Читать книгу Las formas del aire - Gabriela Arciniegas - Страница 9

MARRANO

Оглавление

o sé dónde estaba yo, desde dónde vi el enorme marrano muerto en ese camión. Cuando lo vi yo era el marrano saltando sobre los baches. Yo tenía cuatro años, el marrano y yo teníamos cuatro años y estábamos muertos. Y él saltaba, lo movían aún las leyes de la física aunque su alma ya no estaba. La sangre me escurría aún viva y líquida y brillante hasta la plataforma, quizá había un hombre conmigo sosteniendo la cuerda que me ataba a las barandas. Éramos niños y aún no sabíamos retener las imágenes completas. Utilizábamos un foco cerrado, enfocábamos la vida y el resto se desvanecía en el aire. Y la imagen de mi muerte se repitió tantas veces que ahora lo recuerdo a través de la ventana de mi cuarto en esa vieja casa en Teusaquillo, y a través del vidrio del carro de mi abuelo y parada en cualquier esquina de la ciudad. Desde dónde estaba siendo observada, cambia cada vez que lo recuerdo, el color de la luz y la temperatura del aire nos son imprecisos pero yo sigo siendo ese marrano enorme que es sólo tejidos levemente atados por leves líneas de silencio, acaso algunos aún no saben de su final, acaso siguen cometiendo mitosis y trabajando arduamente para producir líquidos y proteínas y opiáceos. Mi tía pensó que eso me había dejado traumatizada, yo sólo trataba de entender lo que chorreaba, sólo trataba de recorrer con los ojos su quietud imperturbable, su paz. Por supuesto no fueron sino unos segundos, el camión pasó. El camión pasó con el marrano enorme, como del tamaño de un auto, así aparece cuando lo llamo, ni siquiera supe que era un marrano porque le vi apenas la espalda generosa y larga. La espalda recorrida por hilos rojinegros. “Pobre la niña, acaba de ver un marrano muerto”, oí a los adultos decir, “sí, va a quedar traumatizada”. “Entonces es grave”, me dije, “entonces debo recordarlo siempre”. Por supuesto que no advertí su dolor ya inexistente. Vi el éxtasis eterno, ese misterio que deja un cuerpo al quedar igual que siempre, pero arrastrando consigo su nombre, su dolor y cualquiera de sus futuros con esa resaca tan potente y que nadie puede ver. Asistir al comienzo de su descomposición, a su incapacidad de comunicarla, sin las palabras lastimeras y perturbadas de los adultos, había sido un regalo.


Las formas del aire

Подняться наверх