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Introducción

¿Qué es ortodoxia? Creo que hoy en día la ortodoxia se explica mejor a través de la definición de Marx que advierte sobre el termidor, y utiliza este concepto para nombrar un proceso dentro de la Revolución francesa. El termidor, en primera instancia, tuvo lugar mediante la llegada del Directorio y, posteriormente, mediante el ascenso de Napoleón. La Revolución francesa fue originalmente una revolución popular, y desde Napoleón se convierte, claramente, en una revolución burguesa. Su univocidad la recibe por medio del Código Napoleón, el código de ley burgués que se convertirá, en la posteridad, en el ejemplo modelo de muchos otros códigos civiles burgueses.

Por ello Trotsky habla, en cierto sentido, del termidor de la Revolución rusa, el cual está vinculado con Stalin y se apoya en la maquinaria de la planificación de la Unión Soviética. Posteriormente, Crane Brinton, en su libro The Anatomy of Revolution,[1] analiza las cuatro grandes revoluciones de la Modernidad: la inglesa, la estadounidense, la francesa y la rusa. Él descubre las similitudes que hay entre ellas, las cuales a su vez denominará el termidor de dichas revoluciones. Con relación a la inglesa, se trata de la figura de Cromwell, del nuevo pensamiento burgués, como fue definido por John Locke, y de que la revolución popular se transformó en burguesa, donde Locke proporciona el pensamiento para ello.

Se trata, respectivamente, de la creación de la ortodoxia, la cual transformará y redefinirá las ideas de la revolución popular, como exige —o parece exigir— la legitimación e implementación del nuevo poder político. Este pensamiento legitimador que definirá el nuevo poder, es el pensamiento ortodoxo, y en todos estos casos se encuentra este nuevo poder (la nueva clase dominadora) contra el pueblo que hizo la revolución.

Si se considera la presentación de Brinton, resulta evidente extender, de igual forma, este concepto a la aparición del cristianismo. Esto es posible porque la problemática del termidor es resultado de que las revoluciones antes mencionadas trastocan y consideran la base de una igualdad general humana, y precisamente una igualdad concreta. Ésta es expresada por primera vez en el mensaje cristiano (Gál 3, 28), se trata de un universalismo práctico. Hoy en día, por ejemplo, tendría que analizarse la fundación del Estado de Israel como el termidor del judaísmo.

Partir de esta igualdad nos fuerza, necesariamente, a institucionalizarla, siempre y cuando ésta pueda universalizarse socialmente. Esto se presentó en el cristianismo mediante un conflicto: la población pudo cristianizarse en su mayoría, pero no hubo ninguna posibilidad de cristianizar al Estado romano. Lo que podemos llamar Estado cristiano del siglo IV no es la cristianización del Imperio, sino la imperialización del cristianismo; es el termidor del cristianismo. Los otros termidores mencionados desde la Revolución inglesa en adelante siguen los pasos de este primero, el del cristianismo.

Hoy se trata de enfrentar estos termidores para formular una alternativa que vaya más allá de ellos para formular una democracia real, que en todos los termidores anteriores fracasó. Ésta es la razón urgente que obliga introducir en el desarrollo de esta idea al propio termidor del cristianismo, sin cuya discusión es muy difícil formular siquiera el problema. Sin pasar a esta discusión, difícilmente podremos enfrentar lo que hoy más nos amenaza: un nuevo totalitarismo, que esta vez está formándose y en gran parte ya se ha formado como totalitarismo del mercado. Las fuerzas que constituyen este totalitarismo no emanan del Estado, sino de los poderes anónimos del mercado. Son ahora éstos los que someten cada vez más a los poderes políticos a su lógica totalitaria.

La canciller alemana Angela Merkel decía: “la democracia tiene que ser conforme al mercado”, y de eso se trata; la democracia no responde ya al pueblo, sino al mercado. Eso precisamente es una definición muy adecuada de este nuevo totalitarismo; de eso se trata hoy. Estamos frente a la disyuntiva entre democracia o mercado; entre un mercado que se impone a todo, en todas partes y en cada momento, o el desarrollo de una democracia que responda a la voluntad de los pueblos y que exige que un mercado sea conforme a la democracia, y que, por tanto, tenga en su centro no al mercado sino al ser humano.

Los conflictos presentes son conflictos entre la democracia de los indignados que se enfrentan al totalitarismo del mercado, y el poder totalitario del mercado con su meta de someter a la población entera sin ninguna posibilidad de defensa e imponerse definitivamente y para siempre.

El actual totalitarismo del mercado está todavía en desarrollo. Sin embargo, con la declaración de la estrategia de globalización junto con el Consenso de Washington de los años ochenta se había ya declarado el mercado como total, con la perspectiva de someter en lo posible todas las actividades económicas al criterio de la propiedad privada y del mercado. Este proyecto de un totalitarismo de mercado lo comenzó el gobierno de Reagan.

Desde entonces se desarrolla el sistema: campos de concentración como Guantánamo, la legalización de la tortura y la decisión burocrática sobre los medios de tortura; el asesinato de personas consideradas enemigos mediante ataques de aviones sin pilotos (drones); las personas asesinadas son acogidas otra vez por instancias burocráticas (y, si resultan completamente inocentes, son declarados daños colaterales); la persecución de personas que publican información que el gobierno había declarado secreta lleva a la condena o persecución de los periodistas (que en varios casos ya pidieron asilo político en otros países).

Pero la iniciativa para tener de esta manera al Estado a disposición de la promoción del totalitarismo del mercado parte de los poderes económicos de las burocracias privadas de las empresas; por tanto, toda esta totalización del Estado está al servicio de los poderes del mercado, y lo hemos visto sobre todo en el tratamiento de las deudas externas. Es la usura llevada al límite.

Eso empezó con la crisis de la deuda externa de América Latina en la década de 1980, y se hace obvio nuevamente con la crisis de muchos países de Europa, especialmente de Europa del sur. En 2015 Grecia fue enfrentada y su ministro de Finanzas expresó que hoy le toca a su país el trato del water boarding (un método de tortura legalizado por el gobierno de Estados Unidos), y efectivamente se trata de eso. Las negociaciones con Grecia son pura pantalla. Los representantes políticos del mercado total exponen sus condiciones y Grecia tiene que aceptar. Estos representantes son políticos de las democracias modelo del mundo, como son los gobiernos de Europa. De esta manera demuestran a todo el mundo qué tipo de democracias son. Los griegos aprenden entonces la sabiduría de esta democracia: quien no puede pagar sus deudas en dinero, tiene que pagarlas con sangre.

En los análisis que siguen, quiero hacer presentes algunos antecedentes clave de este totalitarismo del que hablo, los cuales pertenecen a una historia larga. Voy a empezar con un primer capítulo sobre la crítica de la religión del temprano Marx, a la cual posteriormente dio el nombre de “teoría del fetichismo”. Este capítulo se intitula “La primacía del ser humano en el conflicto con la idolatría: crítica de la religión, la teología profana y la praxis humanista”. Dicha crítica a la religión fue considerada muy poco en el desarrollo del marxismo del movimiento socialista posterior a Marx; de hecho, se trata de un análisis en la tradición de la crítica de la idolatría en el antiguo judaísmo. Marx la reformula en gran parte frente a su propósito de estructurar una crítica de la idolatría implícita del mercado, del dinero y del capital. Esta crítica de la idolatría fue asumida en gran parte por el movimiento de la teología de la liberación en América Latina desde la década de 1960. Se trata de una continuación que implicaba también desarrollar la crítica, pero que ha mantenido la esencia de la que era la crítica para Marx. En este mismo capítulo, entonces, analizo un texto del actual papa Francisco, que es parte de su mensaje apostólico Evangelii gaudium y que asume esta continuación elaborada por la teología de la liberación.

A esto sigue el capítulo II, “El termidor del cristianismo como origen de la ortodoxia cristiana: las raíces cristianas del capitalismo y de la Modernidad”. Parto del análisis del mensaje cristiano referente al pago de la deuda, especialmente la deuda impagable, y de la racionalidad del mercado. En ambos casos el termidor del cristianismo transforma las exigencias expresadas en el mensaje cristiano en su contrario. Aunque este termidor se concentra en el constantinismo del siglo IV, el desarrollo de las posiciones correspondientes pasa por toda la Edad Media.

Una vez analizado el termidor del cristianismo, en el capítulo III pasaremos al análisis del primer gran termidor de la Modernidad, que es el de la Revolución inglesa. El político de este proceso es Cromwell, pero su pensador fundante es John Locke, quien transforma las tesis básicas de la Revolución inglesa, que en su origen es una revolución popular, para convertirla en un movimiento nítidamente burgués. La transformación es, como en el caso del termidor cristiano, una inversión completa, pero se trata ahora de una revolución, mientras que en el caso del cristianismo se trataba más bien como una rebelión del sujeto. Este termidor de la Revolución inglesa vuelve a aparecer en las demás revoluciones, sea la francesa o la Revolución rusa. Aparece cambiado, pero mantiene caracteres básicos idénticos. Eso es interesante en el caso de la Revolución rusa, que en su origen es también una revolución popular, pero su termidor no la transforma en revolución burguesa, sino en socialismo burocrático; no obstante, mantiene características que recuerdan mucho a John Locke, y esto se ve muy claro en los juicios de Moscú referentes a personas clave de la Revolución, acusados por el régimen estalinista.

El acusador de estos juicios, Andrey Vyshinsky, es notablemente un seguidor de Locke que se distingue de él sobre todo por sustituir la función de la propiedad privada en el pensamiento de Locke por la propiedad estatal del socialismo estaliniano, mas la inversión de los grandes valores de la Revolución es la misma. La mayor diferencia es que Locke observa en los opositores a animales salvajes que se puede exterminar libremente, mientras el acusador estalinista ve a sus enemigos como perros con rabia. El mismo Locke, que tantas veces se celebra como padre de los derechos humanos, es así uno de los más brutales pensadores esclavistas de toda la historia humana. Todos los termidores se mueven en la misma línea: cuando surgen como revolución popular, declaran ilegítima la esclavitud, y luego, como en el caso de los tres termidores de la Modernidad mencionados, la introducen de nuevo. No hay ninguna revolución moderna que haya abolido la esclavitud más allá de su termidor. La Asamblea francesa declaró la abolición de la esclavitud, pero Napoleón enseguida la volvió a introducir. Estados Unidos, por ejemplo, mantuvo una significativa masa de población como trabajo forzado por esclavitud hasta casi cien años después de su Declaración de independencia y de introducir la democracia en su territorio. Después, el trabajo forzado fue sustituido por el apartheid que duró unos ochenta años más, hasta la década de 1950, pero todo este tiempo Estados Unidos se presentó como la democracia modelo en el mundo, y en el socialismo soviético ocurrió algo muy parecido. Con su termidor se impuso el trabajo forzado en campos de trabajo, el cual se extendió también hasta los años cincuenta del siglo XX.

Un proceso parecido ocurre con el termidor del cristianismo. Pablo de Tarso declara ilegal la esclavitud, aunque no se atreve todavía a llamar a su abolición. En cambio, Agustín, en el siglo IV, declara la esclavitud como algo legítimo. Es el tiempo de la imperialización del cristianismo.

En el capítulo IV, “El vaciamiento de los derechos humanos en la estrategia de la globalización”, mostraremos las consecuencias políticas, sociales y humanas de esta forma de concebir los derechos humanos, su sistemático vaciamiento de toda forma de contenido ético o humano que aparece a partir del ataque metódico al Estado social o de bienestar desde el mercado neoliberal. Ahora los derechos pertenecen a las empresas y no más a los seres humanos. Es más, el mercado debe decidir ahora a quién se le distribuye y a quién no.

En el siguiente capítulo presentamos un análisis del mecanismo de funcionamiento, cómo es constituido por la Modernidad con características bastante parecidas en todos los casos. Lleva el título de “Los mecanismos de funcionamiento, la eficiencia y la banalización del mundo”. Se trata de un mecanismo de funcionamiento que resulta sorprendentemente parecido en todos los casos de la sociedad moderna pese a todo el desarrollo que tiene lugar.

En el capítulo VI mi intención es reflexionar sobre algunas posibles alternativas; pero no quiero intentar presentar una alternativa propia, sino ver en nuestra historia ejemplos que pueden ayudarnos a pensar nuestras alternativas hoy. Se ofrece obviamente el gran proyecto de reconstrucción de Europa Occidental después de la Segunda Guerra Mundial, el cual tenía vigencia desde finales de los años cuarenta hasta los setenta, treinta años que finalmente se observan como el periodo más dinámico de las economías de sus países. Esta gran dinámica disminuyó llamativamente a partir de la declaración de la globalización neoliberal que empezó con el gobierno de Reagan, en la década de 1980. Apareció un proyecto exclusivamente orientado por un pensamiento de mercado total. Lo interesante es que ambos proyectos son totalmente contrarios. De eso resulta que el éxito del proyecto de reconstrucción de Europa Oriental no es explicable a través de las teorías económicas neoliberales impuestas con el proyecto de globalización, pues es a todas luces la refutación viva de dichas teorías neoliberales.

Hay un indicio indirecto para eso. Se trata del hecho de que la economía neoliberal, después de imponerse, deja siquiera de discutir la posguerra. Más todavía, los economistas formados en las facultades de economía durante el periodo de globalización no tienen conocimiento de lo que ha sido el proyecto de este tiempo. Ocurrió entonces un lavado de cerebros muy exitoso: ha originado un dogmatismo del pensamiento económico casi completo. De esta manera las teorías del neoliberalismo pudieron imponerse sin ninguna discusión de lo que había sido la economía anterior. Se suele descono­cer las teorías de Keynes, posiblemente el más importante econo­mista del siglo XX. En vez de argumentar, la teoría económica actual se dedica más bien a respaldar por medio de tautologías.

Creo que se trata hoy de recuperar esta discusión y de pensar las alternativas junto con la evaluación de este gran lapso de nuestra historia. Evidentemente no puede limitarse a copiar lo que fue el proyecto de este periodo. Sin embargo, se trata de reformular precisamente este proyecto de la posguerra en función de los problemas económicos y sociales de nuestro tiempo.

Es evidente que el nuevo gobierno de Grecia está intentando eso sin encontrar casi ninguna respuesta razonable. El proyecto de la posguerra fue llevado a cabo en Alemania por partidos políticos con el nombre de demócrata-cristianos o socialcristianos que hoy, precisamente, conducen la actual política completamente contraria. Su nombre se ha transformado en blasfemia. Por lo tanto, lo que ha ocurrido otra vez es un termidor (aunque esta vez más pequeño). Hoy se trataría de empezar con un pacto en la línea del Acuerdo de Londres de 1953 y, a partir de éste, lanzar todo un nuevo proyecto económico-social.

En el capítulo VII, “Plenitud y escasez: quien no quiere el cielo en la tierra, produce el infierno”, discutimos la tradicional frase de Popper que dice que “intentar realizar el cielo en la tierra, lo único que hace es producir el infierno”. Es una crítica al socialismo y a toda idea utópica que intenta producir otra clase de relaciones sociales o humanas en esta tierra, más justas. La burguesía y el pensamiento neoliberal argumentan en la línea de Popper para mostrar que la Modernidad —o el capitalismo— es lo más realista que se puede producir en la realidad; que más allá de ella no existe alternativa; que intentar producir algo diferente sería un suicidio; que este orden económico e internacional, por más defectos que tenga, es el único posible y real. Sin embargo, ahora podemos ver claramente que a lo único que ha conducido este orden, con su economía y política, es a producir literalmente un infierno en la tierra.

Hegel fue quien dijo que sin reforma no hay revolución. A la reforma que él se refería era la protestante, a una revolución en el cielo que produjo la burguesía de su tiempo porque con la teología o idea medieval del cielo no se podía transformar la realidad profana que la burguesía quería cambiar. Las ideas modernas del cielo son sus mitos y utopías seculares. Mientras no sean cuestionadas en profundidad estas ideas, seguiremos atrapados al interior del infierno que el capitalismo ha producido en nuestra realidad.

Este libro cierra con el capítulo VIII, “El asesinato del hermano como asesinato fundante. La crítica de la religión como dimensión imprescindible de la crítica de la ideología”. El argumento central es la idea de que cualquier sistema económico, político o cual fuere es suicida, injusto o éticamente perverso, si es que se funda en el asesinato. Para poderlo argumentar, corregimos la traducción que normalmente se hace a una cita de Horacio presente en El capital, cuando al final del capítulo XXIII se lee “acerba fata Romanos agunt. Scelusque fraternae necis”. Normalmente se traduce por: “Acerbo destino atormenta a los romanos. Y el crimen del fratricidio”. Si uno ha leído con atención el argumento de Marx a lo largo del tomo I de El capital y conoce además el contexto del poema de Horacio, se da cuenta de que Marx intenta mostrar que los romanos, al igual que los ingleses y capitalistas, afrontan un duro destino por haber cometido el crimen del asesinato del hermano, es decir, del fratricidio. Por eso cambiamos la traducción por: “Un duro destino atormenta a los romanos, es decir, el crimen del fratricidio”.

El capitalismo desde el principio es asesino; su desarrollo se funda en un asesinato. Empieza con los millones de indígenas y esclavos africanos sacrificados para que haya riqueza o capital, y hoy continúa ese asesinato amparado por las leyes del mercado, a las cuales exigen sumisión los organismos económicos y políticos internacionales del Primer mundo. Éste es el totalitarismo del mercado neoliberal, que ha puesto al mercado capitalista como su ser supremo, su nuevo dios. Es el nuevo fetiche que aún sometemos a crítica.

Finalmente, quisiera agradecer a la editorial Akal por haber incluido este libro en su colección Inter Pares, pero también quiero agradecer profundamente a Juan José Bautista Segalés su gran colaboración con mi trabajo y su dedicación a la edición del presente libro.

[1] Nueva York, Vintage Books, 1965.

Totalitarismo del mercado

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