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La última Hija de la Luna I Familia de conciliación

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Los amarres que sujetaban sus manos por encima de su cabeza y los que inmovilizaban sus pies, habían lacerado sus extremidades sin perturbar uno solo de sus sentimientos. El frondoso Árbol Perpetuo, el más antiguo jamás conocido, sostenía su espalda, sus labios hinchados y sangrantes testificaban la tortura a la que había sido expuesta, sin embargo, ella sonreía indiferente. El mar convulsionado y la furia del viento arrancaban las areniscas de entre las rocas, arena que castigaba sin piedad su cobriza piel. Estoica, había incrustado sus intensos ojos grises en la cima del Monte Ermitaño y detrás de toda esa magnificencia, podía apreciar también la extraordinaria belleza del despertar del Lago de Fuego… En ese instante, la tierra palpitó bajo sus pies.

—¡Basta! ¡Cúbranle los ojos! –gritó Eerka.

—No es necesario –intervino Fedalio–, esto va a terminar ahora y ella tiene que verlo, eres la última hija de la luna y no existirá otra, ¿qué se siente saberlo?

—Muchas palabras –dijo Eerka ostentando su daga, el filo reflejaba todos los destellos de la noche.

—Ustedes dos –vociferó Taghena antes de escupir a sus pies– dos poderosos hechiceros –clamó antes de sonreír desafiante–, han enredado sus mugrosos cuerpos por… ¿mí? Sus retorcidas mentes pensaron que así podían manipular a alguien como yo. ¿Qué tan poderosos creyeron ser…? No soy ni voy a ser la última…

—La podredumbre fermentó en tu alma y contaminó esta tierra, no se cometerán más errores, terrinos ojos de selva no son amenaza. –Fedalio incrustó su dedo índice sobre uno de los ojos de su hija–. Pero ojos grises no verán jamás un nuevo amanecer…

—¿Podredumbre? ¿Así me llamas ahora…? –preguntó Taghena escupiendo las palabras.

—Damos inicio… y damos fin –exclamó Eerka.

—Las sombras de las estrellas y el agua de arena lo saben, saben que los “cinco-hermanos” vienen –balbuceó Taghena mirando la lanza espejada y la oscura daga, luego levantó su cabeza–: ¡Tu sangre! –gritó mirando a Eerka–. ¡Y la tuya! –le susurró a Fedalio que aún oprimía uno de sus ojos–. “En un mismo útero convivirán los vientos y la naturaleza misma, la lava y el mar, todos cobijados bajo la luna… revelando el inicio del fin… Y la maldita sangre que brotó de la lava y la maldita sangre que vino del mar… desaparecerán”. –El viento calmó su furia y el mar se tragó las olas, los ríos de fuego que corrían por las laderas se enfriaron al instante, caballos y aves cayeron en trance–. ¡Lo dicho, hecho está! –balbuceó sonriente. Eerka y Fedalio cruzaron sus desesperadas miradas, todos a su alrededor, silenciosos testigos de aquellas palabras, permanecieron inmóviles y horrorizados.

—¡El inicio del fin será! –gritaron Fedalio y Eerka.

—Acabas de condenar a los tuyos… –vociferó Fedalio mientras incrustaba en su propia mano, la daga de Eerka, la sangre recorría por sus dedos y antes de que la primera gota llegara a sus pies, arrojó su khármazo–: “el nacimiento de un retoño de luna secará los úteros de toda terrina que habite estos suelos”.

—Yo puedo lanzar mi khármazo para toda la eternidad –dijo Taghena sonriente –, pero bien sabes que ustedes no, no pueden hacerlo –murmuró, aunque ya no sonreía–, deben darle un principio y un fin o se volverá contra ustedes.

—“La condena llegará a su fin cuando de esta tierra broten hombre y mujer ojos de selva… –Eerka laceró su dedo con el filo de la lanza punta de espejo de Fedalio–. Genuina Estirpe de Mar, ella… y auténtica Sangre de Lava, él –sentenció golpeando su pecho– y ambos elijan encausar esa sangre de linajes ancestrales en la misma vertiente de este Árbol Perpetuo… solo así… de entre los terrinos, hijos vivos volverán a nacer”.

—Les aseguro… les aseguro… –repitió desahuciada Taghena, pero había quedado sin palabras, comprendía la perfección del khármazo, terrinos ojos de selva jamás podrían tener Sangre de Lava o de mar. Un eterno instante de desesperación atravesó su alma y… lo vio: un blanquecino caracol incrustado en sedimentos de roca fundida, «mar y lava» pensó. Logró soltar sus manos y, con sus tobillos aún atrapados, se arrojó hacia el pequeño tesoro y como destellos en la oscuridad, antiguas palabras invadieron su mente y su espíritu, llenó sus pulmones con el aire marino y un susurro estalló dentro del hueco de aquel caparazón–: “ILQA-PELUHEN-XURPU”. –Fedalio y Eerka habían apoyado sus pies sobre la espalda de Taghena, ella giró para mirar sus rostros–. ¡Lo dicho, hecho está! –vociferó desafiante y triunfadora antes de que daga y lanza atravesaran su corazón.

La última Hija de la Luna

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