Читать книгу Almácigo - Gabriela Mistral - Страница 8
ОглавлениеAlucinación
Así no me quisieron antes
Así no me quisieron antes
y ando por eso desatentada.
Sería que era otro el valle
y que se vería menos mi alma
y que eran otras las montañas.
Me miraban de otro mirar
y me hablaban con otras hablas.
Me quemaban con vista y tacto.
Siempre era fuego, nunca era agua.
Por eso vivo en este azoro
y estoy así tan asombrada.
Serían aquellos colores
cobre y hierro en las montañas.
Serían otros alimentos:
limón no piña, cactus no palmas
y me amaban como se odia
y el Amor mismo se asombraba.
Ahora no sé si esto es Amor
y con ese nombre se le llama.
Grillo en muñecas no me pesa,
hierro en la marcha no me cansa
y se levantan como juncos
pisoteados mis espaldas.
Por eso ando así como ando
y a gentes y aire preguntara
si no temiese a lo que mira
a lo que toca y a lo que habla.
Porque así no era lo que fue
ni los mirares ni las hablas
y hay que aprenderse sin morir
ahora mesa y almohada
y hay que ensayar como los niños
sin que se rompa en cuerpo el alma
con gemido como de herido
y miedos de resucitada.
Antes de ahora
Antes de ahora también vine.
Era otra la Tierra dorada.
Serví a los dioses cuarenta años
con ojo y oído y garganta.
Me dijeron para decirlas
sus voluntades en palabras.
Dije cosechas, dije ruinas,
regalé soles y desgracias.
Caída
Los cerros van de soslayo.
El ganado corre huido.
Los higuerales y la alameda
van resbalando desvalidos.
En el patio caen herramientas
y aparejos se van perdidos
y todo el tendal de fruta
se va rodando sin sentido.
La granja va deslizando
en arenas sin sentido
y nosotros también resbalamos,
bulto mío, fruto querido.
Dice una puerta
Lucía ya no abre nunca
las mitades de su puerta,
ni sus escaleras baja
en cascadas de aguas sueltas.
Del reino que ella tenía
ya no habla ni se acuerda
o, acordándose, ha quedado
entrabada como las hiedras.
Será tan otra así tendida,
así callada, así secreta,
de la venada salta jarales
y la gaviota gritos de fiesta.
Estará blanca de no ver
todas las cosas que son violentas,
de no cruzar otoños rojos
ni enderezar jarras de greda.
Se irá olvidando, si se alza,
del cogollo de su cabeza,
de sus hombros como laureles,
de su alzada de madre cierva.
Igual que el agua de las manos
se le irá yendo nuestra tierra:
laderas lentas, serranías
y el clamor de la torrentera.
No sabrá ahora los solsticios
ni el antojo de las estrellas:
dónde Géminis, dónde el Boyero,
cuándo los fuegos de Casiopea.
Será otra vez recién nacida
al ascender las escaleras
y volveremos a ser sus ayas
y sus madrinas cuéntale y cuéntale.
Sus vendimias no vendimiadas,
las avenidas, la gran seca,
las islas nuevas del viejo río,
la herida calva de la selva.
- Yo, su brocal donde bebía.
- Yo, su patio con una ceiba.
- Yo, piedra-laja de sus umbrales.
- Yo, el resplandor de la azotea.
Y la que el bulto le medía
y atrapaba su cabellera.
- Yo, la nuez vana que la guardaba.
- Yo, vaina oscura de su puerta.
Fábula
Hace cuarenta y cinco años
y parece fábula mía,
que me dieron cuello de cierva,
también sienes, también mejillas.
Y hace el mismo torzal de años
yo era un vagido que tenía
cabellos de aire, mirada de agua
y andar que andar no parecía.
Me regalaron suelo y aire,
las estaciones y los días,
hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría…
Rama del árbol del recuerdo,
verdi-oscura como la oliva:
volteada parece plata
y en la quietud es tan sombría.
Cuéntame tú, la contadora
que juegas a imaginerías
esta historia que es una fábula
con aleluyas y agonías.
Hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría,
me lo digo por entenderlo
y se me vuelve un cuento mío.
Ganas tengo de hablar
Ganas tengo de hablar
a quien pasa y me mira,
hablarles de mi hijo,
contarles maravilla,
regalarles su nombre,
soltarles mi alegría.
No quiero hablar del tiempo
ni cosecha perdida,
ni oír lo del granizo
ni saber de sequías.
Dicen que ando embobada
y vivo distraída,
al higo dejo cáscara
al pan le dejo miga.
Pero cojo la fruta
y en la fruta él me mira
y en lo negro del vino
él me mira y me guiña.
Si soltases un grito
yo me despertaría.
Y los que van pasando
me entienden agonías:
desvarío de mi hijo,
vaivén de mis rodillas.
Oigan hablar y paren
el hacha y la cuchilla,
el pico con que muelen,
la rueda con que afilan.
Sepan lo que no tengo
lo que yo me tenía.
La canción
A mitad del alma y el cuerpo
era ella como un hervor,
como un grande desasosiego
y de pronto como estupor.
Un airecillo que se venía
sobre la frente sin sudor
cuando no había afán y estaba
como alto y ajeno el corazón.
Y era cuando me estaba pura
y sin el plomo del dolor
un arder como del granado
y cierto asombro en el ardor.
A veces era como un agua
en torno a la isla que ciñó;
quería tenerme como un amo
y yo estorbaba su ambición.
Talvez vine para ser suya.
Creí que para la pasión.
Amasando el pan y regando el surco
yo me distraje de su amor.
La Llama I
Con mis pobres manos de carne
y mis pulsos llenos de sangre,
cuido la llama, celo la llama.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse, y viene mi alma.
Salta lo mismo que el cabrito
o la liebre, entre mis palmas
y juega doscientos juegos
y me alegran sus lanzadas.
Es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
Vestida, no voy vestida
de algodón, de lino o lana.
Desde el día en que nací
me arroparon en esta llama.
Estoy herida y estoy ciega
y a cortar pinos no salgo.
No resbale, no se me muera
mientras me duren las manos.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas pasen por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en este lugar donde estamos.
Nada me den ni me traigan.
No le echen leña de pino.
No me hagan volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella,
pavesa negra y copo blanco.
Olvídenme a mí con ella.
Pase quien pase de largo.
Dénme por ida o por muerta
y no me alarguen las manos.
Me importa solo esta llama
y en ella me roban y matan.
La Llama II
Con estas pobres manos de carne
cuido la llama, celo la llama.
Ella no me deja danzar,
tampoco me deja morir
llama sierva y llama tirana.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas corran por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en la mujer y en su llama.
No me pasen leños de pino,
no me ayuden ni me distraigan.
No me silben los que pasan
por hacerme volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota ella y roto mi brazo,
calcinada junto con ella:
pavesa negra con copo blanco.
Olvídenme con mi llama.
Pase quien pase de largo.
Denme por ida o por muerta
pero ahórrenme su abrazo.
Me importa solo una llama.
En ella me roban y hieren
y solo en ella me matan.
La llama, bajo mis manos
y contra mi cara, la llama
y su aceite sobre mi pecho
y el nidal de oro de la llama.
La Llama III
Con mis pobres manos de carne
y los pulsos que me golpean
cuido la llama que en una noche
me dieron para salvarme.
Los treinta vientos, las bestias
y los que pasan me la golpean.
Yo no quiero que se me muera.
En noche tan ciega no puedo
ir adonde salta la hoguera.
La bestia no me salte sobre ella.
Las ráfagas tengan piedad
y el leño corto me dure.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse y viene mi alma.
No corten ahora mi brazo.
Azafrán y morada,
es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
No cuido ahora el pan de mi boca
ni lechón de mi bocado,
como esta llama, mi llama.
Si lo demás lo entregué
nada me den. No me distraigan,
no me hagan volver
las pobres manos guardianas.
Hermana de todo, hermana,
me ha vestido y me viste, la llama.
Ladrón de noche, bestia de día,
a la mujer dejen la llama.
Yo no soplé sobre las llamas,
no las cogí, no las maté.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella.
Mi hambre y mi sed
y mi ración en la tierra.
Me salta como un cabrito
o la liebre entre las palmas.
Juega doscientos juegos
y me mata con sus lanzadas
todo dolor, la linda llama.
Olvídenme a mí con ella.
Pasen sin parar ni vernos.
Dénme por ida o por muerta.
No me importa sino esta llama,
solo en ella a mí roban
y me hieren o me matan.
Mi llama, bajo las manos
y sobre mi falda y mi cara.
La palabra
Desdeñarás tu habla que nunca te ha aplacado;
no amarás como un hijo el canto que entregaste.
En cada uno de ellos, hombre, te traicionaste,
entregando un mensaje que no era el esperado.
Mejor expresa el alma del granado su fruta,
su fruta de frenesí; mejor la pluma azafranada
del faisán rojo, diez Persias desesperadas,
y mejor dice el polvo la gran sed de la ruta.
Hiciste tu palabra con tu carne más roja
y te dolió arrancar la almendra ensangrentada,
como vaciar la médula de los huesos volteada.
Pero fuera de ti tu canción fue tu mofa.
No tiembla como tiembla tu boca con jadeo
y no entrega la rima tu entrechocar de dientes.
Se muere el canto como la salamandra ardiente
saliendo de tu entraña torcida de deseo.
Me voy como en secreto
Me voy como en secreto,
cuerpo y alma a buscar
de la mujer de la proa,
la regalada al mar.
La hija del océano
mi lecho va a tomar.
La mujer vagabunda
toma la tempestad.
La mujer de la proa
todo su mar me da.
Le dejo yo mi lecho
las naranjas y el pan.
Ella el viento, el sargazo,
las espumas, la sal.
Las dos nos conocemos
de diez siglos y más.
Mudamos el destino
trocamos el afán.
Ella toma mi sueño
yo le recibo el mar.
Toda la noche larga
tengo lo que me dan.
Las olas, como Antígona
me enseñan a ulular.
El mar me enseña dobles
muerte y eternidad.
Mitad mi cuerpo es ola,
Vía Láctea mitad,
mitad carne es estruendo,
media carne es coral,
el cielo es un besarme
y el agua un me entregar.
La que en mi lecho duerme
sueña tierra y casal.
Mi almohada le da patria
y madre y cristiandad.
Cuando el alba se venga
volveremos a estar
mi hermana aquí en la proa
y yo en el navegar.
Marinos, cuerda y mástil
ni saben ni sabrán
y al cerrarse la noche
lo que ha sido será.
Ella en la proa dura
cuando se vuelve al mar
trae en la boca leche
y en las rodillas paz.
Yo ando con extrañeza
de marcha y de cantar
pesada como de algas
de pulpo y ceguedad.
Mis amigos no saben
lo que se sabe el mar.
Cuarenta noches negras
velé desnuda el mar.
Mi muerte
Aguardando estoy una muerte
sin sopor y sin azoro,
una muerte como nodriza
y también como camarada.
Hablaremos mano en la mano
mirándonos como aliadas.
Le daré por gusto mi alma.
Ella anda como las olas
este mundo que ando sonámbula.
Me la hallaré mitad del mar
o vendrá recta hacia mi casa,
me dirá día, me dirá trance,
me contará camino y patria.
Le aprenderé gesto y manera:
me aprenderá en la carne el alma,
le pediré que se haga rostro,
cara de madre, cara de amante,
del hijo como de la hermana
y en esa patria en que estaremos
me hará en las tardes un cuerpo de agua,
en las noches un cuerpo de fuego
y uno de aire en las mañanas.
La muerte no es, qué son las muertes
y hay las oblicuas y las francas
y las lentas como la niebla
y las veloces como Ariadna.
Como vírgenes piensan hijos
y los reyes ciudad fundada,
la tengo dicha a mi puerta,
recontada la tengo a mi alma
y ya no sé si ella ha llegado
y tras de mi hombro hace su fábula
porque ella, la mía, ya viene
hecha de fuego y arde agitada,
como un árbol que toma el rayo
soy humo y suelto llamarada.
Mi padre
El rostro de mi madre no llevó a sus entrañas la paz;
nunca en sus brazos se durmió su amargura
y se fue para siempre por surcos y montañas
y dejó a sus espaldas la paz y la hermosura.
Él me dijo: “Yo a veces canto para dormirme
un dolor tan agudo como una quemadura.
Volví una tarde pero otra tarde he de irme.
Todos los vientos busco para tener frescura.
Y del camino que andamos bajo lluvias y nieves
hasta rendir el alma de sangre
fue colmado el lagar de mi pecho”.
Yo no lo vi llorar nunca, pero él cantaba
sollozando a David cuando agonizaba
lejos de las mujeres que solo Él hizo amargas.
Muertos
Caen los gestos de los amigos
en la soledad de mi falda.
Los que murieron me los envían
y los devuelven como bayas:
Manuel cogía dulce la fruta,
Selma bebía lenta el agua
y mi madre mondaba como
las viejas reinas su naranja.
El bien querido caminaba,
como su pecho, viva su espalda.
No querrán gestos en donde están
que así me caen a la falda.
Puerta
No sé qué hice, qué merecía
bajar a noche de cisterna.
Ya lo he pagado, delito,
suelte Dios en polvo mis puertas.
Caras de sueño con tinieblas,
las amazonas sin pecho
que me abrazan aunque me esperan,
me han mostrado cuatro veces
heladas como Clitemnestras
la cosecha de la muerte
sin que su carne las padeciera
y la dicha me han velado
como quien cobra llama violenta.
No quiero más preguntarles
antes de entrar, desde afuera
y helar mi mano en la llave
y oír mi sangre que galopa
y entrar con la risa rota
y morir un poco en mi puerta.
Llaman a la muerte última,
la llaman, como a ellas, Puerta.
Poco la vida mía ha sido,
solo temblor sobre una puerta
solo temblor cuando se acerca
y pedirles cuando llego
piedad aunque sean mis siervas.
Mi muerte no será mi muerte
sino la muerte de mis puertas,
de las dos mil a que llamé:
las rojas, las grises, las negras.
Qué pedrada o qué aletazo,
qué ardor y santa violencia
mis rodillas, mis coyunturas
y mi sangre contra una puerta
una caída detrás de mí,
unas cáscaras rotas y abiertas
cincuenta años de agonía
contra la bruma de las puertas.
Regreso II
Regreso desde una patria
que ninguno cuenta
y traigo mi rescatada
e íntegra cosecha.
Mi corazón y mis pulsos
en arroyos suenan.
Y suena cántico en mí
que sigue y no cesa.
Mi cuerpo como el manojo
de las lilas tiembla
con un temblor que no tuve
en campos ni fiestas.
Me habían cortado voz,
ánima y potencias
como cortan en mujer
dormida las trenzas.
Estoy como muy anciana
y como muy tierna.
La misma cosa reír
que llorar me cuesta.
Me habían alzado y traído
mis hermanas muertas,
mujeres del Valle de Elqui
que en lo Eterno juegan,
bailarían sobre mí
sus sayas eternas.
Es un tener azucenas
en la entraña abierta,
como si el sol y los soles
desde mí subieran.
Como ser dueño de todo
quedándome sierva,
y no comer ni beber
de no estar hambrienta.
Yo caí a golpe de azada
con mi madre muerta.
Se desmoronó mi carne
con la carne de ella.
En dos platillos bajaron
nuestras dos cabezas,
como granada y granada
que sorbe la tierra.
Tengo de la lucha oscura
dentro de una huesa,
como tajeada mi cara
por ruedas y muelas.
Me regresan en tropel,
al pecho me llegan,
mis gentes que de una por una
cayeron en tierra.
Ya nunca más somos dos,
que aquélla y que ésta;
y juntas corremos en aguas
soltadas de presa.
Maravilla que no saben,
navidad tremenda:
haber estado en sepulcros
y volver entera.
Tenía olvidado el sol
en que el mundo juega,
aire y sol había dado
a las bestezuelas.
Lloraría quien pudiese
mirar, quién regresa,
encuentra viva a su madre
y a su lado acuéstase.
Parece que me cortaron
mortaja, maderas,
y que midieron los palmos
que mi cuerpo entrega
y tuve en mi pecho
sílice y arenas.
Regreso III
Yo regreso de una patria
que ninguno cuenta
y vuelvo conmigo y vuelvo
con mi gente muerta.
Y un tropel me regresa
y al pecho me llega
cuanto yo había dejado
caer en la Tierra.
Se varea las manzanas,
se corta la fresa
y hallo flor de San Juan
ardiendo en las cuestas.
Yo caí al golpe de azada
de mis gentes muertas.
Desmoronaron sus carnes
y rodé con ellas.
Como Jacob en la noche,
luché por ellas,
luché con demiurgo o ángel
y gané la lucha.
Tengo de la oscura brega
adentro de sus huesas,
mi cara como tajeada
en ruedas de muelas.
El rostro con que regreso
brilla y espejea;
hay un sol en mis entrañas
que nunca se acuesta.
Me salvarían beguinas
que temblando rezan
una secuencia no oída
en hora secreta.
Miro mi cuerpo, extrañada
de volver entera;
parezco la flecha huida
que viene devuelta.
Maravilla no sabia,
navidad violenta:
haber estado en sepulcros
y volver entera.
Estoy como muy anciana
quedando tierna.
El cuerpo como manojo
de lilas me tiembla.
Tenía olvidado el sol
con el que el mundo juega.
Solté el mundo como loca
a las bestezuelas.
El corazón y los pulsos
baten y resuenan
y en mí un cántico se canta
que vele o que duerma.
Es un llevar sin despojo
azucena abierta
y como si de mí misma
los soles subieran.
Como ser dueña de todo
quedándome sierva
y dejar fruta y condumio
de no estar hambrienta,
haciendo de sol a sol
la misma cosecha.
Sal
Hace años que cruzo el mar
y que he perdido tierra verde.
El sabor de la costa es de leche
y el sabor de la barca, de sal.
Regalos que las costas dan,
frutos y harinas inocentes,
rezuman leche, gotean leche
pero en el mar comemos sal.
Oficio dulce de adorar,
oraciones que de allá vienen
confiesan valles que son de leche,
y mi oración se me hizo sal.
Treinta años han pasado
Treinta años han pasado, verano.
Pasaron como un sueño, como un sueño,
leves, callados.
Y solo en esta tarde melancólica
cuando mi mano he alzado
los siento vueltos dejadez
sobre mi mano.
Como las nubes sobre mi semblante
que pasan sin tocarlo
yo los creía. Pero he aquí: mi sangre
dulces volcaron.
Y solo en esta tarde sé que suaves
me han magullado
por esta dejadez de rama herida
que hay en mi mano.
Exprimiré los frutos de la tierra
con pulso manso;
levantaré mi copa de agua clara
con algo lánguido.
Dirán ahora mis pequeñas niñas:
dulce es su abrazo
y se va a abrir de dulzura
la vena henchida.
Callado como el peso de las nubes
es el morir hermanos.
Pesa ahora menos que una rosa, hermanos,
amor sobre mi mano.
Rosales entregad lento el perfume.
Son leves los treinta años:
me rindo del olor de una azucena
y me muero del nardo.
Mundo que yo bebía por la copa
abierta de mis labios,
haceos pequeñito como un hijo
que he juntado los párpados.
Penetrareis ahora hasta mi alma
como un hilo delgado
de color: se me rinde de dulzura
el pecho lánguido.