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La balsa de la ofrenda

«§»

La mañana era fría, no demasiado, lo usual en esa época. El tráfico estaba suave, así que llegué con mucha anticipación. Me gustaba caminar a esa hora por la alameda, que tenía un poco de neblina. En el Jardín Botánico soplaba un viento fuerte. Estábamos ya todos sobre la escalinata de la entrada, sentados, como golondrinas en una cuerda.

Tiritábamos. Moisés, el encargado de la segu­ridad, apareció con las llaves. Entramos al teatrino buscando algo de calor. Mabel se sentó en la siguiente silla. Nos habíamos acomodado cuando el profesor nos hizo el anuncio desde la puerta:

—Hoy no utilizaremos el TET. Vamos a visitar el lugar. Es aquí en Bogotá, en el centro. Es el sitio más espectacular de esta ciudad. Ya el autobús nos está esperando.


»Saquen su mapa de la ciudad. Esta vez las coordenadas geográficas son las corrientes: Cra. 6 No. 15-88. ¿Ya la cogieron?

—Claro, Profe. Aquí dice: Museo del Oro. Lo he visitado dos veces —dijo Pablo.

En cambio, yo aún no lo había hecho. En dos ocasiones estuvimos listos para ir, pero algo surgió a última hora. Luego escuchamos comentarios de que era muy interesante y que estaba recientemente remodelado.

Nos reunimos un momento, formando un círculo, en el vestíbulo de entrada.

—Hoy nos vamos a enfocar en los pobladores ancestrales de este continente, en especial en la relación que tenían con sus dioses y en el papel que jugaba el oro en esa relación. Este país empezó a ser habitado hace al menos unos 30 000 años. Los primitivos pobladores dejaron su huella, primordialmente en objetos hallados en sitios ceremoniales, monumentos y en tumbas. Ustedes están acostumbrados a que en los cursos de Historia les hablen únicamente de los últimos cinco siglos, desde que llegaron las carabelas de Colón que, a propósito, se llaman así pero una de las tres embarcaciones no era carabela.

—¿Cómo así, profesor? —dijo Pablo, que no dejaba pasar ni una.

—La Santa María no era una carabela. Se trataba de una carraca o nao, en el lenguaje náutico español de la época. Con sus tres palos, era una carraca menor construida en Galicia, por la cual fue llamada originalmente La Gallega y era propiedad de Juan de la Cosa. Pero ya en el momento del arribo de esos visitantes, llevábamos milenios como pobladores de esta tierra.

»Desde ahora, en este curso no vamos a hablar de “Colombia prehispánica” y luego de la Conquista, la Colonia y la República. Esa división de las épocas no es justa. La llegada de Colón fue hace apenas un instante, según el tiempo del planeta.

»No somos un pueblo sin historia, tenemos un pasado largo, aunque aún no lo conozcamos a cabalidad. Tenemos antepasados que inventaron lenguajes, que usaban herramientas, que tuvieron cerámica, que conocían los metales y que dejaron su rastro sobre la tierra. Es precisamente esa larga historia la que fue cortada por unos pocos viajeros que creían que viajaban a otra parte.

—¿Entonces Colón y sus acompañantes eran unos despistados en el sitio equivocado? —comentó Isabel y todos nos reímos.

—Exactamente. Iban a la India, llegaron a América y tardaron tiempo en descubrir su error. Además, no sabían qué iban a encontrar. Según la bitácora de Colón, él no descartaba hallar hombres lobo y animales fantásticos.

Nos miramos extrañados, aquello nunca nos lo habían contado. Isabel puso cara de loba.

—Las primeras evidencias claras de actividad humana en la sabana de Bogotá son algunos trozos de piedra tallada, encontrados en El Abra. Este es un sitio arqueológico ubicado al oriente de Zipaquirá, a 2570 msnm. Se trata de abrigos rocosos utilizados por los primeros pobladores humanos de la región, en el Pleistoceno tardío. Se sabe que son anteriores al año 10 000 a. C. Cerca del Salto del Tequendama se han realizado hallazgos similares.

»Tenían cerámica, viviendas, tejían, usaban armas para cacería. Además, fueron grandes orfebres. Tenían organización social y había líderes o caciques. Pero les recuerdo de una vez por todas, de esas actividades dejaron objetos que vamos a estudiar, sin embargo, debemos ir más allá de los objetos, nos debemos acercar a las personas que los hicieron.

»Vamos a empezar nuestra visita por nuestro objeto escogido y luego por la cámara de la ofrenda, que es un sitio que quedará para siempre en sus memorias.

»Este museo es un lugar importante en el mundo, está entre los grandes museos inolvidables. Recibe muchos miles de visitantes cada año. Hay centenares de piezas únicas, auténticas y fascinantes. Verán que están dispuestas en vitrinas, con excelentes explicaciones.


Fuimos casi directamente al tercer piso. Allí estaba, magníficamente expuesta, la balsa de la ofrenda. Nos ubicamos alrededor de ella. Miré cuidadosamente la base y los personajes. Me parecía increíble que tantos siglos atrás mis antepasados hubieran hecho esa obra, llena de significado y con tantos hermosos detalles.

—Quiero que miren su bella manufactura. Es oro fundido. Utilizaron crisoles para la fundición del metal, luego moldes y el truco de la cera perdida.

»Esta pieza tiene para nuestra historia un valor incalculable. Es posible que sea uno de los objetos que dio origen a la leyenda de El Dorado, un lugar por el que los conquistadores movidos por su codicia, hicieron muchas exploraciones y cometieron incontables atropellos. La búsqueda del oro trajo ruina y pocos resultados.

—¡Qué bien que se quedaron ensayados, con los crespos hechos! —comentó Manuela y todos coincidimos.

—Pero esta obra no es la primera balsa que se encontró.

Todos quedamos sorprendidos. La mente más rápida del grupo exclamó:

—¿Acaso es una réplica?

Ante la pregunta de Pablo, el profesor sonrió a su vez.

—Es otro original, este museo no admite réplicas. La primera balsa obtenida de la laguna de Guatavita fue comprada por un ciudadano alemán y enviada a su país. En otras épocas esa práctica era legal. Ahora está absolutamente prohibida, pues un país debe conservar los objetos que son parte fundamental de su Historia. Allí, cuando estaba en las bodegas del puerto de Hamburgo ocurrió un gran incendio que la destruyó.

»Los muiscas, desde tiempo atrás, venían haciendo ofrendas no solo en la laguna de Guatavita, sino también en las lagunas de Siecha, Ubaque, Guasca, Teusacá, Iguaque y otras más. Posiblemente la misma ceremonia de la ofrenda se celebraba en diversas lagunas y en ellas usaron objetos similares a este. Es decir, había varias piezas como esta.

»Los indígenas hacían con frecuencia ofrendas a sus dioses, con un ritual específico. La ofrenda era frecuente pero variable según el propósito y la ocasión. Y también había ceremonias de ofrendas extraordinarias.

»Esta balsa es un objeto ceremonial, lleno de un profundo significado. El oro que habían sacado de la tierra, los indígenas lo fundían y con él elaboraban piezas que los acompañaban en las cere­monias y también en su viaje al más allá. El oro era símbolo de poder, pero no en el sentido económico actual de atesorarlo. El oro era el poder de la auto­ridad en la tierra y además el poder de armonizar con los dioses.

»Lo habían extraído de las entrañas de la tierra, lo habían moldeado con sus manos. Ahora, en el rito ceremonial, ellos se lo devolvían a la tierra y a sus dioses como una ofrenda. A los oídos de los conquistadores llegó la historia de las ofrendas. La ambición los llevó a buscar el metal precioso hasta en el fondo de las lagunas. Exploraron y ocasionaron daños en Guatavita, Siecha y Fúquene. La laguna de Guatavita fue reducida en su nivel en el siglo XVI. La leyenda de El Dorado también conmovió a otras generaciones. La laguna fue desecada completamente en 1911. En la laguna de Siecha se excavó un túnel profundo que redujo el nivel, pero causó un derrumbe y la muerte de los saqueadores.

»En 1969, en Pasca, cerca de Bogotá, un campesino halló una nueva balsa, dentro de un gran recipiente de arcilla cocida. Y, junto a la balsa, otras figuras. El párroco de ese pueblo, Jaime Hincapié, quien fue consultado por el afortunado poseedor de ese tesoro, logró que dichas piezas ingresaran completas al Museo del Oro. Desde entonces se le conoce a este objeto como “La balsa muisca”. Está hecha por fundición, con la técnica de la cera perdida, en una sola etapa. Es una aleación de oro y cobre, mide 19,5 cm de largo, 10,1 de ancho y 10,2 de alto. El personaje central es un cacique adornado con tocado, orejera y nariguera. Le acompañan otros personajes, entre ellos dos portadores de estandartes.


El grupo no perdía detalle. Era un objeto emocionante y uno se trasladaba con su mente a aquella impresionante ceremonia de la ofrenda. Luego entramos todos a un cuarto oscuro, de forma circular, nos fuimos repartiendo por el salón. Cerraron la puerta, aquel recinto era una especie de caja fuerte. Gradualmente encendieron la luz. La totalidad de la bóveda refulgía con un brillo resplandeciente, porque sus paredes estaban cubiertas por las piezas de oro. Todas ellas eran auténticas joyas, habían sido halladas en enterramientos o en el fondo de alguna laguna. En el centro de la habitación había un círcu­lo, que semejaba un pozo y dentro de él, objetos de oro. Simbolizaba la ofrenda ancestral. Este era el ciclo del oro para nuestros antepasados. Refleja una antigua y sabia cultura.

»Los objetos que elaboramos, con frecuencia nos sobreviven. Nos cuentan de sus creadores, de su visión del mundo. Y también a nosotros nos transforman, nos hacen sentir parte de esta humanidad que busca encontrarle un sentido a su paso por esta existencia.

Estábamos maravillados y queríamos permanecer unos minutos más en la sala de la ofrenda, pero nuestro tiempo había terminado y el museo no admite demoras. El profesor nos pidió hacer un círculo, ya fuera del recinto, para seguir explicándonos.

—Casi todos los europeos llegaron con ánimo de enriquecerse. Muchos usaban la expresión: “Va­mos a hacer la América”, soñaban con regresar tras unos pocos años a su patria para disfrutar y hacer ostentación de su riqueza. Y, para enriquecerse, expoliaron y explotaron al indígena. Los nativos fueron sometidos a intensos trabajos de minería. Pero las duras condiciones laborales y las enfermedades que trajeron los europeos, como la viruela, diezmaron la población.

»Para continuar extrayendo minerales de la tierra se necesitaba mucha mano de obra, entonces trajeron a los africanos, a los cuales sometieron a la esclavitud. Grandes cantidades de metales se enviaron a España, que estaba en plan de expansión y sostenía frecuentes guerras. Nuestro territorio, el Virreinato de la Nueva Granada, no era el de mayores recursos. Fue superior el expolio en otras tierras como Bolivia y Perú. De allí vienen las expresiones: “¡Eso vale un Perú!”, o “¡su precio es un Potosí!”. Pero la persecución de la riqueza por parte de los conquistadores fue un azote para los pueblos recién conquistados.

»El trabajo del oro nos muestra que la sociedad muisca había llegado a ciertos niveles técnicos y organizativos muy avanzados. El oro, para los españoles, era un objeto de codicia que se podía cambiar por comodidades y lujos. Para el indígena el metal era un medio de poder entre los hombres, y era un factor de equilibrio con los dioses, para que fueran siempre benevolentes con nosotros.

»Pero hay algo aún más importante: la idea de “Naturaleza” nos separaba de los españoles. Para aquellos extranjeros el hombre podía servirse de ella con liberalidad y capricho; para los indígenas, ella es la madre de todos los seres vivos, debemos utilizarla con moderación, respetarla y cuidarla.

»Ahora, les sugiero que visiten el resto del museo por su cuenta, tienen dos horas para mirar las otras salas. Hay aquí muchas maravillas.

§

Ese tiempo se nos pasó volando, aprendimos en detalle los métodos de extracción del oro, la técnica de la fundición en crisoles y entendimos ese truco tan ingenioso de la cera perdida.

Cuando llegué a casa, estaba tan emocionado que empecé a contarles sobre la balsa y la cámara de la ofrenda, sobre la fundición y los crisoles. Se me había olvidado que aún no había anunciado si continuaba. Hablé y hablé sin parar. Me pedían pormenores y yo les pintaba con palabras los detalles de cada pieza de orfebrería.

¡Estaba orgulloso de mis ancestros!

Desde ese día no me preguntaron si continuaba en ese viaje de descubrimientos.

¡Colombia a la vista!

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