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ОглавлениеCapítulo I LOS PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS
¿Qué son los rollos del mar Muerto?
Son manuscritos que han ido saliendo poco a poco a la luz desde la primavera de 1947 en una serie de zonas ubicadas al noroeste del mar Muerto. Pero mientras concentramos nuestra atención en estos descubrimientos recientes —que son excitantes e importantes— vale la pena recordar que otros hallazgos de naturaleza similar han tenido lugar en la misma región en épocas muy anteriores. Tendremos ocasión de decir algo sobre estos primeros descubrimientos un poco más adelante,1 pero los hallazgos contemporáneos se iniciaron por accidente cuando un pastor de cabras de la tribu beduina de Ta’amireh, llamado Muhammad adh-Dhib («Muhammad el Lobo») estaba apacentando un rebaño de cabras cerca del mar Muerto y en una cueva cerca de Wadi Qumran descubrió un almacén largo tiempo olvidado de documentos hebreos y arameos. Los relatos de esta aventura difieren en los detalles, pero lo que sigue es la descripción que realizó en The Times del 9 de agosto de 1949 el señor G. Lankester Harding, director de Antigüedades en el reino hachemita de Jordania:
Una de las cabras se extravió mientras buscaba mejores pastos, y el pastor subió en su búsqueda por la empinada y rocosa ladera de la montaña, tropezando por casualidad con una pequeña apertura circular en la pared de roca. Con comprensible curiosidad miró con precaución hacia el interior, pero sólo pudo vislumbrar una caverna larga y oscura; por eso cogió una piedra y la lanzó al interior y oyó como algo crujía y se rompía. Nervioso y asustado ante la inesperada consecuencia de sus esfuerzos, se fue y regresó más tarde con un amigo. Cada uno animado por la presencia del otro, se deslizaron por la pequeña apertura hacia el interior de la caverna, y bajo la débil luz pudieron distinguir algunas grandes tinajas puestas de pie, una de ellas rotas por la piedra que habían lanzado hacía poco. A su alrededor se encontraban los fragmentos de otras tinajas, pero rápidamente procedieron a examinar el contenido de los recipientes intactos.
Sin embargo, en lugar del esperado tesoro de oro, sacaron a la luz una serie de rollos de cuero cubiertos con una escritura desconocida para ellos, pero no eran conscientes de que se trataba de un tesoro mucho más importante que si hubiera sido de oro.
Muhammad y uno o dos de sus amigos se llevaron los rollos a Belén y allí los intentaron vender. Después de unos pocos meses, algunos de los rollos fueron adquiridos por el monasterio ortodoxo sirio de San Marcos, en la Ciudad Vieja de Jerusalén; otros fueron a parar a la Universidad Hebrea. Se dice que los manuscritos llegaron primero a los sirios porque un jeque musulmán de Belén, al que se los mostraron, vio a primera vista que la escritura no era árabe y pensó que se trataba de un texto siríaco. El arzobispo sirio de Jerusalén, Athanasius Yeshue Samuel, reconoció que la escritura era hebrea, pero ni él ni sus colegas fueron capaces de determinar la naturaleza y el significado de los documentos. Por eso, el arzobispo consultó a numerosos expertos en Jerusalén que podrían aconsejarle. A finales de julio de 1947, unas pocas semanas después de que su monasterio hubiese comprado los manuscritos, consultó con un miembro de la École Biblique, una espléndida institución de estudios bíblicos y arqueológicos de Jerusalén, gestionada por dominicos franceses. En ese época un eminente académico holandés, el profesor J. van der Ploeg, de la Universidad de Nimega, estaba impartiendo una serie de conferencias en la École Biblique y le invitaron a que estudiase los manuscritos en el monasterio sirio. Identificó uno de ellos como una copia del Libro de Isaías en hebreo, de una fecha sorprendentemente temprana, pero cuando informó de lo que había visto a sus amigos en la École Biblique, uno de los estudiosos de mayor autoridad en este campo del saber le informó que era absurdo suponer que pudieran existir manuscritos hebreos de semejante antigüedad, y que los rollos que había visto debían ser una falsificación. En consecuencia, el profesor van der Ploeg no pensó más en el tema. (Poco después, los estudiosos de la École Biblique encontraron razones para cambiar de opinión y ninguna otra institución se ha dedicado con mayor nobleza a la adquisición y el estudio de los manuscritos del mar Muerto. Pero en ese momento su escepticismo era natural y razonable.)
Entonces los sirios se dirigieron a miembros de la comunidad judía en Jerusalén; después de todo, se podía esperar que los judíos tuvieran un interés especial en documentos hebreos antiguos. Dos bibliotecarios de la Universidad Hebrea visitaron el monasterio, pero no se creyeron capaces de formarse una opinión de lo que estaban viendo, y sugirieron que se le diera la oportunidad de examinar los rollos a un experto en paleografía de la Universidad.
Hacia finales de noviembre, el profesor Eleazar L. Sukenik, de la cátedra de arqueología palestina de la Universidad Hebrea, que había regresado hacia poco de los Estados Unidos, compró para la Universidad la mayor parte de lo que quedaba de los manuscritos que se habían retirado originalmente de la cueva, junto con dos tinajas en las que se decía que se habían encontrado algunos de los manuscritos. En esta época, no sabía nada de los manuscritos similares que había adquirido el monasterio sirio y cuando al final supo de ellos, le fue prácticamente imposible verlos. Estos eran los meses finales del protectorado británico en Palestina, cuando la tensión entre judíos y árabes crecía con rapidez, y no había posibilidad de ir y venir entre las zonas judía y árabe de Jerusalén y las áreas vecinas. Mientras tanto, Sukenik estaba examinando los documentos que había adquirido. Creía que debían proceder de alguna antigua geniza: un almacén en el que los judíos depositaban los escritos sagrados que estaban demasiado deteriorados para su uso cotidiano, hasta que pudieran ser eliminados de forma reverente. Y mientras más los examinaba, más aumentaba su excitación. Dos días después de su primera compra, escribió en su diario: «He leído un poco más de los “pergaminos”. Temo que estoy yendo demasiado lejos al reflexionar sobre ellos. Pudiera ser que este fuera una de los descubrimientos más grandes realizados nunca en Palestina, un hallazgo que nunca hubiéramos podido esperar.» Poco antes de Navidades pudo comprar otra pieza de manuscrito, en muy malas condiciones. El presidente de la Universidad Hebrea, Dr. Judah L. Magnes, se preocupó con rapidez de que hubiera fondos disponibles para la compra de los rollos, y otro colega, el profesor J. Biberkraut, emprendió la delicada tarea de desenrollarlos, a pesar de su estado quebradizo, podrido y frágil.
Al final, hacia finales de enero de 1948, se convocó una reunión entre Sukenik y un miembro de la comunidad siria en el edificio de la Y.M.C.A.* en Jerusalén, que estaba situado en una de las zonas de seguridad establecidas por el gobierno del protectorado. Mostraron a Sukenik algunos de los rollos del monasterio y le autorizaron a que los conservase durante unos pocos días. De uno de ellos, un manuscrito del Libro de Isaías, copió numerosos capítulos por interés personal. El 6 de febrero devolvió los rollos y se dispuso la celebración de otra reunión en la que se esperaba la presencia del arzobispo sirio y del presidente de la Universidad, para acordar la compra de los rollos por parte de la universidad. Pero esta reunión nunca tuvo lugar.
El protectorado británico en Palestina llegó a su fin el 15 de mayo de 1948 y en los conflictos que le siguieron Jerusalén fue dividida en dos zonas: la judía y la árabe. El monasterio sirio se encontraba en la zona árabe, y en cuanto estalló la lucha armada se interrumpió la comunicación entre esta zona y la judía. Cuando, algunos meses más tarde, se reunió la Asamblea Constituyente del Estado de Israel, cada uno de sus miembros se encontró sobre la mesa una copia de Isaías 40 tal como lo había transcrito Sukenik del rollo sirio, junto con un resumen de los rollos y notas sobre el texto, comparándolo con la versión tradicional. Desde luego no se hubieran podido encontrar palabras más adecuada para la ocasión que el mensaje de consuelo del profeta: «Consolaos, consolaos, pueblo mío, dice vuestro Dios.»
Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. La tarde del miércoles 18 de febrero de 1948, el señor John C. Trever, director en funciones de la American School of Oriental Research en Jerusalén, recibió una llamada telefónica relacionada con unos antiguos manuscritos hebreos. Algo escéptico, descubrió que al otro lado del hilo se encontraba un sacerdote del monasterio sirio, el padre Burros Sowmy. El padre Sowmy le dijo que «mientras trabajaba en la biblioteca del convento, catalogando libros, había descubierto cinco rollos en hebreo antiguo sobre los que no había ninguna información en el catálogo.» Recordando un agradable contacto anterior con miembros de la American School, pensó que quizá podrían ayudarle con este tema.
Según acordaron, al viernes siguiente el padre Sowmy y su hermano, un sirviente civil, llamaron a la puerta de la American School con una cartera que contenía cinco rollos (o partes de rollos) envueltos en papel de diario, y un fragmento más pequeño de un manuscrito. Como no había cámaras disponibles en ese momento, el señor Trever copió a mano algunas líneas del rollo más largo. Mientras lo estaba haciendo, los visitantes le dijeron que los documentos no procedían realmente de la biblioteca del monasterio, sino de una cueva cercana al extremo septentrional del mar Muerto, donde los había encontrado un beduino.
El señor Trever llegó rápidamente a la conclusión de que la escritura hebrea de los rollos era más arcaica que cualquier otra que hubiera visto con anterioridad. Cuando se fueron sus visitantes, examinó las palabras que había transcrito y no tardó mucho en reconocer una parte del texto hebreo del Libro de Isaías. Al día siguiente visitó el monasterio (tras obtener con alguna dificultad permiso para acceder a la Ciudad Vieja de Jerusalén a través de la Puerta de Jaffa) y persuadió al arzobispo Samuel para que permitiera que se fotografiasen los rollos en la American School. Con ese propósito fueron llevados a las escuela el 21 de febrero y se inició inmediatamente el proceso de fotografiado. Sin embargo, uno de los rollos estaba tan deteriorado y resultó tan difícil de desplegar que se decidió esperar hasta que lo pudieran llevar a algún lugar en el que se pudiera desenrollar sin causarle más daños. Por la parte de la escritura que era visible, parecía que este rollo no estaba escrito en hebreo sino en su lengua hermana: el arameo.
En cuanto fue posible se revelaron las placas y algunas fotos del rollo de Isaías fueron enviadas por correo aéreo al profesor
W.F. Albright de la Johns Hopkins University de Baltimore, posiblemente la figura más eminente entre los arqueólogos bíblicos del momento. El profesor Albright contestó a vuelta de correo, también aéreo, con una carta en la que decía:
¡Mis más cordiales felicitaciones por el mayor descubrimiento de un manuscrito en los tiempos modernos! No tengo la menor duda de que la escritura es más arcaica que la del Papiro Nash… Considero acertada una fecha alrededor de 100 a.C.…. ¡Qué hallazgo más increíble! Y afortunadamente no puede existir ni la más mínima duda en todo el mundo sobre la autenticidad del manuscrito.
La excitación del profesor Albright quedará rápidamente explicada cuando recordemos que en esa época no se conocía que hubiera sobrevivido ningún manuscrito bíblico en hebreo de fecha anterior al siglo IX d.C. Por eso, si estaba en lo cierto al datar este manuscrito de Isaías alrededor del año 100 a.C., significaba que el intervalo que separaba la época en la que se escribieron originalmente los libros del Antiguo Testamento y la época de las copias hebreas más antiguas quedaba de repente reducido en cerca de mil años. El Papiro Nash, que menciona en su carta, es un fragmento hebreo de la biblioteca de la universidad de Cambridge que contiene los Diez Mandamientos, seguidos de las siguientes palabras: «Los estatutos y los mandamientos que Moisés enseñó a [los hijos de Israel] en el desierto cuando salieron de la tierra de Egipto: “Oye, oh Israel, el Señor nuestro Dios, uno es, y amarás [al Señor] tu Dios con todo tu corazón…”» Este papiro ha sido datado entre el siglo I a.C. y el siglo II d.C. (el propio profesor Albright prefiere la fecha más temprana); pero en cualquier caso, si el manuscrito recién descubierto era más antiguo que el Papiro Nash, las implicaciones del hallazgo resultaban revolucionarias. Aunque la confianza del profesor Albright en que la autenticidad del manuscrito estaba más allá de cualquier duda se vería finalmente confirmada, nos podemos preguntar cómo podía estar tan seguro en una fase tan temprana de los acontecimientos, cuando sólo disponía de fotografías para su análisis.
El último día de febrero, el director de la American School, el Dr. Millar Burrows, regresó desde Irak, donde había estado durante dos semanas. Su atención se vio cautivada de inmediato por los nuevos descubrimientos, y utilizó uno de los documentos como tema para lo que restaba de un curso de epigrafía que impartía en la escuela. Le comunicó al arzobispo Samuel su opinión sobre la antigüedad de los rollos, afirmando que el rollo de Isaías era, en su opinión, el manuscrito más antiguo conocido de cualquier libro de la Biblia. El arzobispo estaba profundamente impresionado por esta información; la profundidad de esta impresión se puede juzgar por el hecho que en menos de una semana había enviado los rollos a un lugar seguro fuera de Palestina. La exportación de antigüedades desde Palestina sin el permiso del Departamento de Antigüedades era ilegal, aunque la desaparición inminente de una autoridad central efectiva en el territorio pueda servir de atenuante.
A principios de 1949, el arzobispo Samuel llegó a los Estados Unidos con sus preciosos documentos. Los entregó durante un período de tres años a las American Schools of Oriental Research, que emprendieron la publicación de su contenido. En este punto habría que explicar que las American Schools of Oriental Research son dos —una en Jerusalén y otra en Bagdad— y que el cuartel general en los Estados Unidos se encuentra en New Haven, estado de Connecticut.* El mandato del Dr. Burrows como director de la Escuela de Jerusalén llegó a su fin en la primavera de 1948 y ahora ya estaba de regreso en la universidad de Yale, donde ocupaba la cátedra Winkley de Teología Bíblica. Él y sus colegas, los doctores Trever y W.H. Brownlee, emprendieron la tarea de preparar los rollos para su publicación. Los rollos adquiridos inicialmente por el monasterio sirio eran cinco, pero pronto quedó claro que en realidad sólo eran cuatro, puesto que dos de ellos resultaron ser las dos mitades de un rollo original (el rollo que se conoce comúnmente como el Manual de Disciplina, pero que con mayor precisión se llama la Regla de la Comunidad).
Tres de los rollos fueron publicados en facsímil y transcritos con admirable rapidez.2 El cuarto, sin embargo, que no pudo ser desenrollado para fotografiarlo en Jerusalén, seguía resistiéndose a su despliegue. Sin embargo, se había avanzado mucho en los preparativos para tratar el material de forma que fuera posible desenrollarlo sin provocarle daños irreparables, cuando expiró el tiempo acordado de cesión de los rollos por parte del arzobispo a las American Schools. A pesar de las peticiones para que les permitieran conservar el cuarto rollo durante algo más de tiempo, Samuel insistió en recuperar los cuatro. The Dead Sea Scrolls of St. Mark’s Monastery [Los rollos del mar Muerto del monasterio de san Marcos], editados por Millar Burrows. Volumen I: The Isaiah Manuscript and the Habakkuk commentary [El manuscrito de Isaías y el comentario de Habacuc] (1950). Volumen II, Fascículo 2: Plates and Transcription of the Manual of Discipline [Fotos y transcripción del Manual de Disciplina] (1951).
Ahora que el mundo académico tenía suficiente información sobre la naturaleza de los rollos, se esperaba que alguna institución estuviera dispuesta a comprarlos. Pero —sin duda en parte por las incertidumbres alrededor de su propiedad legal— universidades y bibliotecas eran reticentes a realizar una oferta por ellos. Su venta también fue anunciada en las columnas de anuncios por palabras del Wall Street Journal en junio de 1954. Al final, el 13 de febrero de 1955 se anunció que habían sido comprados por el Estado de Israel por un importe de doscientos cincuenta mil dólares. El dinero sería empleado en labores religiosas y educativas en conexión con la Iglesia ortodoxa siria.
Así, cerca de ocho años después de su descubrimiento, las dos partidas de rollos volvían a estar reunidas bajo el mismo propietario. El primer ministro de Israel anunció que se construiría un museo especial para albergar los manuscritos recién adquiridos, junto con los comprados con anterioridad por la Universidad Hebrea, y que sería conocido como el Santuario del Libro.3
¿Qué eran esos manuscritos?
Empecemos por los que fueron adquiridos por el monasterio sirio. Uno de ellos, como ya se ha dicho más arriba, era una copia del Libro de Isaías en hebreo. Otro era una copia de los dos primeros capítulos del Libro de Habacuc en hebreo, acompañado de algo parecido a un comentario versículo a versículo, también en hebreo. El tercero —el que estaba dividido en dos— resultó ser el texto de un código de normas o «manual de disciplina» de una comunidad religiosa judía. Nosotros lo llamaremos la Regla de la comunidad. El cuarto se vio desde el primer momento que estaba escrito en arameo y no en hebreo como los otros tres. No fue desenrollado hasta después de su compra por el Estado de Israel. Poco después de que los rollos fueran llevados a los Estados Unidos por el arzobispo Samuel, el Dr. John Trever sugirió que probablemente se trataba de una copia del Libro de Lamec, una obra apócrifa mencionada en uno o dos repertorios antiguos. La razón para que creyese esto era que un fragmento visible del rollo contenía una frase en la que Lamec, padre de Noé, habla en primera persona y menciona a su esposa Bit’enosh.4 Pero cuando apareció la noticia del despliegue y el desciframiento de este cuarto rollo en febrero de 1956, se anunció que no se trataba del Libro de Lamec, sino de una paráfrasis extendida en arameo de los capítulos 5 a 15 del Libro de Génesis, en la que no sólo Lamec, sino otras figuras principales de la narración del Génesis (por ejemplo, Abraham) explicaban su parte de la historia en primera persona.
Los rollos comprados por el profesor Sukenik en noviembre y diciembre de 1947 resultaron ser tres,5 aunque uno de ellos estaba dividido en cuatro piezas. Este último se trataba de una colección de himnos de acción de gracias, la mayoría de los cuales comienzan con las palabras: «Te doy gracias, oh Señor, por…» Otro de ellos era una obra de lo más interesante que Sukenik tituló La guerra de los Hijos de la Luz con los Hijos de las Tinieblas. (Nos referiremos a ella por su verdadero título, mucho más corto, Rollo de la Guerra.) Le gustaba explicar como, mientras estudiaba minuciosamente esta descripción del antiguo arte de la guerra en los oscuros días de 1948, cuando los proyectiles volaban sobre Jerusalén, tenía a veces dificultades para distinguir entre la realidad contemporánea y la remota situación descrita en el rollo que estaba estudiando. El tercer rollo que había adquirido era otra copia de Isaías, en la que el texto a partir del capítulo 41 estaba razonablemente completo, mientras que el texto de los capítulos anteriores sólo había sobrevivido en una docena de fragmentos. Los tres documentos estaban en hebreo.
Más adelante diremos muchas más cosas sobre los tres. Pero ya hemos visto la importancia que se les dio prácticamente desde el mismo instante en que fue anunciado su descubrimiento. Si la datación que les fue fijada por hombres como los profesores Albright, Burrows y Sukenik se podía considerar correcta, significaba que habían salido a la luz unos manuscritos de las Escrituras hebreas que eran al menos mil años más antiguos que los conocidos hasta el momento. Naturalmente, semejante pretensión de antigüedad fue recibida con considerable escepticismo. La posibilidad de un descubrimiento de este tipo había sido totalmente descartada. La mayor parte de los estudiosos de los textos del Antiguo Testamento se habían resignado definitivamente a aceptar el intervalo de un milenio que separaba la fecha de las copias más antiguas que habían sobrevivido de las Escrituras hebreas, de la fecha en que fueron redactadas originalmente las últimas partes de las mismas Escrituras. (Y las partes más antiguas de las Escrituras hebreas habían sido redactadas en su origen aún un milenio antes.) Nada menos que una autoridad como Sir Frederic Kenyon había escrito en Our Bible and the Ancient Manuscripts [Nuestra Biblia y los manuscritos antiguos]: «De hecho no existe ninguna probabilidad de que encontremos nunca manuscritos del texto hebreo que se remonten a un período anterior a la formación del texto que conocemos como masorético»;6 y en la última edición del libro, publicada en 1939, se mantuvo esta afirmación (p. 48) porque representaba el consenso de la opinión académica tanto como cuando apareció la primera edición en 1895. Sin embargo, menos de diez años después de la publicación de la última edición, la situación había cambiado por completo; y el mismo Kenyon, antes de su muerte el 23 de agosto de 1952, aceptó y dio la bienvenida a la lectura de los nuevos descubrimientos que adelantaban en un milenio la evidencia textual para las Escrituras hebreas. Incluso antes de que salieran a la luz las nuevas evidencias, Kenyon creía que el texto masorético del Antiguo Testamento era un reflejo fiel de lo que lo autores originales habían escrito; vivió lo suficiente para ver confirmada su creencia por un tipo de testimonio que difícilmente se hubiera creído posible.
Pero muchos estudiosos pensaban que los que le habían otorgado con tanta rapidez una fecha tan temprana a estos manuscritos se habían precipitado. Se levantaron voces escépticas, y la expresión de este escepticismo era algo lógico y racional. Se recordaron famosos casos de falsificación; algunos recordaron, por ejemplo, el caso de un anticuario de Jerusalén llamado Shapira, que en la década de 1880 pretendía haber descubierto una antigua copia del Libro de Deuteronomio, fechada alrededor de 900 a.C., y que intentó vendérsela al Museo Británico por un millón de libras. La pretensión de Shapira impresionó a algunas personas, hasta que fue sometido a un escrutinio implacable por un distinguido arqueólogo francés, Charles Simon Clermont-Ganneau, que demostró que Shapira había escrito personalmente la copia en los amplios márgenes recortados de los rollos de las sinagogas, imitando la escritura de la Piedra Moabita, que se acababa de descubrir. En otro campo de estudio, se recordó como en la década de 1920 la pretensión de un italiano de haber descubierto los escritos perdidos del historiador romano Livio pudo engañar durante algún tiempo a un eminente latinista inglés.
Semejantes pretensión exigían el más escéptico de los exámenes. Si eran falsas, cuanto antes se desenmascararan, mejor. Si eran válidas, la validez quedaría más sólidamente establecida si habían superado las pruebas más severas. Existe un escepticismo genuino que san Pablo nos recomienda en las siguientes palabras: «Examinadlo todo; retened lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21). Y este escepticismo genuino que lo comprueba todo es un aliado de la fe verdadera, no un enemigo de la misma.
En los Estados Unidos, un distinguido académico judío, el Dr. Salomón Zeitlin de Filadelfia, ha sostenido durante años prácticamente todos los argumentos concevibles en contra de la antigüedad de los rollos en la Jewish Quarterly Review, de la que es el editor.7 (Es necesario añadir de inmediato que, con admirable imparcialidad, ha extendido la hospitalidad de sus páginas a los defensores de la antigüedad de los rollos.) Ningún estudioso inglés ha llegado al extremo del Dr. Zeitlin. Pero cuando se anunciaron por primera vez los descubrimientos, el profesor Godfrey R. Driver de Oxford jugó un papel muy saludable al exponer la debilidad de algunos argumentos aportados en apoyo de la antigüedad de los rollos, y pidiendo la prueba más incontrovertible para unas pretensiones que, según creía él, se habían planteado con demasiada ligereza.8 Se debían investigar con urgencia cuestiones como la forma del enrollado y la composición de la tinta para comprobar las conclusiones que habían anunciado los paleógrafos. Él no negaba una fecha tan temprana, pero creía que los que estaban de acuerdo con ella debían tener en cuenta otras posibilidades. Más recientemente ha afirmado que los rollos contienen el testimonio de un texto del Antiguo Testamento «que (sea cual sea la fecha que se le atribuya) es más antiguo por varios siglos a nuestro texto masorético.»9
________________________ 1 Véase página 123 y siguientes.
* Young Men Christian Association [Asociación de Jóvenes Hombres Cristianos]. (N. del T.)
* En la actualidad la organización de esta institución académica ha variado sustancialmente y se puede encontrar más información en su página web: www.asor.org. (N. del T.)
2 The Dead Sea Scrolls of St. Mark’s Monastery [Los rollos del mar Muerto del monasterio de san Marcos], editados por Millar Burrows. Volumen I: The Isaiah Manuscript and the Habakkuk commentary [El manuscrito de Isaías y el comentario de Habacuc] (1950). Volumen II, Fascículo 2: Plates and Transcription of the Manual of Discipline [Fotos y transcripción del Manual de Disciplina] (1951).
3 Un excelente resumen del descubrimiento y de la compra de los rollos aparece en los dos primeros capítulos de la obra del Sr. Alegro, The Dead Sea Scrolls [Los rollos del mar Muerto].
4 Bit’enosh también aparece como el nombre de la esposa de Lamec en El Libro de los Jubileos, otra paráfrasis expandida de Génesis, compuesto en el siglo II a.C. Véase p. 99.
5 Su edición de los mismos fue publicada póstumamente en Jerusalén: The Dead Sea Scrolls of the Hebrew University [Los rollos del mar Muerto de la Universidad Hebrea] (1955).
6 Se trata del texto producido por los masoretas, editores del texto hebreo en las escuelas de Palestina y Babilonia en los siglos VIII y IX d.C., que recogieron la pronunciación, la puntuación y la interpretación tradicionales de los escritos del Antiguo Testamento. Sin embargo, nosotros tenemos evidencias de otra fuente para el texto del Antiguo Testamento en el período pre-masorético; por ejemplo, manuscritos de la Septuaginta (la traducción precristiana al griego del Antiguo Testamento) que han sobrevivido y que preceden en seis siglos o más a las primeras copias completas del texto masorético. He presentado un resumen de este tema en The Books and the Parchments [Los libros y los pergaminos], pp. 112 y ss.
7 En la actualidad ha reunido sus críticas en una monografía: The Dead Sea Scrolls and Modern Scholarship [Los rollos del mar Muerto y los estudiosos modernos] (1956).
8 Véase, por ejemplo, su conferencia The Hebrew Scrolls [Los rollos hebreos] (1950) ante los Friends of Dr. William’s Library.
9 Hibbert Journal, octubre de 1955, p. 105.