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Abrazo en Jepira

Jinú estaba agachado y miraba con detenimiento a quien yacía sin vida en el piso. Al levantarse se cruzó con la mirada penetrante de aquel que por muchos años había esperado encontrarse.

Era su asesino o matador. El mismo que le había propinado tres tiros en el pecho hacía exactamente tres años y que ahora acababa de matar a Ipana, su hermano gemelo.

Jinú lo buscaba hacía mucho tiempo para entender por qué el alma del matador lo llevó a dispararle, pero su asesino no podía verlo ni oírlo.

Desde su muerte, Jinú ya pertenecía al mundo de Jepira, lugar donde descansaba hasta emprender el viaje definitivo a través de las estrellas, y los dioses solo le permitían comunicarse con los vivos a través de los sueños.

En su vida apenas había visto dos veces a aquel hombre: el día de su muerte y hoy, el día de la muerte de su hermano, quien seguía tirado en el piso, a unos cuantos metros de la ranchería.

Pero Jinú tenía ahora una preocupación más. La muerte de su hermano traería a la familia más gastos de su menguado patrimonio en chivos, chirrinchi y tabacos para poder atender a todos los dolientes que llegaran a despedirlo. Sería necesario mucho tiempo para que la familia recuperase su economía.

Eso significaba que la posibilidad de salir de Jepira y emprender su viaje definitivo sería aplazada por más tiempo. Solo podrá suceder después de que su familia le realice un segundo velorio, cuando desentierren sus huesos y deje de sentir el frío de la tierra para descansar en una tibia vasija de barro.

No sabe qué hacer. Tiene en frente al matador de su cuerpo y al ladrón de su esperanza. Se encontró con él sin odio alguno porque en Jepira el odio no existe. Pero lo que hoy sucedió lo tiene perturbado.

Como no tenía otra alternativa, esperó, y en el sueño de medianoche ingresó al chinchorro de su matador. Y no fue solo. Lo acompañaban los cuatro chivos y los dos corderos que habían sido sacrificados en su velorio.

—¿Por qué me has matado? Y ¿por qué sigues matando gente sin ninguna compasión? —le preguntó Jinú.

El matador lo miró a los ojos y volvió a otros sueños sin respuesta alguna.

Entonces Jinú y sus seis acompañantes empezaron a dar giros y gritos incesantes alrededor de aquel chinchorro. Aquella algarabía duró toda la noche y fue tan estridente que, finalmente, el matador terminó por no escucharla. Se había quedado sordo.

Al amanecer Jinú salió de regreso hacia Jepira. Al pasar por la ranchería de sus padres, vio que sus pesadumbres solo eran acompañadas por un canto que recién había compuesto su hermana. Estaban a la espera de otros familiares. Miró a sus padres con amor y siguió su marcha.

Al llegar a Jepira lo esperaba su hermano, quien lo abrazó con fuerza.

—Tu partida entristeció mi vida —le dijo Ipana—, y en mis sueños supe también de tu profunda soledad y tristeza por no poder emprender aún el viaje definitivo, a pesar de que ya estabas listo. Se lo conté a mi buen amigo Pusahina. Yo no sabía que él era tu matador. Le dije que buscaba a alguien que me matara para venir a acompañarte y vi en él una tristeza tan profunda como los horizontes del desierto. Me dijo que lo haría y que asumiría el pago que tendría que hacer por mi muerte. Pero que, además, haría otro pago para que más adelante se hiciera el segundo velorio de los dos. Y aquí estoy, hermano.

Jinú lo miró y se dejó invadir por la densa bruma de amargura que ahora caía sobre él. Le dio un abrazo desde su alma y partió.

Lo esperaban varios años fuera de Jepira, hasta resarcir la sordera que le había causado al matador.

Inspirado en la cultura wayúu, Colombia

El carnaval de los dioses

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