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1. EL ENTORNO FAMILIAR Y SUS CONVICCIONES

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Galeno fue un griego nacido en Pérgamo, ciudad situada en el extremo occidental del Asia Menor, muy cerca del mar Egeo. Las investigaciones de Nutton nos han permitido determinar con cierta precisión las fechas entre las que transcurrió su vida (Nutton, 1972, 1973, 1984, 1995). Nació en septiembre del año 129, durante el reinado de Adriano y muy probablemente muriese entre el 210 y el 216, cumplidos los ochenta años. Fue un periodo de relativa estabilidad, si bien en la segunda mitad de su vida probablemente percibió la quiebra de la famosa pax Romana . Su condición de griego no será accidental para él. Como muchos intelectuales griegos de su tiempo, vivió un auténtico renacimiento nacionalista y cultural del esplendor clásico del siglo V a. C. Tan pagado estuvo de su condición de griego y de que la lengua griega era la única capaz de expresar adecuadamente el pensamiento científico con rigor, que no dudó en proclamarlo así ante su audiencia de romanos. Por desgracia, conocemos poco de la vida científica y médica de Roma en la segunda mitad del siglo II , fuera de los testimonios del propio Galeno (Jackson, 1993).

Pérgamo era una de las típicas ciudades helenísticas y conoció un nuevo esplendor tras la dominación romana. Importante centro cultural —su biblioteca podía competir con la célebre de Alejandría—, de próspero comercio, era también uno de los centros religiosos más interesantes y llenos de vida de su época. En efecto, poseía el más célebre templo de Esculapio del helenismo tardío (Rostovtzeff 1967). Más adelante veremos cómo la devoción del padre de Galeno —y del propio Galeno— a Esculapio se manifestó en distintos momentos.

Su padre, el arquitecto y terrateniente Nicón, como respondiendo al retrato ideal que de dicho profesional hizo Vitrubio (ca . 27 a. C.), no sólo poseía una amplia experiencia en su oficio sino que tenía un amplio interés por ciertas ramas de la ciencia relacionadas con su profesión. Eran éstas, según él, la filosofía, el derecho y las ciencias exactas, principalmente las matemáticas, la mecánica, la astronomía y también la medicina. Tenía además un alto nivel moral y un elevado concepto de su tarea, y demostró una apasionada dedicación y preocupación por su hijo, al que cuidó en los más mínimos detalles de su educación y de su salud, de la que anduvo muy falto Galeno en su niñez y adolescencia. Así lo reconocía Galeno cuando, ya anciano, recordaba sus años adolescentes en Pérgamo y la preocupación, cariño y consejos que volcó su padre sobre él. A su padre dedicará las palabras más respetuosas y cariñosas de su obra. La expansión comercial y urbanística que tuvo Pérgamo en el siglo i y primeros decenios del siglo II no fueron ajenas al enriquecimiento de su padre que, como muchos de sus conciudadanos, acumuló dinero e invirtió en tierras que le permitieron gozar de rentas saneadas y de un alto nivel económico (V 47-48 K).

La influencia de su padre resultó decisiva para la posterior evolución científica y para su propia actitud vital. Fue su padre quien se preocupó de que recibiera una sólida formación en lengua griega, tuviera un buen conocimiento de los clásicos y le hizo frecuentar las distintas escuelas y ambientes filosóficos y científicos donde el inteligente y dócil joven recibió una educación exquisita: el estoicismo, donde recibió las enseñanzas de un discípulo de Filopátor; el platonismo, dirigido por un discípulo de Gayo; el peripatetismo, bajo la influencia de Aspasio, y el epicureísmo, regentado por un filósofo venido de Atenas. Su padre le inculcó el gusto por las ciencias de la demostración y la necesidad de adoptar un método científico capaz de superar las diferencias y enfrentamientos de las distintas escuelas.

Mi padre —nos dice— estaba versado en geometría, aritmética, arquitectura, lógica y astronomía. Deseaba que aprendiese geometría teniendo en cuenta sus conclusiones demostrables, respecto a las cuales no hay controversia y en las que coinciden los maestros de todas las escuelas y grupos (V 42; VI 755 K).

Fue su padre también quien le inculcó una severa ética estoica y una forma austera de vida.

Por muy deseables que sean todas las ciencias —decía—, más deseables son todavía las virtudes de la justicia, templanza, fortaleza y prudencia... Los preceptos que aprendí de mi padre los he seguido hasta el día de hoy — nos dirá Galeno, ya maduro—. No profesó ninguna secta, aunque las estudió todas con el mismo esfuerzo y ardor. Al igual que mi padre, vivo sin miedo a los diarios acontecimientos de la vida... Mi padre me enseñó a despreciar la opinión y estima de los otros y a buscar sólo la verdad... Insistía además en que el fin principal de las posesiones personales es evitar el hambre, la sed y la desnudez. Si se tiene más de lo suficiente debe emplearse en buenas obras (V 43-44 K).

Todo parecía preparado para hacer del joven Galeno un filósofo y un maestro (un sofista). Pero el consejo de su padre —provocado por un sueño en el que se le apareció Esculapio— fue decisivo para la iniciación de sus estudios de medicina. Pese a esta intervención tan directa de la divinidad en la actividad que Galeno practicará por más de cincuenta años, la formación de Galeno como médico fue totalmente laica; tampoco tenemos noticias de que a lo largo de su vida estuviera relacionado, como otros médicos, con el círculo de curaciones atribuidas a la intervención de Esculapio, cuyas prescripciones eran puestas en práctica por una serie de médicos al servicio del templo. La aceptación de las formas de religión establecidas —culto a Esculapio, cuyo amplio y hermoso templo se estaba construyendo por entonces en la ciudad— y el reconocimiento de la divinidad de la naturaleza hacen de Nicón y del mismo Galeno los representantes del homo religiosus y superstitiosus propio de ese período que anuncia ya el ocaso del mundo antiguo y que Dodds llama con razón «época de angustia» (Dodds, 1985). Como hace notar Gil (1969), esos hombres vivieron y dieron sentido en su vida personal hasta un punto hoy incomprensible a ese quid sacrum que late en los distintos acontecimientos de la vida. Quizá sea éste el sentido «teológico» de las relaciones oníricas de Galeno con Esculapio en momentos más o menos decisivos de su vida (p. ej., III 812; X 609; XI 314; XVI 222; XIX 18 K). Aunque no dudó de la capacidad curativa de Esculapio, ni rechazó de forma expresa la religión mitológica del paganismo griego, el propio Esculapio tiene limitaciones impuestas por la materia que no puede, por ejemplo, crear de la nada. Éste será precisamente uno de sus argumentos contra los cristianos, con los que polemizó (Walzer, 1949; Temkin, 1973). Los poderes divinos del dios no se diferencian mucho de los atribuidos por Galeno a la naturaleza. La naturaleza no crea la materia pero dispone los materiales que componen las naturalezas de tal forma que no podemos mejorarlo; nada hace en vano, como afirmó Aristóteles (p. ej. Las partes de los animales I 1, 641b; Sobre la respiración 10, 476a 12-13), y todas las partes de nuestro cuerpo están dispuestas por ella para mejor cumplir las funciones a ellas encomendadas. Ella ha dispuesto los órganos como son para cumplir su tarea, los ha dispuesto a una u otra parte del cuerpo y dotado de sus estructuras, músculos, venas, arterias y nervios. De ahí que debamos honrarla y elevar un himno en su honor. Ésta será la justificación última de su gran obra anatómica, Sobre el uso de las partes del cuerpo (III 224 ss. K). Algo, pues, perfectamente compatible, mediante un ligero cambio, con las teorías cristianas, judías o musulmanas acerca de la providencia y cuidados de Dios sobre su creación, de la que los humanos somos parte.

Galeno no sólo estudió con gusto y convicción la medicina y la practicó durante el resto de su vida, sino que también estuvo convencido de que, entre todas las actividades intelectuales prácticas que podía ejercer un hombre, la medicina era la óptima y la más acorde con lo característico de la naturaleza humana, su racionalidad, que era la función propia de una de las tres «almas» o principios de los movimientos de los seres vivos que Galeno tomó prestado a grandes rasgos del esquema tripartito del alma de Platón. De acuerdo con dicho esquema, existen los siguientes principios: el alma racional o lógica, que es algo que los hombres tienen en común con los dioses, el alma irascible y el alma concupiscible, a través de las cuales los humanos comparten deseos y emociones con los animales y contactan con el mundo sensible de las plantas y vegetales en general. Característico de los seres vivientes —fueran animales o vegetales— era que su movimiento dependía de un principio llamado «alma», de muy hondas raíces platónicas y según el cual las funciones compendiadas en el hombre son las de la generación, reproducción y nacimiento, las de la vida de relación y las derivadas de su condición racional. Galeno, apoyándose en la vieja teoría griega de las localizaciones, hará residir cada uno de esos principios operativos o almas en una parte del cuerpo: en el cerebro (racional), en el corazón (irascible) y en el hígado (concupiscible). El alma, principio operativo, se expresa en diferentes dynámeis (facultades, cualidades o fuerzas) (De Lacy, 1981-84).

De entre todos los seres vivientes, sólo el hombre es capaz de cultivar las artes (téchnai) , además de la filosofía, «el más grande de los dones divinos» (Wenkebach, 1935; Temkin, 1973). En las artes o «técnicas» (téchnai) se unen el saber científico (máxima expresión de la racionalidad del hombre) y la actividad manual. De todas las téchnai o artes que el hombre cultivado podía practicar (medicina, retórica, música, geometría, aritmética, cálculo, astronomía, gramática, leyes, e incluso pintura y escultura), en opinión de Galeno, la que mejor compendia la condición racional y de ejercicio de la inteligencia (la dimensión divina del hombre), con el carácter activo de contacto con la realidad encarnado en las manos, auténticos instrumentos de la razón y el punto de partida más importante de la percepción sensorial, es la medicina. En la técnica médica se armonizan las dos fuentes del conocimiento: la percepción sensorial como criterio de las cosas sensibles, y la inteligencia, que lo es de las cosas inteligibles (De Lacy, 1981: De placitis 9, 1; De meth. med . X 36 y 38 K; De elementis ex Hip . 2, 2 [I 590 K]). Con ello no hizo sino dar la versión helenística de una de las más genuinas tradiciones intelectuales griegas: la que arrancó de los siglos v y iv y culminó en la obra de Platón y Aristóteles. «No es un azar que Platón nombre a Hipócrates cuando en el Fedro intenta dar estructura racional al método de la retórica, y es seguro que cuando Aristóteles define la téchnē en la Metafísica (un saber hacer algo sabiendo por qué se hace aquello que se hace, Met ., 981a-b), en la Física (imitación de la naturaleza, Phys ., 1447a) y en la Ética a Nicómaco (hábito productivo acompañado de razón verdadera, Ét. Nic . 1140a 20), está inmediatamente pensando en lo que con su téchnē propia habían hecho poco antes los médicos que hoy llamamos hipocráticos» (Laín, 1970). Esto es lo que proclamará Galeno cuando elogiaba a la medicina y justificaba su propia elección personal y la fidelidad con que la había ejercido durante el resto de su vida (Wenkebach, 1935).

La madre de Galeno era el polo opuesto a su padre. Muy conocida es la descripción que de ella nos ha dejado Galeno:

Mi madre, por el contrario, era irritable hasta el punto de pegar a veces a sus sirvientes; siempre chillando e increpando a mi padre, como Jantipa a Sócrates (...) Y mientras que no se sentía afectada por las cosas más serias, se alteraba por las más nimias (V 41 K).

Todo lo contrario del ideal de comportamiento perseguido por Galeno, según el cual, como hemos visto cuando elogiaba a su padre, «es necesario liberarse de las pasiones» (Scr. min . II 81, 22-23) y llegar a conseguir la práctica de una vida equilibrada y desprendida, libre de lujos y necesidades superfluas (XIX 50 ss. K). No sólo se preciaba de no haber derrochado el dinero dejado por su padre, sino de compartir sus recursos (que fueron muchos) con otros necesitados (V 47 K).

Galeno, como vemos, pertenecía a un tipo de familia de las clases altas urbanas del helenismo romano muy influenciadas por el estoicismo, y a su estilo de vida y convicciones se atuvo de por vida. En efecto, su instalación social y económica —«no he tenido necesidad de gastar el patrimonio de mi padre» (V 43 K)—, sus convicciones religiosas, su devoción por las instituciones y tradiciones cívicas, así como por las estructuras sociales y económicas, la fidelidad que demostró a la clase dirigente y la actitud de inhibición adoptada en los momentos de crisis y revolución social (sucesos de Pérgamo hacia el año 163, en que marchó a Roma), hacen de él un miembro cualificado del científicofilósofo helenista, mezcla de technítēs y de propietario. Sus opiniones sobre la esclavitud —muy acordes con la mentalidad «ilustrada» del helenismo tardío—, la asistencia médica que impartió a los esclavos, la dedicación con que asistía a su pacientes, su preocupación por legar a la posteridad lo mejor de sus logros en anatomía y fisiología (a ello obedeció la redacción del gran tratado Sobre los procedimientos anatómicos) , su desvelo por encontrar un método a través del cual la práctica e interpretación del pulso fuera fácil de enseñar a los médicos, todo nos habla de sus convicciones sobre la dignidad humana y de su amor al hombre (filantropía). El amor al hombre y conseguir mediante el arte (téchnē) médica la salud del cuerpo, serán los elementos últimos justificativos de su condición de médico, aunque «haya otros que practican la medicina por afán de lucro, (...) otros por afán de notoriedad» (De Lacy, 1981: De placitis 9, 5). La salud corporal no es ajena, en opinión de Galeno, a la rectitud de vida y a la práctica de la moral; de ahí que el médico deba intervenir en la formación total del hombre. Galeno hizo de la dietética, entendida en el sentido pleno que tuvo en el mundo griego, una forma de vida:

el alma se corrompe por hábitos indeseables en la comida y la bebida, en el ejercicio, en lo que vemos y oímos, en la práctica inadecuada de cualquier arte. Quien quiera ejercer debidamente el arte de la higiene debe ser experto en todas estas cosas, no debe creer que la formación del alma es sólo responsabilidad del filósofo; esto último le concierne a causa de algo más grande, como es la salud del cuerpo, para que no nos deslicemos hacia la enfermedad (VI 40 K).

Vivir de forma saludable será una obligación moral, hasta el punto de que un hombre con una constitución sana será culpable de no llegar a viejo sin enfermedad y sin dolor. La intemperancia, la ignorancia o ambas a la vez, serán en el fondo los responsables de los sufrimientos de gota, del dolor intestinal, la artritis, la úlcera vesical. La medicina, de acuerdo con el concepto de dieta griego, se planteó por parte de Galeno como una forma de vida; de ahí que considere que la mayor parte de las enfermedades son consecuencia de un error en el planteamiento del régimen vital y, por tanto, evitables. Salud y enfermedad serán un problema de responsabilidad moral y, al mismo tiempo, motivo de reflexión y perfeccionamiento moral (Temkin, 1949). Toda la práctica médica de Galeno estuvo mediatizada por este componente moralizante. En muchas de sus futuras historias clínicas, destinadas a ser leídas por colegas médicos, se cuidó de consignar, al describir las características del paciente, su desvío moral, la intemperancia de su vida, caso de que fueran conocidas a través del interrogatorio a que le sometía Galeno en el primer momento de la relación con el enfermo (García Ballester, 1995).

Sobre la localización de las enfermedades (De locis affectis)

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