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LA ÚLTIMA NOCHE

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l calor fundía el asfalto con las suelas de sus zapatos. Con la garganta ensanchada por los humores negros del aire, se sentía pesada, cuerpo sin huesos, una mole que se deformaba al contacto de los rayos del sol. Una masa gelatinosa que rodaba penosamente por la acera. Ni una brizna de viento movía las ramas de los árboles. Sus piernas no querían moverse, como si estuviera metida dentro de un cuadro. Lo único que aún medía el paso del tiempo era el aire al deformar las figuras y convertirlas en un mar de fantasmagorías. Su sombra la seguía, callada, tenue, tan desesperanzada como ella. Cuánto tiempo tratando de juntar las partes de ese amor, cuántos ruegos, cuántas plegarias al sordo rostro del Sol que ahora caía al horizonte, derrotado. Oh, qué pequeño es tu amor, le hubiera dicho el astro. Ved mi venganza. Venganza no es una buena forma de llamarlo, porque los cuerpos celestes son accidentes y así los pormenores de la vida.

Las calles se veían más vacías que minutos antes. El silencio era más fuerte que el canto de los grillos. El silencio y la noche, enamorados, avanzaban de espaldas por la ciudad desierta tomados de la mano. La noche caminaba delante, intocada, ignorando el terror lento en los ojos de los moribundos. El silencio la seguía, un par de pasos atrás, liderando la procesión de sus seres oscuros.

Las formas del aire

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