g. tolerancias térmicas), son vitales para inferir las respuestas ecológicas y evolutivas al cambio climático y los mecanismos fisiológicos por los cuales los organismos afrontan esta variación (Bozinovic y cols., 2011a; DeVries y Appel, 2013). Así, la idoneidad de un paisaje térmico para una especie debiera incorporar no solo los valores de temperatura promedio, sino también la variabilidad térmica (Estay y cols., 2014; Bozinovic y cols., 2016a, b). La variabilidad climática puede ser definida como la desviación estándar, la varianza o una cantidad normalizada de variabilidad (e.g. coeficiente de variación), y los eventos extremos, incluidas las olas de calor y los golpes (chasquidos) de frío, se definen en relación a registros climáticos durante un cierto período de tiempo. Como indica Vázquez y cols. (2017) esto implicaría que un aumento en la temperatura promedio, sin cambios en la distribución o varianza en torno a la media, aumentaría la frecuencia de los extremos altos y disminuiría la frecuencia de los extremos bajos. Sin embargo, un incremento en la variabilidad climática (e.g. temperatura), llevaría a un incremento de los eventos intensos en ambos extremos. Alternativamente, los extremos pueden ser definidos como eventos que alteran la forma de la distribución de una variable, por ejemplo, la temperatura ambiente, sin influir en la media y la varianza (Vásquez y cols. 2017).

A pesar del reciente interés en comprender los efectos de la variabilidad climática sobre los organismos (Petavy y cols., 2004; Oliver y Palumbi, 2011; Kjærsgaard y cols., 2013; Clavijo-Baquet y cols., 2014; Vasseur y cols., 2014, Vasquez y cols., 2015), el impacto de la variabilidad sobre las tolerancias térmicas ha sido escasamente explorado (Whitman y Agrawal, 2009). Algunos estudios han evaluado el efecto de la variabilidad térmica sobre rasgos fisiológicos como la tasa metabólica (Bozinovic y cols., 2013) y los límites térmicos (Hoffmann y cols., 2013). Por ejemplo, Williams y cols. (2012) documentaron que un incremento en la variabilidad térmica aumentó el efecto del calentamiento en la estación otoñal y produjo una depresión metabólica en la mariposa invernante Erynnis propertius (ver también Paaijmans y cols., 2010; Krams y cols., 2011). Otros autores se han centrado en el efecto sobre los parámetros ecológicos y rasgos de historia de vida, incluidos el tiempo de desarrollo (Gilchrist y Huey, 2001), el éxito de eclosión (Ji y cols., 2007) y algunas características fenotípicas de la progenie (Pétavy y cols., 2004; Folguera y cols., 2009).

Como se mencionó, los modelos que evalúan las respuestas fisiológicas, ecológicas y evolutivas de los organismos al cambio climático, indican que un cambio en la varianza térmica podría tener tanto o más impacto sobre la adecuación biológica que los cambios en la temperatura ambiental promedio (Estay y cols., 2014; Bozinovic y cols., 2016a). En este capítulo, revisaremos los efectos de la temperatura (media y varianza) sobre la fisiología y adecuación biológica de los organismos. Incluiremos ejemplos de ajustes en la sensibilidad térmica (e.g. curvas de rendimiento), cambios celulares y moleculares (e.g. proteínas de estrés térmico), además de efectos dependientes del tiempo (patrón y duración de la fluctuación térmica) sobre el desempeño de los organismos. La mayoría de estos estudios emplean como modelo a la mosca de la fruta Drosophila melanogaster, una especie ampliamente utilizada es estudios que evalúan el impacto del cambio climático sobre el rendimiento de los organismos. Esto debido principalmente a que sus respuestas fenotípicas a cambios a la temperatura ambiental y otros factores climáticos son bien conocidas (Krebs y Feder, 1997; Hoffmann, 2010; Colinet y cols., 2010; Cavieres y cols., 2016).

Ajustes fisiológicos en un ambiente cambiante

Estudios experimentales que involucran la exposición crónica o aguda a diferentes temperaturas nutren los debates acerca de la capacidad de los animales para adaptarse al rápido calentamiento global. Estudios clásicos con la bacteria Escherichia coli y la mosca de la fruta Drosophila han evidenciado la presencia de respuestas evolutivas rápidas frente a los cambios en las temperaturas promedio (Pittendrigh, 1954; Waddington, 1956; Marr e Ingraham, 1962; Sinensky, 1974). Sin embargo, para predecir respuestas evolutivas y / o capacidades de aclimatación en la naturaleza, son necesarios estudios que incorporen regímenes térmicos más complejos. De hecho, el estudio del impacto de las condiciones térmicas (como ondas de calor o fluctuación térmica) sobre el desempeño fisiológico de los individuos, es clave para comprender las respuestas de la biota a las condiciones ambientales y al cambio climático (Pörtner y cols., 2006; Somero, 2011).

Los animales ectotermos han sido el foco de atención en investigaciones sobre estrés térmico, esto pues constituyen una significativa proporción de las especies de animales terrestres, y porque su bioquímica y fisiología dependen directamente de la temperatura del ambiente (Pörtner, 2002; Sunday y cols., 2011; Saxon y cols., 2018). Una serie de estudios experimentales comparativos han mostrado que los ectotermos responden a la variabilidad térmica mediante aclimatación térmica, afectando la adecuación biológica actual y futura (Terblanche y cols., 2010; Bozinovic y cols., 2013; Colinet y cols., 2015; Bozinovic y cols., 2016b). Se han descrito modificaciones en la resistencia al calor (Bozinovic y cols., 2011a), límites térmicos (Chidawanyika y cols., 2017), ajustes morfológicos (Bitner-Mathé y Klaczko, 1999; Arrighi y cols., 2013) y de historia de vida (Estay y cols., 2011; Clavijo-Baquet y cols., 2014).

La vulnerabilidad de los organismos a las variaciones climáticas dependerá de la exposición y sensibilidad al cambio ambiental, de su resiliencia a perturbaciones y de su capacidad para adaptarse al cambio (Huey y cols., 2012). Esta vulnerabilidad, puede estudiarse a través de las curvas de desempeño térmico (Figura 1.1A), una función que describe la dependencia térmica del desempeño de un organismo (e.g. tasa metabólica, tasa de crecimiento, fecundidad, locomoción, actividad enzimática), y muestra como un cambio en la temperatura corporal (que en un animal ectotermo corresponde a la temperatura del ambiente) influencia la fisiología y/o la adecuación biológica de ectotermos (Huey y Kingsolver, 1993; Bozinovic y cols., 2011a; Huey y cols., 2012). Altas y bajas temperaturas reducen el desempeño, pudiendo alcanzar valores mínimos en los límites térmicos críticos máximos y mínimos (CTmax y CTmin, respectivamente). Dentro de los límites térmicos críticos, el desempeño alcanza el máximo (Dmax) en una región térmica óptima (To), luego el desempeño decae abruptamente a altas temperaturas.

Una manera de comprender este fenómeno es a través del análisis de la llamada “Desigualdad de Jensen” (véase Ruel y Ayres, 1999). Esta propiedad matemática de las funciones no lineales, establece que el impacto de la variación térmica sobre el rendimiento fisiológico individual dependerá del valor de la temperatura ambiental promedio en relación con la temperatura a la que un organismo alcanza su máximo rendimiento (Estay y cols., 2011; Roitberg y Mangel, 2016).

Estay y cols. (2014) modelaron el efecto del incremento de la media, la varianza o ambas en el desempeño de ectotermos, e indicaron que los efectos dependerán tanto de la temperatura corporal como de la sensibilidad térmica de los organismos. Por ejemplo, si un animal ectotermo experimenta un incremento en temperatura promedio, sin cambios en la varianza, tendrá efectos positivos lineales cuando la temperatura corporal (Tc) sea menor que To (Figura 1.1B), pero el efecto será negativo si Tc esta sobre Dmax (Figura 1.1C). Además, si un ectotermo experimenta cambios en la varianza de la temperatura, el desempeño se incrementará solo si Tc está por debajo del punto de inflexión en la curva de rendimiento (Figura 1.1A), finalmente cambios en ambos, media y varianza de la temperatura serán positivos si Tc está bajo el punto de inflexión, serán negativos cuando Tc este sobre To, y serán mixtos si Tc está entre el punto de inflexión y To, es decir, dependerán de la magnitud de la variabilidad térmica experimentada por los organismos (Figura 1.1D).

Figura 1.1. Curva de desempeño teórica para un ectotermo hipotético. Los parámetros de la curva son: máximo desempeño (Dmax), temperatura óptima (To), amplitud del desempeño (Tbr), y temperaturas críticas máxima y mínima (CTmax y CTmin) (A). Hipótesis de una curva de desempeño térmico bajo escenarios de cambio climático en ectotermos que viven por debajo (B) y en su desempeño térmico óptimo (C) en respuesta a un aumento medio de la temperatura del ambiente. Los ectotermos pueden aumentar el rendimiento si están por debajo de los valores óptimos o simplemente disminuir su rendimiento si están en su punto óptimo. La predicción es que los ectotermos que actualmente viven por debajo del óptimo, se acercarán a ese óptimo y pueden beneficiarse si se registra un aumento en las temperaturas promedio, pero no si se observa un aumento en la variabilidad (D). Modificado de Miller y Stillman (2012).

Bozinovic y cols. (2013) evaluaron el efecto de la variabilidad térmica sobre la curva de desempeño metabólico en el escarabajo Tenebrio molitor y mostraron que los animales modificaron la tasa de gasto energético luego de tres semanas de aclimatación a diferentes tratamientos de fluctuación térmica. Específicamente, los autores compararon la amplitud del desempeño (Tbr), el máximo desempeño (Dmax) y la temperatura óptima (To). Los resultados mostraron un significativo efecto de la variabilidad térmica sobre la curva de desempeño, específicamente, los tenebrios disminuyeron en hasta un 50 % el desempeño máximo, pero duplicaron la amplitud del desempeño, volviéndose más “generalistas”. En este sentido, Huey y Hertz (1984) propusieron que la amplitud y el máximo desempeño están inversamente relacionados debido a posibles restricciones, o compensaciones genéticas entre especialistas y generalistas (“the jack of all trades is a master of none”). Por otra parte, Kingsolver y cols. (2016) evaluaron los efectos de la variación térmica sobre los limites térmicos (CTmax) en larvas del gusano del tabaco Manduca sexta. Específicamente, sometieron a larvas a una de tres condiciones experimentales, (1) pulsos de calor, (2) fluctuación térmica diaria, y (3) temperatura constante. Ellos encontraron que larvas expuestas a pulsos térmicos superiores a 35 °C incrementaron significativamente su CTmax. La fluctuación diaria, la temperatura promedio y la interacción de ambos también afectaron el límite térmico superior. En consecuencia, la sensibilidad de los organismos a la temperatura puede ser modificada por la experiencia (i.e. plasticidad fenotípica)1. La aclimatación en un ambiente cambiante depende del patrón temporal de cambio ambiental y de la tolerancia fisiológica de cada fenotipo, y pueden mitigar los efectos adversos de la temperatura (Pigliucci, 2001; Cavieres y cols., 2016, 2017; Abram y cols., 2016).

Bases celulares de la tolerancia térmica: proteínas de estrés térmico

Entre los ajustes fenotípicos que favorecen la tolerancia térmica, se han descrito variadas modificaciones a nivel celular, por ejemplo, cambios en la composición de lípidos de membrana (Hazel, 1995), en la concentración de azucares (Hoffmann y Parsons, 1997) y en otros metabolitos de bajo peso molecular, así como síntesis de nuevas proteínas (e.g. proteínas de estres térmico; Storey y Storey, 2005).

Las proteínas de estrés térmico (HSP), son una familia de proteínas chaperonas que asisten una gran variedad de procesos celulares y mitigan el daño celular durante el estrés térmico (Feder y Hofmann, 1999). Las HSP participan en la translocación, plegado y degradación de otras proteínas mal plegadas o agregadas (Gething y Sambrook, 1992; Jolly y Morimoto, 1999; Gregersen y cols., 2005). Durante el estrés térmico, los organismos incrementan la expresión de estas proteínas, aumentando así su termo tolerancia (Krebs y Loeschcke, 1994; Krebs y Feder, 1998; Feder y cols., 2002). Específicamente la HSP70 es una de las proteínas más abundantes y mejor caracterizadas de la familia de proteínas de estrés térmico, y es en gran medida responsable de la tolerancia térmica de los organismos (Mosser y cols., 2000), aunque con aparentes costos para ellos (Krebs y Loeschcke, 1994; Krebs y Feder, 1997; 1998; Feder y cols., 2002). Algunos estudios muestran variaciones inter-poblacionales en la expresión de estas proteínas en asociación a condiciones térmicas del ambiente, a cambios estacionales (Banerjee y cols., 2014) o gradientes geográficos (Karl y cols., 2008). Krebs y Feder (1997) estudiando la tolerancia térmica en Drosophila melanogaster, indicaron que tanto el incremento en la temperatura como la duración de la exposición térmica en larvas, favoreció la concentración de HSP70, además de incrementar la tolerancia al estrés y disminuir el tiempo de desarrollo en larvas. Por otra parte, un estudio de Colinet y cols. (2013) donde aclimataron a la mosca de la fruta D. melanogaster a altas y bajas temperaturas, indicó que moscas aclimatadas a calor incrementaron la tolerancia al calor (CTmax) y la sobrevivencia. Además, mostraron un incremento en la expresión de HSP70 respecto de moscas aclimatadas a menor temperatura (Figura 1.2). Otros estudios también han revelado la misma asociación entre expresión de proteínas de estrés térmico y el incremento de tolerancias térmicas (ver Dahlgaard y cols., 1998; Roberts y Feder, 2000; Calabria y cols., 2012).

Figura 1.2. Tolerancia al calor de Drosophila malaogaster aclimatadas a tres tratamientos térmicos, 11, 25 y 30 °C. (A) CTmax; (B) Sobrevivencia luego de shock de calor; (C) Expresión génica de HSP70. Modificado de Colinet y cols. (2013).

Efectos dependientes del tiempo

El efecto de las temperaturas extremas sobre el rendimiento y la adecuación biológica de los organismos depende de la duración y el patrón de la exposición térmica (“efectos dependientes del tiempo”, Kingsolver y Woods, 2016) y pueden afectar el desempeño de ectotermos. Los efectos negativos, generalmente asociados a shock térmicos repetidos (de calor o frío), podrían reducir el desempeño y la sobrevivencia (Feder y Hofmann, 1999), mientras que los efectos positivos podrían estar asociados a tiempos de recuperación más rápidos luego de shock de calor o frío (Ji y cols., 2007; Cavieres y cols., 2018).

Estudios que evalúan el impacto de la variabilidad térmica sobre el éxito de eclosión de huevos han mostrado resultados contrastantes (Manenti y cols., 2015; Masel y Siegal, 2009), y en su mayoría han considerado solo escalas intermedias de variación temporal de la temperatura (e. g. ciclos de 24h). Un estudio realizado por Cavieres y cols. (2018) donde se evaluaron los efectos dependientes del tiempo sobre el éxito de eclosión de huevos en D. melanogaster, reveló que la frecuencia de estrés térmico experimentada por los huevos afectó su rendimiento de eclosión. Los autores sometieron a huevos de D. melanogaster a variabilidad térmica en distinta frecuencia (ciclos de 6, 12, 24 y 48h) y encontraron que la viabilidad de los huevos expuestos a altas y bajas frecuencias de fluctuación térmica disminuyó significativamente respecto de moscas sujetas a ciclos moderados de fluctuación. Además, huevos mantenidos en tratamientos 24 y 48 hrs eclosionaron después que los huevos mantenidos en ciclos de 6 y 12 hrs de fluctuación térmica (Figura 1.3).

De esta manera, pulsos repetidos de calor afectaron negativamente el éxito de eclosión de D. melanogaster. Hipotéticamente, cuando los huevos son expuestos a alta frecuencia de temperaturas estresantes (tratamientos de ciclos de 6 y 12 hrs), la reducción en la eclosión es probablemente una consecuencia del incremento de costos energéticos de mantención y síntesis de proteínas de estrés térmico (Chevin y Hoffmann, 2017; Cooper y cols., 2014; Kafri y cols., 2016; Podrabsky y Somero, 2004). Krebs y Feder (1997) reportaron que las HSPs son sintetizadas y degradadas cada 1.5 y 4 - 6 hrs, respectivamente (ver también Sørensen y cols., 2005; Tomanek y Somero, 2000). Así, eventos frecuentes de altas temperaturas que causan estrés fisiológico pueden inducir en organismos una reducción en la asignación de energía a procesos que involucran reproducción y eclosión. Una hipótesis similar podría ser especificada para más tiempo de exposición, tal como los que se desencadenan en el tratamiento de 48 hrs. Además, se ha descrito que la temperatura ambiental podría afectar el ritmo circadiano de eclosión y locomoción en la mosca de la fruta (Rosbash y cols., 1996; Sidote y cols., 1998). De acuerdo con Roberts y Feder (2000), una prolongada duración de la exposición térmica tiene efectos negativos en el rendimiento y la adecuación biológica o fitness; específicamente, exposición crónica a altas temperaturas reduce la sobrevivencia y la tasa de desarrollo en insectos (Kingsolver y Woods, 2016; Krebs y Feder, 1997).

Figura 1.3. Proporción de huevos eclosionados de Drosophila melanogaster aclimatados a diferentes ciclos de fluctuación térmica (h). Letras diferentes indican diferencias significativas entre los valores. Los datos se informan como media ± EE. Modificado de Cavieres y cols. (2018).

Estudios experimentales que involucran la exposición crónica o aguda a diferentes temperaturas son relevantes para nutrir los debates acerca de la capacidad de los animales para adaptarse al rápido calentamiento global.

Incorporando la ontogenia temprana en estudios de variación fenotípica

El ambiente que experimentan los organismos puede inducir variación fenotípica (Schlichting y Pigliucci, 1998). Se ha hipotetizado que estas variaciones ambientales serían las responsables de que los organismos toleren ambientes extremos o fluctuantes (Huey y Berrigan, 1996). Recientemente Araújo y cols. (2013) y Sunday y cols. (2014) reportaron que la tolerancia al calor (i.e., CTmax) es invariante a través de los linajes, y que la tolerancia al frío puede variar (i.e., CTmin, Addo-Bediako y cols., 2000; Boher y cols., 2010). En otras palabras, la tolerancia de ectotermos al calor parece ser conservada con poca variación latitudinal y temperatura ambiental, pero la tolerancia al frío exhibe gran variabilidad (Bozinovic y cols., 2014). Esto debido a que la selección natural ha operado en el límite térmico superior (Araújo y cols., 2013) o por restricciones fisiológicas (Hochachka y Somero, 2002; Somero, 2010).

La mayoría de los estudios que evalúan límites térmicos y su asociación con latitud y/o temperatura se han hecho en individuos adultos, sin considerar la dependencia ontogenética de la sensibilidad térmica (Denver, 1997; Gilbert y Epel, 2009; Hossack y cols., 2013; Manenti y cols., 2014). Schlichting y Pigliucci (1998) sugirieron que, si la ontogenia temprana no se incorpora en estudios de variación fenotípica, se podría subestimar la respuesta plástica potencial de los organismos. Además, la plasticidad fenotípica podría ser una solución para ambientes heterogéneos (Via y cols., 1995), cuando las condiciones ambientales cambian en el curso de la vida de los organismos. De hecho, estudios que incorporan la ontogenia temprana han revelado que la tolerancia térmica al calor es plástica (rasgo considerado invariante, ver Araújo y cols. 2013). Moscas aclimatadas durante la ontogenia a altas temperaturas (tanto en condiciones variables como constantes) alcanzaron el máximo rendimiento a temperaturas más altas en comparación con las moscas aclimatadas a condiciones frías (Cavieres y cols., 2016). Además, con el fin de mantener el rendimiento alto en ambientes variables, las moscas aclimatadas durante el desarrollo a temperaturas fluctuantes pueden desplazar CTmax hacia la derecha como predijeron Huey y Kingsolver (1993) en respuesta a la selección natural (e.g. cambio evolutivo). De esta forma, la plasticidad del desarrollo que actúa temprano durante la ontogenia podría inducir la aparición de nuevos fenotipos, conciliando el papel restrictivo de la selección para mantener la adaptación local (Young y Badyaev, 2010). Por lo tanto, los fenotipos termo-tolerantes podrían ser también el resultado de fuerzas selectivas que actúan sobre la ontogenia del organismo (Oster y Alberch, 1982, Bowler y Terblanche, 2008). En consecuencia, el ambiente no solo selecciona, sino que también puede generar variación (Schlichting y Pigliucci, 1998; West-Eberhard, 2003; Gilbert y Epel, 2009). En este sentido, Salinas y cols. (2013) indican que la habilidad de enfrentar altas temperaturas también podría estar influenciada por la experiencia parental, es decir, hijos de padres que vivieron en ambientes extremos tendrían mayor habilidad para enfrentar tales ambientes, (ver también Gilchrist y Huey, 2001). De hecho, tales efectos podrían permitir que la descendencia reciba información adecuada temprano en el desarrollo y cambiar así adaptativamente su fenotipo de acuerdo a la información parental (Klosin y cols., 2017; Mousseau y Dingle, 1991; Mousseau y Fox, 1998; Salinas y cols., 2013; Engqvist y Reinhold, 2016). Así el ambiente experimentado por un organismo puede, en algunos casos influenciar la expresión génica para una o más generaciones (Mousseau y Dingle, 1991; Jablonka y Raz, 2009).

Conclusiones

Las consecuencias del ambiente térmico sobre los organismos dependen de las características de la señal ambiental (e.g. intensidad y duración de la exposición), de las características fisiológicas de los organismos (e.g. sensibilidad térmica o TPC) y de su capacidad para responder a los desafíos impuestos por el medio (e.g. plasticidad fenotípica; Cavieres y cols., 2017; Donelson y cols., 2017; Gibbin y cols., 2017). De acuerdo con el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC 2002), el incremento en la variabilidad térmica y en la frecuencia de condiciones ambientales extremas podría tener un impacto aún mayor en la biodiversidad que el aumento en las temperaturas promedio, y estos efectos necesitan ser cuantificados. En este sentido, son vitales estudios que incorporen no solo nuevos escenarios climáticos, sino también los efectos sobre variables fisiológicas. Denny y Helmuth (2009) proponen que una falta de visión fisiológica es el principal impedimento a la predicción exitosa de los efectos ecológicos de los cambios climáticos. De hecho, debido a que históricamente el análisis de los efectos biológicos del cambio climático ha sido principalmente correlativo, existe la necesidad de que el fisiólogo ecológico y evolutivo contribuya a este importante problema con la generación de modelos predictivos (mecanísticos o causales) de la respuesta de animales al cambio climático (ver Huey y cols., 2012). Se necesitan modelos integrativos, que evalúen los efectos del cambio climático a diferentes escalas (mecanismos y patrones), y que evalúen no solo las consecuencias de cambio climático sobre rasgos individuales, sino que incorporen diferentes niveles de organización (desde las moléculas a la historia de vida), considerando por ejemplo las ventanas de vulnerabilidad que tienen los organismos (la respuesta no es lineal a lo largo de la vida, ver Burggren, 2018) y la capacidad para adaptarse al cambio. Con esta información, se generarán predicciones más realistas sobre los efectos ecológicos (poblacionales, comunitarios y ecosistémicos) del cambio climático.

Agradecimientos. Financiado por FONDECYT 1190007, CONICYT PIA/BASAL FB 0002, FIA PYT-2018-00058 a FB, y FONDECYT 11190637 a GC.

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1 Plasticidad fenotípica es la habilidad de los organismos para modificar su fenotipo en respuesta a factores ambientales (West-Eberhard 2003).

El cambio climático y la biología funcional de los organismos

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