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Prólogo

Cuando el rey persa Ciro acabó con el Imperio babilónico en el año 539 a.C., autorizó a un grupo de judíos exiliados a regresar a su hogar en Judea, desde donde habían sido deportados por Nabucodonosor dos generaciones antes, y a reconstruir su templo en Jerusalén. Al cabo de algunos años el templo fue reconstruido y los servicios religiosos estuvieron de nuevo en manos de los miembros de las antiguas familias sacerdotales, a cuya cabeza se encontraba Jesúa, vástago de la casa de Zadok, que había ocupado el cargo del sumo sacerdocio en el antiguo templo desde su consagración por el rey Salomón hacia 960 a.C. hasta su destrucción por los babilonios en 587 a.C. Pero, mientras la antigua familia sacerdotal fue restaurada en su oficio sagrado, la casa real de David, que también regresó del exilio, no fue restaurada en la realeza.

La nueva comunidad judía se organizó como un templo-estado, integrado por Jerusalén y unos pocos kilómetros a los alrededores. A la cabeza del estado se encontraba el sumo sacerdote, que controlaba los asuntos internos judíos; los intereses más amplios del Imperio persa eran responsabilidad del gobernador civil de Judea, que era nombrado por la corona. Cuando, después de doscientos años, el Imperio persa también llegó a su fin a manos de Alejandro Magno, no se produjeron cambios sustanciales en la constitución judía. Por encima de ellos tenían un gobernador macedonio en lugar de uno nombrado por el rey persa; tenían que pagar impuestos a la corte macedonia en vez de a la corte persa; estuvieron expuestos a la poderosa influencia de la cultura helenística. Sin embargo, los sumos sacerdotes de la casa de Zadok siguieron como antes a la cabeza del templo-estado judío. Así mismo continuó la situación bajo los ptolomeos, que heredaron el imperio de Alejandro en Egipto, y retuvieron Palestina bajo su control hasta 198 a.C. Cuando en ese año perdieron Palestina a manos de la dinastía rival de los seleúcidas, que habían ocupado la herencia de Alejandro en la mayor parte de Asia, la transición fue suave en lo que respecta a Judea. Naturalmente, la actitud creciente a seguir las tendencias occidentales había provocado una grave preocupación en los judíos más conservadores, pero no tenían ninguna queja contra el gobierno gentil, que garantizaba la constitución del templo y concedía la mayor libertad para la práctica de la religión judía.

Por una variada serie de razones se produjo un cambio con la ascensión de Antioco IV (Epífanes) al trono seleúcida en 175 a.C. Ya a principios de su reinado interfirió en la sucesión zadokita al sumo sacerdocio; más tarde intentó prohibir toda la religión judía. Esto condujo a una levantamiento nacional y religiosa, que consiguió al final la total independencia política de Judea. Los líderes de la sublevación, la familia sacerdotal de los asmodeos, se convirtió en la dinastía reinante del estado independiente, y asumió el sumo sacerdocio además de la dirección civil y el poder militar. De 142 a 63 a.C., los judíos conservaron su duramente ganada independencia bajo los asmodeos, pero en ese último año cayeron bajo el poder de los romanos, que reorganizaron todo el territorio al oeste del Éufrates como parte de su imperio. Pero los romanos dejaron un sumo sacerdote asmodeo a cargo de los asuntos internos de Judea durante más de veinte años. Sin embargo, en 40 a.C., la situación política en Asia occidental les obligó a nombrar a Herodes como rey de los judíos, y Herodes gobernó Palestina desde 37 a 4 a.C. siguiendo los intereses de Roma. Su hijo Arquelao, que lo sucedió en Judea, fue depuesto por el emperador romano en 6 d.C., y durante los siguientes sesenta años Judea fue gobernada por procuradores nombrados por el emperador, excepto durante tres años (41-44 d.C.), en los que un nieto de Herodes, Agripa I, reinó en Judea como rey. Desde el inicio del reinado de Herodes, los sumos sacerdotes, que desde entonces fueron nombrados por Herodes y sus descendientes o por los gobernadores romanos, tuvieron cada vez menos importancia, aunque en virtud de su cargo seguían presidiendo el Sanedrín, la corte suprema de la nación judía.

El desgobierno de los procuradores romanos, combinado con una intolerancia creciente contra el control gentil por parte de los nacionalistas judíos, condujo a la revuelta judía del año 66 d.C. y a la destrucción de la ciudad y del templo de Jerusalén por las fuerzas romanas en 70 d.C. Con la desaparición del templo, también llegaron a su fin los últimos vestigios de la constitución del templo y el sumo sacerdocio. Judea fue puesta bajo un control militar mucho más firme que con anterioridad. Pero en el año 132 d.C. estalló una nueva revuelta y fue proclamada la independencia de Judea por parte de un pretendiente mesiánico, conocido bajo el nombre de Bar-Kojba. Tras tres años de guerra de guerrillas el levantamiento fue aplastado. Jerusalén fue reconstruida por los romanos como una ciudad totalmente gentil, y se abrió un nuevo capítulo en la historia de Tierra Santa.

Este esbozo de las vicisitudes políticas de Israel bajo persas, griegos y romanos tiene como objetivo proporcionar un marco en el que nos podamos orientar con mayor facilidad cuando consideremos la situación en la que se redactaron los rollos del mar Muerto.

Los manuscritos de Mar Muerto

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