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PRIMERA PARTE ISAÍAS 1-39

Introducción. Is 1, 1: Título del libro

Pasando ya a nuestra exposición del libro, la primera cosa que nos choca es su título tradicional: Yeshaiah, Isaías. A lo largo del libro, y en otros lugares del Antiguo Testamento, al profeta se le llama Why"å[.v;(y> (Yeshayahu), y la forma abreviada (Yesahia) aparece también en otros libros del Antiguo Testamento, como nombre del mismo profeta y de otras personas. En los tiempos más antiguos eran común que se intercambiaran la forma larga y la corta, pero en los últimos tiempos del antiguo Testamento se empleó sólo la corta, y por esa razón ella se adoptó como título tradicional del libro.

El nombre es compuesto y significa “Salvación de Yahvé”. El profeta era consciente de que no le habían puesto ese nombre por accidente, porque tanto [vy (él salvará) como h[Wvy (salvación) forman parte de sus palabras favoritas. Se puede afirmar en efecto que el vivió caminando siempre hacia la salvación venidera, que debía provenir de Yahvé y que culminaría cuando Yahvé viniera a su pueblo al final del tiempo, de forma salvadora, como nunca antes había venido.

Esa salvación era la meta de la historia sagrada (Heilsgeschichte, literalmente historia de la salvación); y Yahvé era el nombre propio de Dios en relación con esa historia. Ese nombre Yahvé significa “aquel que existe”, no “el que siempre existe”, en el sentido de eterno, como suponen Ch. Bunsen (erudito alemán: 1791-1860) y muchos traductores judíos. Yahvé es “el que existe para siempre”, es decir, el que llena toda la historia y despliega en ella su Gloria, en gracia y verdad. La meta final de este proceso histórico, en el que Dios estaba reinando siempre como aquel que es absolutamente libre, conforme a su propia auto-afirmación en Ex 3, 14, consiste en ofrecer la salvación verdadera y esencial, que provenía de Israel y que se abriría hacia fuera (hacia los pueblos) y que llegaría a abarcar toda la humanidad.

En el nombre del profeta, el tetragrama hwhy se contrae en why (hy), de manera que la segunda h podía desaparecer. Pero ella era importante, y así podemos ver que aparecía al final, y tendía a pronunciarse como “ah”. Ciertamente, se podía decir Yahveh o más bien Yahaveh, pero solía decirse más bien Yahvâh o mejor Yahavâh. Conforme a Teodoreto, los samaritanos lo pronunciaban Ιαβε (Yahaveh) y de esa forma aparece en la lista de nombres de dioses que ofrece Epifanio. Pero el hecho de que la pronunciación normal terminaba en “ah” se deduce no solo de nombres como Yimnah, Yimrah, Yishvah, Yishpah (compárese con Yithlah, nombre de un lugar), sino que ha sido atestiguado expresamente, por un lado, por variaciones antiguas del nombre (Yao, Yeuo, Yo; cf. Jer 23, 6 LXX), y, por otro, por el modo de pronunciación adoptada por Orígenes (Yaoia) and por Teodoreto (Aia), no sólo en Quaest in Ex. §15, sino también en Fab. Haereticorum: “Aia significa el existente, y así fue pronunciado así por los hebreos, pero los samaritanos le llaman Yabai, quizá pasando por alto el sentido primordial de la palabra

La “ah” larga con sonido apagado podía escribirse con omega o con alfa. Isidoro, siguiendo éstos y otros testimonios dice: “El tetragrammnaton está formado por ya escrita dos veces (yaya) y esta reduplicación constituye el impronunciable y glorioso nombre de Dios” (Etimologías VII, 7). La forma arábiga adoptada por los samaritanos nos deja con la duda de si debía pronunciarse Yahvé o Yahvá. Así escribieron a Jog Ludolf, (en Epistola Samaritana Sichemitarum tertia, publicada por Bruns, 1781), en oposición a lo que decía Teodoreto, que ellos entendían la última sílaba como damma, es decir, que ellos pronunciaban el Nombre como Yahavoh) (Yahvoh), y ésta fue la forma en que lo escribió Veltusen en el pasado siglo (siglo XVIII) y también Mufti, en su Disegno di lezioni e di ricerche sulla lingua Ebraica (Pavia, 1792).

La pronunciación Yehovah surgió de una combinación del qere (ha de leerse) y del ketiv (está escrito) de la Biblia Hebrea, y sólo se ha venido utilizando desde el tiempo de la Reforma. En oposición a Beza, Genebrard († 1597) la rechaza en su Comentario a los salmos, con gran vehemencia, como una innovación intolerable, diciendo: “Impíos violadores de lo más antiguo han profanado y transformado el nombre impronunciable de Dios, como si debiera leerse Jova o Jehova, un nombre nuevo, bárbaro, ficticio e irreligioso que se parece extrañamente al Jove (Jupiter) de los paganos”. De todas formas, a pesar de protestas como esas, este nombre Jehova (Jova) se ha ido abriendo paso, aunque su sonido en “o” (Jeho…) resulta decididamente equivocado8.

Pero, volviendo a nuestro tema, que es el que nos importa, debemos recordar que el nombre del profeta (Why"å[.v;(y>, Yesha-yahu, en forma abreviada Yesha-ya) significa “salvación de Yahvé”. En los LXX se escriba siempre Ἡσαΐ̀ας, con “espíritu” fuerte, y en la Vulgata Isaias, y a veces Esaias. Y de esa forma podemos dejar ese tema para pasar del plano exterior al interior del libro de Isaías:

La división en versículos (indicada en el texto hebreo por un sof pasuq, que en nuestra edición marcamos con un “`”) es el resultado de un “acuerdo” cuyo camino fue preparado desde el tiempo del Talmud, y que fue firmemente establecido en las escuelas masoréticas, de manera que llega hasta comienzo de la Edad Media, a diferencia de la división en versículos del Nuevo Testamento, que es posterior. Por eso la consideramos importante.

La división en capítulos, con la indicación de las secciones separadas de la colección profética, no tiene autoridad para nosotros, simplemente porque no es anterior al siglo XIII; algunos dicen que ella proviene de Stephen Langton, Arzobispo de Canterbury (1227 d.C.), mientras otros la atribuyen a al Cardenal Hugo de St. Caro (1262). De hecho, ella sólo se introdujo en el texto en el siglo XV, aunque las ediciones bíblicas posteriores la han adoptado, incluso las hebreas.

La división en haftarot o textos para la lectura del sábado estaba marcada por un pequeño círculo o estrella que indicaba el comienzo y fin de la lectura sinagogal de los profetas, relacionada con la lectura del Pentateuco. Se trata de un principio de selección y división muy importante del texto, que nos ayuda a comprenderlo.

ISAÍAS 1

Is 1, 1

yme’yBi ~Øil'_v'WrywI hd"ÞWhy>-l[; hz"ëx' rv<åa] #Amêa'-!b, Why"å[.v;(y> ‘!Azx]

`hd"(Why> ykeîl.m; hY"ßqiz>xiy> zx'îa' ~t'²Ay WhY"ôZI[u

Visión de Isaías hijo de Amós, la cual vio acerca de Judá y Jerusalén, en días de Ozías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá.

Éste es el título de la colección del libro. A Isaías se le llama “hijo de Amós”. No tiene validez la vieja doctrina judía, repetida desde antiguo (cf. b. Megilla 15a), según la cual, cuando se cita el nombre del padre de un profeta, ese padre también era profeta. Tampoco nos convence otra antigua tradición según la cual este Amós (padre de Isaías) era el hermano de Amasías, padre del predecesor del rey Ozías (b. Sota 10b). De todas formas, aún no siendo verdadera, esta tradición tiene un sentido que debe mantenerse: Isaías habla a reyes como si él mismo fuera un rey, y así se confronta con la majestad de los magnates de la nación y del poder imperial. Con su peculiar estilo, Isaías ocupa entre los profetas el mismo lugar que Salomón ocupa entre los reyes: es el más elevado de todos. Bajo cualquier circunstancia, y en cualquier estado de mente, él es completamente dueño de sus materiales, con estilo simple aunque mayestático, elevado pero sin afectación, y hermoso aunque sin adornos.

De todas formas, las raíces de este carácter regio de su profecía no provienen de su familia de sangre. En esa línea, todo lo que puede afirmarse con certeza de su vida es que era nativo de Jerusalén, porque a pesar de la multitud de sus misiones proféticas nunca le encontramos fuera de Jerusalén. Allí vivió, con su esposa y sus hijos y, como podemos inferir por Is 22, 1 y por el modo como se relaciona con el rey Ezequías, debemos afirmar que vivía en la parte baja de la ciudad, realizando allí su misión bajo cuatro reyes, nombrados en Is, 1, 1, es decir, Ozias (que reinó 52 años: 811-759), Jotán (16 años: 759-743), Acaz (16 años: 743-728) y Ezequías (29 años: 728-699). Estos cuatro reyes se nombran aquí sin la waw copulativa, de manera que aparecen con el mismo asíndeton enumerativo que en los títulos de los libros de Oseas y Miqueas9. Bajo estos cuatro reyes trabajó Isaías o, como se dice en Is 1, 1, “vio la visión” que debió escribir en el libro que ahora tenemos ante nosotros.

Entre los muchos sinónimos hebreos para ver, hzh (cf. cernere, κρίνειν, y el sánscrito y persa kar, vinculado a un movimiento radical de cortar y separar) es el verbo generalmente utilizado para indicar una percepción profética, tanto si la revelación divina se ofrece al profeta en forma de visión o de palabra. En ambos casos se dice que él vio, porque él distingue de esa forma esta revelación divina de sus propias concepciones y pensamiento a través de un sentido interior, designado con el nombre del más noble de todos los cinco sentidos.

De esa raíz hzh, ver, provienen tanto el nombre abstracto de tipo general (!Azx], visión) y el más concreto !AyZ"xi (hizzayon), visión (visum), que tiene un sentido más fuerte o intenso. Ciertamente, el nombre hazon (!Azx') se utiliza para indicar una visión particular (compárese Is 29, 7 con Job 20, 8; 33, 15), en la medida en que se centra en el hecho de ver y en aquello que se ve (visio). Pero aquí, en el título del libro de Isaías, el significado abstracto de visión (!Azx') se amplia para tomar un sentido colectivo, aplicándose a la suma y substancia de todas las visiones que él ha tenido. Por eso resulta una gran equivocación el pensar que la palabra hazon (!Azx') de Is 1, 1 se aplicaba sólo a la primera profecía, y que sólo más tarde vino a tomarse como título general de todo el libro, pues esa palabra evoca desde el principio el contenido de todo el libro. Además, el Cronista conoció el libro de Isaías con este título (2 Cron 32, 32), y los títulos de los libros de otros profetas, como Oseas, Amós, Miqueas y Sofonías son muy semejantes.

Schegg y Meier han ofrecido un argumento más plausible a favor del doble origen de Is 1, 1, indicando que “Judá y Jerusalén” son bastante apropiados para definir el objeto de la primera profecía, pero que esa extensión es demasiado limitada para aplicarse a todas las profecías que siguen, pues ellas no se refieren sólo a Judá, incluyendo Jerusalén, sino que se dirigen también en contra de las naciones extranjeras. Por otra parte, en el cap. 7 también el rey de Israel, incluyendo Samaria, viene a ponerse en el horizonte de la visión del profeta (de manera que su visión no trata sólo de Judá y Jerusalén). En esa línea, el título de “visión” de Is 1, 1 no se aplicaría a todo el libro, sino a su primera parte.

Ciertamente, en el título del libro de Miqueas ambos reinos (Judá y Samaria) aparecen nombrados de un modo separado (en contra de Is 1, 1, donde sólo se cita Judá y Jerusalén). Pero en Miqueas esa separación resulta necesaria, pues su profecía comienza casi de un modo abrupto con la próxima destrucción de Samaria. Por tanto, en su libro, esa designación responde al contenido del libro, cosa que no sucede en Isaías. Por otra parte, conforme a la máxima bien conocida de “a potiori et a proximo fit denominatio” (el tema se denomina a partir de lo más importante y cercano) en Is 1, 1 basta con decir Judá y Jerusalén, pues ellas son real y esencialmente el objeto de la visión del profeta.

Isaías nos sitúa ante una serie de círculos que se condensan en Jerusalén. Está en primer lugar el círculo más amplio de los poderes imperiales (Asiria, Babilonia), y dentro de ese círculo el más pequeños de las naciones del entorno, y dentro de eso el todavía más limitado de Israel, incluyendo Samaria; y dentro de Israel se encuentra el todavía más pequeño círculo de Judá. Pues bien, todos esos círculos juntos forman unas circunferencias en torno a Jerusalén, pues conforme a su sentido más profundo y a su meta última, la historia de la Iglesia de Dios tenía su centro peculiar en la ciudad del templo de Yahvé y del reino prometido, que es Jerusalén.

Por eso, la expresión de Is 1, 1 (acerca de Judá y Jerusalén) se aplica perfectamente a todo el libro, pues todo lo que el profeta va viendo en su itinerario profético lo ve desde Judá-Jerusalén como su centro, y todo sucede en interés de Judá y Jerusalén. Este título puede entenderse sin duda como el encabezamiento que el propio profeta puso a su libro. Así lo admite no sólo Caspari (Miqueas, pág. 90-93), sino también Hitzig y Knobel. Pero si Is 1, 1 contiene el título de todo el libro, ¿cuál es el encabezamiento o título de la primera profecía?

¿Debemos tomar rv<åa], la cual, como nominativo y no como acusativo (qui, el cual, en vez de quam, es decir, a cuya visionem o visión), como hace Luzzatto? Esta sería una manera muy fácil de escapar de la dificultad, interpretando Is 1, 1 como encabezamiento a las primeras palabras proféticas de cap. 1. Pero esa solución resulta equivocada, pues, según Gesenius (§138, nota 1), hz"ëx' rv<åa] ‘!Azx] es en hebreo la forma normal de conectar el verbo con su propio sustantivo. La verdadera respuesta es muy sencilla: la primera palabra profética (!Azx]) queda intencionalmente sin encabezamiento, precisamente porque constituye el prólogo de todo lo que sigue. Por su parte, la segunda palabra profética tiene su encabezamiento en Is 2, 1, aunque realmente no lo necesita; ese encabezamiento se introduce con el fin de resaltar de un modo más preciso el sentido del primer encabezamiento como prólogo de todo el libro


8. En esta traducción, lo mismo que en el primer volumen de esta obra (Pentateuco e Históricos, Viladecavalls 2008), utilizamos la forma Yahvé.

9. A Ezequías se la llama aquí hY"ßqiz>xiy, y esta forma es la misma que utilizamos nosotros, con una elisión del último sonido. El Cronista prefería evidentemente la forma entera de la palabra, tanto en el comienzo como en la terminación. T. Roorda (Annotatio ad Vaticiniorum Iesaiae Cap. I-IX, Amsterdam 1840) piensa que el Cronista deriva esta forma mal configurada de un error del copista entre WhYzxw y hWYhzxw, pero ese notable gramático ha pasado por alto el hecho de la misma forma se encuentra en Jer 15, 4 y en 2 Rey 20, 10, donde no ha podido darse ningún error de ese tipo. Por otra parte, no se trata de una forma mal configurada, como puede verse en el caso se que, en vez de derivarla del piel, como hace Roorda, la derivemos de la forma kal del verbo, con el sentido de “fuerte es Yahvé”, un nombre en imperfecto, con una yod unitiva, cosa que encontramos con frecuencia en nombre propios que derivan de raíces verbales, como Jesimiël (laeÞmiyfiyI) que deriva de myf; cf. J. Olshausen, Lehrbuch der hebräischen Sprache, Braunschweig, § 277, p. 621.

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento - Isaías

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