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El meteorito

«§»

Eran las seis de la mañana cuando sonó la alarma. Tras la ventana se veía un día con nubes, ideal para hacer pereza. No me costó trabajo levantarme, te­nía mucha curiosidad por lo que vendría.

“¿Cuál será el primer objeto? ¿Será que empezamos, otra vez como en el colegio, con las etnias, las carabelas, las joyas de Isabel la Católica, los criminales que vinieron, el grito de ‘Tierra’, para seguir con el cuento de los indios idólatras, que a veces eran caníbales? No. Si es así, me defraudaría. Espero que sea algo muy diferente”, me dije.

El bus 81, que tomo cerca de casa, me dejó en la avenida. Debía caminar desde allí, por la alameda. En el recorrido me fui encontrando a los compañeros. Casi no reconozco a Isabel debajo de toda esa ropa abrigada que llevaba, parecía un esquimal. El profesor ya nos estaba esperando junto al autobús.

—Adelante, pueden sentarse donde quieran.

El asiento junto a Mabel estaba libre. Me pregunté por qué ella me ofrecía la ventana. Sin dudarlo, acepté. Luego supe que le producía algo de vértigo el paisaje en movimiento.

Me gusta viajar mirando hacia afuera. La ciudad siempre es un gran escenario. Mi asiento era como el palco de un teatro donde estaba ocurriendo un espectáculo de multitudes.

—Vamos a aprovechar que estamos en Bogotá —nos dijo—, una ciudad con mucha historia. Hoy, como pocas veces, vamos a situarnos a un metro de nuestro primer objeto.

Teruel nos entregó dos mapas plegables, impresos en policromía, uno del país y otro de la ciudad. El primero tenía las coordenadas geográficas, en una especie de cuadrícula. El de Bogotá tenía señalados 36 sitios turísticos.

—Los mapas deben guardarlos, nos servirán durante todo el curso. Los vamos a utilizar para varias salidas. Son plegables, resistentes, caben en el bolsillo, les pido que los conserven durante todo el curso. Ojalá lleguen a conocerlos como la palma de su mano.


Era evidente que nos dirigíamos al centro de la ciudad. Tomamos la avenida El Dorado hacia el oriente, en el horizonte sobresalían los cerros de Monserrate y Guadalupe. La ciclorruta que va por el separador central estaba concurrida. Una nube de motociclistas se escurría entre el tráfico como el agua en medio de los dedos. En los semáforos, unos payasos hacían malabares y acrobacias por unas cuantas monedas. Se oían muchos pitos. Me gustaba el bullicio de la gran ciudad.

—Bogotá a esta hora parece un hormiguero —le comenté a Mabel.

—Y las termitas huyen en estampida, como si les hubieran pisado el techo —me respondió.

Nos reímos. Ella me había caído bien desde el principio, era simpática y chistosa y no hablaba como una cotorra, dejaba pensar. El conductor aprovechaba cada espacio para avanzar con habilidad. Luego, al llegar a la carrera Séptima, desviamos hacia el norte.

—¿Ven esa edificación antigua, sólida, con muros de piedra y algunos pendones que anuncian eventos? Ese es hoy nuestro destino.

En grandes letras doradas, sobre la puerta central, se leía “Museo Nacional”.

—El edificio tiene casi 145 años. Anteriormente fue una cárcel, en 1946 los presos fueron trasladados a la prisión de La Picota y el Gobierno lo destinó para albergar el museo que está aquí desde el 2 de mayo de 1948. Como la construcción reúne grandes valores arquitectónicos, fue declarada monumento nacional el 11 de agosto de 1975. Vamos ahora al contacto con nuestro primer objeto.

Avanzamos por una galería ancha de techo elevado. En un punto se cruzaba con otra, formando una cruz. Nos detuvimos en la misma intersección. En ese momento las luces formaron un círculo sobre el suelo. El foco central aumentó su intensidad. En esa aureola luminosa sobresalía un objeto que brillaba con visos metálicos, una roca mediana, de formas irregulares y del color de las cenizas del carbón.


Por su aspecto sólido, aun sin tocarla, sabía que era muy pesada. La miramos con curiosidad. Al menos yo, no recordaba haber visto antes una igual.

—Lo adivinan sin duda. Este es el objeto inau­gural de nuestro curso. Es el fragmento mayor de un meteorito. Una roca llegada de lo profundo del cielo. Diferente a las rocas de nuestras montañas. Esta sí es extraterrestre.

»Se calcula que en el espacio sideral hay unos 100 000 millones de cuerpos celestes en sus órbitas: planetas, soles, estrellas, asteroides. Y entre ellos flota una gran cantidad de material disperso: muchas rocas pequeñas, algunas medianas y unas pocas grandes, y polvo cósmico. A esos elementos que se hallan en el intermedio se les llama meteo­ritos y suelen tener un tamaño menor a los diez metros, aunque también hay algunos muy grandes, de kilómetros.

»Un meteoro o estrella fugaz es el fenómeno atmosférico que resulta del paso de un pequeño cuerpo celeste a través de la atmósfera. Estos cuerpos ingresan a ella con una gran velocidad, entre 10 y 70 km por segundo; al encontrar resistencia sufren fricción, presentan calentamiento y una fuerte desa­celeración. Si son pequeños, suelen derretirse lejos de la tierra, a unos 80 km de altura, sin alcanzar a tocar la superficie de nuestro planeta. Si el meteorito es más grande, puede resistir mejor la entrada a la atmósfera y acercarse hasta unos 10 km sobre el nivel del mar antes de desintegrarse. En ese momen­to se torna muy luminoso y se le conoce con el nombre de bólido. La figura es parecida a la de un cometa en miniatura, con una cabeza brillante y una larga cola de polvo cósmico que también resplandece. Su luminosidad varía, alguno puede alcanzar el brillo de la luna llena y durar unos cuantos segundos.

»Hemos comenzado el curso con un meteorito porque es bueno recordar que los seres humanos no somos el principio de la Historia, somos solo el capítulo más reciente. Estas rocas son más antiguas que la misma Tierra y están cayendo sobre ella desde su primitiva formación. Nuestro planeta es joven entre los cuerpos celestes. Nuestro país es parte de uno de los cinco continentes que forman un planeta que, suspendido en el cielo infinito, es apenas una parte minúscula de la Vía Láctea. Mientras los astros permanecen en sus órbitas estables, los cuerpos pequeños como los meteoritos están un poco sueltos y pueden caer sobre nuestra superficie, prácticamente en cualquier momento. Pero eso ocurre muy excepcionalmente y entonces su aparición se convierte en un suceso inolvidable.

»Algunos meteoritos se han hallado incrustados dentro de la Tierra y se ha determinado su época de impacto. Su estudio nos da información sobre cómo se formó el sistema solar y los elementos que lo integran… y, además, sobre algo de suma importancia: la vida misma. Sí, no les suene raro, los meteoritos se relacionan con la vida.

La frase quedó sonando en la sala. Nos sorprendía que esas rocas inanimadas tuvieran conexión con la vida.

—¿Alguien ha oído antes la expresión “somos polvo de estrellas”? Es una frase de una melodía que habla de lo insólito de la vida. La expresión encierra una gran verdad. Sin meteoritos, no habría vida. Algunos elementos que integran las células vivas vinieron del cielo con esas rocas especiales.

¡Aquello era fascinante! En ese momento, siguiendo mi costumbre de espiarlo todo, miré al grupo; todos seguían absortos, atentos. El profesor había logrado cautivarnos. No paraba de sorprendernos, ya otra sorpresa se anunciaba en su cara.

—También los meteoritos pueden destruir la vida.

Quedamos perplejos, nos parecía una contradicción estar a favor de la vida y en contra de ella, a la vez.

—Un asteroide, que es un meteorito gigante, fue el causante de la desaparición de los dinosaurios, que era la especie animal más poderosa sobre el planeta. Ello ocurrió hace unos 66 millones de años. Un gran cuerpo celeste de unos 10 kilómetros de diámetro cayó sobre lo que hoy es la península de Yucatán, en México, y desencadenó un cataclismo que terminó con infinidad de organismos vivos. Se especula que el impacto formó una nube de polvo de tal magnitud que ocultó la luz del sol por un tiempo largo, tanto, que cortó la fotosíntesis. Y con ella se quebró la cadena alimentaria.

»Toneladas de fragmentos de esa inmensa roca saltaron por los aires y luego volvieron de regreso a la Tierra por efecto de la gravedad. Su roce con la atmósfera generó un pulso térmico, es decir, una ola de calor que recorrió la superficie de toda la región con temperaturas de más de 500 grados centígrados, eliminando cualquier forma de vida que encontrara a su paso.

Su relato me trajo ciertos recuerdos. Había visto unas cuantas películas sobre el fin de nuestro planeta por la caída de un meteorito gigante. Me habían encantado y asustado a la vez. Recordaba especialmente una.

—Como en la película Armagedón —comenté en voz alta.

—Exactamente —dijo el profesor.

Los compañeros me miraron, sentí que me inflaba por dentro.

—Hay muchas películas sobre este tema. Una de las más recordadas es Armagedón (1998). Cuenta cómo la NASA lanzó una misión desesperada para evitar que un asteroide del tamaño de Texas impactara a la Tierra y acabara con toda la vida en el planeta. En el film se lanzaron varias bombas atómicas para fragmentarlo.

Luego el profesor nos proyectó, tomadas de YouTube, unas pocas escenas de esa película.

—Hay dos meteoritos famosos en Colombia, este es uno de ellos. Hay otro, anterior, del que no tenemos vestigios. ¿Ustedes han oído la expresión: “Eso es del tiempo del ruido”? Me imagino que saben que se usa para decir que algo ocurrió hace muchísimo tiempo. La expresión se debe a la caída sobre tierra colombiana de un meteorito. Ese su­ceso ocurrió el 9 de marzo de 1687. Fue tan espectacular el acontecimiento, que se ha conservado en la memoria popular.

»Escuchen lo que dicen los relatos: “Eran cerca de las 10 de la noche. En esa época, sin luz eléctrica, la gente se acostaba temprano. La mayoría de los habitantes de la capital dormía, cuando se escuchó un ruido ensordecedor que se prolongó por unos 15 minutos. Los espectadores vieron en el cielo “bolas y proyectiles incendiarios”, acompañados por un intenso olor a azufre”. Los habitantes de la ciudad colonial entraron en pánico y huyeron de sus casas, por las calles destapadas, aún en pijama. “Es el fin del mundo, la hora del juicio final”, gritaban varios.

»La mayoría buscó refugio en iglesias y claustros religiosos. El extraño ruido terminó aquella misma noche pero el olor a azufre permaneció algunos días más sobre la sabana de Bogotá. Desde entonces, durante muchos años, cada 9 de marzo se celebraba una ceremonia religiosa para pedir la protección divina. Y se creó la expresión “el tiempo del ruido”, luego la seguimos usando aunque hayamos olvidado su origen.

»Es posible que ese suceso cósmico haya impresionado a un gran artista. En ese tiempo vivía en Santafé de Bogotá el pintor más célebre de toda la época de la Colonia: Gregorio Vásquez de Arce y Ceballos (Bogotá, 1638 - Bogotá, 1711). Algunos creen ver en su cuadro “Santiago Patrón de España”, en la que aparecen ángeles lanzando rocas, una alegoría al fenómeno de la caída del meteorito.

»Volvamos a la historia del meteorito que tenemos frente a nosotros. A principios de 1810, la noche del Viernes Santo, 20 de abril, exactamente tres meses antes del Grito de Independencia, cayó sobre tierras colombianas este meteorito. Una mujer llamada Cecilia Corredor encontró un gran fragmento en el municipio de Santa Rosa de Viterbo, en la colina de Tocavita. El objeto causó gran admiración entre los habitantes, se notaba que era un metal raro, pues pesaba mucho más de lo que aparentaba por su volumen. Fue trasladado al centro urbano, donde por mucho tiempo se utilizó como yunque en la fundición de hierro. Allí estaba sobre una columna de piedra y expuesto a todos. Era la atracción del pueblo. Un día llegó a Santa Rosa un extraño personaje que quería comprar el meteorito. La piedra, que pesaba inicialmente 750 kg, fue fraccionada y más de cien kilos le fueron cedidos a Henry Ward. La parte mayor, de 411 kg, es este objeto que estamos viendo.

»Esta fue la primera pieza de la colección del museo y fue adquirida por los científicos Mariano Eduardo de Rivero y Jean-Baptiste Boussingault en 1823. Fue estudiada por el Instituto Smithsoniano y se halló que está compuesta 93 % de hierro, 6 % de níquel, 0,7 % de cobalto, 0,2 % de carbono y 0,1 % de fósforo, azufre y cromo. Su densidad es muy alta: 7,70 gr/cm3. Muestras de este meteorito fueron distribuidas a unas 26 instituciones regadas por el mundo desde Nueva York hasta Calcuta.

»Existen más de 45 000 meteoritos documentados. En Colombia hay solo dos casos registrados oficialmente. Es posible que este meteorito haya intervenido en nuestra gesta de Independencia. Se dice que siguiendo la moda de la época de fundir armas blancas a partir de meteoritos metálicos, se forjó con el hierro de Santa Rosa una hoja de espada, la cual se le ofreció al Libertador Simón Bolívar con una dedicatoria que decía: “Esta espada ha sido hecha con hierro caído del cielo para la defensa de la libertad”.


»Cuando miren el cielo y vean cuerpos que se desplazan, las “estrellas fugaces”, recuerden que se tra­ta de meteoritos que están ingresando a nuestra atmósfera, que pueden traer vida y muerte, pero son ante todo un bello momento fugaz en esta eternidad del cosmos. Y que nuestro destino es igual de bello y efímero. Por hoy la clase ha terminado.

§

Había previsto lo que pasaría. Durante la cena me preguntaron de nuevo:

—¿Qué tal la clase de hoy?

Se veía que tenían curiosidad y algo de preocu­pación. Dudaba si aliviarlos, pero aún no era tiempo. En ese momento pensé: “Está claro que ya no me quejaré en un ministerio sobre la violación de mis derechos, ni haré un escándalo en una emisora. Además, ya no sigo buscando en los Derechos del Niño una frase específica sobre el descanso en va­caciones”. Habíamos convenido que después de la tercera clase tomaría una decisión, entonces no de­bía apresurarme.

—No sé. Un poco extraña… pero interesante —les respondí.


¡Colombia a la vista!

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