Читать книгу Las formas del aire - Gabriela Arciniegas - Страница 10

AND SO SHE DREAMED

Оглавление

staba sentada en una cama mirando hacia la puerta, que estaba abierta. ¿Era su habitación? No podía ser, la suya era, había sido, cálida, confortable. Esta donde estaba ahora le hacía pensar en un montón de hojas secas llenas de escarcha. Algunas figuras geométricas le eran familiares, el óvalo del espejo en el clóset, el rectángulo alargado de la cama. La luz de la ventana se desvanecía poco a poco a medida que llegaba al corredor. Pero recobraba vida, menos blanca, más amarillenta y más luminosa que como llegaba a la ventana detrás de ella. Esa luz renacida venía de otra puerta, frente a ella, cada vez más cerca, a medida que caminaba. Por unos instantes fue consciente de su cuerpo como una cosa que la transportaba y que dolía. Luego siguió moviéndose, pensando que flotaba. Que quizá había muerto.

Se encontró a las puertas de una cocina. ¿Cómo no había visto algo así tan cerca de su cuarto? ¿Era acaso suyo el espacio de donde venía? ¿Y de dónde venía? ¿Cómo volvería?

La cocina se extendía toda hacia su derecha, sucia, descuidada. Así no era como yo la llevaba, se dijo, esta no puede ser mi misma cocina, todo se ve tan viejo, tan triste. La gente que vive aquí debe ser muy descuidada. La gente... recuerdo que tuve un hijo... La cocina. ¿La qué? La habitación llena de trastos. Sí... llena de cos... cas... colores inundados de amarillo. Alguna razón tenían sus ojos para estar ahí. Había una armonía vaga en la imagen. Y luego la vio a ella. La muchacha. Y la muchacha se volteó al verla y le sonrió. ¿Se conocían? Se veía amable. Se sintió apenada, iba a pedir perdón por haber resultado ahí, lejos de su casa. Pero la muchacha dijo un nombre. Al comienzo pareció un nombre. Era un nombre que le gustaba, un nombre que había sido... no, quizá sólo era que le gustaba el nombre. Él... se desvaneció en sonidos, partes de una canción, trató de cantarla. Entre las formas cada vez más imprecisas y menos delineadas de la habitación, algo del espacio se movió también, justo detrás de esa amable desconocida, y tenía los ojos de su hijo, que eran sus mismos... el muchacho, abundante, le sonrió, pero esos ojos, que le causaban amor, la miraban con tristeza, con cansancio. Los dos que la miraban se abrazaban como dos células, con sus dos pares de ojos clavados en una olla en el fogón, como frente a un dios de fuego azul. Supo de la divinidad del fuego porque a ella también la atrajo el calor y el leve crepitar de la llama a gas. Alcanzó a iniciar una súplica, fue consciente de la sombra que devoraba lenta, con gula, sus recuerdos. Luego esa sustancia azul que calienta la miró vacía de símbolos. Qué mueble más extraño donde tienen la olla, pensó. Volvió a mirarse en los ojos del muchacho, quién eres, quién eres, se preguntó sin saber decirlo, sin recordar siquiera las palabras de la pregunta. La respuesta fue una urgencia pero recordó que hacía tiempo no lo sabía. Sabía que lo quería, sabía que la había hecho llorar, han visto a mi hijo, quiso preguntar pero el lenguaje estaba encerrado justo frente a ella, detrás de un cristal veía las palabras y no podía entenderlas. ¿Sería esto un sueño? ¿Cuánto faltaba para despertar? Se quedó paralizada, contemplando a la pareja. Ya ni él ni ella la miraban, la muchacha revolvía la olla, él se balanceaba y balanceaba el cuerpo de la amada en un vals silencioso. Y así fue sintiendo que no existía, que era una mente sin cuerpo que podía observar esa escena aleatoria. Más aún, el aire que la separaba de esa escena fue cobrando densidad, se solidificó, se volvió una lámina de cristal. Y de repente, como una bofetada, el único lenguaje posible fue: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son esas personas? No sabía. Acaso no supo que esas personas eran humanas. ¿Nunca lo había sabido? No había un pasado. Sólo ese instante aterrador de no saber, de no entender. Y casi al mismo tiempo, él la miró, ella se sintió amenazada aunque no entendía su gesto, y él le dijo: “anda a acostarte”. ¿Acostarme?, buscó los sonidos, su ser hizo un esfuerzo que la agotó hasta que logró unir las sílabas y entenderlas como un verbo. “A tu cama”, le dijo el hombre. Ah, sí, mi cama, mi cama.

Las formas del aire

Подняться наверх