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Coraza partida, portal abierto

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Enufemia permanecía dispersa en el vaivén de las olas del mar, sus pensamientos viajaban hacia los ojos de Lonkkah y regresaban presurosos a la imagen de Yllawie, saberlos juntos en la huerta la intranquilizaba al extremo de perturbar la toma de sus decisiones. ¡Lo habían jurado a maldición! El caparazón roto había abierto una ventana y ella sabía con exactitud a quien debía acudir.

—¿Dónde estás? –preguntó su abuela.

—¡Abusilia! –exclamó Enufemia de forma tierna mientras se arrojaba a sus brazos.

—¿Qué te sucede, hija? –Beasilia sintió el fuerte abrazo de su nieta y su corazón se estremeció.

—Nadie habla conmigo en la huerta, a la única a la que le intereso es a Yllawie, pero se ha involucrado cada vez más con su gente, ya no nos considera familia… Tú siempre estás triste en tu habitación y aquí… aquí soy una sombra.

—Dulce Femy, me rompes el corazón, a veces… a veces las cosas me superan. Tienes a tu hermana, no busques en esta vieja a alguien con quien conversar, Tonia puede escucharte y…

—Ella se volvió distante, Abusilia, compartimos la habitación, pero ella siempre pasa las… pasaba sus noches con Rufanio y Regildo, ellos tres y el abuelo son unidos, hablan en códigos delante de mí, son…

—¿Te maltratan?

—No… –Su pregunta la angustió–. Ellos son amables conmigo, pero… distantes, para ellos sigo siendo una niña. –Hizo una pausa y continuó–: Abusilia, ¿qué pasó con Rufanio… y Satynka? No soy una niña… ninguno de ellos desayuna con nosotros, Rufanio se fue de la huerta y pensé que estaría aquí para reemplazar a mamá porque está muy enferma. –Tomó el coraje necesario y al fin preguntó–: ¿Qué le sucede a Saty?

—Ellos, Rufanio y Satynka… a veces nuestros hombres buscan distraerse con terrinas.

—Pero él ama a Yllawie, él lo prometió… todos juramos a maldición –expresó segura y casi sonriente.

Beasilia tragó saliva y su semblante se palideció, paralizada, se quedó observando a su alrededor, solo después de cerciorarse de que nadie había escuchado estas palabras, atinó a tomar a su nieta del brazo para llevársela hacia la orilla, buscando un lugar más apartado, se detuvieron donde las olas mojaban sus pies, el agua danzaba cálida y calmada entre sus tobillos.

—¿Qué acabas de decir?

—Juramos a maldición cumplir nuestros deseos, nuestras promesas.

—¿Qué sabes tú de… cuándo fue eso? ¿Quiénes estaban… qué hicieron? –indagó Beasilia mezclando palabras y preocupaciones, sabía con exactitud lo que era un juramento a maldición, antigua hechicería oscura que creía desaparecida de su cultura, pero por, sobre todo, de su sangre.

—Abusilia, ¿qué sucede?

—Femy, quieres que yo hable contigo, voy a responder todo, pero ahora necesito tus respuestas. –La energía del mar parecía haber regresado a los ojos de Beasilia, una vitalidad que hacía mucho tiempo le fuera arrebatada por alguna de sus mareas internas despojándola de todas sus fuerzas.

—Fue hace… no lo sé… yo tenía… no sé, era una niña –dijo Enufemia intentando disfrazar la verdad.

—Eras una niña –repitió susurrando su abuela y casi pudo sentirse aliviada–. ¿Quién más, quién inició el ritual?

—Tonia o Rufanio, o los dos creo.

—¿Qué usaron como portal? –preguntó, pero su nieta solo tenía una expresión de desconcierto–. ¿Usaron algún instrumento, recipiente…?

—Un caracol, el de Yllawie, ese que encontró una vez en…

—Sé cuál es, el que luego quiso hacérselo quedar tu hermana –interrumpió su abuela y el pánico nubló su razón. «Es imposible» pensó al recordar que su hija lo había escondido, pero luego de reconsiderar, cuestionó–: ¿Quiénes cruzaron el portal? –Sacudió su cabeza para corregir su pregunta–. ¿Recuerdas quienes participaron y qué objeto personal colocaron en él?

—Sí, todos colocamos rizos de nuestros cabellos, el mío atado con cinta azul y el de Tonia, con cinta roja para diferenciarlos, el de Yllawie era muy delicado y bonito, no era negro como los nuestros, Rufanio también colocó el suyo y lo sellaron con una sustancia viscosa.

—¡Eras una niña! –Beasilia se exasperó en un intento de convencerse a sí misma de que su inocente nieta no corría peligro alguno–. Confía en mí… nada va a pasar contigo porque yo sé cómo protegerte, lo que no sé es… no sé qué debo hacer con tu hermana o tu primo.

—¿Y no te preocupa Yllawie? –preguntó Enufemia, su abuela solo podía ver ingenuidad en sus ojos.

—Estoy preocupada, si ellos iniciaron el ritual es porque… sabían lo que hacían, pero… ¿por qué, por qué…? –Aunque intentaba encontrar alguna explicación convincente, no dejaba de tropezar con cabos sueltos en el relato–. ¿Satynka participó del rito?

—No –respondió Enufemia y su abuela vislumbró agotamiento en sus palabras y falta de interés para seguir contestando las preguntas, también sabía que su nieta era demasiado amable y tolerante para negarse a continuar.

—¿Dónde está el caparazón? Es posible… existe la posibilidad de frenar todo antes de abrirlo. ¿Sabes dónde… en qué lugar lo esconden? –preguntó Beasilia, pero Enufemia prefirió el silencio–. Femy… ¿dónde está?

—Estaba… en un hueco escondido debajo del mueble de las sábanas.

—¿Estaba?

—Tonia lo rompió… lo dejó caer.

—¿Lo rompió o lo dejó caer? –Beasilia sintió que la sangre se helaba, apoyó sus manos en las mejillas de su nieta–. ¿Puedes recordarlo bien?

—Después de sacarlo de su escondite, Tonia lo colocó sobre la mesa de la habitación y llamó a Yllawie, cuando Lawy apareció, se lo pidió, le pidió que se lo alcanzara. Lawy estaba sorprendida… no, sorprendida no, ella no entendía bien qué sucedida, lo tomó dubitativa y se lo entregó, pero Tonia quitó su mano y el caracol se rompió. Fue hace poco, antes del desayuno de celebración de Yllawie.

—¿Sabes los secretos de ellas? –cuestionó su abuela, Enufemia negó con su cabeza–. Me imagino que ninguno de ustedes, ninguno de ustedes que participaron en el ritual ha tocado esos cabellos.

Su nieta continuó negando con sus expresiones en silencio y Beasilia respiró aliviada; concentrada en esta nueva e inesperada preocupación, comenzó a armar conexiones para encontrar la manera de proteger a sus nietos, pero Enufemia habría de soltar perturbadoras palabras que desestabilizarían su semblante:

—No. Ninguno del ritual ha tocado esos cabellos.

—Qué… qué quieres decir… ¿Quién… alguien más los tocó?

—Regildo tomó el de Yllawie.

—¡Muchacho imbécil! ¿Por qué… para qué?

—Tonia se lo pidió, creo que… vinieron a ver… se lo trajeron a… –Enufemia respondía retazos de lo que sabía, sus titubeos confundían a Beasilia que intentaba armar o descartar conjeturas en su cabeza.

—Abusilia, era un juego al que le decíamos jurar a maldición, pero tú me hablas de una verdadera maldición –murmuró Enufemia, su abuela la miró con desesperación.

—Ustedes crearon un pequeño ritual, eso no fue grave, lo peligroso es lo que hicieron después. ¡Niños estúpidos! Ahora que han madurado, pueden cruzar el portal y, ¿eso es lo que busca Tonia, convertirse en…? ¡Puedo ver la mano de Serjancio detrás de todo esto! Se involucran… e involucran a la familia. ¿Dónde está Tonia? –gritó irritada–. Debo ir por tu hermana, no me preocupa Regildo, él no participó, solo lo están usando. Tonia, ¡niña estúpida! –repitió desesperada, Enufemia había quedado inmóvil sobre la arena, las olas continuaban golpeando sus pies. Beasilia tenía el doble de interrogantes… y la mitad de las respuestas, tomó una delicada navaja que siempre cargaba en su bolso y cortó un grisáceo rizo de su cabellera, estiró su mano para entregarle el mechón y se detuvo, vaciló por un instante, cerró su puño antes de que Enufemia pudiera tomar su cabello, un velo de dudas cubrió sus retinas. «¡Está bien! Es mi dulce Femy» pensó. Luego abrió su mano y murmuró–: Femy, toma una parte de mí, esto te protegerá, no se lo entregues a nadie, es solo para ti. –Su nieta recogió el corte de cabello, ambas sonrieron y Beasilia se alejó presurosa en busca de Eleutonia.

Enufemia se quedó acariciando el mechón rizado de su abuela, miró a su izquierda y observó las barcazas de pescadores, el agua en sus tobillos le brindaba entera satisfacción, colocó un pie delante del otro y así continuó avanzando ensimismada en sus confusiones, de pronto, un fuerte oleaje golpeó su rostro; casi sin advertirlo, había avanzado hacia la inmensidad del agua que ya cubría su pecho y fue cuando el susurro del mar pareció clamar su nombre. Entre los hombres que estaban más allá de las barcazas se encontraba su padre Nemecino, él había visto a su madre y a su hija conversar juntas, un panorama que lo había inundado de alegría y satisfacción, pero el hecho de que su madre se alejara de ahí, llamó su atención y decidió encaminarse hacia la playa. De un instante a otro, gigantescos nubarrones cubrieron las estrellas y la lumbre lunar y una inesperada oscuridad se derrumbó sobre todo el lugar, él apresuró sus pasos y pudo vislumbrar la silueta de su hija flotando en aquel mar espejado.

—¡Femy! –gritó su padre por segunda vez, Nemecino nadó hacia ella, la sujetó por la cintura.

Un par de amigos que estaban con él, concurrieron de prisa a las instalaciones de los merdanes para notificar el reciente acontecimiento y solicitar sus servicios al tiempo que Nemecino trasladaba a su hija hacia la casa.

—La joven está bien, sugiero que permanezca unos días con ustedes, puede regresar a los campos en la próxima estación –manifestó Celiceo con serenidad, era uno de los tantos merdanes citadinos y como tal, conocedor de dolencias y de numerosas medicinas tradicionales de los navegantes–. Estimada Beasilia, su hija también está delicada… le voy a dejar unos potajes que la van a fortalecer. Su nieta pide por usted.

—Gracias, Celiceo –pronunció cortésmente Nemecino mientras envolvía una botella de sus exquisitos licores sin abrir para obsequiársela.

Los merdanes estaban al servicio de la comunidad y todo navegante debía velar por su bienestar, era costumbre de cada familia, obsequiarle algún detalle en señal de agradecimiento y buena voluntad; considerados custodios de la sabiduría de antiguos hechiceros, sus palabras contenían verdades innegables, en ellos residía el poder de manipular las energías del cielo, del mar y de la tierra, grandes conocedores de antiguos maleficios y a tales efectos, portadores del conocimiento de la correspondiente protección. Los terrinos nunca solicitaban esos servicios, su desconfianza se basaba en esa particular y muy cuestionada sabiduría que decían poseer y al confuso e irracional palabrerío que utilizaban para transmitirla; para los terrinos, esos métodos, tan irrisorios como ridículos, eran lo más alejado a lo que consideraban pleno conocimiento y prodigiosa sabiduría, solo confiaban en sus propias medicinas, transferidas o heredadas de padres a hijos, las cuales provenían, principalmente, de la observación de la naturaleza.

Beasilia habría de aprovechar las circunstancias y apartó a Celiceo simulando interés por la salud de Enufemia; una vez que pudieron continuar a solas, supo expresarle su verdadera preocupación y solicitar su auxilio en busca de protección para sus nietos.

—Lo acompaño hasta la puerta –dijo Beasilia. Después de cruzar el umbral, cerró con delicadeza el enorme portón y comenzó a susurrar–: ¿Cree que es posible? Mi sangre, temo por mis nietos.

—Es posible, Beasilia, pero no se preocupe, hablé con sus nietas, su hija estaba presente, me lo contaron todo y llevo el material necesario para intentar recomponer los acontecimientos pasados y futuros.

—Eran niñas, nada malo va a suceder, ¿no lo cree?

—Pasaron muchos años, la sangre dormida siempre quiere despertar, el mar siempre quiere avanzar… como la lava…

—Estoy confundida…

—Nada importa las edades, todos los que participaron fueron instrumentos necesarios. Manipularon fuerzas que desconocen. Creo, mi señora, que lo que fuera que estuvo atrapado ahí, encontró el canal para resurgir. –La voz de Celiceo era pausada y delicada, cualquier oportuno oyente debía realizar un esfuerzo extra para poder escuchar sus trémulas palabras–. No debieron alimentar a esa niña.

—¿Por qué lo menciona? –Beasilia, sorprendida por estos inesperados dichos, intentó contener su agitación.

—El mar corre por la sangre de esa niña, el mar siempre busca la manera de invadir las entrañas de la tierra… y eso, en estos tiempos, es peligroso. Me hubiera gustado poseer el cabello de esa niña, ese que ella entregó por voluntad.

—Ya se lo dije, no lo tenemos –respondió Beasilia, esta vez, su voz sonó lacerante.

No fueron las palabras del merdán el motivo de su perturbación, sino el contexto en el que las había pronunciado. «Como la lava». Ella no terminaba de comprender por qué tuvo que mencionar o introducir esta alegoría de sanguinarios en su conversación.

—Regrese con su familia, Beasilia, la necesitan en este momento –concluyó él antes de desaparecer en las tinieblas del callejón.

Beasilia regresó hacia la habitación de sus nietas, golpeó la puerta antes de ingresar e intentó involucrarse en el dialogo entre Enufemia y Misadora.

—… créeme madre, eso es todo… –Enufemia hizo silencio al ver a su abuela.

—No te preocupes, hija mía, ahora necesitas descansar –dijo Misadora sujetando la mano de Enufemia, mientras miraba de reojo a Eleutonia, aquel silencio la inquietaba.

—Ya hablé con Regildo… no lo tiene –murmuró Beasilia–, Neyhtena se lo pidió… prácticamente se lo arrebató de las manos.

—¿Ney? ¿Cómo supo? –preguntó sobresaltada Enufemia y cruzó miradas con su hermana–. ¡Solo estábamos nosotros tres cuando él lo tomó!

—No importa –respondió su madre, aunque Misadora lucía abatida, tenía la entereza para poder manejar tal situación–. Hija, hemos hablado con tu padre y tus abuelos, queremos que te quedes unos días aquí.

—Madre, la huerta… cada vez somos menos y es mucho el trabajo –respondió preocupada–, no, no puedo.

—¡Puedes y lo harás! También te necesito, necesito que me ayudes aquí –insistió con firmeza Misadora– y que te ocupes de algunas de mis tareas en la ciudad.

—Ya hablé con Kanki, Satynka también se queda, tu primo dijo que va a suplirte en tus labores –intervino Beasilia para suavizar la tensión.

—Está decidido, puedes visitar a Saty las veces que quieras y ella puede venir aquí –concluyó su madre.

—¡Estoy bien! Yo… ¡Madre…! ¡Abusilia, por favor…!

—Sabemos que Saty no es Yllawie, hubiera sido diferente con Lawy, sé que eso te hubiera alegrado –manifestó comprensiva su abuela, en su corazón, también sabía que la presencia de Yllawie sería del agrado de su propia hija.

—Ahora descansen –rogó Misadora antes de darle un beso a Enufemia en su mejilla–, mañana vamos buscar qué tareas puedes realizar aquí. –Luego se dirigió hacia la cama de Eleutonia para despedirse, pero su hija había girado su cabeza hacia la pared–. Hija, no voy a retirarme así. –La joven se incorporó y colocó su frente debajo de los labios de su madre, Misadora acarició su rostro y besó los párpados de su hija–. Tonia, todo va a estar bien…

La última Hija de la Luna

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