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Agrupa a los alumnos

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Si has abierto este libro es porque tienes muy claro que quieres embarcarte en la aventura del aprendizaje cooperativo en tu aula de Infantil y eso —no te lo vamos a negar— nos alegra mucho. Cuantos más seamos, menos explicaciones tendremos que dar.

A partir de estas páginas, comenzaremos juntos un viaje que seguro va a ser muy enriquecedor; eso sí, debes tener una cosa muy presente: cooperar está muy bien, pero es más difícil que no hacerlo.

Poco a poco, irás comprobando que, aunque esto del aprendizaje cooperativo tiene muchas ventajas, es una empresa que exige paciencia y perseverancia (sí, por ese orden). No basta con creérselo, hay que establecer unas condiciones mínimas para que pueda ocurrir la magia. Ahora bien, no te agobies, estamos aquí para ir guiándote y, por supuesto, animando en cada etapa de este proceso que vamos a vivir a lo largo de varios capítulos.

Así que vamos allá, ¿lo tienes claro? Estás a tiempo de cerrar el libro y hacer como si nunca nos hubiéramos conocido… Pero si no es así, ¡manos a la obra! Anota este día en el calendario:

“¡Hoy empiezo a construir mi propia red de aprendizaje cooperativo en el aula!”.

Seguro que acaba de surgir tu primera pregunta, así, nada más empezar: “¿Qué es eso de una red de aprendizaje?”. No te preocupes, iremos explicando cada concepto a su debido tiempo. Pero te adelantamos que entendemos por red de aprendizaje aquella estructura que implantamos en nuestras clases para fomentar la interacción entre los niños, siempre desde la perspectiva de la cooperación. Hasta ahí genial, pero... ¿qué supone para ti? Básicamente llevar a cabo toda una serie de acciones que iremos desgranando.

En este primer capítulo, nos ocuparemos específicamente de aquellos aspectos que debes tener en cuenta a la hora de formar agrupamientos en tu aula de Educación Infantil, para lo que nos centraremos en dar respuesta a tres preguntas fundamentales:

1. ¿Quiénes son mis alumnos?

Es imprescindible que conozcas y analices algunas características de tus alumnos para formar equipos que te ofrezcan ciertas garantías. Para ello, te daremos pautas sobre los datos que debes conocer y las estrategias o herramientas que puedes utilizar.

2. ¿Cómo formo los equipos?

Iremos planteando cuestiones relacionadas tanto con el diseño de los agrupamientos, como con la distribución de los alumnos en ellos y la disposición del aula. Ya verás que, cuidando estos aspectos, los equipos resultarán más eficientes, aumentando así las posibilidades de que todos puedan aprender.

3. ¿Qué hago para que se sientan parte del grupo?

Verás que el desarrollo de una identidad colectiva te permitirá potenciar el sentido de pertenencia de los alumnos al grupo y, en consecuencia, la cohesión y la interdependencia positiva, factores todos ellos que mejorarán el funcionamiento de los equipos.

A la hora de abordar la construcción de una red de aprendizaje basada en la cooperación, debes ser consciente de que el alumno necesita haber interiorizado previamente determinadas destrezas, que no se desarrollan de la noche a la mañana. Manejarse con eficiencia dentro de una red de aprendizaje cooperativo exige su tiempo y debes tenerlo en cuenta a la hora de plantearte expectativas razonables. Por ello, resulta de especial interés que secuencies, con cierta coherencia, las estructuras y dinámicas cooperativas que vayas a poner en práctica, de forma que todos —los niños y tú— estéis en condiciones de afrontar los retos que se derivan de ellas.

Partiendo de esta premisa, pasamos a ocuparnos de las primeras acciones que vas a desarrollar para construir esa red de aprendizaje cooperativo en tu aula: la formación de grupos.

1. ¿Quiénes son mis alumnos?

La red de aprendizaje que te proponemos se sustenta en una estructura formada por grupos cooperativos; en ellos, los alumnos trabajan juntos, compartiendo información, tareas y recursos, y se benefician así de las enormes posibilidades que ofrece la interacción para potenciar su aprendizaje.

Un equipo cooperativo bien configurado puede ser un espacio de trabajo ideal para tus alumnos, tanto para los que pueden presentar algún tipo de dificultad como para los que tienen un alto nivel de desempeño. En este contexto, la cooperación puede convertirse en una extraordinaria herramienta metodológica que mejore su experiencia escolar y, por qué no, los convierta en niños y niñas más felices.

Antes de continuar, nos gustaría que hicieras un alto en el camino y pensaras en los niños y niñas de tu clase: cómo juegan, qué les gusta, cuándo sonríen más, quién te trae de cabeza, pero se ha ganado tu corazón, cuál tiene siempre un dibujo para ti o algo que contarte del fin de semana. Te proponemos que elabores una lista con sus nombres para que, durante todo el capítulo, los tengas muy presentes.

Por todo ello, en este capítulo nos ocuparemos de algunos factores que debes tener en cuenta para formar grupos de alumnos con ciertas garantías de éxito. El primero de ellos es, sin duda alguna, conocer a tu alumnado.

Pero piensa un momento en esto... En Infantil, los niños comienzan su escolarización y nosotros no tenemos —como nuestros compañeros docentes de otros niveles educativos— informes o un expediente académico que nos aporte datos fiables sobre cada uno de ellos. Todo está por hacer y nos corresponde a nosotros. Eso ya le aporta una pizca de dificultad a nuestra tarea.

Después de este bonito paréntesis en el que has confirmado que —aunque a veces te den mucho trabajo— te encanta tu clase, llega el momento de reflexionar sobre qué información de cada uno de ellos te resultará más relevante, así como el tipo de herramientas que puedes utilizar para obtenerla.

De entrada, piensa que estos datos te servirán para:

• Formar grupos cooperativos, basados fundamentalmente en la heterogeneidad, para que puedan trabajar juntos alumnos de niveles, talentos, características y necesidades diferentes.

• Colocar a cada alumno dentro del grupo, según su nivel de desempeño, su grado de autonomía o sus destrezas cooperativas, y establecer posibles parejas dentro del equipo.

• Monitorizar el funcionamiento de los grupos. Al registrar de forma sistemática el desarrollo del trabajo de cada equipo o las actitudes y destrezas cooperativas de tus alumnos, podrás valorar sus progresos o corregir aquellos aspectos que merezcan tu atención.

No olvides que el hecho de conocer a tus alumnos, tanto en cuestiones relacionadas con su nivel de desempeño como de sus competencias para la cooperación, te proporcionará una herramienta muy valiosa para construir la red de aprendizaje.

“Genial, pero... ¿qué tengo que conocer?” Si eso es lo que estás pensando ahora mismo, no desesperes. A continuación, te detallamos aquellos rasgos del alumnado que pueden servirte para formar grupos cooperativos. Los encontrarás clasificados en cuatro ámbitos, relacionados con su proceso de aprendizaje, su desarrollo emocional, el tipo de relaciones que establecen y sus competencias para cooperar.

Irás comprobando que somos muy de dar consejos —útiles, creemos— y aquí va uno: sería conveniente que tuvieras a mano un documento que contenga una serie de indicadores para que, posteriormente, puedas registrar en él los datos que corresponden a cada niño o grupo. Cuando lo necesites, te aportará información relevante para guiar tu reflexión y tomar decisiones.

Si piensas en los rasgos relacionados con el proceso de aprendizaje, puedes valorar:

• Si el alumno destaca o tiene dificultades en alguna determinada actividad o destreza.

• Su desarrollo psicomotriz.

• Su nivel de adquisición del lenguaje o del proceso de lectoescritura.

• Su grado de autonomía para la construcción del aprendizaje.

• Su nivel de desempeño.

• Su necesidad de ayuda.

• Su motivación hacia el aprendizaje.

• Sus intereses.

• Su creatividad.

Si te fijas en rasgos de tipo emocional, puedes prestar atención a:

• Su grado de responsabilidad ante los compromisos.

• Su actitud ante el fracaso, su reacción ante el “no”.

• Su grado de empatía, —alumno individualista o especialmente dispuesto a prestar atención—.

• Su actitud en el aula, —alumno tranquilo o más bien inquieto o disruptivo—.

• Su sensibilidad y respeto hacia la diversidad.

Si observas la forma en la que el alumno establece relaciones, puedes tener en cuenta:

• Su grado de integración en el aula.

• Su interés por participar o colaborar con el docente o con los compañeros.

• Sus relaciones con el adulto —maestros o familiares— y con los compañeros, el tipo de vínculos que establece.

• Su actitud ante el conflicto, si participa en él o actúa como mediador.

• Su respeto por las normas.

• Sus competencias para el liderazgo —alumno retraído o generalmente respetado por los compañeros—.

Finalmente, si te centras en las competencias para cooperar, puedes fijarte en:

• Sus facultades para tutorizar o prestar ayuda a los demás.

• Su capacidad para pedir ayuda.

• Sus destrezas para motivar e ilusionar a sus compañeros.

• Su grado de autonomía dentro del grupo.

• Su actitud ante el trabajo grupal.

• Su capacidad para la gestión de situaciones conflictivas dentro del grupo.

• Su reacción ante la sanción o la recompensa grupal.

• Su contribución a la cohesión grupal.

Estos pueden ser, según nuestro criterio, algunos de los múltiples datos que te pueden interesar antes de formar grupos cooperativos en tu aula, pero no son los únicos, puedes necesitar otros. Lo bueno es que, actualmente, existe mucha bibliografía sobre este tema, por eso es conveniente que busques y selecciones el procedimiento y las herramientas que se adecuen a tus intereses y a tu grupo de alumnos.

Ahora bien, supongamos que ya tienes claros los indicadores que consideras apropiados tomar como referencia, entonces te preguntarás: “¿Cómo puedo conocer esta información?”

Generalmente, hay una gran cantidad de datos que pueden llegarte por vías externas. Por ejemplo, la Secretaría del centro o el Departamento de Orientación pueden aportarte información que te sirva como punto de partida: fecha de nacimiento, antecedentes, situación familiar, hermanos. También puedes utilizar como fuente algún tipo de cuestionario o las primeras reuniones que realices con las familias.

Pero es evidente que la estrategia más poderosa que puede aportarte lo que necesitas es la observación directa en el aula. Para ello, podrás emplear herramientas de tipo cuantitativo y cualitativo, y alguna de las siguientes seguro que puede resultarte de utilidad:

• Una lista de cotejo, escala de valoración o, incluso, rúbrica para realizar una observación individual del alumno, que contenga diferentes indicadores definidos en función de tus intereses.

• Un diario de clase, en el que vayas recogiendo sistemáticamente los aspectos más importantes de la vida del aula.

• Un anecdotario, en el que registres sucesos y situaciones puntuales que, por su importancia, puedan ayudarte a profundizar en tu conocimiento de tu alumnado.

• La utilización de dinámicas de grupo que te permitan analizar la forma en la que se desenvuelven tus alumnos en distintas situaciones.

• Herramientas dirigidas a conocer las preferencias de tus estudiantes como sociogramas o encuestas.

• Entrevistas individuales o grupales, más o menos estructuradas, diseñadas para conocer diversos aspectos de los niños y las niñas.

A modo de ejemplo, te ofrecemos una lista de cotejo que puede servirte como referencia para recoger información sobre las competencias de tus alumnos:



Seguro que, al ir leyendo los indicadores de la lista anterior, ya has ido poniendo cara a algunos de ellos. Es genial tener presentes a tus alumnos, porque eso te va a facilitar la puesta en marcha de los grupos cooperativos.

Recapitulando, como indicamos anteriormente, los datos obtenidos pueden servirte tanto para tomar decisiones a la hora de crear la red de aprendizaje como para evaluar sus progresos y logros o establecer los aspectos que deben mejorar. ¿A que no pensabas que les sacarías tanto partido? Ya irás viendo que todo tiene utilidad. Y, aunque inicialmente esta tarea pueda resultar para ti un trabajo añadido, verás como pronto vas a considerar que el tiempo invertido ha sido rentable. Todos esos datos no solo te proporcionarán seguridad a la hora de tomar decisiones, sino que contribuirán a mejorar sensiblemente tu autoestima ya que, cuando compruebes los progresos que han realizado tus niños, sentirás un gran orgullo y disfrutarás de la emoción que proporciona el trabajo bien hecho.

Ahí va un nuevo consejo. En la medida en que la cooperación sea una realidad entre el claustro, lo será también en las aulas. La cooperación no solo mejora el aprendizaje y la interacción entre los alumnos, sino que mejora también la experiencia escolar del profesorado. Piensa en la gran ventaja que puede proporcionarte la posibilidad de compartir con tus compañeros docentes tanto las herramientas —puede resultar muy útil crear un banco de recursos— como los resultados, en el caso de que otros profesores compartan contigo el grupo de alumnos.

2. ¿Cómo agrupo a mis alumnos?

Cuando hayas registrado los datos que necesitas para construir la red de aprendizaje, debes ocuparte de que empiece a funcionar y, para ello, tu primera tarea será crear grupos cooperativos, en función de una serie de criterios que permitirán a tus alumnos compartir contenidos, tareas o recursos para maximizar su aprendizaje.

Para que tu red de aprendizaje cooperativo sea eficaz, es fundamental un adecuado diseño de dichos grupos. Y ello te exige cierta meticulosidad y reflexión, para facilitar que el equipo potencie las posibilidades de aprender de todos y cada uno de los alumnos. Esto toma más relevancia al estar trabajando con niños de Educación Infantil, que inician su experiencia escolar. En esta etapa, un grupo mal estructurado —ya sea por su configuración, su tamaño o su duración— puede exponer a los niños ante situaciones negativas que, en contra de nuestros intereses, refuercen un sentimiento desfavorable hacia la cooperación.

También puede producir en ti o en algunos de tus compañeros la sensación de que el aprendizaje cooperativo no funciona. ¿No se lo has oído decir alguna vez a alguien de tu entorno escolar cercano? Si esa persona no ha hecho un planteamiento de los grupos con cierto tino, es muy comprensible que su sensación haya derivado en un alarmante desánimo y haya constituido, a su vez, el motivo que justifique el abandono de la experiencia. Pero estamos seguros de que eso no te va a pasar a ti, así que vamos a dejar a un lado cualquier pensamiento negativo.

Así pues, entenderás que es especialmente importante que prestes atención a la formación de los grupos, para garantizar unas condiciones mínimas de eficacia. Pero no te agobies, verás que cuando termines de leer este capítulo no te va a parecer tan difícil.

Pensando en el proceso que deberás seguir y, más concretamente, en las decisiones que vas a ir tomando, trataremos los temas que señalamos a continuación:

• Diseñamos los agrupamientos atendiendo a su composición —homogéneos o heterogéneos—, al número de integrantes y al tiempo en el que trabajarán juntos.

• Formamos los grupos, eligiendo a los alumnos que los constituyen a partir de unos determinados criterios.

• Disponemos el aula, contemplando algunas premisas que facilitan el trabajo grupal.

Diseñamos los grupos

La configuración de los grupos

Si tuvieras que elegir, rápido y sin pensarlo mucho, entre grupos homogéneos o heterogéneos, ¿qué crees que sería más adecuado? Si no tienes demasiado clara tu respuesta, ahí va una pista: diversidad. ¿Ya vas imaginando por dónde vamos? La estructura básica que sustenta nuestra red de aprendizaje se constituye sobre grupos heterogéneos, ya que uno de los motivos por los que resulta tan interesante el aprendizaje cooperativo es justamente porque se trata de un modelo que entiende la diversidad como un elemento positivo, que potencia las oportunidades de mejora de todo el alumnado.

Los grupos heterogéneos constituyen la estructura sobre la que sostenemos las situaciones habituales de trabajo en el aula, convirtiéndose así en el referente del alumnado. Forman lo que se suele llamar “equipos-base”, que son agrupamientos estables que se utilizan habitualmente y que deberán mantenerse durante un cierto tiempo, por ejemplo, entre un mes y medio y un trimestre.

Para formar este tipo de grupos, puedes partir de los datos que hayas registrado anteriormente sobre tu alumnado y elegir los criterios de heterogeneidad que te resulten más útiles, teniendo en cuenta que debes elegir varios y diversos en función de las distintas categorías que te presentamos a continuación:

• Los factores personales como el mes de nacimiento —dato importante en los primeros años de escolarización—, el género, el perfil de inteligencia, los intereses, el nivel de destrezas cooperativas, la actitud hacia la cooperación o el grado de autonomía.

• Los factores sociales: como la etnia, el nivel socioeconómico o el nivel de integración en el grupo-clase.

• Los factores escolares: como el nivel de desempeño, el interés por aprender o las necesidades educativas.

Si tomas como referencia estos criterios a la hora de buscar la heterogeneidad en tus grupos, descubrirás las ventajas de la interacción cooperativa. Por ejemplo, de los conflictos sociocognitivos que se derivan de la diversidad de puntos de vista, de las situaciones de andamiaje que se producen cuando un alumno que sabe hacer algo necesita que su compañero consiga hacerlo, de las situaciones de modelado que promueven la toma de contacto con otras formas de hacer las cosas, etc.

Ahora bien, no queramos abarcarlo todo. En teoría, sería interesante conseguir el máximo grado de heterogeneidad atendiendo a todos estos criterios, pero, en la práctica, es muy difícil simultanearlos. Por ello, estaría bien que empezaras por tener en cuenta uno o dos criterios, dando prioridad a los que consideres especialmente relevantes para tu grupo-clase y, a partir de ahí, introducir alguno más y tratar de congeniarlos con la heterogeneidad respecto a los primeros que elegiste, así hasta donde puedas llegar. A esto lo llamamos “criterios priorizados”.

Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de priorizar unos sobre otros? Imagina que en tu aula de alumnos de 3 años decides centrar la cooperación en el desarrollo de rutinas y hábitos; ¿qué criterio antepondrías inicialmente? Te damos tres opciones (piénsalo bien, que te juegas mucho):

a. Nivel de integración en la clase.

b. Grado de autonomía.

c. Perfil de inteligencia.

¿Has elegido la opción b, el grado de autonomía? Genial. Si no ha sido así, no pasa nada, estás empezando en esto de la cooperación y, además, nadie tiene por qué enterarse. Irás viendo que puedes empezar dando prioridad a la autonomía, pero, más adelante, según vayan avanzando y adquiriendo más destrezas cooperativas, tal vez te interese priorizar otra clase de criterios relacionados con factores de tipo escolar —como el nivel de desempeño más académico— o con ciertas destrezas para cooperar —como la capacidad para prestar ayuda—.

Ahora que ya nos estamos haciendo “fans” de los grupos heterogéneos, vamos a añadir un apunte que no deberías pasar por alto: para sacar el máximo partido a la interacción social en nuestras aulas y beneficiarnos de todas las posibilidades que nos ofrece para atender a las necesidades del alumnado en cada momento, no debemos cerrar la puerta a la utilización puntual de los grupos homogéneos. Y no es que pretendamos hacerte un lío, es simplemente que, en la práctica, esto supone que puedes combinar de forma estratégica los equipos-base con agrupamientos esporádicos, en función de algún objetivo o de ciertas tareas y actividades que vayas a realizar. Recuerda que la flexibilidad es fundamental a la hora de trabajar cooperativamente con tus alumnos.

Estos grupos podrán tener cierta intención de homogeneidad en función de criterios concretos como pueden ser, por ejemplo, el nivel de desarrollo, el grado de autonomía, los intereses, el ritmo de aprendizaje o el perfil de inteligencia. Podrías emplearlos para enseñar determinadas habilidades sociales, reforzar objetivos no alcanzados, trabajar destrezas específicas, atender a ritmos diferentes en el proceso de lectoescritura, contemplar diversos intereses y capacidades, etc. Puedes utilizarlos también en el desarrollo de una unidad didáctica, taller o proyecto, en función de los objetivos que pretendas conseguir en cada caso. Ahora bien, una vez terminada la tarea, los alumnos volverán a su grupo de referencia.

El tamaño de los grupos

Ahora viene una de las preguntas estrella cuando hablamos de agrupamientos: “¿Cuántos miembros deben tener los grupos cooperativos?”. En Educación Infantil suelen tener entre dos y cuatro o cinco miembros. Es cierto que puede parecerte una horquilla bastante amplia, pero podrás concretarla en función de factores muy diversos. Partiendo de un planteamiento inclusivo que utilice la cooperación como herramienta de atención a la diversidad, debes intentar ser flexible y adecuar el número de miembros de los equipos a las necesidades que surjan en cada momento. Por ejemplo, el tamaño de los equipos puede depender de los objetivos que te hayas planteado, de la edad o el nivel de desarrollo de los alumnos, de su experiencia cooperativa, de los materiales que se utilizarán o del tiempo disponible.

Vamos a darte algunas pinceladas sobre cómo elegir el tamaño para el agrupamiento base sobre el que construirás la red de aprendizaje, porque conviene que tengas presente que tanto los grupos pequeños como los grandes presentan ventajas.

• Grupos pequeños: resulta más fácil hacerlos funcionar, ya que se necesita un nivel menor de destrezas para la cooperación. Esto es especialmente importante en nuestra etapa, debido a la edad y a la falta de experiencia cooperativa de nuestros alumnos. Además:

a. Se coordinan mejor.

b. Aumentan las posibilidades de participación de todos los alumnos.

c. Es más fácil llegar a acuerdos.

d. Los miembros del grupo están más cohesionados.

e. Hay una mayor responsabilidad individual.

f. Es más fácil detectar y resolver los problemas.

• Grupos grandes: aunque exigen un nivel mayor de habilidades, presentan una ventaja básica para el aprendizaje cooperativo, pues ponen sobre la mesa una diversidad —y, por tanto, una heterogeneidad— mayor. De este modo, permiten contrastar un mayor número de destrezas, opiniones, intereses, actitudes y ritmos diferentes. Por ejemplo, en los equipos más grandes te resultará más fácil contar con un alumno capaz de prestar ayuda a sus compañeros.

Teniendo en cuenta estas cuestiones, ¿cuál crees, en número, que es el tamaño ideal de un grupo de aprendizaje cooperativo? Te dejamos unos segundos para pensarlo.

La mayoría de los autores valoran que el tamaño idóneo es de ¡cuatro alumnos! Este formato es el ideal, ya que cuentan con una suficiente diversidad y el número de alumnos no es muy elevado, por lo que el funcionamiento y la coordinación no resultan excesivamente difíciles.

Ahora bien, el hecho de que tu clase esté estructurada en grupos de cuatro no significa que los alumnos realicen todas las actividades juntos. Dentro de un grupo de cuatro, los alumnos pueden realizar determinadas actividades en parejas, otras en grupo e incluso puede —y debe— haber momentos para el trabajo individual.

“Pero ¡horror!, ¡las mesas de mi clase no son divisibles!”. Tranquilidad, sabemos que en Educación Infantil podemos encontrarnos con que algunas aulas cuentan con mesas —normalmente hexagonales, aunque también son habituales las mesas rectangulares o circulares— que, en muchos casos, no pueden subdividirse y, por tanto, no pueden individualizarse. Si este es el tipo de mobiliario de tu aula, puede incluso que tu única opción sea formar grupos de seis alumnos, pero es necesario que tengas en cuenta las dificultades que presenta la gestión de un agrupamiento tan numeroso y tratar de buscar alternativas. Como hemos dicho anteriormente, cuanto más grande es el grupo, peor funciona. La cantidad y la complejidad de las interacciones que se derivan de estos equipos exigen del alumnado un nivel alto de destrezas.

Como no queremos que te desanimes si este es el caso de tu aula (o tal vez no lo es ahora mismo, pero puede llegar a serlo en algún momento), te damos algunas ideas:

• Prueba a mantener el concepto de agrupamientos de pareja como equipo de referencia o para realizar las tareas, para las puestas en común al comienzo o al final de la actividad, o para prestar ayuda. Así, el grupo de seis quedaría únicamente para compartir materiales o ayudar en el caso de que la pareja no consiga resolver una duda. Teniendo en cuenta el elevado número de niños que forman el grupo, trata de evitar plantear actividades en las que tengan que llegar a un consenso o tomar decisiones en común. El concepto de agrupamiento será realmente el de una pareja que se sienta con otras dos.

• También puedes intentar establecer equipos-base de cuatro alumnos, aunque estén sentados en mesas de seis. La tercera pareja formará equipo con dos componentes de la mesa de al lado, de manera que, si no consiguen ponerse de acuerdo o resolver la tarea o la duda, se podrán girar y preguntar a la pareja compañera que está en el equipo de al lado. Podemos elegir entre distintas opciones:


Formamos el grupo girando las sillas.

Resulta especialmente interesante cuando tenemos poco espacio en clase (y poca distancia entre los equipos) o para tareas que no exigen trabajar sobre una mesa: diálogo y debates, lectura, observación, puestas en común...


Formamos el grupo en mesas “extra”.

Resulta especialmente interesante para actividades que exigen trabajar sobre una mesa, como, por ejemplo, las actividades de escritura, recortar, pegar, pintar...


Formamos el grupo en el suelo, con cojines.

Resulta especialmente interesante para actividades que exigen soportes amplios (cartulinas, papel continuo, folios A3...) o materiales que pueden usarse en el suelo: construcciones, maquetas, juegos de mesa, etc.

¿Crees que alguna de estas opciones te podría valer? ¿Por cuál te decides? Sea cual sea tu elección —siempre en función de tus objetivos y de la experiencia cooperativa de tus alumnos—, debes tener en cuenta que una buena opción para empezar a cooperar es crear una estructura que hemos bautizado en Educación Infantil como “parejas compañeras”. Para formarlas, te proponemos el siguiente procedimiento:

Paso 1. Forma las parejas

Toma como referencia los criterios que estás priorizando en cada momento y evita emparejar alumnos y alumnas de niveles de desempeño muy extremos. No olvides que tienen que ser diversos, pero no en exceso, para que se pueda trabajar con las “zonas de desarrollo próximo”.

Paso 2. Establece las parejas compañeras

Agrupa dos parejas formando “parejas compañeras”, procurando que al menos cuenten con un niño o una niña capaz de prestar ayuda en la mayoría de las tareas que pretendes canalizar a través de la cooperación. Realiza actividades específicas de cara a que todos sepan cuál es su pareja compañera.

Paso 3. Dispón a las parejas compañeras en el aula. Procura que estén lo suficientemente cerca como para poder dialogar y trabajar juntas.

“¿Y si un día la pareja de un niño no viene? ¿A quién recurre?”. Seguro que van surgiendo estas y otras preguntas, y eso nos encanta porque significa que la cosa fluye. Recuerda que es fundamental crear un marco de relación entre todos los miembros del grupo, estableciendo que pueden acudir a la “pareja compañera” si falta a clase su pareja o en caso de necesitar ayuda.

De este modo, como puedes apreciar, además del trabajo individual se establecen tres dinámicas de interacción diferentes: trabajo en parejas, resolución de dudas interparejas y trabajo en pequeño grupo.

En conclusión, a la hora de diseñar los grupos cooperativos debes valorar situaciones diferentes:

• En caso de contar con alumnos pequeños o que nunca han trabajado en equipo, podrías empezar formando parejas, ya que esta dinámica no requiere del manejo de sofisticadas destrezas cooperativas y podrás obtener algunos de los beneficios más interesantes de las dinámicas cooperativas.

• Cuando los niños hayan aprendido a gestionar las situaciones de interacción en pareja (pedir ayuda cuando la necesitan, respetar la señal de atención, participar en las actividades…), puedes empezar a combinarlas con situaciones esporádicas interparejas —a las que hemos llamado “parejas compañeras”, ¿recuerdas?—, para que los niños se comuniquen, por ejemplo, cuando tengan dudas o cuando alguien haya faltado a clase.

• En el momento en que el trabajo en “parejas compañeras” funcione, puedes empezar a organizar técnicas en equipo para realizar en las asambleas o en las tareas.

• Por último, puedes empezar a utilizar de forma habitual —en función de la actividad que vayas a realizar— el trabajo individual, en parejas y en equipo.

La duración del agrupamiento

Existe cierta división de opiniones con respecto al tiempo que debemos mantener un mismo agrupamiento: desde los partidarios de lapsos breves de tiempo y cambios constantes, hasta los que defienden niveles muy altos de estabilidad. Ambas posturas presentan sus ventajas y, por tanto, pueden resultarnos interesantes en determinadas circunstancias.

Con respecto a mantener poco tiempo los grupos, podemos señalar lo siguiente:

a. Los niños tienen la oportunidad de trabajar con todos los compañeros de clase.

b. Aumentan las posibilidades de interacción entre todo el alumnado. Esto es genial, por lo que estarás pensando que te quedas con esta opción.

Pero los agrupamientos estables cuentan también con beneficios evidentes:

a. La clase presenta una estructura clara, que dota de estabilidad y eficacia a la dinámica de trabajo.

b. Como consecuencia de lo anterior, los alumnos tienen tiempo de conocerse y aprender a trabajar juntos.

c. Aumenta la cohesión del grupo, en la medida en que desarrollan una identidad grupal más fuerte.

Ahora sí que se te acaba de presentar un buen dilema. Para ayudarte a analizar las posibilidades que ofrece alargar o acortar la duración de los agrupamientos que has establecido en tu aula, debes pensar que los grupos humanos, independientemente de la edad de sus integrantes, atraviesan por una serie de fases que se articulan a través del modelo de las cinco etapas del desarrollo de los grupos.

Pero no queremos dártelo todo hecho, así que te proponemos un reto. Te aportamos la definición de cada una de las etapas y tu objetivo es tratar de ubicar el nombre que le corresponde a cada una. Si no tienes el día para pensar mucho, en el pie de página encontrarás las soluciones.

Desempeño — Formación — Desintegración — Conflicto — Regulación

• _________________: los niños experimentan incertidumbre respecto al propósito, la estructura y el liderazgo. Analizan los comportamientos de sus compañeros2.

• _________________: los integrantes del grupo aceptan la existencia del grupo, manteniendo aún una cierta desconfianza sobre quién asumirá el control del mismo3.

• _________________: comienzan a establecerse relaciones cercanas y de cohesión, de manera que se va solidificando la identidad y la camaradería de sus miembros4.

• _________________: en este momento se configura una estructura funcional y plenamente aceptada del grupo. Los niños llegan a conocerse y a comprenderse5.

• _________________: en esta última etapa la prioridad es la finalización del grupo6.

El tiempo que tarda un grupo en llegar a la fase de desintegración está condicionado en parte por los conflictos que van apareciendo a lo largo del trabajo y la forma en la que se gestionan. Desde esta perspectiva, si tus alumnos tienen poca experiencia, gestionarán peor el trabajo en equipo y, por tanto, se presentarán más conflictos que pueden no afrontarse de la forma más adecuada. Esto hará que lleguen a la desintegración más rápidamente.

Si tienes en cuenta que esta puede ser la situación más común en Educación Infantil, principalmente en los primeros años, debes considerar dos premisas básicas a la hora de decidir la duración de los agrupamientos:

• Es necesario que des suficiente tiempo a los grupos para que se conozcan y lleguen a las fases de regulación y, sobre todo, de desempeño.

• Si tus alumnos tienen poca experiencia cooperativa, los grupos deben permanecer juntos menos tiempo, ya que van a surgir conflictos que sus integrantes no van a saber gestionar y, por ello, se va a acelerar su desintegración.

En conclusión, puedes empezar manteniendo los grupos durante un mes o mes y medio para, con el tiempo —en cuanto los alumnos vayan adquiriendo destrezas cooperativas—, llegar al trimestre. Esta nos parece la temporalización “ideal”, ya que los niños tienen tiempo de conocerse y aprender a trabajar juntos, logrando así una dinámica de trabajo eficaz y la cohesión del grupo, en la medida en que desarrollan una identidad grupal más fuerte. Además, el curso escolar se estructura en tres trimestres, lo que te permite compatibilizar el diseño de la estructura cooperativa con la burocracia escolar.

Por otro lado, debes tener en cuenta que mantener los grupos durante un período más largo sería excesivo, ya que pretendemos que los niños aprendan a trabajar con los demás, no solo con unos pocos. Pero recuerda que nadie mejor que tú conoce a tus alumnos, por lo que deberás valorar, teniendo en cuenta sus características y destrezas, cuál es la duración ideal para los equipos de tu clase.

Es necesario precisar que no debes abordar la duración de un agrupamiento de una forma tan rígida que obstaculice la gestión de conflictos dentro de los equipos. Nosotros somos partidarios de que, siempre que existan argumentos de peso que lo justifiquen, se hagan cambios en los equipos con el fin de garantizar un contexto positivo de aprendizaje para todos los alumnos. La única premisa que debes tener en cuenta es que nunca debes hacer cambios “a la carta”, y menos cuando escuches algo del tipo: “Es que mi hijo no se lleva bien con ese otro”, “Mi hija no encaja con los compañeros que le han tocado” o “Veo que mi hijo no avanza con los niños con los que le has puesto”. Pero ¡cuidado! Eso no significa que haya que ignorar la situación: si observas que los motivos que aducen el alumno o su familia justifican un cambio de grupo, lo podrás tener en cuenta.

Formamos los grupos

Ahora que ya vas teniendo claro qué criterios te servirán para diseñar los agrupamientos, así como el tamaño y la duración de los mismos, viene la “pregunta del millón”: ¿Quién trabajará con quién?

A la hora de distribuir al alumnado entre los distintos grupos, puedes encontrar propuestas muy variadas, que giran en torno a tres posibilidades: que los niños se agrupen libremente, que sea el azar el que configure los equipos, o que seas tú quien gestione esos agrupamientos bajo tu criterio. Como verás, no tienen nada que ver entre ellas y, además, cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes, que debes conocer y valorar para utilizarlas de forma estratégica.

1. Grupos seleccionados por los propios alumnos #EllosEligen

Lo primero que se te habrá pasado por la cabeza al contemplar esta posibilidad es lo siguiente: “¿En qué estaba pensando el que decidió que esto era una buena opción?” Hay multitud de autores que opinan lo mismo, que se trata del procedimiento menos recomendable, ya que suele derivar en grupos más homogéneos y basados en la afinidad; esto puede acarrear algún efecto negativo, por ejemplo, que los alumnos se distraigan de las tareas o que disminuya la posibilidad de que amplíen su círculo de relaciones. A eso se une que puede ocurrir que algunos niños no sean “elegidos” para ningún grupo, con el consiguiente impacto negativo que esta situación puede tener en la idea que tienen sobre sí mismos.

Pero hay una variable que no muchos contemplan y que puede convertirse en una ventaja muy interesante: los niños, agrupados por afinidad, muestran una actitud más favorable hacia el trabajo en equipo, lo que puede resultar conveniente para los más pequeños o para los que no quieren trabajar juntos.

A partir de este apunte, si lo planteas de la forma adecuada, este procedimiento puede resultarte útil en determinadas ocasiones, si se cumple la famosa regla del “solo si”:

• Solo si se trata de equipos esporádicos que realicen actividades muy concretas. Nunca debe utilizarse para formar equipos-base.

• Solo si tomas las precauciones necesarias para que nadie se quede sin grupo al no ser elegido. Si tienes la más leve sospecha de que esto pueda ocurrir, es mejor que evites este tipo de procedimientos.

Utilizados de esta forma, los grupos creados por los propios niños pueden resultar adecuados, al tiempo que añaden un plus de motivación hacia el trabajo en equipo, derivado de la elección que realizan.

Otras variantes: una modificación útil de este procedimiento consiste en hacer que los alumnos nombren a varios compañeros con los que les gustaría trabajar y luego tratar de asegurarte de que en el equipo-base todos trabajen con, al menos, una de sus elecciones. Esto resulta especialmente interesante en Educación Infantil, ya que favorece que las primeras experiencias de trabajo cooperativo sean positivas y promuevan una mayor motivación.

2. Grupos seleccionados al azar #LaSuerteElige

Si la posibilidad anterior sonaba poco razonable, esta no lo es menos: que sea la suerte la que determine tus equipos. Pero ya se dice que el azar es caprichoso y, al no utilizar ninguna pauta específica para la formación de los grupos, esto supone una falta de control total sobre la configuración de los agrupamientos. ¿Qué ocurre si coinciden dos alumnos que se llevan mal? ¿Y si los cuatro son disruptivos? ¿Y qué sucede si existe entre ellos una relación de dependencia poco saludable?

Ahora bien, ya vas cogiéndonos el truco y sabes que siempre hay una cara amable en toda propuesta. Como en el caso anterior, el azar presenta algunas ventajas que pueden interesarte en determinados momentos, bajo la más que conocida regla del “puede que”:

• Puede que descubras posibilidades que nunca hubieras contemplado. En ocasiones, al formar los grupos, los docentes nos dejamos llevar por nuestras expectativas con respecto a cómo trabajarán juntos determinados alumnos o a su capacidad para desarrollar determinados roles o tareas. Pero a veces, el azar puede contradecir dichas expectativas y mostrarnos nuevas oportunidades de potenciar el aprendizaje a través de la cooperación.

• Puede que en la vida les toque trabajar con gente muy variopinta (como la que nos encontraríamos en agrupamientos basados en el azar) y debemos desarrollar las destrezas y actitudes necesarias para hacerlo.

Contraindicaciones: si en alguna ocasión decides emplear este procedimiento, ten en cuenta que únicamente te puede servir en la configuración de equipos esporádicos que realicen actividades muy concretas. Nunca debe utilizarse para formar equipos-base.

3. Grupos configurados por el docente en función de criterios concretos #TúEliges

Ahora sí lo estás viendo claro, esto suena a procedimiento estándar. Pues tenemos que darte la razón, es el más usado a la hora de distribuir al alumnado en los equipos cooperativos, ya que permite controlar el grado de heterogeneidad y homogeneidad de los agrupamientos en función de uno o más criterios. Esto nos proporciona una herramienta muy valiosa para diseñar situaciones de interacción que se adapten a las necesidades del alumnado, a su experiencia trabajando en equipo, al tipo de tareas que vamos a proponer, etc. De esta forma, se potencian los beneficios que ofrece la cooperación para el aprendizaje de todos.

Sin embargo, lo que para uno son ventajas, para otro son inconvenientes. Con esto nos referimos a que lo que resulta beneficioso de los procedimientos anteriores, en este caso, se convierte en un obstáculo. Por ejemplo, a cualquiera le motivaría menos trabajar con alguien que no ha elegido o que no le resulta afín. Aun siendo conscientes de esta situación, te aconsejamos que utilices siempre este procedimiento para configurar los equipos-base y, en muchas ocasiones, también para los esporádicos.

A la hora de formar grupos en función de unos criterios determinados puedes seguir diversos procedimientos. Nosotros somos partidarios de aplicar la regla del “como para”, es decir, que el procedimiento que elijas sea lo suficientemente sensato “como para”:

• Como para no caer en categorizaciones simplistas y cerradas como, por ejemplo, clasificar a todos los alumnos “del mejor al peor” y tratar de hacer grupos “compensados”.

• Como para que sea el “sentido común” del docente la herramienta básica que sirva para revisar los grupos en función de diversos criterios prácticos: no poner juntos a dos alumnos que pueden influirse negativamente; no poner a todos los disruptivos juntos; poner a un alumno especialmente dependiente con otro que ejerce cierta influencia sobre él y que puede contribuir a que no se centre en el trabajo, etc.

• Como para ser capaz de descartar procedimientos demasiado complejos que te lleven a dedicar días y días a la formación de grupos. En primer lugar, porque el agrupamiento perfecto no existe y, en segundo lugar, porque si existiese no te gustaría dar con él, ya que lo tendrías que cambiar en algún momento. No olvides que no se trata de que el alumno aprenda a trabajar con unos cuantos compañeros, sino de que aprenda a hacerlo con todos.

Tomando como referencia las premisas anteriores, te presentamos una posible receta, paso a paso, para realizar equipos-base heterogéneos de cuatro alumnos. Recuerda que lo más importante es que, al final, les des “tu punto”:

Paso uno. Mide el tamaño de las raciones

Con esta receta no funciona eso de “donde comen dos, comen tres”, así que piensa bien cuál será el tamaño de los grupos y, en consecuencia, establece el número de equipos que tendrás en el aula. No olvides que esto dependerá en gran medida del nivel de experiencia cooperativa del alumnado y del tamaño de tu clase con relación a la ratio.

Paso dos. Elige los primeros ingredientes

Para que tu receta sea saludable, establece quiénes son los alumnos más capaces de prestar ayuda en el máximo número de situaciones posibles y distribúyelos entre los equipos. Por ejemplo, si vas a formar seis grupos, busca a los seis niños que mejor combinen dos características muy concretas: buen nivel de desempeño y aptitudes para ayudar a sus compañeros.

A continuación, establece quiénes son los alumnos que necesitan más ayuda. Como en el caso anterior, si tienes seis grupos, identifica a los seis niños que pueden requerir un nivel de apoyo más alto.

Paso tres. Combínalos con otros ingredientes que les vayan bien

Ya casi lo tienes, pero viene un paso fundamental. Es el momento de formar parejas buscando, para cada uno de los alumnos anteriores, un compañero de nivel de desempeño medio con el que pueda trabajar bien. La premisa es la diversidad, pero sin exagerar, siempre con la intención de que estén en un nivel de desarrollo similar y puedan entenderse en la realización de tareas específicas. Con carácter general, puedes emparejar al alumno de nivel más bajo con un compañero de nivel medio que sea capaz de afrontar con ciertas garantías las tareas propuestas. Por el contrario, para el alumno más capacitado para prestar ayuda, busca a un compañero de nivel medio que presente dificultades a la hora de realizar el trabajo escolar.

Paso cuatro. Lúcete con el “emplatado”

Puede que tu comida tenga un excelente sabor, pero solo triunfará con la presentación adecuada. Así que, una vez establecidas las parejas, puedes empezar a juntarlas de dos en dos —en parejas compañeras— para formar grupos de cuatro. En este paso, intenta compatibilizar otros criterios de heterogeneidad como el género, la procedencia cultural, las destrezas cooperativas, el nivel de integración, etc. Tienes que ser consciente de que resultará imposible tener en cuenta todos estos criterios, así que habrá que priorizar en función de las necesidades del grupo-clase.

Paso cinco. ¡A la mesa!

Finalmente, cuando hayas terminado tu propuesta de agrupamientos, revísala bien aplicando el “sentido común”, ese es el ingrediente secreto para una buena receta de cooperación. Bon appetit!

“Consejos del chef”

Es conveniente que realices alguna actividad con los niños para que “tomen posesión” de su lugar en el grupo. Puedes animarlos a que escriban su nombre en la mesa o hagan un dibujo con el que se sientan identificados. Ya verás que, sobre todo los más pequeños, pueden olvidarse y sentarse en otro lugar.

La “pretemporada”

Puede suceder que, a pesar de haber formado grupos-base heterogéneos con excelente habilidad consiguiendo un plato de lo más sabroso —y aplicando todos los criterios definidos anteriormente—, observes que algo no funciona y veas la necesidad de realizar algunos cambios. ¿Qué hacer en ese caso? Para que no te suponga un quebradero de cabeza, vamos a proponerte una solución que hemos denominado como la “pretemporada” y que se desarrolla del siguiente modo:

• Realiza una propuesta de grupos para tus alumnos. Recuerda que su colocación dentro de los equipos va a determinar quién trabaja con quién y que cualquier cambio puede condicionar la dinámica cooperativa.

• Empieza la “pretemporada”: una semana en la que los grupos se asumen como “provisionales” y, por tanto, se pueden hacer cambios. Durante esa semana, tanto tú como cualquier otro profesor que realice alguna actividad en tu aula, podéis valorar el funcionamiento de los equipos —por ejemplo, que en alguno de ellos no haya un alumno capaz de ayudar—.

• Tomando como referencia tus observaciones o las sugerencias de tus compañeros docentes, realiza las correcciones y los cambios que consideres oportunos y posibles.

• Pasada la “pretemporada” los equipos se dan por cerrados. Ahora bien, esto no significa que si las cosas no funcionan no puedas hacer algún cambio puntual. Pero, en principio, estos serían los equipos-base con los que deberías trabajar durante el tiempo que hayas establecido para los agrupamientos.

Llegados a este punto, podrías empezar a diseñar tus agrupamientos. Pero hazlo a lápiz, con la idea de poder borrar y realizar los cambios que consideres pertinentes. Recuerda que para eso está la “pretemporada”.

Disponemos el aula

Hasta ahora, ya has diseñado los grupos, los has creado, has establecido quién va a trabajar con quién, y eso en unas pocas páginas. Ahora te queda un último detalle: colocar el aula de forma que el trabajo de los equipos resulte eficaz. Puede parecer cuestión de poner una mesa aquí, una mesa allá, pero vas a comprobar, en las próximas líneas, que no es un tema que pueda tomarse a la ligera, pues influirá enormemente en la interacción que surja entre tus alumnos.

Piensa que el contexto es un elemento determinante a la hora de explicar las conductas de los individuos. Solo hace falta echar un vistazo al largo catálogo de investigaciones y estudios que ha desarrollado la psicología social para entender hasta qué punto nuestra conducta también depende de dónde estamos y no solo de quiénes somos.

La distribución del aula condiciona la dinámica de trabajo que se desarrolla en ella (Johnson, Johnson y Holubec, 1999b:47-48), ya que manda a los niños un mensaje muy claro con respecto al tipo de conductas que tú —su profe de referencia— consideras apropiadas:

a. Influye decididamente en la forma en que, tanto alumnos como profesores, os comunicáis y participáis en las actividades.

b. Promueve u obstaculiza la interacción entre los niños.

c. Facilita o dificulta la circulación dentro del aula y la transición entre actividades distintas, aspecto esencial para los niños de Educación Infantil.

d. Orienta el trabajo de los alumnos, contribuyendo a aumentar o disminuir las disrupciones.

Tomando como referencia a los hermanos Johnson (Johnson, Johnson y Holubec, 1999b:48-49), para disponer el espacio podemos establecer las siguientes premisas:

1. Proximidad

No puede producirse interacción en un contexto cooperativo si no hay miradas, ayuda, diálogo, intercambio de materiales y opiniones, por lo que es indudable que la primera condición para que los niños interactúen es que estén juntos. Además, no olvides que la intensidad de tu dolor de cabeza será directamente proporcional a la distancia que haya entre las cabezas de los alumnos que trabajan juntos.

Para promover una participación más equitativa, debes crear una situación en la que las mesas de los alumnos del mismo grupo estén lo más próximas posible, garantizando así que todos tengan fácil acceso a sus compañeros.

En función del tipo de mobiliario de tu aula, puedes encontrar distintas opciones:

• Con mesas individuales —poco comunes en Educación Infantil—: puedes formar grupos de tres, cuatro o cinco alumnos, en función de la ratio. En estos casos, los alumnos podrán trabajar fácilmente en parejas o en grupo.


• Con mesas redondas, cuadradas o hexagonales, mucho más comunes en nuestra etapa. En este caso, será necesario establecer muy claramente las parejas, para que sepan siempre con quién tienen que trabajar cuando subdividamos el equipo.


¿Cómo conseguir que los alumnos estén lo más juntos posible en Infantil con mesas indivisibles?:

1. Poniendo menos alumnos por mesas (en el caso de tener mesas de más).

2. Separando las mesas hexagonales para formar grupos de cuatro.

3. Trabajando con parejas o tríos que estén juntos dentro del grupo, con la idea de subdividirlo.

En general, debes tener en cuenta que, en aulas pequeñas, se rentabiliza el espacio formando grupos grandes y, además, que la colocación de las mesas debe garantizar que los alumnos puedan moverse en cualquier momento hacia un centro de interés, que suele ser la zona en la que se desarrollan las explicaciones o las actividades que implican a todos los alumnos del aula.

2. Movilidad

Ahora ya están hombro con hombro, pero ¿los grupos están lo suficientemente separados como para que no interfieran unos con otros? Te estarás preguntando por qué te planteamos esto. Lo hacemos por tres motivos fundamentales:

• Por ellos. Quien conoce bien a los niños de Infantil sabe que para ellos el movimiento es básico. Se levantan, van a tu mesa o a la de los compañeros, cogen y dejan las fichas, los libros, el material. En pocas palabras: necesitan espacio.

En aras de conseguir esa movilidad, puedes habilitar las “rutas” más eficaces para llegar a los distintos cometidos; incluso, puedes concretar el “sentido de la marcha”. Todo es cuestión de ensayarlo unas cuantas veces. También puede servirte, para rentabilizar el espacio, crear algún grupo más grande, como dijimos anteriormente, ya que en este caso está perfectamente justificado.

• Por ti. Piensa que tú también necesitas tener un acceso fácil y ágil para llegar a todos los niños, especialmente en el caso de aquellos que demandan una atención más personalizada. Por ello, debes asegurarte de que puedes llegar fácilmente a todos los grupos para supervisar la tarea o sentarte junto a los que puedan tener algún tipo de dificultades para realizarla.


3. Visibilidad

Cuando coloques tu clase, deberías tener en cuenta que todos los niños puedan verte cuando necesites llevar a cabo alguna explicación, sin tener que moverse demasiado o adoptar una posición incómoda.

Seguramente ya tienes alguna estrategia para recuperar la atención de tus alumnos cuando sea necesario, pero piensa que esto es especialmente importante cuando los niños están trabajando en equipo. Si consigues que los alumnos diferencien claramente una situación de trabajo grupal del momento de la explicación, habrás logrado uno de los puntos básicos de las dinámicas cooperativas.

Para ello, es aconsejable colocar las mesas de forma que a los niños les resulte fácil atender tus explicaciones sin que eso les exija moverse excesivamente.


Pero sabemos que uno de los problemas de nuestras clases suelen ser el tipo de mesas, en muchos casos redondas o hexagonales, como ya hemos comentado antes. Esto tiene fácil solución si “acuerdas” con los niños el lugar en el que se colocarán ellos y en el que te colocarás tú para que todos puedan verte. Puedes pactar también una “posición de escucha”. Ya verás que todo es cuestión de ensayarlo.


Posición de trabajo


Posición de escucha

4. Flexibilidad

Ya estamos llegando al final, solo falta un pequeño detalle para que tu aula se convierta en el contexto idóneo para una red de aprendizaje: colocar el mobiliario de forma que el espacio sea flexible.

En nuestras clases de Educación Infantil se producen al día múltiples actividades: asambleas, rincones, juegos, clases de Inglés, talleres, bailes, celebraciones de cumpleaños, sesiones de yoga, dramatizaciones, cuentacuentos. Ahora bien, si las realizas utilizando dinámicas cooperativas, vas a necesitar cambiar tu concepto del espacio.

Piensa que, a partir de ahora, habrá ocasiones en las que los niños trabajen de forma individual y otras en grupos con diferente número de integrantes; a veces, los equipos serán homogéneos y otras heterogéneos según la actividad que hayas diseñado; puede, además, que los alumnos del grupo tengan que compartir espacios o recursos. Por tanto, verás que el paisaje que se dibuje en tu clase irá cambiando cada día, por lo que no existirá una única disposición del aula para cubrir todas tus necesidades y tendrás que ir transformándola en función de las distintas actividades que se desarrollen en ella. Ahora bien, si este cambio supone un proceso desordenado y lento, puedes encontrar muchos problemas.

Evitarlos supone que consigas cambiar la estructura de tu clase con cierta facilidad. La disposición del aula cooperativa debe ser flexible, posibilitando que los niños puedan cambiar el tamaño y la composición de los grupos o los recursos que necesiten, de forma rápida y organizada. Para conseguirlo, en lo siguiente subapartados te ofrecemos algunos consejillos que te pueden resultar útiles:

• Dónde. Antes de empezar, una buena idea es hacer un primer diseño del espacio con el mobiliario claramente ubicado en él. Si los muebles y objetos tienen un lugar asignado y conocido por todos, será más fácil quitar y poner. ¡Pero cuidado! Procura que los cambios de estructura no supongan grandes movimientos de mesas o sillas o perderás mucho tiempo. Por ejemplo, en el caso de tener un aula pequeña, los niños pueden cambiar su silla de la zona de asamblea a la zona de trabajo. Es más, ¿por qué no diseñas una asamblea que aparece y desaparece? En determinados niveles de Infantil, los alumnos pueden encargarse de apartar las mesas cuando sea momento de reunión, y volver a colocarlas cuando esta finalice.

• Cómo. Un buen diseño será útil y práctico si las distintas zonas están claramente definidas y señalizadas. Puedes colocar rótulos, dibujos, líneas en las paredes, o algún signo que los niños reconozcan y, al identificarlo, sepan el lugar en el que deben situarse. Si tienes oportunidad, siempre funciona bien utilizar diferente iluminación para delimitar determinados espacios y centrar la atención de los niños en ciertos puntos del aula. Si lo que te interesa es separar ciertos lugares físicamente, puedes emplear mobiliario móvil, biombos, maceteros, cinta de colores en el suelo, que, además, puede servirte para definir el área de trabajo de cada grupo o para exponer sus producciones.

Eso sí, ten en cuenta que siempre —pero especialmente al trabajar con nuestros niños de Infantil—has de dedicar un tiempo a entrenar cualquier cambio; el objetivo es conseguir que los alumnos pasen de una distribución a otra de manera rápida y eficaz. Nuestras aulas cooperativas son lugares vivos, y el movimiento no está reñido con una buena organización.

Colocamos al alumnado dentro de los grupos

Ahora viene la guinda del pastel: colocar a cada alumno dentro del grupo. Vuelve a echar mano de tus hojas de registro y de tu “sentido común”. Ten en cuenta que la posición que ocupa cada niño dentro del grupo es un asunto que debes cuidar especialmente, ya que influye en el tipo de interacción que mantendrá con sus compañeros. Lo podemos justificar partiendo de dos situaciones fundamentales:

• “Cara a cara”: es más fácil que los niños interactúen verbalmente. Por ello, utiliza esta disposición si vas a organizar dinámicas en las que tengan que dialogar, realizar entrevistas, preguntar.

• “Hombro con hombro”: los niños pueden compartir recursos fácilmente o trabajar sobre los mismos materiales. Por tanto, es una distribución adecuada para dinámicas en las que los alumnos tengan, por ejemplo, que leer o escribir algo juntos u otras similares.

Permítenos la insistencia, pero, para sacar el máximo partido de la interacción entre tus alumnos, es necesario que cuides quién interactúa con quién y en qué tipo de actividades. En este punto, nos vendrá bien hacer referencia a Lev Vigotsky. Recuerda que las situaciones de andamiaje en la zona de desarrollo próximo, como la “tutoría entre iguales”, resultan, en principio, más beneficiosas si la distancia cognitiva entre los alumnos no es exageradamente grande. Por eso, procura que las “parejas cara a cara” y las “parejas hombro con hombro” en las que puedes subdividir el equipo-base, aunque deban estar formadas por niños de un nivel diferente, no estén muy alejadas. El grupo puede ser muy diverso; la pareja, no tanto.

Lo entenderás mejor con estas premisas:

• El niño que tiene un nivel de desempeño más alto no formará pareja con el de nivel más bajo, sino que interactuaría con compañeros de nivel de desempeño medio.

• Los niños de nivel de desempeño medio no trabajarán juntos en actividades de pareja, sino que interactuarán con el compañero de nivel alto o con el de nivel bajo.

• El niño de nivel de desempeño más bajo no formará pareja con el de nivel alto, sino que interactuará con algún compañero de nivel de desempeño medio.

Para que practiques esto de la zona de desarrollo próximo, vamos a proponerte un pequeño acertijo. ¿Te atreves? Imagina que un grupo cooperativo de tu clase está formado por cuatro niños con diferentes niveles de desempeño: uno alto, uno bajo y dos de nivel medio. Sus nombres son: Sofía, Valentina, Marcos y Javier. Cumpliendo las siguientes premisas, ¿serías capaz de descubrir a qué alumno corresponde cada nivel? ¡Vamos allá!:

• El alumno con el nivel de desempeño más bajo es un chico.

• Sofía no debería formar pareja con Marcos, pero sí podría hacerlo con Valentina o con Javier.

• Valentina no debería trabajar con Javier, pero podría perfectamente con Sofía o con Marcos.

• Marcos debería trabajar con Valentina o con Javier, pero no con Sofía.

Si tu respuesta es que Sofía sería la de nivel de desempeño alto, Marcos el de nivel de desempeño bajo y Javier y Valentina tendrían un nivel medio, lo has hecho genial. ¡Ah! Y si has considerado a Valentina como la de nivel de desempeño alto, Javier el de nivel de desempeño bajo y a Sofía y Marcos como los de nivel medio, lo has hecho fenomenal también.

¿Es eso posible? Pues sí, depende del criterio que estés utilizando para formar los equipos en cada momento. Con este pequeño juego queríamos poner de manifiesto que a la hora de distribuir a los alumnos entre los grupos no debemos caer en reduccionismos que nos lleven a “etiquetarlos”. El nivel de desempeño de un estudiante no es algo invariable ni estático, sino que depende de factores muy distintos, como el criterio empleado, el momento del curso, el tipo de tareas que estemos realizando, etc. Por ejemplo, cuando proyectes la cooperación hacia las rutinas y los hábitos de autonomía, seguro que te interesará priorizar la autonomía personal. Entonces, Marcos puede ser el alumno que más ayuda necesita dentro del grupo. Sin embargo, si meses después, quieres empezar “cooperativizar” tus asambleas, introduciendo dinámicas cooperativas basadas en el diálogo —por ejemplo, una Entrevista simultánea o Cabezas juntas numeradas—, puede que te interese priorizar la expresión oral a la hora de hacer los grupos. Entonces, será Javier y no Marcos el que más ayuda necesite.

En la misma línea, a la hora de formar las parejas, debes tener muy presente que las premisas que te damos pueden ser matizables en un momento dado. Nosotros, en más de una ocasión, nos hemos encontrado con el caso de parejas muy “extremas” en cuanto a su desempeño, que han trabajado fantásticamente bien gracias a un sentido de la cooperación muy desarrollado y a la necesidad de apoyarse y ayudarse mutuamente. Por tanto, nunca pongas una de nuestras pautas por encima de tu sentido común y de tu propio conocimiento del alumnado.

Para terminar, nos gustaría sugerirte algunas ideas más con respecto a la colocación de los alumnos dentro de los equipos, siempre entendidas como recomendaciones que pueden ser matizadas en un momento dado:

• La visibilidad. Aunque cuando hablábamos de la disposición del aula para la cooperación, te dijimos que procuraras tener fácil acceso a todos los niños, a veces, en las estructuras cooperativas puedes encontrar puntos más comprometidos con respecto a la visibilidad, que pueden complicarte el seguimiento de tus alumnos o facilitar un buen “escondite” para los que se suelen distraer en el momento de las explicaciones.

Para sacar el máximo partido al aprendizaje cooperativo, te conviene evitar las posiciones que tienen peor visibilidad para los alumnos que presentan más dificultades o que se distraen con mayor facilidad. Cuantos menos obstáculos existan, mejor. Por ello, te aconsejamos que dejes estas posiciones para los niños muy implicados, que no presentan mayores problemas para seguir la clase, y reserves los puestos de mejor acceso —algo así como los “palcos VIP”— para los más dispersos o de rendimiento más bajo.

• Los grupos de tres. Los equipos de tres ofrecen un entorno de trabajo más estable ya que, al no subdividirse en parejas, se limitan los cambios de dinámica y, por tanto, las transiciones.

Por este motivo, pueden resultarte interesantes para colocar a niños especialmente inquietos, con los que no resulta fácil trabajar en equipo porque no saben relacionarse bien o son especialmente disruptivos. La idea es que compartan el grupo con niños que tengan buenas destrezas para la cooperación y para la gestión de situaciones conflictivas. Como se trata de un perfil muy específico, limitar el tamaño de estos equipos te ofrecerá mayores posibilidades a la hora de configurar los agrupamientos.

Del mismo modo, los tríos pueden ser un buen entorno de trabajo para niños que presentan grandes necesidades de aprendizaje, ya que, al requerir un apoyo muy específico, les conviene estar con compañeros con un perfil muy determinado, al menos a dos niveles:

a. Una especial sensibilidad hacia la diversidad.

b. Un cierto conocimiento sobre cómo pueden ayudarlos.

En este sentido, como en el caso anterior, cuanto más pequeño sea el grupo, podrás barajar más opciones.

Finalmente, si te decides a formar equipos-base de tres alumnos, recuerda que no es conveniente que los miembros del grupo presenten distancias muy extremas, pero garantizando que exista al menos uno que se maneje bien a nivel escolar. Por ello, no conviene situar al alumno de nivel más alto de la clase con el del nivel más bajo. Podríamos optar por perfiles más moderados.

• Los grupos de cinco. El tamaño de este tipo de grupos te va a obligar a subdividirlos con una frecuencia mayor. Por ello, al configurarlos deberás valorar tus opciones, en parejas o en tríos, y colocar a los niños en el grupo en función de los criterios que hemos descrito anteriormente.

También te aconsejamos que seas algo más flexible cuando los niños del grupo estén trabajando juntos —ten en cuenta que son muchos— porque, seguramente, aumentará el nivel de ruido o apoyarán el cuerpo encima de la mesa para poder interactuar con sus compañeros y realizar sus aportaciones.

3. ¿Qué hago para que se sientan parte del grupo?

Esta es la última de las tres preguntas a las que te proponíamos dar respuesta al inicio de este capítulo. Has ido viendo que conocer a tus alumnos y dar con la clave para colocarlos en grupos cooperativos no es tarea fácil, pero estás a punto de descubrir que, una vez conseguidos ambos retos, tu misión más importante será lograr construir una mínima identidad dentro de los equipos que has formado.

Uno de tus primeros objetivos será que tus alumnos —que son diferentes, que nunca han trabajado juntos y que parten de experiencias diversas— se constituyan como un grupo cooperativo y asuman el valor de la colaboración para maximizar sus aprendizajes, tanto en lo que se refiere a la mejora del propio trabajo en equipo como del desempeño individual de todos y cada uno de ellos. Ahí es nada, ¿verdad?

Si te pones a buscar, verás que existen, en la bibliografía sobre aprendizaje cooperativo, infinidad de juegos o actividades que pueden servirte para “hacer grupo”, pero, desde nuestro punto de vista, no hay nada mejor que la complicidad que se produce día a día entre los niños cuando están trabajando juntos, cuando comparten recursos o cuando asumen una identidad colectiva.

Por supuesto, también es conveniente que realices de vez en cuando dinámicas de cohesión grupal, a los niños les encantan y son interesantes para crear conciencia de grupo. En estos casos, aunque ellos deben percibirlo siempre como un juego, puede ser aconsejable que finalices la actividad llevando a cabo una pequeña valoración en la que participen los propios niños. Por ejemplo, puedes hacerles preguntas del tipo: “¿Cómo os sentíais antes?, ¿y ahora?”, “¿qué habéis aprendido?”, “¿qué creéis que hacíais regular y ya no vais a volver a hacer?”. Es fundamental que tengas en cuenta la edad de tus alumnos a la hora de la reflexión, pues será muy diferente si trabajas con un grupo de 3 años que si lo haces con uno de 5 años.

La cohesión grupal

Conocimiento, aceptación, ayuda, cooperación, empatía, confianza. Si todo esto ocurre en tus grupos, puedes empezar a pensar que has logrado que exista cohesión grupal. ¿No es maravilloso? Las relaciones que se producen entre los miembros de un grupo así definido son, entre otras, de respeto a la diversidad de capacidades, motivaciones o intereses; de confianza en que todos pueden ayudarse y aprender juntos; y de seguridad en los demás.

Si quieres conseguir que tus alumnos cooperen en grupos de los que realmente se sientan parte, puedes realizar actividades orientadas a fomentar cuatro destrezas:

• Conocerse y aceptarse como son: #OfrecerNuestraMejorVersión.

• Comunicarse, practicar la escucha activa, la atención, el diálogo, la toma de decisiones: #AceptarLasIdeasDeLosOtros.

• Relacionarse positivamente, compartir las emociones, valorar a los demás, confiar en ellos: #SentirseUno.

• Trabajar juntos, compartir experiencias de aprendizaje, animarse a trabajar, celebrar conjuntamente cuando las cosas salen bien o, si no es así, buscar juntos la forma de mejorar: #UnoParaTodosYTodosParaUno.

Pero ¿sabes cuál es la pieza fundamental que hace que este puzle encaje? Piensa un poco. Sí, eres tú. Tú como ejemplo, modelo y referente. Tú cuando eres persona, además de profe. Tú cuando incorporas estas prácticas a tu currículo oculto —ese estilo personal con el que los docentes educamos cuando no nos damos cuenta—. Tú, sin más, con tus virtudes y tus ganas de hacer, tú que haces, de tu clase, algo mejor cada día.

La identidad grupal

Creemos que ha quedado más que claro que es fundamental trabajar expresamente la cohesión grupal y, para ello, una de las primeras —y principales— estrategias que puedes utilizar es proporcionar a cada grupo una identidad. De esta forma, se fomenta, además, en los niños un sentido de pertenencia muy necesario.

La construcción de una identidad común puede ser una oportunidad muy interesante para crear las condiciones necesarias para que los grupos funcionen. Además, puedes aprovechar el trabajo sobre la identidad grupal para realizar dinámicas de conocimiento mutuo que lleven a los niños a identificar lo que tienen en común y lo que cada uno de ellos aporta al grupo. Verás cómo ayuda que descubran sus pequeños talentos ocultos y lo importantes que son para el equipo.

Para empezar, tu cometido será organizar los tiempos y espacios necesarios para que los grupos reflexionen y trabajen sobre su “imagen corporativa” a partir de sus rasgos comunes, sus gustos, sus intereses, etc. El resto queda de la mano de los niños y de su creatividad, que es mucha.

Por ejemplo, puedes pedir a los equipos que trabajen en la construcción de:

• Un nombre que los identifique y en el que todos ellos se vean representados. Puedes terminar la actividad haciendo que los niños compartan el nombre de su grupo con los demás y expliquen por qué los distingue. A ti también te resultará muy útil que los grupos estén identificados para, por ejemplo, poder dirigirte a ellos o reconocer sus trabajos.

• Un logo que proyecte su identidad. Es conveniente que sugieras a tus alumnos que deben elegir una imagen simple que pueda replicarse fácilmente, ya que el sentido del logo es utilizarlo para identificar los espacios, materiales y producciones del grupo. Si optan por un logo demasiado complejo, será más complicado que puedan reproducirlo.

• Un lema o “grito” de equipo. Nos referimos a una frase que los identifique y que tenga relación con el nombre que han elegido para el grupo. Puede servirles para darse ánimo o indicar que han terminado la tarea.

Para finalizar, un aspecto que nunca debes perder de vista es que la referencia siempre debe ser el grupo clase. Si a la hora de trabajar la “imagen corporativa” de los equipos no tenemos esto en cuenta, podemos provocar que los pequeños grupos tengan un sentido de pertenencia muy claro, pero la clase no. Puede ayudarte empezar construyendo una identidad general de aula, decidiendo juntos un nombre, logo y lema para la clase y, a partir de ahí, trabajar la identidad de los distintos equipos.

La proyección de la identidad grupal

Cuando tus equipos cuenten con su “imagen corporativa”, puedes empezar a reflexionar sobre los espacios más adecuados para que puedan proyectarla. Existen formas muy distintas de exponer la identidad de cada grupo, el campo está abierto a tu creatividad y, por supuesto, a la de tus alumnos. A modo de ejemplo, te sugerimos algunas estrategias:

• Hacer un carné o documento de identidad que los identifique como miembros de un colectivo.

• Crear un currículo grupal o carta de servicios.

• Elaborar prendas y complementos con sus señas de identidad.

• Establecer como rutina que los niños personalicen todos sus materiales y producciones con el nombre o el logo de su grupo. Esto no solo promoverá la construcción de un a identidad más potente, sino que puede contribuir a una gestión más eficaz de los materiales y las tareas. Por ejemplo, si todos los equipos cuentan con una caja de material común, una agenda grupal o un portafolio, tenerlos identificados facilitará su gestión, recogida y almacenamiento. Igualmente, si los grupos utilizan su nombre o su logo para identificar sus murales o sus trabajos de equipo, la localización de los mismos resultará más ágil y sencilla.

• Permitir que los grupos personalicen su espacio de trabajo. Esto es especialmente interesante, ya que les recuerda constantemente de qué equipo son. Puedes encontrar muchas y muy diversas formas de personalizar el espacio de trabajo: añadir el nombre o el logo en las mesas, las sillas, el perchero, los muebles o las estanterías que utilicen para guardar sus materiales; identificar el espacio con carteles que cuelguen del techo o con trabajos y producciones de los equipos; incluso darles un espacio específico dentro del corcho de la clase.

Para finalizar, debes tener presente que el trabajo sobre la identidad grupal debe reservarse para los equipos base, no para los esporádicos que se forman para actividades concretas. Un grupo con un sentido desarrollado de pertenencia en torno a una identidad definida se convierte en un referente fundamental para el alumno, lo que facilita su integración en la clase al tiempo que le ofrece un sistema de apoyo y ayuda muy potente. Y esto no es lo que pretendemos al organizar un agrupamiento que no se va a alargar más allá de una tarea determinada.

El sentido de pertenencia

Todas las tareas que has realizado hasta ahora para trabajar la cohesión o la creación de una identidad colectiva generan en los niños un sentimiento de pertenencia a su grupo cooperativo.

Pero aún hay más. En los siguientes capítulos vamos a completar las estrategias que necesitas para organizar en tu aula una red de aprendizaje:

• Por ejemplo, veremos que el sentido de pertenencia a un grupo genera interdependencia positiva, un elemento clave dentro de las dinámicas de cooperación. Para que nos entendamos —aunque profundizaremos en ello más adelante—, esto significa que el grupo se compromete con unas metas comunes, tanto individuales como grupales, y es consciente de que todos sus miembros son imprescindibles para alcanzarlas.

En la medida en que se construye adecuadamente la identidad colectiva en cada uno de los grupos, crecen el sentido de pertenencia y la interdependencia, y ambos redundan positivamente en el trabajo en equipo.

• Otro ejemplo: los roles —funciones complementarias e interdependientes que asumen los miembros de un grupo para organizar su trabajo— establecen un marco de relación en el que todos los alumnos son necesarios y pueden realizar su aportación al equipo. Este concepto influye positivamente en la cohesión grupal y en el establecimiento de relaciones positivas.

• Pero también podríamos añadir el hecho de compartir unas normas que los alumnos han consensuado y asumido como necesarias; o de celebrar juntos los éxitos o analizar juntos lo que ha salido mal para pensar cómo podemos mejorarlo; o la seguridad que genera el hecho de contar con los compañeros cuando surge algún problema.

Así que te invitamos a que sigas leyendo, esto no ha hecho más que empezar. Y te lo vamos a explicar todo en los siguientes capítulos. Pronto vas a conseguir transformar tu aula en una auténtica red de aprendizaje cooperativo.

Cooperar para crecer

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