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¡Colombia a la vista!

«§»

—Hoy vamos a viajar en el TET, subamos a bordo. Ahora tomen asiento y abróchense los cinturones.

Cada silla tenía dispuesto uno, los 25 clics de cierre sonaron al tiempo.

Luego se apagaron lentamente las últimas lu­ces, quedamos en penumbra y en silencio. Una nube de gas carbónico fue invadiendo la cabina.

—La nave ya está carreteando sobre la pista.

—Pongo en los comandos las coordenadas geográficas de nuestro destino: latitud: 4° 0’ 0’’ N, longitud: 72° 0’ 0’’ O. ¿Las recuerdan? 4-72. No es solo un código postal para cartas y paquetes, es la dirección de Colombia para alguien que viene del espacio.


El teatrino se llenó totalmente de gas, sentí que nos metíamos en una nube cósmica, en el vórtice de un remolino espacial. El gas carbónico me dio tos, pero luego me calmé.

—Estamos llegando a nuestro objetivo: ese pla­neta azul que se ve a lo lejos. Ahora buscamos un país en una esquina, en el centro del mapa, en una posición geográfica privilegiada, con dos mares, tres cordilleras y casi en el centro una inmensa sabana. ¡Colombia a la vista! Vamos a viajar por su accidentada geografía y su interesante historia.

En ese momento comenzó la vertiginosa proyección sobre los doce módulos. Las imágenes se sucedían una tras otra. Cada fotografía era más impresionante que la anterior. Mares, cordilleras, aves, mariposas. Estadios llenos. Las fiestas populares con sus exóticos personajes y sus disfraces. Silleteros llevando a sus espaldas inmensos adornos florales. La alegría contagiosa de un carnaval. Acordeones, marimbas, tiples, cajas, maracas. Gente recogiendo café. Ríos desbordados, candidatas a un reinado desfilando sobre balleneras. Soldados camuflados en la selva, atletas corriendo, ciclistas dominando empinadas cuestas. Rostros de muchas etnias, sonrisas de muchas formas, algunas lágrimas furtivas. Plazas de mercado, restaurantes de barrio, niños en parques.

—Verán que así es este país: colorido, alegre, solidario, lleno de aromas, musical. Pero también lleno de contrastes, desigual, amable y violento a la vez, lleno de entusiasmos, con muchos peligros, pero siempre en crecimiento.

Confieso que en los salones a oscuras siempre me gusta observar a los demás, espío sus movimientos cuando están absortos en un espectáculo y no saben que los miro. Creo que en esos momentos el alma se les ve en los ojos. Mis compañeros, sin excepción, estaban concentrados en la pantalla, como hipnotizados.

—Nuestro país es múltiple y diverso, en él coexisten al menos 87 etnias diferentes que hablan 67 lenguas distintas, en un poco más de un millón de km2. Su geografía es amplia y variada, y pre­senta megadiversidad biológica, con grandes recursos de flora y fauna, en especial de mariposas, pájaros y ranas. Pero esa espléndida naturaleza está pidiendo auxilio, se está deteriorando aceleradamente.

»La población, de cerca de 45 millones de habitantes, se ubica en diversas regiones que muestran enormes diferencias en la forma de vestir, de hablar, de cantar, de comer. El país se divide en 32 departamentos y un distrito capital. Posee 1122 municipios. Cada región tiene su cultura propia, con una distinta manera de gozar, soñar y vivir.

»Existen muchas maneras de conocer un país. En especial este que es tan complejo. Uno puede meterse en la vida de los personajes ilustres, o elaborar listas de presidentes y de guerras, o analizar las estadísticas y las cifras especiales, o estudiar en detalle los accidentes geográficos de este rico suelo. Todas esas vías nos muestran aspectos importantes, pero parciales del país.

»Vamos a hacer todo esto a la vez, de una manera diferente, como aún no se ha hecho. Los invito a recorrer Colombia por medio de unos cuantos objetos que son parte de la tradición y las costumbres de algunas de las regiones de este territorio. Veremos de dónde surgieron, quiénes los crearon, qué propósito cumplían y por qué se han conservado. Comprobaremos que las manos y las mentes de los colombianos son muy creativas. Que la historia la escriben grandes personas… y pequeñas también.

»Hemos escogido para conocer el país determinados objetos porque están frente a nosotros, porque son el fruto del trabajo de manos colombianas. Son objetos que nos acompañan, nos ayudan, nos transforman. Pueden enseñarnos muchas cosas de nuestro pasado y explicar nuestro presente. También nos permiten escribir el porvenir. Luego, inevitablemente partiremos y se los dejaremos a otros.

Y aparecieron en las pantallas, casi como relámpagos, el balón, la bicicleta, una espada, una ruana, la bandera, un carriel, hileras de mulas, monedas, un escudo, medallas, estampillas, libros, un sombrero, un portabebé, y muchas cosas más, eran tantas que no se detenía mucho en ninguna.

—Lo vamos a hacer conversando, como ocurre entre amigos que celebran encontrarse. Pueden preguntar o comentar cuando quieran hacerlo. To­das las opiniones serán bienvenidas. Espero que al final de este viaje sintamos la más grata de las experiencias: entender un poco de dónde venimos, sentir que este país es grande y nuestro, y conocer un poco mejor quiénes somos, para dónde vamos y qué nos espera en el próximo futuro.

»¡Bienvenidos a esta gran experiencia de conocer Colombia en sus objetos! Pueden desabrochar sus cinturones de seguridad. Por hoy el viaje ha terminado.

Se encendieron las luces. Se disipó completamente el gas carbónico. Salíamos de un mundo desconocido. Nos miramos los unos a los otros, éramos los mismos y a la vez otros, no sé cómo explicarlo mejor, sentí que los viajes reales o imaginarios nos cambian. Me sentí diferente, como si me hubiera quitado una venda de los ojos. Llegamos al jardín con la sensación de que realmente habíamos sobrevolado un país de gran belleza y de muchos contrastes y misterios. La experiencia nos había fascinado.

Pablo no decía nada, pero tenía los ojos brillantes de la emoción.

—¡El viaje estuvo increíble! —repetía Isabel, maravillada.

—Así cualquiera aprende mientras viaja —dijo Mabel cuando íbamos a buscar un refrigerio.

Con todos ellos estuve de acuerdo: aquello iniciaba a lo grande. Tuve que reconocer que mis temores sobre el curso no tenían fundamento. Era un curso divertido, interesante, y la gente: increíble.

¡Claro que iba a continuar! Pero no diría nada en casa, la consigna era clara: guardar silencio unos cuantos días. Si me retractaba muy pronto, mi protesta de aquella noche parecería una tonta pataleta y no lo que realmente fue: la defensa de un derecho.

¡Colombia a la vista!

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