Читать книгу Cooperar para crecer - Francisco Zariquiey Biondi - Страница 5
ОглавлениеIntroducción
Empezamos…
Hacer aprendizaje cooperativo en Educación Infantil es, sin duda, una de las mejores decisiones que se pueden tomar a la hora de potenciar la experiencia escolar del alumnado. No solo porque maximiza las oportunidades de aprendizaje de todos los niños y niñas, sino porque también contribuye al desarrollo de toda una serie de destrezas, procedimientos y actitudes que son indispensables para (con)vivir con los demás y trabajar con ellos.
Ahora bien, los que avisan no son traidores: hacer aprendizaje cooperativo en Infantil no es una tarea sencilla. Vas a embarcarte en una empresa que tiene su complejidad, ya que supone un plus de exigencia en lo que se refiere al diseño didáctico y la gestión del aula. A lo largo de los distintos capítulos de este libro te ofreceremos herramientas, propuestas y recursos que te guiarán en el proceso de implantación, ayudándote a tomar las decisiones correctas, pero no vamos a mentirte: te va a tocar tomar esas decisiones y llevarlas a la práctica y eso, evidentemente, supone trabajo. Sin embargo, a lo largo del proceso de “cooperativización” de tu práctica docente podrás comprobar que compensa… y mucho.
Llevo más de una década —casi toda mi carrera docente— trabajando con el aprendizaje cooperativo en Educación Infantil y, sin duda, visto con perspectiva, puedo decir que la adopción de las estructuras y dinámicas cooperativas es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida. Contemplar cada día el “milagro” de la cooperación hace de mi trabajo una experiencia maravillosa, sorprendente y gratificante. Cuando uno tiene la suerte de trabajar con un grupo de niños que aprenden juntos a hacer las cosas solos, siempre desde la premisa de que el éxito de uno es el éxito de todos, el aula se convierte en un espacio de crecimiento y convivencia mágico.
Ahora bien, si tengo que ser sincera, no todo ha sido un “camino de rosas”. Los principios fueron difíciles, muy difíciles. Dejad que haga un poco de historia.
Mi periplo cooperativo está íntimamente ligado a la creación y desarrollo del colegio Ártica de Madrid, un centro que se diseñó desde y para la cooperación. La apuesta que hicimos por el aprendizaje cooperativo como elemento vertebrador del acto educativo fue inequívoca y, casi podríamos decir, impúdica. No nos cortábamos un pelo. De cada diez palabras que pronunciábamos delante de las familias que se interesaban por nuestro proyecto educativo, una era siempre cooperación. La idea era sencilla: veníamos a poner en marcha una organización escolar que utilizaría la interacción entre iguales como herramienta clave para promover el aprendizaje de todos los alumnos. No solo el aprendizaje de aquellos contenidos más “académicos” que, sin duda, se potencian dentro de las dinámicas cooperativas, sino también el aprendizaje de toda una serie de destrezas, valores y estrategias relacionadas con el trabajo en equipo, la convivencia y la gestión constructiva del conflicto.
Esta apuesta tan contundente por la cooperación como núcleo central de la dinámica escolar respondía a dos grandes motivos:
• En primer término, que teníamos el convencimiento de que funcionaba. Un convencimiento que no solo se sostenía sobre el extenso corpus teórico que a día de hoy fundamenta el aprendizaje cooperativo, sino que se basaba también en la experiencia de un buen número de mis compañeros del cole que ya habían trabajado con gran éxito con estructuras cooperativas y que abandonaron sus centros anteriores para hacer realidad la idea de una escuela en la que la cooperación se convirtiera en la dinámica habitual de trabajo en el aula.
• En segundo término, la apuesta por la cooperación respondía a la propia filosofía sobre la que se cimentaba el centro, que era una cooperativa de profesores en la que, como luego ocurrió en las clases, el éxito de uno representaba el éxito de todos los demás.
De ese modo, en el curso 2007-2008, tras un intenso año de formación y preparación, el colegio Ártica de Madrid abrió sus puertas con varios cientos de alumnas y alumnos que se integraron desde el principio en un grupo cooperativo. Y de ese casi millar de alumnos, casi trescientos lo hicieron en Educación Infantil, una etapa donde un grupo de maestras jóvenes y motivadas estábamos ansiosas por poner en práctica todas aquellas cosas que habíamos aprendido en ese frenético e intenso año de formación. Y fue entonces cuando “nos la pegamos”.
La mayoría de las propuestas sobre las que habíamos trabajado durante la formación no terminaban de adecuarse a las necesidades de las alumnas y los alumnos de Educación Infantil. Y, lo que todavía nos complicó más la existencia, no dábamos con mucho material especialmente pensado para esa etapa. Todas las grandes referencias cooperativas que manejábamos y las que pudimos encontrar se orientaban más para alumnos de niveles educativos más altos, sobre todo de Primaria y Secundaria. Y es que nuestros niños y niñas de 3 años no podían hacer Parejas cooperativas de lectura, porque no leían; no podían hacer Folio giratorio porque no escribían; y no podían hacer tutorías entre iguales porque todavía no eran capaces de explicar con facilidad las cosas que sabían hacer.
En ese momento, debo ser sincera, toda esa motivación y ese ánimo con el que habíamos emprendido la empresa de cooperar en Infantil empezó a resquebrajarse. Años más tarde descubriría que lo que nos pasó es bastante habitual en las dinámicas de cambio. Los colectivos empiezan los nuevos proyectos con gran emoción y con unas expectativas muchas veces fuera de la realidad. Es lo que se conoce como “optimismo no informado”: uno se lee un libro de cooperativo, alucina y piensa que su vida docente nunca será la misma: la cooperación convertirá nuestra clase en un lugar feliz en el que todos los estudiantes sacan lo mejor que tienen; dos semanas después, cuando la falta de destrezas cooperativas de los alumnos —no nacemos sabiendo trabajar con los demás— deriva en que muchas cosas no terminan de funcionar, pasamos de ese “optimismo no informado” a un “pesimismo informado” que, en un porcentaje alto de las ocasiones, suele derivar en el abandono del proyecto. En ese punto estábamos nosotras, finalizado el primer trimestre del primer curso del colegio.
Y lo hubiésemos dejado de no ser por dos motivos: en primer lugar, que veníamos a trabajar de ese modo. La convicción de que el aprendizaje cooperativo constituía el leitmotiv fundamental de la práctica educativa de nuestro centro evitó en un primer momento que el desánimo terminara en abandono. Vamos, que había que hacerlo, no porque nos obligaran, sino porque estábamos convencidas y, lo que es más importante, se estaba haciendo en el resto de las etapas. Nuestros alumnos de 5 años trabajarían con estructuras cooperativas en primero de Primaria, por lo que no tenía sentido que nosotros no utilizásemos las estructuras y dinámicas de cooperación.
Ahora bien, creo que la razón por la que pudimos salir de ese impás fue que trabajamos juntas, bajo la coordinación del equipo de innovación del centro1, en la construcción de un modelo de cooperación que no solo terminó adecuándose a nuestras necesidades dentro de la etapa, sino que, sin pecar de falsa modestia, terminó influyendo de manera directa en la forma en la que se planteaba y se sigue planteando la cooperación dentro de la Educación Infantil. De hecho, en la actualidad se utiliza de manera habitual el término “gemelos”, para referirse a las parejas heterogéneas de alumnos, y sobre el que se empieza a sostener la cooperación en Infantil. Ese término nació de un grupo de nuestros alumnos que empezaron a denominarse de ese modo. Esa idea nos gustó y terminó por generalizarse en nuestras aulas y, de ahí, a través de la intensa labor de divulgación y formación que hacíamos en el centro, se proyectó hacia muchas otras escuelas.
Toda esta experiencia fue muy valiosa para mí y, a día de hoy, analizada con perspectiva, me ha ofrecido una visión muy profunda y detallada con respecto al proceso de implantación del aprendizaje cooperativo en la etapa de Educación Infantil. De hecho, en la actualidad dedico una parte importante de mi labor profesional al asesoramiento de otros colegas docentes y centros que se hallan embarcados en la empresa de incorporar la cooperación en la dinámica habitual de sus clases. Y cuando me preguntan qué deben hacer para conseguir esta implantación, yo siempre señalo estas tres cuestiones:
• Es necesario que conectes la cooperación con las cosas que haces en el aula. No tienes que dejar de ser quien eres para cooperar; todo lo contrario, para empezar a implantar el aprendizaje cooperativo es más interesante que “cooperativices” lo que ya estás haciendo, antes que ponerte a hacer cosas nuevas que nunca has hecho. Desde esta perspectiva, puede ser interesante que entiendas la cooperación más como una forma de hacer las cosas que como una cosa para hacer. Y, en consecuencia, más que hablar de hacer aprendizaje cooperativo, podrías pensar en “cooperativizar” tu práctica docente.
Esto presenta una ventaja clave: que la cooperación se inserta de manera coherente dentro de la dinámica de tus clases, con lo cual resulta útil y, en consecuencia, se utiliza de manera habitual. Todo ello deriva en que las estrategias y dinámicas cooperativas se convierten en algo habitual para tus alumnas y tus alumnos, que van desarrollando las destrezas necesarias para cooperar con eficacia a medida que van teniendo experiencia. La ciencia es hija de la experiencia, suelen decir y, en este caso, creo que no se equivocan: solo trabajarán bien en equipo si trabajan en equipo habitualmente.
• Muy relacionada con el punto anterior, podría citar una segunda cuestión que me parece clave a la hora de hacer aprendizaje cooperativo en Infantil: debes entender la cooperación como un medio y como un fin…
La idea fundamental del aprendizaje cooperativo es conseguir que los estudiantes, trabajando juntos, aprendan a trabajar solos. Es evidente, en este sentido, que la finalidad de las dinámicas cooperativas no es que los alumnos se pongan el babi, hagan una serie o resuelvan un problema juntos, sino que poniéndose el babi juntos o resolviendo problemas juntos, aprendan a ponerse el babi y a resolver problemas solos. Ahora bien, para que esto ocurra, es indispensable que aprendan a trabajar juntos. Seamos claros: no todo lo que ocurre cuando se juntan unos cuantos alumnos conduce al aprendizaje. Si los estudiantes se juntan para que uno monopolice la palabra y no deje hablar a los demás o para que uno de los estudiantes le coja el lápiz al compañero que no sabe y le haga el trabajo, el trabajo cooperativo no tiene mucho valor. De hecho, este tipo de situaciones pueden derivar en el “desaprendizaje” de algunos miembros del grupo que no tienen la oportunidad de desarrollar los procesos necesarios para aprender.
Por tanto, para que aprendan juntos a hacer las cosas solos, los niños y las niñas deben desarrollar destrezas como respetar el turno de palabra o ayudar dando pistas, que, junto con otro buen montón de habilidades, procedimientos y actitudes, van a conformar la competencia para cooperar del alumnado. Una competencia que no solo va a resultar muy importante dentro del ámbito escolar, de cara a potenciar las oportunidades de aprendizaje de todos los estudiantes independientemente de su nivel de desempeño, sino que resultará clave para que los alumnos se desenvuelvan en los distintos ámbitos sociales en los que les tocará vivir.
Por todo lo anterior, resulta indispensable que tengamos claro que la competencia para cooperar del alumnado constituye un medio y un fin en sí mismo, lo que implica no solo cooperar para aprender, sino también aprender a cooperar. Esto puede ayudarnos, además, a mantenernos en un estado zen cuando las cosas no nos salen todo lo bien que pretendíamos. En estos momentos no debes olvidar que no venimos de fábrica sabiendo trabajar en equipo y que, para aprender a hacerlo bien, es necesario que en ocasiones lo hagamos mal y que aprendamos de dicha experiencia.
• Dentro de esa búsqueda del estado zen durante el proceso de implantación del aprendizaje cooperativo, podría añadir una tercera idea que me parece fundamental: debes mantener unas expectativas realistas y ajustadas con respecto al desarrollo de esa competencia para cooperar de tus alumnos.
Si como hemos dicho, no venimos de fábrica sabiendo trabajar en equipo —y de hecho en Infantil la tendencia hacia el egocentrismo de nuestros alumnos puede complicar especialmente la interacción entre iguales—, no podemos esperar que, tras unos meses de experiencia cooperativa, los alumnos de 3 años sean capaces de gestionarse dentro de un turno de palabra, resolver un conflicto de forma negociada o construir una respuesta que recoja las aportaciones y propuestas de todos los miembros del grupo. Este es el tipo de cosas que acaban desanimando a las profesoras y los profesores de Infantil. Unas expectativas fuera de la realidad derivan en el desánimo y, con el tiempo, pueden derivar en el abandono.
Si no eres capaz de ver lo importante que es que los niños permanezcan al lado de sus parejas cuando realicen una técnica cooperativa en las asambleas o que no se sienten a pintar con el pincel hasta que ambos no se han puesto el babi, te vas a perder la oportunidad de disfrutar y celebrar los pequeños avances que van teniendo tus alumnos. Por este motivo, debes secuenciar la implantación del aprendizaje cooperativo partiendo del sentido común y teniendo la capacidad para valorar todos esos pequeños avances que van configurando ese “pokémon cooperativo” que pretendemos educar.
Y en ese proceso, debes recordar que mucho de lo que tú haces en Infantil servirá para sostener las dinámicas cooperativas que desarrollarán los alumnos en el futuro. Porque, aunque tú no puedas hacer tutorías entre iguales con 3 años, en las que unos alumnos enseñan a sus compañeros a desarrollar las tareas propuestas, el hecho de que hayas conseguido que los estudiantes esperen a su pareja para sentarse en la asamblea o que vayan con ellos en la fila, será la base sobre la que articularemos una dinámica en la que no se puede pasar al ejercicio dos hasta que todos hayan terminado el uno.
En este sentido, y poniéndonos cinematográficos, debes considerarte como ese maestro Miyagi de Karate Kid que dotó a “Daniel San” de las destrezas necesarias para hacer kárate a través de actividades menos karatecas como pintar una verja, lijar el suelo o dar cera al coche. Así que no olvides nunca ese “dar cera, pulir cera”. He ahí una parte importante de nuestra lucha. Y es que, si eres capaz de valorar los pequeños progresos, tendrás la suficiente motivación para seguir cooperando y si lo sigues haciendo los alumnos irán adquiriendo una mayor experiencia y, con ella, irán desarrollando las destrezas necesarias para cooperar con niveles de eficacia mayores. Y un día no muy lejano te encontrarás haciendo tutorías entre iguales.
Para facilitarte este trabajo, hemos intentado que este libro recoja una propuesta de aprendizaje cooperativo pensada para la Educación Infantil, que es fruto de muchos años de experiencia poniéndolo en práctica en el aula. Todas y cada una de las propuestas que encontrarás en estas páginas han sido probadas y contrastadas en muchas aulas de Infantil, por lo que pueden constituir la base sobre la que puedas construir tu propia propuesta de cooperación.
Olga Manso Baeza