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Amor

Junto a una fuente

Junto a una fuente de agua estremecida

y esbelto surtidor nos detuvimos

y el corazón más fuerte lo sentimos

que el fulgor del cristal en la caída.

En un remanso el agua viva unía

por un juego de luz nuestras cabezas,

y era una quemadura la terneza

y el callar parecía una agonía.

Y cuando tú me hablaste la blancura

de una muerte subió hasta mi semblante

y rompí en llanto como de locura.

Porque tú me dijiste que me amabas

junto a los surtidores de una fuente

que como un pecho se despedazaba.

¿Dónde cantan Juana y María?

¿Dónde cantan Juana y María

cortando papaya y granada

y regresan atardeciendo

de racimos embalsamadas?

¿Por qué fue que olvidaron mi nombre

las que conmigo a la tarde cantaban

si soy la misma que les contara

todas las fábulas, todas las fábulas?

¿Por qué de mí ya no se acuerdan

en la pela y en la cosecha,

en la oración de la mañana?

Voy a volver y a volver

cualquier mañana cualquier día

por devolver lo que me disteis:

el amor de la tierra,

el amor de la madre Gea.

¿Dónde están los que eran míos

en el mar, costa y montaña,

los nombro, los llamo y no llegan?

No están en el canto del río

no están ni en prado ni en cabañas.

¿A dónde fueron que no lo supe?

Eran los míos, eran los míos.

¿Por dónde caminan cantando

con el canto que era el mío

y se olvidaron de mi nombre

siendo su canto el canto mío

y si voy no me reconocen

trascordadas, ricas de olvido?

¿Sientes allá abajo?

¿Sientes allá abajo

el ardor delicado de la Primavera,

a través de la tierra? ¿Te llega

el olor agudo de las madreselvas?

¿Te acuerdas del cielo en las albas,

del surtidor claro con la cimera fresca,

de sendero con hondos tapices,

de mi mano plácida en tu mano trémula?

Esta primavera perfuma y afina

el dulce licor de las venas.

¡Si bajo la tierra, pegada

la boca bella no tuvieras!

Orillando el río, a esta apretadura

de fronda vinieras,

la tibieza que tengo en la boca

me gustaras, sutil y violenta.

Pero estás abajo,

bien desmenuzada de polvo la lengua.

No hay modo que cantes conmigo canciones

dulces y encendidas esta primavera.

He apegado la boca a la tierra

que te cubre con leves pañales,

y te he deslizado palabras

unas cálidas y otras sollozantes.

Sentidoras, las hierbas

que aparté para hablarte,

temblaron, temblaron,

comprendiendo el decir insinuante.

Te dije: ¡Ah! mi amado,

ya como descanso es bastante.

Despereza tu cuerpo; he venido

esta siesta olorosa a buscarte.

Parece una huida

esto de en la tierra adentrarte,

esquivando el mirar de mis ojos

y velando con polvo el semblante.

He venido hasta aquí por senderos

apretados de rosas, jadeante

por un sol que te cae en la huesa

con la intención dulce de que te levantes.

Traigo llenos el pecho y los ojos

de esta primavera de entrañas fragantes.

Si no dejas tu cama de tierra,

si en rebelde callar te empeñaste.

Es que abajo se vuelven los seres

mucho más miserables,

y ya no mereces que yo haga jornadas

por venir, como ahora a buscarte.

A la noche

La nieve cae, silente

y la noche va a llegar.

Y yo tengo lumbre para

ver mejor mi soledad.

Tengo un leño que arde para

que mientras se quema en paz

mire yo mi vida y mire

mi tremenda soledad.

Si fuera a campo traviesa,

si me rasgara las manos

sobre un surco en abril,

no mirara yo las vivas

llagas de mi corazón,

no mirara con el leño

retorcerse mi aflicción.

Pero hay nieve, y noche larga,

y silencio insigne, y hay

una llama que desvela

más salobre

que la lengua del mar.

Yo creí que ya eras

la ceniza del hogar;

y te vienes noche a noche

en mi silencio a sentar.

Llegas en la soledad

y te sientas a la lumbre

a mirarme sollozar.

Miras mudo hacia la llama,

miras pálido a mi faz.

Me interrogas, me interrogas,

no te puedo contestar.

Cierto, cierto que hubo algún día

en que quise levantar

un amor como esta llama

en mi negra soledad.

Pero ves: vuelvo a estar sola

y a buscarte y a estrujar

en el hueco de tus sienes

mi locura y mi pasión.

Tú me miras al regazo,

se suaviza tu mirar,

el infante que tú buscas

yo lo busco hasta al dormir.

Lo he soñado bajo el cielo,

lo he nombrado junto al mar,

de los sueños que he soñado

¡ay! ninguno mordió más.

Lo he llamado junto a mi lino,

lo he palpado entre la mies,

por ti fuera fino y leve

y por mí supiera arder.

Y rezar, y retorcerse

de ternura y de emoción.

Me aromara las rodillas

como fruto y como flor.

Tú dirás a Dios el día

de la confusión por qué

yo no mezo por las noches

un infante como miel.

Por qué yo me he vuelto amarga

cual las salinas...

Si no hubiera tierra sobre

tu semblante, yo gozara

al fulgor del pino ardiente

la ternura de tu cara.

A la llama temblorosa

te miraba, te miraba

la tristeza de los ojos

tan profunda cuando amabas.

Pero tú en la tierra negra,

como arroyo te adentraste

y yo estoy en esta tierra

Almácigo

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