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2. LA FORMACIÓN MÉDICA DE GALENO
Оглавлениеa. Pérgamo
A los dieciséis años comenzó a estudiar medicina. De acuerdo con las ideas de su padre, y al igual que había hecho con sus estudios de filosofía, no se limitó a recibir las enseñanzas de una sola escuela u orientación médica. Consecuente con ello, frecuentó los cursos de los dogmáticos, de los empíricos y de los pneumáticos. Los primeros fueron seguidores de la línea humoralista hipocrática e insistían en una medicina teórica; lo segundos, por el contrario, reducían el saber médico a sus propias observaciones complementadas por las de los médicos que les habían precedido, poniendo especial énfasis en el conocimiento de los fármacos que, en último extremo, resolvían la relación médicoenfermo; los terceros dejaban de lado la patología humoral hipocrática para subrayar más bien una patología de las partes sólidas del cuerpo, donde los átomos, como elementos corporales últimos, era animados y dinamizados por un elemento externo existente en el aire (el pneûma) y difundido por el cuerpo a través de las arterias. Conservamos los nombres de algunos de sus maestros de esta época: los dogmáticos Sátiro, Estratonico y Eficiano y el empírico Escrión (XII 356 K; Boudon, 1994; Grmek et al ., 1994). Del primero aprendió anatomía (XV 136 K), cirugía (II 224 K), terapéutica y medicina hipocrática (XVI 524 K). A él se deberá el temprano entusiasmo de Galeno por estos campos de la medicina. Sus demostraciones anatomoquirúrgicas en animales despertaron el entusiasmo en el joven estudiante al tener éste ocasión de ver las arterias, los nervios y las estructuras musculares en movimiento. No hay duda del fuerte impacto que la enseñanza anatómica de Sátiro causó en la futura obra médica de Galeno así como en su resuelta actitud acerca de la conveniencia de disecar animales para habituarse a las maniobras disectivas y conocer analógicamente la anatomía humana. Sátiro perteneció a la escuela del célebre Quinto (II 217; XIV 69; XIX 58 K; Grmek et al ., 1994), discípulo a su vez de Marino, al que Galeno llamó el auténtico restaurador de la anatomía (V 650 K). él fue, en realidad, quien revisó y volvió a poner en circulación la obra que Herófilo y Erasístrato habían realizado en Alejandría cuatro siglos antes, especialmente haciendo ver la necesidad de disecar monos y otros animales e imbuyendo a Quinto de estas ideas (Wenkebach y Pfaff, 1934). Hasta tal punto valoró su obra anatómica que, incluso después de haber dedicado mucho tiempo a la disección y realizar auténticos descubrimientos, no pensó en escribir un nuevo libro sino en completar la obra del maestro Marino, por desgracia perdida, pero cuyo sumario conservamos gracias a Galeno (XIX 20 ss. K).
Estratonico le inició en la práctica clínica, en la importancia para el médico de la relación con el enfermo, y en el procedimiento terapéutico de la sangría (V 119 K); le transmitió, con toda seguridad, la devoción hipocrática de su maestro Sabino, uno de los más destacados comentadores del Corpus Hippocraticum y a quien, junto con Rufo de Éfeso, Galeno más estimaba (XIX 58 K), aunque en ocasiones estuviera en desacuerdo con él a propósito de tal o cual interpretación del maestro de Cos (XVII/2, 508 K; Wenkebach y Pfaff, 1940).
Galeno nos cuenta que Eficiano fue, en la práctica, un pneumático (XIX 58 K) y probablemente fuera él quien le introdujera en los fundamentos de esta teoría, que más tarde refutaría. El viejo empírico Escrión le introdujo en el mundo de la terapéutica farmacológica (XII 356 K). No es aventurado afirmar que este temprano contacto con la escuela empírica fue una de las razones que explicarían el gusto por la polifarmacia que más tarde demostró y que los empíricos introdujeron en el helenismo. A dicha escuela perteneció también Filipo, otro médico de Pérgamo con el que estuvo en contacto (XIX 16 K).
A los tres o cinco años de haber iniciado sus estudios en Pérgamo murió su padre, hacia el 148-9 (VI 756 K), dejándole una herencia que le concedió independencia económica durante toda su vida, a la vez que le permitió completar su educación en otras ciudades y recibir la enseñanza de otros maestros. Al cabo de un año marchó a Esmirna, adonde su admirado maestro Sátiro había ido poco antes.
Galeno dio muestras de una asombrosa precocidad intelectual y de un entusiasmo y dedicación por su trabajo que en ocasiones le hicieron caer enfermo. Estaba dotado de un acusado inconformismo no exento de arrogancia, que se manifestaba en forma de disputas con sus maestros (Ilberg, 1905; VII 558 ss.; VII 198 K). A estos años pertenecen algunos de sus escritos cortos, la mayor parte perdidos. Fueron escritos destinados a sus amigos (Ilberg, 1889-97). Entre ellos, según opinión de Smith (1979), cabe destacar un resumen de la Anatomía de Marino, que se ha perdido, un tratadito Sobre la anatomía del útero , dedicado a una comadrona, donde sus opiniones —pese a que sólo contaba con veintiún años— se apoyan en disecciones propias de monos y otros animales, y una obra, Sobre la experiencia en medicina , que es un ejercicio literario, perdida en griego pero conservada en su traducción árabe (Walzer, 1944). Se trata de un ataque a los dogmáticos, encarnados en Asclepiades, que rechazaba el valor de la experiencia en medicina. Con los años, Galeno, sin apearse del papel central que jugará la experiencia en medicina (algo que las Epidemias de Hipócrates, un empedrado de historias clínicas, le ponía ante los ojos), hará jugar a la razón (lógos) un papel central a la hora de establecer el diagnóstico. Trataremos este problema con más detalle más adelante, en la introducción a la versión castellana de Sobre la localización de las enfermedades .
La formación médica de Galeno. Los nombres de los maestros con los que se relacionó personalmente están en cursiva. Los floruits son aproximados (tomado de Smith [1979] con modificaciones).
b. Esmirna
Esmirna, situada al sur de Pérgamo, era otra de las importantes ciudades helenísticas junto al mar Egeo y uno de los centros intelectuales y científicos más interesantes del momento (Rostovtzeff, 1967). En efecto, allí enseñaban medicina Pélope y Sátiro; filosofía, el neoplatónico Albino y el neopitagórico Nicómaco; retórica, Aristides; matemáticas y astronomía, Teón. Quizá sea Pélope el maestro de quien Galeno habla con más respeto y cuyas enseñanzas más honda huella dejaron en su formación. Ya viejo, acordándose del año que pasó en Esmirna nos dirá:
Siendo joven aprendí de Pélope los signos que permiten conocer la presencia de cada humor, y a lo largo de mi vida, hasta hoy, los he utilizado (V 112K).
Además de la semiología clínica, robusteció sus conocimientos anatómicos, fisiológicos (XVIII/2, 926; V 530 K) y terapéuticos (XII 358; XIV 172 K) y ahondó en la lectura de los escritos hipocráticos, llevado de la mano por la Introducción a Hipócrates para principiantes que había redactado Pélope (XIX 57 K), así como por sus comentarios a diversas obras de Hipócrates, que Galeno usó en sus propios comentarios (Smith, 1979; Manetti et al ., 1994).
A lo largo de su vida, Galeno se mostrará partidario de la independencia y curiosidad científicas y demostrará en diversas ocasiones su repugnancia a la aceptación de una doctrina por puro espíritu de escuela (IV 814 K; Walzer, 1944, 1949). Desde este ángulo, su relación con Pélope y su escuela será ejemplar. Sus propias investigaciones le llevarán, unas veces, a resultados muy distintos de las enseñanzas del viejo maestro; otras, en cambio, confirmarán sus doctrinas. Supo aunar el respeto y veneración por el maestro con la crítica y la rectificación. Así, en la discusión acerca de la diferenciación o no entre el músculo pterigoideo y el temporal, Marino y Lico los consideraban como un músculo único, mientras que Pélope y su hijo Eliano los diferenciaban claramente. Galeno, tras una serie de verificaciones, se inclinó por la opinión de estos últimos (XVIII/2, 935 K). En cambio, no dudó en enfrentarse a ellos en el problema del origen de los nervios, arterias y venas, que Pélope situaba en el cerebro (V 543 K).
Fruto de sus estudios en Esmirna fue la redacción de un breve tratado en tres libros, Sobre los movimientos del tórax y del pulmón . Dicha obra señala el comienzo de una serie de investigaciones que le llevarán, unos años más tarde, al descubrimiento de la decusación de las fibras de los músculos intercostales en los movimientos de la respiración, y a la consiguiente afirmación del activo papel que desempeñan en la respiración (II 217; XIX 17 K).
c. Corinto
Tras su estancia en Esmirna, y siguiendo las recomendaciones de Pélope, marchó a Corinto —pasando previamente por Pérgamo— para continuar sus estudios anatómicos con Numisiano, maestro de Pélope y discípulo también de Quinto. A poco de llegar a Corinto, Numisiano partió hacia Alejandría (II 217 K). Galeno marchó tras él, llegando a la ciudad alrededor del año 152. En Alejandría permaneció aproximadamente cinco años.
d. Alejandría
No es necesario insistir en la importancia de Alejandría como centro cultural del helenismo. Digamos ante todo que era una ciudad griega en Egipto, pero dotada de un sincretismo cultural que la hacía especialmente atractiva. A mediados del siglo II , cuando Galeno visitó Alejandría, ésta conservaba todavía parte del clima intelectual que supieron crear los primeros Ptolomeos en los primeros decenios del siglo III a. C. (II 220, 224-225; XIX 357 K), cuando incrustaron en la vieja cultura egipcia la vitalidad creadora del Liceo aristotélico y establecieron en Alejandría, con su Biblioteca y su Museo, una nueva frontera de estímulo intelectual en el Mediterráneo (Von Staden, 1989). Pronto veremos que el clima de apertura intelectual —capaz, por ejemplo, de romper el viejo tabú griego contra la disección de cuerpos humanos (Von Staden, 1989)—, que caracterizó la mejor época de Alejandría, fue echado de menos por el joven Galeno ansioso de aprender. A esta herencia de la Alejandría ptolemaica hay que añadir lo que el siglo II d. C. significó de bonanza económica para Egipto y, en general, para el Mediterráneo oriental, alcanzando esta ciudad su apogeo en el proceso de helenización (Rostovtzeff, 1967). Ello favoreció un cierto resurgir intelectual y científico manifiesto en la realización de disecciones y vivisecciones de animales (May, 1968; Kudlien, 1969).
De acuerdo con los testimonios del propio Galeno, podemos afirmar que el período alejandrino supuso para él la conclusión de su formación anatómica (Grmek et al ., 1994), una etapa decisiva en su hipocratismo (Smith, 1979; Manetti et al ., 1994), la posibilidad de más amplios conocimientos farmacológicos (Grmek et al ., 1994) y un momento culminante en la obra de filosofía y teoría de la ciencia (Müller, 1895). Veamos rápidamente estos aspectos.
Ya dijimos que había marchado a Alejandría siguiendo al maestro Numisiano. Al llegar a la ciudad entró inmediatamente en relación con su hijo Heracliano, médico también y experto anatomista. Heracliano le dispensó una buena acogida, le introdujo en su círculo y le permitió trabajar en íntima relación con él (XV 136 K). Galeno nos da una serie de noticias de extraordinario interés para conocer el ambiente de las escuelas anatómicas alejandrinas, ambiente que explica su decadencia al compararlo con el esplendor de épocas anteriores. En efecto, nos habla de lo cerrado de sus círculos, de su exigencia, al mismo tiempo que de su falta de generosidad científica y del grave defecto de la incomunicación y el secretismo. No se recató en denunciar la tendencia al arcano y el grave peligro que significaba para el progreso del saber anatómico la falta de comunicación de los descubrimientos o el limitar ésta a un reducido y fanatizado grupo de iniciados.
El misterio —nos cuenta— rodea su conducta. En mi opinión, o bien ellos no tienen los conocimientos o, poseyéndolos, los guardan de modo que otros no puedan saber tanto como ellos. Como hizo Quinto, que fue un gran maestro en Roma durante el reinado de Adriano. Consiguió la celebridad gracias a la anatomía, si bien nunca publicó nada, a diferencia de Marino y Numisiano (...) Éste demostró grandes conocimientos disectivos y escribió muchas obras sobre anatomía, aunque se difundieron poco mientras él vivió. A su muerte, su hijo Heracliano, deseando retener los conocimientos de su padre para sí, impidió su difusión y, antes de morir, los mandó quemar (...) Él fue uno de los que me atendieron durante mi estancia en Alejandría (...) Me relacioné con él hasta llegar casi a la adulación, (...) para ver si conseguía de él alguno de los libros de Numisiano a los que accedían muy pocos; pero me los negaba (...) Pélope, aunque fue considerado el más eminente discípulo de Numisiano, nunca publicó sus enseñanzas, pues le satisfacía retener una parte de sus conocimientos para sí. Pese a que escribió libros muy valiosos, fueron quemados después de su muerte antes de que la gente los copiase y nunca se publicaron. La mayoría de las obras de Pélope que circulan son tratados elementales para los estudiantes (...) De la misma forma, las obras de Sátiro distan mucho de ser completas (...) (Garofalo, 1991).
Esta denuncia por parte de Galeno no quiere decir que él actuara siempre según los principios de la más limpia ética científica. Por ejemplo, hacia los cuarenta años llegó a un nuevo planteamiento de las teorías de la visión, pero tardó en darlo a conocer, y cuando lo hizo, lo presentó como inspirado por Esculapio en un sueño (III 812 K). Con ello, sacralizó sus teorías y las blindó contra toda crítica y revisión. La fijación de una explicación de una función del ser vivo mediante el recurso del sueño inspirador divino, será una de las notas contradictorias que se dan en su biografía, muy propia del helenismo tardío en que vivió y que indica también la gran diferencia entre su mundo y el nuestro.
Pese a los negros trazos con que dibujó Galeno el ambiente científico de la Alejandría de su tiempo, esta ciudad continuaba siendo el primer centro anatómico de la Antigüedad tardía. Sólo allí se podía tener un cierto contacto con el esqueleto humano (II 220 K). Fruto de la estrecha colaboración con los maestros alejandrinos fue la descripción por parte de Galeno del platisma, el músculo palpebral superior, el bucinador y los palmares, plantares e interóseos de las manos y los pies.
La anatomía, íntimamente unida en opinión de Galeno, como de todos los médicos griegos, a la función que desempeñan en la economía corporal todas las partes del cuerpo, no fue algo epigonal en su medicina ni en su práctica médica. La medicina tiene que ver con la salud y belleza del cuerpo y éstas no se realizan plenamente sin el adecuado funcionamiento de las partes del cuerpo. La salud es el producto propio de la medicina, y en este sentido es un arte eminentemente práctico, a diferencia de las artes teóricas como la aritmética, la astronomía o la filosofía natural. El médico debe conocer el cuerpo para conocer la obra de la Naturaleza y desentrañar así sus designios (Temkin, 1973). Sólo mediante la disección de todas y cada una de las partes del cuerpo, podremos desentrañar sus funciones y alcanzar los últimos elementos de su composición (humores, elementos, cualidades). Sólo así podrá el médico alcanzar la salud de sus clientes y curar las enfermedades que asientan en las partes internas del cuerpo y aplicar los remedios adecuados en los lugares precisos. Esta será la dimensión útil y necesaria de la anatomía para el médico. En su espléndida obra Sobre los procedimientos anatómicos , Galeno distingue las distintas «utilidades» que los estudios anatómicos pueden tener para quienes se acercan con la inteligencia a la estructura y función de los seres vivos y concretamente del hombre.
Una es la utilidad del conocimiento anatómico para el filósofo natural que busca el puro conocimiento; otra para quien sólo le interesa mostrar que la naturaleza no ha hecho nada en vano; otra para quien indaga tal o cual función, natural o psíquica; finalmente, otra para el médico que quiere extraer adecuadamente una astilla o puntas de flecha, eliminar esquirlas óseas o curar úlceras, fístulas y abscesos (II 286 K).
Una de las bases de la novedad del diagnóstico galénico —lo que he llamado «diagnóstico racional y localizatorio», al que dedicó precisamente su obra Sobre la localización de las enfermedades — será su insistencia en el carácter localizatorio del mismo; algo que sólo conseguirá el médico poseyendo un adecuado conocimiento de las partes del cuerpo que sólo se consigue mediante la disección. Una disección que, en tiempos de Galeno, ya no se hará sobre el cuerpo humano sino sobre animales, trasladando los resultados de sus observaciones al cuerpo humano.
Galeno remató en Alejandría su formación en anatomía y con ello su convicción de la importancia para el médico del conocimiento de las partes y de su función mediante la disección. No acabó con ello su formación en la ciudad helenística. Alejandría, junto con Pérgamo, contaba con uno de los grupos más serios y con más honda tradición hipocrática. La época alejandrina la llenan casi completamente las Epidemias y los Aforismos de Hipócrates, sobre los cuales centró sus comentarios la escuela de Quinto. En torno precisamente a este último libro hipocrático giró una de las discusiones más duras y violentas de la vida de Galeno. Nos referimos a la que sostuvo con el metódico Juliano a propósito de sus 48 tomos contra los Aforismos de Hipócrates, un alegato contra la teoría humoral hipocrática y el papel decisivo de la naturaleza en la curación de los enfermos (Wenkebach, 1951). De Alejandría proviene su ya clara y continuada enemistad hacia los metódicos, que se hará máxima durante sus estancias en Roma, donde contaban con uno de sus máximos representantes, Tésalo, que llegó a ser el médico de Nerón. Los metódicos practicaban un solidismo elemental y sencillo (las enfermedades dependían de la mayor o menor relajación de las partes sólidas del cuerpo) y rechazaban de plano dos de los principios más queridos de Galeno: la búsqueda de las causas y la experiencia clínica propia y ajena, especialmente la de quienes nos habían precedido. De ahí que no dudasen en criticar a Hipócrates, figura que tanto los dogmáticos como los empíricos respetaban, al igual que Galeno. Los primeros veían en él al gran teórico médico y los segundos al clínico experimentado sobre cuyos logros se apoyaban y aprovechaban. Acorde con sus planteamientos, Tésalo se comprometía a enseñar la medicina a los romanos en seis meses: no era necesario ni el estudio paciente de los escritos de los médicos que nos precedieron, ni las horas consumidas en la investigación, ni la experiencia reflexiva junto a los enfermos, lo que compendiaba la famosa expresión del primero de los Aforismos hipocráticos, «ars longa, vita brevis» (el aprendizaje del arte médico lleva tiempo y la vida apenas da para ello). Para Galeno, Tésalo no sólo estaba equivocado sino que era peligroso. Todavía cuarenta años más tarde nos hablará así de los metódicos alejandrinos:
[Los metódicos], poco versados en medicina, enseñan su arte sofístico mediante enseñanzas falsas y superficiales a multitud de adolescentes, poco interesados en la medicina y nada en la dieta (XVII/1, 806 K).
No cabe duda que Galeno caricaturizaba a sus enemigos doctrinales —en este caso, a los metódicos— para mejor atacarlos (Smith, 1979). De hecho, el metodismo en la época de Galeno fue un movimiento más complejo de como nos lo dibuja Galeno. Por ejemplo, en los cien años transcurridos entre Tésalo y Sorano, el metodismo se hizo doctrinalmente complejo y no exento de planteamientos fecundos y originales, como nos demuestra la Ginecología de Sorano o sus puntos de vista sobre las enfermedades agudas y crónicas, conocidos gracias a los escritos de Celio Aureliano (Lloyd, 1983).
Galeno cree en el progreso, si bien en un progreso acumulativo que hunde sus raíces en los antiguos, una especie de scientia aeterna nutrida por los amantes de la verdad y receptiva a las contribuciones de todo aquel que no fuera sectario (Edelstein, 1967; Temkin, 1973). Los seiscientos años transcurridos entre Hipócrates y él mismo no marcaban otra diferencia que la de haberse ido acumulando datos nuevos y experiencias más contrastadas, un proceso en el que estaba inmerso el propio Galeno con sus contribuciones y que él mismo tuvo ocasión de experimentar en su propia biografía a lo largo de los años. Acumulación de datos que no era ciega sino que estaba sometida a la comprobación, de ahí que la aceptación de los antiguos no estuviera exenta de crítica. Rectificación que Galeno extendía a sí mismo. Así se explica, por ejemplo, la presencia de errores deslizados entre los primeros libros de sus grandes tratados anatómicos (por ejemplo, descripción de los músculos interóseos de manos y pies o del elevador del párpado en Sobre el uso de las partes y Procedimientos anatómicos) , que son rectificados en los siguientes libros, redactados en momentos posteriores de su vida. Los antiguos no aceptados ciegamente (Hipócrates, Platón, Aristóteles, Herófilo) no tenían por qué ser reemplazados sino sencillamente mejorados. Galeno no planteó en ningún momento ruptura alguna con la tradición médica griega tal como él la entendía, y se relacionó con ella, y con sus escritos, como si de contemporáneos se tratara. Pese a sus rectificaciones, a sus polémicas, a la conciencia de superioridad que él mismo tenía en esa línea de progreso (se consideraba, por ejemplo, la culminación de la tradición hipocrática), la autoestima de su aristocracia intelectual puesta de manifiesto en sus polémicas constantes contra «esa multitud» de médicos y filósofos ignorantes responsables de una decadencia que se anuncia, pese a todo ello, Galeno no planteará nunca una revolución científica (Temkin, 1973). Con esta actitud de respeto y continuidad, Galeno no hacía otra cosa sino participar de la preocupación helenística por los grandes maestros del pasado griego. Nunca en la Antigüedad se llegó tan lejos en la canonización de los clásicos. Hasta tal punto que dicho período estuvo dominado más por el sentido de transmisión que por el desenvolvimiento de la razón. En este contexto hay que plantear los recursos continuos de Galeno, con todas las matizaciones hechas, a Hipócrates, Platón, Aristóteles, Posidonio, Euclides y otras grandes figuras griegas de científicos e intelectuales.
Los años de estancia en Alejandría y sus viajes por Egipto contribuyeron en gran manera a su iniciación en el complejísimo mundo del método terapéutico. En Egipto, lugar de cruce de civilizaciones, se desarrollaron extraordinariamente las formas más variadas de farmacia. No creemos que sea ajeno a su formación farmacológica el contacto con Lucio —distinto del Lucio de Tarso, al que cita nuestro médico a propósito de un remedio contra la disentería (XIII 292 K)—, partidario de la más compleja polifarmacia.
No debió ser indiferente para su curiosidad y preparación el ambiente alejandrino y la fama de sus matemáticos, físicos y astrónomos. Recordemos que cita con respeto, considerándolo como su maestro, a Euclides; que conoce la astronomía de Aristarco de Samos, de Eratóstenes y especialmente la de Hiparco; que no le son extraños los logros de Arquímedes, etc. Allí tuvo ocasión de entrar en contacto directo con una serie de novedades técnicas conseguidas por los ingenieros y físicos alejandrinos. La precisión y el respaldo de conocimientos matemáticos y astronómicos que ello implicaba le sirvieron como modelos incitadores en su ciencia médica. Nunca ocultará su admiración por el complejo mecanismo de los relojes de agua. Su deseo se cifrará en trasladar la seguridad de su método al diagnóstico y al pronóstico —base este último del prestigio social del médico. Euclides y su geometría serán en sus manos recursos dialécticos al servicio de la demostración de determinados problemas, por ejemplo la visión (III 830 K). Su utilización formó parte del esfuerzo de Galeno por fundamentar metódica y lógicamente sus descubrimientos.
No se pueden seguir mis explicaciones (las de la visión) —nos dirá— si no se conoce previamente la geometría de Euclides (III 830 K).
Parece ser que en los diez años que duró su estancia en Egipto y su posterior permanencia en Pérgamo, Galeno desplegó una discreta actividad literaria publicando cuatro obras: un tratado en quince libros, Sobre la demostración , al que concedía gran importancia para el desarrollo posterior de su obra y en el que pretendía sentar las bases epistemológicas de su actividad médica; dos diccionarios, uno de carácter general y otro médico, que respondían a su preocupación por el uso correcto de los términos y conceptos, de marcado carácter antimetódico, y por último, un compendio de anatomía. Todas estas obras —salvo fragmentos— se han perdido (Müller, 1895; llberg, 1889-97; Walsh, 1934-39; Nutton, 1993a).
El modelo metodológico de la geometría lo extenderá Galeno al pensamiento metodológico en general. No basta con la sola percepción sensorial y la intuición intelectual, aunque sean puntos de partida ineludibles y básicos en la construcción del pensamiento médico y de la propia práctica, es necesario ir más allá, como lo hace la geometría que, desde unos principios axiomáticos, deduce teoremas que, a su vez, provocan nuevos teoremas. Ello exige rigor terminológico y definiciones claras de todos los elementos necesarios para la construcción deductiva. El médico debe, además, incorporar la capacidad de distinguir entre lo semejante y lo desemejante y especialmente la división entre géneros y especies. Ello permitirá al médico penetrar en el reino de la naturaleza física y de la estructura de los cuerpos. La lógica será necesaria al buen médico (Kieffer, 1964; Bames, 1991). Los dos polos dialécticos entre los que discurrió la metodología galénica fueron el apoyo en la experiencia y el recurso a la capacidad reflexiva del hombre. A asumir ambos en una síntesis superior dedicó Galeno su labor de científico, y consagró un breve escrito —El buen médico ha de ser filósofo — al problema concreto del lugar que ocupan la filosofía y la lógica en la formación del médico. El verdadero y buen médico debe cumplir las siguientes condiciones: conocimiento y posesión de los procedimientos lógicos para superar y comprender las diferencias y semejanzas de los distintos males y los remedios consiguientes, ejercicio de su profesión con plena sōphrosýnē y un conocimiento adecuado de la naturaleza del cuerpo humano. Es decir, ha de dominar (y practicar en la medida posible) las tres partes fundamentales del saber: la lógica, la física y la ética. Quien no alcance tal nivel —nos dirá con exigencia Galeno— no será un verdadero médico (iatrós) , sino un mero «recetador» (pharmakeús) (Isnardi, 1961).
Galeno se empeñó en demostrar que la medicina implica procedimientos teóricos. Y precisamente el método lógico tiene especial importancia, pues es el que permite al médico penetrar en la estructura de los cuerpos. Ello será posible, como hemos dicho, mediante la división (diaíresis) en géneros y especies, el análisis y la síntesis (Barnes, 1991).
El que no conoce la naturaleza y la esencia de la demostración —afirmó Galeno—, como confiesan algunos de los que pretenden ser filósofos, no puede aspirar a enseñar nada. Es como si un ignorante en matemáticas y en geometría pretendiese poder predecir los eclipses de sol (I 254 K).
Si consideramos la obra de Galeno en su conjunto, observaremos una evolución respecto de la necesidad de la lógica para el médico. Al principio de su obra adoptó una postura muy rígida. Sus contactos polémicos con Juliano, con el que había convivido en Alejandría, le llevaron a la formulación de la necesidad de incorporar la capacidad de reflexión del hombre —concretada en los principios de la lógica aristotélica tal como los había recibido el helenismo— a la elucidación de los problemas médicos y, más concretamente, del diagnóstico. Lo que Galeno llamó «diagnóstico científico» (epistēmonikḗ diágnōsis) , uno de sus logros en el campo de la patología y al que dio expresión práctica en su obra Sobre la localización , es aquel en el que se une la experiencia sensorial, el conocimiento anatómico y funcional, y la práctica del razonamiento en el sentido dado por Aristóteles a este proceso deductivo. Con este tipo de diagnóstico, Galeno pretendió encontrar «los lugares afectados, que escapan al conocimiento mediante el tacto y la vista» (VIII 389 K).
Con la lógica se dotaba a la medicina, además, de un vehículo y de una técnica que le permitiría superar las diferencias (diaphoraí) existentes entre las escuelas, esterilizadas en una lucha de términos y conceptos y alejadas de la realidad. El instrumento (órganon) que dotaría de rigor científico a la medicina sería la lógica aristotélica. Los tres grandes campos de la práctica médica, el diagnóstico, el pronóstico y la terapéutica, exigían el conocimiento de la lógica para su práctica correcta y plena (Barnes, 1991). Esta preocupación de Galeno cristalizó ya en Alejandría con el proyecto de escribir una obra que sirviera a este propósito. Así fue como surgió el tratado Sobre la demostración , que seguramente concluiría unos años más tarde en Pérgamo, y que se ha conservado en parte (Isnardi, 1961).
El tiempo y la experiencia clínica limaron bastante la rigidez de sus posiciones iniciales, aunque no su firmeza. Contra lo que luchó Galeno, fundamentalmente, como veremos, desde su segunda estancia en Roma, fue contra el peligro de que el médico se entretuviese más en el cuidado de sus propias reglas y olvidase que lo importante era el conocimiento y la capacidad de aplicación racional de las reglas teóricas a un objetivo determinado, la salud del enfermo, único fin (télos) auténtico de la medicina y de la acción del médico.
Galeno conocía perfectamente la imagen del auténtico médico que presentó Platón en el libro IV de Las Leyes , el cual, en oposición al curandero (médico de esclavos y esclavo él mismo), parte de los principios lógicos y procede según una idea general de la auténtica naturaleza de las cosas. Recordemos que el modelo de Platón fue Hipócrates, como él mismo afirmó en el Fedro (Kudlien, 1968; Joly, 1969; Laín, 1970). Para presentar la figura del médico hipocrático ofrecido por Platón a los lectores de la época helenístico-romana como paradigma del auténtico médico, se le ofrecían a Galeno dos métodos entre los que debía necesariamente elegir: la dialéctica platónica o la demostración de Aristóteles. Walzer (1949) no dudó en afirmar que será la demostración científica aristotélica sobre la que se apoyó Galeno. Así intentó probarlo prácticamente en su gran tratado Sobre la demostración , donde recalcó la necesidad de un entrenamiento en la lógica, que para él es, en primer lugar, demostración (apódeixis) .
e. Regreso a Pérgamo
Tras cinco años de estancia en Alejandría, con una sólida formación anatómica y clínica y provisto de un nutrido arsenal terapéutico volvió, alrededor del año 157, a Pérgamo, donde permaneció por un período de otros cinco años, hasta septiembre del 162, en que se trasladó a Roma (II 216-218; VIII 361 K; Nutton 1972, 1973).
El período de estancia en Pérgamo marcó el comienzo de tres aspectos de su actividad médica decisivos para su futuro profesional. En esos años adquirirá una experiencia quirúrgica muy sólida que cimentará su prestigio; comenzará una serie de experiencias anatomofisiológicas en el tracto gastrointestinal, mecánica de la respiración y sistema nervioso, que constituirán uno de los aspectos más originales de su obra; y consolidará su formación en dietética y gimnástica, llegando al convencimiento de la plena incorporación conceptual de la gimnástica a la higiene y de la necesidad de la dirección médica en tales ejercicios.
El propio Galeno nos da muchas noticias sobre esta estancia en Pérgamo, que viene subrayada por su nombramiento como médico de los gladiadores por parte del pontífice del templo de Esculapio, de quien dependía la administración del anfiteatro. Antes de aceptar tal puesto de trabajo, Galeno ejerció la medicina en Pérgamo y ciudades vecinas, algo que recordará, lleno de nostalgia, durante su estancia en Roma (Lyons, 1969). Con el nombramiento de médico de los gladiadores se le ofrecieron grandes oportunidades en los distintos terrenos terapéuticos (dietético, farmacológico y quirúrgico). Las aprovechó para poner en práctica sus conocimientos y también para experimentar nuevos remedios, «hasta entonces nunca empleados por mis maestros ni leídos en sus obras» (X 394 K).
Galeno incorporó plenamente a su obra la experiencia quirúrgica adquirida en esos años y la utilizó a menudo. Casi veinte años más tarde —hacia el 177—, hablando de la inflamación, nos dirá:
Los que creen que la inflamación sigue necesariamente a las heridas demuestran gran ignorancia (X 378; XVIII/2, 567 K).
Una vez más, el sólido conocimiento de la anatomía le dotará de superioridad y le permitirá proclamar con cierta arrogancia —durante su primera estancia en Roma— que determinada herida sólo él podía tratarla quirúrgicamente, algo fuera del alcance del resto de sus colegas. Utilizará la historia clínica para subrayar con nuevos argumentos —los de la técnica quirúrgica practicada con éxito— la necesidad que tiene el cirujano del estudio anatómico. Necesidad que subrayará, en el mismo pasaje, mediante la inclusión a continuación de otra historia en la que la ignorancia de la topografía anatómica del área afectada, por parte del cirujano llamado a consulta, acabó con la vida del paciente.
Un esclavo, que fue golpeado en el esternón en la palestra, no fue bien curado cuando debía. Transcurridos cuatro meses, se apreció pus en la zona golpeada. El médico que le atendió incidió la zona y, tal como pensaba, la herida cicatrizó rápidamente, pero volvieron a aparecer la inflamación y la supuración. Tras una nueva incisión no se consiguió la cicatrización. El patrón del muchacho convocó consulta de médicos, entre los que me encontraba. Todos estábamos de acuerdo en que el problema era la putrefacción del esternón, pero como era visible el movimiento del corazón a la izquierda del hueso, ninguno se atrevía a apartar el hueso afectado creyendo que ello provocaría una perforación de la cavidad torácica. Yo opiné que era posible apartar el hueso sin provocar lo que los médicos llamaban «perforación». No prometí nada sobre la completa curación pues no estaba claro si alguna parte bajo el esternón estaba o no afectada. Una vez despejada la zona, sólo parecía afectado el esternón. Ello me dio confianza para seguir adelante, visto que los bordes de la herida y las arterias y venas subyacentes parecían sanas. Tras quitar el hueso afectado en el punto donde la punta del pericardio se adhiere al esternón, el corazón quedó expuesto, pues el pericardio estaba afectado por la putrefacción. Todos temimos por el muchacho, pero éste sanó en poco tiempo, lo que no hubiera sucedido si alguien no hubiera apartado el hueso afectado; algo que nadie hubiera tenido el coraje de hacer sin estar previamente entrenado en la práctica anatómica. Por la misma época, otro médico, al incidir un absceso en un brazo, cortó una arteria importante por ignorar la topografía de la región. Perdió los nervios a causa de la hemorragia, y a duras penas pudo ligarla pues era profunda. Pasó el peligro de la hemorragia, pero acabó matando al paciente, pues la ligadura provocó una gangrena, primero en la arteria y luego en las partes cercanas (II 632-633 K).
Muy importante debió ser en su biografía el intenso contacto con la cirugía en Pérgamo cuando, muchos años más tarde, no se recató en afirmar que, de haber permanecido en Asia, hubiera continuado practicándola (X 454-455 K).
Ya desde su época de estudiante en Esmirna se había sentido preocupado por el problema de la respiración. A su vuelta a Pérgamo reanudó los trabajos relacionados con el problema, aclarando definitivamente el papel desempeñado por el diafragma y los músculos intercostales (II 657, 661, 7; III 409-608; IV 458-468 K). Fue entonces cuando descubrió la decusación de las fibras de estos últimos y su significado. Precisamente al ir seccionando los distintos nervios vecinos a los pulmones, para ver su posible influencia en la respiración, aclaró la función del nervio recurrente en relación con la voz (IV 278; XIV 627 K). Más tarde tuvo ocasión de verificar en la clínica estas primeras experiencias sobre animales, al tiempo que le posibilitaban la adecuada interpretación de los hechos clínicos, poniéndolas al servicio del que llamó «diagnóstico científico» (VIII 48 ss. K).
El éxito obtenido en estos trabajos y lo espectacular de los resultados le indujeron a proseguir por el mismo camino. Extendió sus experiencias incluso al cerebro, a la médula y a la serie de nervios que de ella proceden, hasta la primera cervical. Sus trabajos —realizados siempre sobre animales, con una intención de aplicación en la clínica humana—, comenzados en Esmirna, continuados en Pérgamo, culminaron durante su segunda estancia en Roma y quedaron reflejados en el libro IX de los Procedimientos anatómicos (II 709 K). Fruto de esta serie de investigaciones fue la importante conclusión de que la médula no era más que una extensión del cerebro introducida dentro del canal óseo formado por las vértebras, y la que de ella procedían los nervios. La médula representaba la conexión anatómica y funcional entre los nervios y el cerebro. Este campo será una de las grandes deudas de Galeno hacia su admirado maestro Marino —recordemos el elogio que le dedicó Galeno: «desde los tiempos de Herófilo (...) nadie hasta Marino y Numisiano había descubierto nada en anatomía» (XV 136 K)—. También a Marino se debió el estudio sistemático del cráneo y la clasificación de los nervios que salen de él (Garofalo, 1991; Sobre los procedimientos anatómicos 14, 1). Marino fijó en siete los pares craneales. Galeno confirmó con sus trabajos estos resultados de su maestro. Difundidos con sus obras, el número de pares craneales se mantendrá hasta el siglo XVIII en que se ampliaron a doce, el mismo número hoy admitido (Grmek et al ., 1994). Otra interesante consecuencia de los trabajos de Galeno en el campo de lo que hoy llamamos sistema nervioso fue la determinación de la función y área de actividad de determinados nervios. El intenso trabajo desarrollado en Pérgamo cobró forma escrita en los años de su inmediata y breve primera estancia en Roma. En efecto, en los tres años que duró su primera visita a la capital del imperio publicó una serie de breves pero interesantes escritos anatomofisiológicos, al mismo tiempo que preparó un fecundo programa de trabajo, que culminaría años más tarde con sus grandes obras anatómicas, patológicas y terapéuticas.
f. Primera estancia en Roma
En el año 162, las condiciones sociales y económicas de Pérgamo sufrieron una grave conmoción con motivo de la guerra de los partos en las vecinas fronteras de Asia. Inducido por estas u otras razones, Galeno embarcó en Alejandría de Tróade hasta Tesalónica y de aquí, a pie, atravesando Tracia y Macedonia, alcanzó Italia y Roma (XII 171 K), donde permaneció, como él mismo nos dice, por espacio de casi cuatro años, hasta el verano del 166 (XIX 15-19 K; Nutton, 1973, 1979).
Parece que Galeno llegó a Roma al comenzar el otoño del 162 (Nutton, 1972), en los inicios de sus treinta años. Como claramente nos dice, su propósito no era afincarse en la capital imperial. Pretendía sólo hacer una breve visita que le permitiese conocer la capital de los dominadores, vivir el ambiente cultural de ese gran centro de atracción de intelectuales y científicos griegos y dejar pasar el tiempo suficiente para que las legiones romanas pusieran fin a la guerra de los partos y Pérgamo volviera de nuevo a condiciones sociales y económicas más estables y seguras.
Pese a lo breve de esta primera estancia en Roma, las relaciones que allí entabló, las amistades que hizo, las polémicas que tuvo que mantener definieron de forma decisiva su futura biografía. Creo que el enfrentamiento con las distintas escuelas o sectas médicas, que en ninguna otra parte del imperio tenían tan claro perfil dogmático como en Roma, el encuentro con la ociosa e intelectualizada aristocracia romana interesada en los problemas naturales y especialmente en los biológicos, así como el relativo descrédito social que padecía la cirugía en el ambiente romano, condicionaron en grado considerable sus futuras líneas de trabajo, así como su instalación en el campo del pensamiento médico, científico y filosófico (Scarborough, 1969; Jackson, 1993). Pese a ello, Galeno no renunció al ejercicio de la terapéutica quirúrgica, llena de riesgos, pero también de gran impacto social, como ya hemos visto, e incluso pensó seriamente en escribir un tratado quirúrgico, que no llevó a cabo, tal como afirma en los últimos capítulos de su Método terapéutico , escritos en Roma en los últimos años de su vida (X 986 K; Nutton, 1991).
Galeno se introdujo con relativa rapidez en la alta sociedad romana. Inmediatamente se interesó por lo que hoy llamaríamos centros editores y librerías y por los círculos filosóficos y médicos, al tiempo que acudía con asiduidad al Templo de la Paz, centro intelectual romano donde tenían lugar las discusiones filosóficas y científicas. Pronto el joven y ya maduro médico griego, educado en la libertad intelectual, amigo de exponer sin miedo sus opiniones y entrenado en el arte de la retórica, se sintió a gusto y tomó parte activa en tales discusiones. Su sólida formación, la actitud polémica que demostró desde sus primeros años de dedicación frente a las distintas escuelas médicas y que fue acentuándose con los años, su gran curiosidad intelectual y su portentosa capacidad de trabajo explican en parte la situación de Galeno en Roma y las distintas actividades que allí desarrolló en aquellos tres años.
A poco de llegar, comenzó a frecuentar los cursos de Eudemo, aristotélico de gran prestigio, se ganó la confianza de Glaucón y trabó gran amistad con dos jóvenes médicos que se convirtieron en entusiastas admiradores suyos, Teutras, natural, como él, de Pérgamo, y Epígenes (XI 193; XIV, 606 ss. K). Una serie de éxitos médicos, clínicos y quirúrgicos, le abrieron las puertas de la gran clientela romana, los intelectuales, la aristocracia y el círculo imperial. Pacientes suyos fueron el prestigioso filósofo peripatético Eudemo, el cónsul Sergio Paulo, el también cónsul Flavio Boecio, entre otros.
Seducido por el interés que demostraba la aristocracia hacia los problemas médicos, comenzó una serie de brillantes demostraciones públicas en el Templo de la Paz, dando así a conocer sus revolucionarios trabajos, realizados en Pérgamo, sobre el papel desempeñado por el nervio recurrente, los problemas en torno a la mecánica de la respiración, la serie de experiencias y su espectacular demostración de la función de los uréteres y del verdadero papel desempeñado por la vejiga. Su juventud, la novedad de sus puntos de vista, el éxito y lo certero de sus diagnósticos y pronósticos, sus espectaculares vivisecciones, el marcado tono polémico de sus disertaciones, la denuncia del dogmatismo y espíritu de escuela de los médicos de Roma pertenecientes a las distintas sectas, que se sentían directamente aludidas con los trabajos y palabras del joven asiático, y también, hay que decirlo, su irritante arrogancia, despertaron una extraordinaria animosidad contra Galeno. Culminó en la famosa discusión sobre la flebotomía —un remedio que Galeno consideró el más adecuado y eficaz en los casos de plétora, especialmente en los enfermos con exceso del humor sangre (Brain, 1986)—, que le enfrentó definitivamente con los erasistráteos (los seguidores del viejo y prestigioso maestro alejandrino del siglo III a. C., contemporáneo de Herófilo), especialmente con Marciano —«vicioso y discutidor», lo calificó Galeno (Scr. min . II 94-95)—, anatomista prestigioso y de gran peso social, al que humilló públicamente pese a tener más de setenta años. Galeno demostró ante los círculos intelectuales y médicos de Roma que Marciano y los erasistráteos no sólo no habían entendido bien al propio Erasístrato sino tampoco a Hipócrates y a lo más selecto de los médicos griegos que habían practicado este remedio (la flebotomía) con éxito y fundadamente. Debieron mediar especiales circunstancias en la polémica, no del todo aclaradas, pues a partir de entonces optó por un prudente silencio, dedicándose por entero al ejercicio médico y a la redacción de diversos escritos (XIX 15 K; Walzer, 1946). En efecto, años más tarde, recordando estas polémicas de su primera estancia en Roma, juró no tomar parte más en ellas pues la satisfacción del triunfo social no compensaba los odios que provocaban (Ser. min . II 94-96). Galeno seguramente tuvo muy presente la triste experiencia romana de su paisano Quinto, de quien diría que fue «el mejor médico de su tiempo» (XIV 602 K). Quinto debió marchar a Roma y ejercer allí la medicina en el reinado de Adriano, entre el 117 y el 138. Sus éxitos terapéuticos y sus brillantes demostraciones anatómicas le acarrearon la envidia de muchos de sus colegas, pero también su falta de modales y total indiferencia, e incluso desprecio, por las formas sociales de la exquisita alta sociedad romana, le crearon un mal ambiente (XVII/2, 151 K); tanto, que tuvo que abandonar la ciudad bajo la terrible acusación, parece ser que infundada, de dejar morir a sus enfermos (XIV 602, 625 K) (Nutton, 1979; Grmek et al ., 1994).
No sólo las polémicas doctrinales, también debieron mediar problemas económicos en la dura lucha de la competencia profesional por el mercado de la clientela médica. Parece ser que la enemistad de Antígenes, otro médico griego que llegó a Roma poco antes que él y que gozaba de una sólida clientela, se inició cuando se vio afectado porque lo mejor de ella lo abandonó por Galeno (XIV 605-620 K; Smith, 1979). Éste no se vio libre del violento clima de la Roma imperial; el propio filósofo Eudemo a quien Galeno había curado de unas fiebres, le puso en guardia sobre un posible envenenamiento, práctica no desconocida en los círculos selectos romanos para desembarazarse de los enemigos (XIV 620-624 K).
Su postura sobre la pertenencia de los médicos a las distintas sectas o grupos doctrinales quedó definitivamente aclarada. Muy significativo a este respecto es el diálogo —que Galeno nos ha conservado— entre Marciano y sus amigos en el que el primero les pregunta por la escuela a que pertenecía Galeno. La respuesta de éste no ofrece duda: llama esclavos a los hipocratistas, a los praxagóreos y, en general, a todos los adscritos a grupos, proclamando la libertad de elegir la verdad allí donde se encuentre. Con ello, Galeno entró a formar parte de esa tradición en la cual la fidelidad no crítica a una escuela particular se consideraba opuesta al conocimiento y verdad auténticos. La verdad, nos dirá unos treinta años más tarde al enjuiciar la posición de Posidonio dentro de la Stoa, no consiste en la adhesión a una escuela determinada (IV 819-820 K). Pero aclaremos que Galeno no fue el único en adoptar esta actitud. En esto, participaba de una corriente a la que se adhirieron las personalidades «fuertes» de su época (Temkin, 1932).
La mayor parte y lo más interesante de su producción científica en esta primera estancia en Roma estuvo dedicada al cónsul Flavio Boecio, «auténtico apasionado por los problemas anatómicos, como no lo fue hasta él ningún otro hombre» (II 215-216 K), al igual que asiduo lector de Aristóteles, cuya admiración compartía con Galeno. Además de compartir gustos intelectuales, Galeno cimentó su amistad con el cónsul tras haberle curado a su esposa, enferma de un flujo crónico. No sólo recibió, además, nuestro médico una recompensa importante en metálico (cuatrocientas piezas de oro), sino la oportunidad de aumentar su prestigio en la corte imperial, un ambiente por el que pugnaban los otros médicos griegos en Roma. A instancias suya redactó su importante escrito anatómico Sobre el uso de las partes .
La forma en que redactó dicho libro es muy típica de su modo de acercamiento a los problemas. En primer lugar, escribió un epítome anatómico en dos libros, dedicado a su amigo y protector el cónsul, quien corrió con los gastos de su publicación. Al mismo tiempo, insatisfecho por el epítome y conocedor ya de la oportunidad y conveniencia de exponer detalladamente sus ideas anatomofisiológicas —y pesando en gran manera los motivos religiosos que ya vimos—, redactaba el libro primero de lo que sería una obra de diecisiete, también dedicada a Boecio. Esta obra, a través de sus traducciones al árabe y al latín, será sin duda una de las que más influencia iban a ejercer en la posteridad y que junto con el también largo escrito (15 libros) Sobre los procedimientos anatómicos , constituirá el momento cumbre del pensamiento anatomofísiológico de la Antigüedad (May, 1968; Laín, 1987; Garofalo, 1991).
Durante esta primera estancia en Roma mantuvo una actividad intelectual febril y escribió diversas obras, de las que actualmente conservamos unas catorce (Ilberg, 1889-97), algunas tan importantes, además de los primeros libros de las mencionadas, como la primera parte de Sobre las doctrinas de Hipócrates y de Platón , cuyos seis primeros libros estuvieron dedicados también a Flavio Boecio, y que recogen muchas de las discusiones tenidas en los intelectualizados círculos de la aristocracia romana. Tanto estimaba Boecio estas obras que se las llevó consigo a Siria (Palestina), donde había sido nombrado consul y donde murió (De Lacy, 1981). Otras se han perdido, como la que escribió Sobre la voz y la respiración. A través de otros escritos y recuerdos de Galeno podemos reconstuir el núcleo de esta obrita y conocer más de cerca lo que entendía Galeno por postura crítica ante los grandes maestros y cómo el atenimiento al doble principio de la percepción sensorial y el uso de la inteligencia, junto al trabajo imaginativo y constante de la investigación, eran los únicos elementos que nos permitían seguir sin servilismo a los grandes maestros griegos.
Es sabido que Aristóteles y los estoicos situaban la facultad de razonar (el alma racional) en el corazón, mientras que Platón la localizaba en el cerebro. Un argumento fisiológico poderoso a favor de la tesis peripatética era que la voz, el más evidente instrumento de la razón, procedía del pecho. Galeno supo demostrar ante su audiencia romana, y en el propio círculo de los peripatéticos, que el órgano que controlaba la voz era el cerebro a través del nervio recurrente laríngeo, cuyo recorrido y función sobre los cartílagos laríngeos supo mostrar ante su audiencia en una serie de detalladas y espectaculares disecciones y vivisecciones con animales. Recordemos que había descrito también el mecanismo de la respiración y la función jugada en ella por los músculos intercostales. Demostró mediante la anatomofisiología que era el cerebro quien controlaba la voz y que era Platón y no Aristóteles, en este punto, quien tenía la razón (XIV 627-630 K).
g. Regreso de nuevo a Pérgamo
En el verano del 166 dejó Roma, como era su propósito, y se dirigió a Pérgamo. Él mismo nos narra las circunstancias un poco novelescas en que abandonó la ciudad imperial (K XIV 648-649). No están aclarados los motivos de su precipitada salida, pero no creemos que fuera ajeno a ello el clima, cada vez más hostil, de los círculos médicos romanos, el nombramiento hacia el 165 de Flavio Boecio como cónsul en Palestina, la normalización de la situación en las provincias asiáticas y las alarmantes noticias sobre la peste en Roma (Nutton, 1973).
h. Vuelta a Roma por segunda vez
¿Qué hizo hasta el invierno del año 168-169, en que los emperadores —Marco Aurelio y Lucio Vero— le llamaron a Pérgamo para que se uniera a ellos en los cuarteles de invierno de Aquileia? Los biógrafos no están de acuerdo. Tampoco las noticias que nos da el propio Galeno son suficientemente claras. Parece ser que viajó por Palestina, Chipre y regresó más tarde a Pérgamo, donde debió continuar su triple actividad de clínico, investigador y escritor (Walsh, 1934-39; Bardong, 1941; Nutton, 1973).
La llegada de la peste a Aquilea hizo que los emperadores, su séquito y parte del ejército regresasen a Roma. La rapidez de la marcha no impidió que Lucio Vero muriese en Altino en febrero del 169. Fue por entonces cuando se consolidó la amistad con Marco Aurelio, y Galeno fue nombrado médico de Cómodo, el hijo y heredero del emperador. Esta función era tan estimada por el emperador que cuando éste partió hacia la frontera germana para guerrear con los marcomanos, Galeno se retiró a la residencia de Cómodo, en la campiña romana, marginado del polémico ambiente de la capital. En realidad declinó la invitación del emperador de acompañarle a la campaña militar (XIV 650; XIX 18-19 K), argumentando que Esculapio, con toda probabilidad en un sueño, se lo había así aconsejado (Nutton, 1979). No es extraño que Galeno elogie la bondad y humanidad del emperador (XIV 650), el cual, a su vez, tenía en gran estima al médico de Pérgamo al que consideraba «el primero de los médicos y el único de los filósofos», como el propio Galeno nos recuerda henchido de satisfacción (XIV 660 K).
Hasta el año 180 en que murió Marco Aurelio, su vida transcurrió dedicada a las funciones de médico de la corte, a la práctica de la medicina, a la enseñanza y a la redacción de sus más importantes obras médicas y filosóficas (Ilberg, 1889-97). En efecto, dicho período es el de máxima creación de Galeno. Sobre todo los siete años comprendidos entre el 169 y el 176, entre sus cuarenta y cuarenta y siete años. Es impresionante el número y la importancia de los escritos que en ese período publicó. Fueron no menos de cuarenta obras las que redactó, algunas totalmente, otras en parte, siguiendo el método que ya nos es familiar, como los cinco primeros libros de los Procedimientos anatómicos , tres de los libros (7-9) de Sobre las doctrinas de Hipócrates y Platón , los ocho primeros libros de Sobre las facultades y temperamentos de los medicamentos simples , los tres primeros de su Higiene o Conservación de la salud , así como los seis primeros de su importante tratado Sobre el método terapéutico (éstos hacia el 172), precisamente la parte donde expone su importante concepto de «indicación terapéutica» (endeíxeis) . Él mismo nos cuenta que la muerte del destinatario, el médico Hierón, le hizo abandonar la conclusión de la obra, que completó (libros 7 a 14) veinte años más tarde, hacia el 193, dedicando esta segunda parte a Eugeniano. Sorprende cómo, pese a los muchos años transcurridos entre la primera y segunda parte de la obra, ésta conserva su coherencia y la lucidez con que fue planeada (Hankinson, 1991; Nutton, 1991).
Para Galeno, al igual que para los hipocráticos, el verdadero principio de la curación es el esfuerzo sanador de la naturaleza del enfermo. «La naturaleza gobierna nuestro cuerpo y lo hace todo por la salud del ser viviente» (V 114 K). El arte del médico consiste simplemente en ayudar a la naturaleza en su esfuerzo curativo.
Y las enfermedades tan leves cesan al punto, si se alejan los agentes causales al sanarlos la naturaleza. Sólo necesitan ayuda exterior aquellas que por su magnitud no pueden ser vencidas por la naturaleza (VIII 28-29 K).
Estos dos principios —fuerza curativa de la naturaleza, papel del terapeuta como servidor de ella a través de su arte— se articulan y adquieren forma canónica en los escritos galénicos. En la elaboración a que sometió Galeno los principios hipocráticos dio expresión formal y técnica a la condición sanadora de la naturaleza y, al mismo tiempo, se esforzó por dotar al médico de una guía segura para los casos particulares; una guía basada en la experiencia y en la razón. Lo primero lo llevó a cabo mediante el análisis de las cuatro fuerzas (dynámeis) en que se expresa la virtualidad de la naturaleza (la atractiva, la retentiva, la alterativa y la expulsiva, radicando en esta última la condición sanadora de la naturaleza); lo segundo, con la elaboración de su doctrina de la «indicación terapéutica», es decir, saber lo que conviene hacer en cada caso (X 101, 104 K). Su concepto de «indicación terapéutica», que él extendió incluso a la profilaxis (X 248 K), fue una original aportación de Galeno que construyó en polémica con los metódicos y subrayando el aspecto más positivo de los dogmáticos. Para los primeros, la indicación terapéutica que debía seguir el médico era la que se derivaba de la propia naturaleza de la enfermedad. Por ejemplo, si había una piedra en la vejiga, había que quitar la piedra. Este tipo de indicación en la terapéutica médica no pasa de ser una obviedad, puro aprendizaje empírico. Si el médico aspira a ser un technikós , es decir a fundamentar su actuación terapéutica en la ciencia, debe ir más allá, utilizar la razón (algo preconizado por los miembros de la escuela dogmática) (Kudlien, 1991) y basar su indicación terapéutica en cuatro principios: la índole o naturaleza del proceso morboso, la naturaleza del órgano en el que sienta la enfermedad, la constitución individual del enfermo y, en cuarto lugar, las causas externas de enfermedad, especialmente, insiste Galeno, las ambientales y los sueños.
Galeno discutirá el papel de los sueños en el diagnóstico, en sus comentarios a las Epidemias (Wenkebach y Pfaff, 1934). No nos debe sorprender esto último si tenemos en cuenta que los sueños fueron una parte de la cultura del naturalismo griego (Lloyd, 1987), que, en tiempos de Galeno, integró la rica cultura popular greco-romana sobre los mismos (Oberhelman, 1993). En esta línea, es decir el uso del sueño como clave para conocer la disposición corporal, el propio Galeno nos informa (Wenkebach et al ., 1934) que escribió una obra Sobre los sueños , por desgracia perdida, pero de la que se han conservado, parece, pequeños fragmentos (VI 832-835 K). Por otra parte, no debemos olvidar la siguiente reflexión de Temkin: «Si queremos ser históricamente correctos, la medicina no puede definirse como una ciencia o la aplicación de una ciencia o ciencias. Medicina es tratamiento (y prevención) basado en los conocimientos que se consideren necesarios. Tales conocimientos pueden ser teológicos, mágicos, empíricos, racionales y especulativos, o científicos. El hecho de que nuestra medicina actual se base en gran parte en la ciencia no por ello hace que otras formas sean menos médicas, aunque pensemos que fueran menos efectivas» (Temkin, 1977). La medicina a lo largo de la historia ha sido plural y no por ello sus distintas formas deben ser consideradas menos valiosas; un ejemplo de esta pluralidad, en el seno mismo de la medicina occidental, la tenemos en la medicina galénica, tan distinta de la nuestra actual.
Con estos principios abordó el método correcto —frente al preconizado por metódicos y empíricos— de curación de las enfermedades, las cuales clasificó en tres grandes grupos: las que implican solución de continuidad en las partes del cuerpo sobre las que asientan (heridas, fracturas, rotura de vasos, úlceras); las debidas a un desequilibrio humoral (dyskrasía) de alcance total para todo el cuerpo (las fiebres); y las que implican tumefacción patológica (inflamaciones, tumores, etc.). Galeno, con su Método terapéutico , construyó una obra ambiciosa, dirigida a sus colegas los médicos, sobre la que volcó toda su experiencia clínica en forma de docenas y docenas de casos clínicos, que hacen de este escrito, aunque muy extenso, uno de los más atractivos pese a su complejidad doctrinal. No en balde fue una obra iniciada en la madurez de Galeno y concluida, hacia el final de su vida, en los años de maestría (Nutton, 1991). Sin duda, su traducción al árabe y al latín, junto con su estudio y comentario, hizo de ella uno de los pilares sobre los que se construyó el galenismo posterior, tanto el medieval como el renacentista.
No se acabó con estos importantes escritos la actividad intelectual de Galeno. A ellos hay que añadir una serie de obras donde sistematizó los conceptos básicos filosóficonaturales sobre los que se articulará su pensamiento médico en un intento de incorporar lo que, según él, es lo mejor de la tradición médica griega, el pensamiento hipocrático. Es cuando expone sus argumentos a favor de los elementos constituyentes de la materia, especialmente de la materia orgánica, a los que incorpora la teoría de los cuatro humores (sangre, flema o pituita, bilis amarilla y bilis negra), que considera constituidos por la mezcla de los cuatro elementos (aire, fuego, agua y tierra). Cada uno de ellos es portador de las cualidades y propiedades de los cuerpos naturales. El conjunto de esas cualidades es enormemente variado y complejo. El esquema primario utilizado fue el de su reunión en pares contrapuestos o enantíōsis: caliente-frío, seco-húmedo, dulce-amargo, etc. En la época de Galeno se había llegado a una precisión canónica según la cual el hombre de ciencia era capaz de ordenar el conjunto de las diversas propiedades de los seres naturales partiendo de dos pares de enantíōsis: lo caliente y lo frío, lo húmedo y lo seco. De este modo, los cuatro elementos son concreciones de propiedades contrapuestas. El agua es la concreción de lo frío y lo húmedo; el fuego de lo cálido y lo seco; el aire de lo cálido y lo húmedo; la tierra de lo frío y lo seco. A estas propiedades o facultades naturales Galeno, como todos los griegos, las llamó dynámeis (facultad, acción).
En cuanto a la demostración científica es preciso basarla en principios tales como que la acción ejercida y sufrida recíprocamente por los cuerpos depende del calor, del frío, de lo seco y de lo húmedo, y que si las venas, las arterias, el hígado, el corazón, el estómago o cualquier otra parte ejercen cualquier acción, no hay más remedio que reconocer que dicha acción existe en el órgano en virtud de una cierta mezcla de las cuatro cualidades (II 125-128 K).
Una mezcla comprobable también en los alimentos, en las medicinas, en el conjunto de factores ambientales, que condicionan la salud y la enfermedad del cuerpo. En la mezcla (mezcla de cualidades, mezcla de humores), krâsis , consisten precisamente los «temperamentos», que configuran las estructuras orgánicas de cada órgano, de cada cuerpo y de cada individuo. El equilibrio o desequilibrio de esa mezcla (Krâsis) , marcará la frontera entre lo normal y lo patológico. Fueron conceptos con los que Galeno estuvo familiarizado desde su época de estudiante y que habían sido elaborados por la escuela médica pneumática bajo la influencia estoica (Wellmann, 1895; Smith, 1979).
Toda esta trama conceptual la expuso Galeno de forma más o menos sistemática en obras escritas durante este período de febril actividad intelectual, favorecida, sin duda, por la paz de que gozó en los círculos cortesanos de la campiña italiana del sur, siguiendo a Cómodo. Obras como Sobre los elementos, según Hipócrates, Sobre los temperamentos (Peri kraseón), Sobre las facultades naturales. Sobre la discrasia anómala (una obra perdida), Sobre las facultades y temperamentos de los medicamentos simples, Sobre la consunción (marasmus), Sobre las facultades de los alimentos , entre otras.
Junto a este conjunto de escritos, de factura más o menos teórica con evidentes repercusiones prácticas, Galeno redactó todo un corpus doctrinal médico donde expuso lo que hoy se conoce con el nombre de patología general (la idea de enfermedad, sus causas, los síntomas en que se manifiestan las distintas enfermedades y el modo de interpretarlos por parte del médico). El núcleo lo forman dos conjuntos de cuatro obras. El primero, lo configuran los cuatro tratados Sobre la doctrina de los pulsos , un tema central en la clínica y en la semiología de Galeno. Las prolijas y detalladas descripciones y clasificaciones de los distintos pulsos, las consideró como logros propios, no heredados de sus maestros —ni siquiera de Hipócrates (VIII 497 K)— y resultado de un largo aprendizaje (VIII 786-788 K). El segundo, gira en torno a las enfermedades y los síntomas (Sobre las diferencias de las enfermedades, Sobre las causas de las enfermedades, Sobre las diferencias de los síntomas y Sobre las causas de los síntomas) . El galenismo árabe hará de estas cuatro últimas una sola, que con el nombre de De morbo et accidente constituyó el núcleo duro doctrinal del galenismo bajomedieval europeo (García Ballester, 1982). Tampoco escapó a su atención de patólogo y clínico el importante capítulo de las fiebres, central en la patología galénica y que ocupaba la mayor parte de la actividad médica antigua (Sobre las diferencias de las fiebres) .
Con todo ello, Galeno, en estos siete años de su segunda estancia en Roma, fue capaz de crear los elementos necesarios para la construcción de un sistema médico, abordando todos los campos propios de la medicina, desde la anatomofisiología hasta la higiene y la terapéutica, pasando por la patología y la clínica. Por su importancia, nos detendremos en dos de los temas a los que Galeno prestó especial atención en este periodo de su vida, tan fecundo intelectualmente; temas sobre los que irá volviendo. Nos referimos a su concepto de enfermedad y a sus opiniones sobre la naturaleza del alma.
El primero quedará perfectamente definido con todo el rigor que le permitía su utilización de una terminología precisa y técnicamente acuñada; el segundo, quedará en una buscada indefinición, que nos ilustra muy bien sobre las características de la antropología galénica, que dejó abiertos importantes temas, que no por ello dejaron de preocuparle hasta el final de sus días.
La definición más completa de enfermedad ofrecida por él la encontramos en su obra Sobre las diferencias de los síntomas , escrita en esos primeros siete años tan fecundos de su segunda estancia en Roma; una definición a la que se atuvo de por vida. Dice así:
Enfermedad es un estado del cuerpo, contrario a su naturaleza, por el que padecen inmediatamente las funciones vitales (VII 47 K).
Esta definición plantea, pues, tres condiciones para que el médico pueda afirmar a su enfermo que lo que padece es una enfermedad: en primer lugar, el carácter de permanencia de la alteración («estado») que aparta al organismo individual de la ordenación regular de su propia naturaleza. Es decir, para que haya enfermedad es necesario que la alteración que lleva al enfermo a la consulta del médico sea permanente, no algo pasajero o fugaz. Como resultado de esa alteración —es la segunda condición— ha de haber un deterioro de las distintas actividades en que se despliega la vida natural del individuo en cuestión: respiración, digestión, movimiento de la sangre, sensibilidad, pensamiento, etc. En resumen, todas las funciones vitales. Un aspecto importante de esta concepción de enfermedad, sobre el que quiero insistir, es que la enfermedad del ser humano es un estado de su cuerpo. La enfermedad recae sobre lo que, en términos galénicos, constituye la naturaleza (elementos, cualidades, humores, energías, facultades, huesos, músculos, venas, arterias, nervios), componentes todos del cuerpo. Es la tercera condición. Fuera del cuerpo no puede haber enfermedad propiamente dicha. Ahora bien, cabe preguntarse si para Galeno la naturaleza del ser humano se agota con los elementos, cualidades, humores, etc., que definen el cuerpo. En resumen, ¿es el alma parte de esa naturaleza y, si es así, en qué sentido? No es una cuestión baladí, pues de ella se derivarán importantes consecuencias en el campo de la relación médico-enfermo.
Galeno no esquivó la cuestión de la relación entre enfermedades del cuerpo y enfermedades del alma; incluso se preguntó si había un mero paralelismo metafórico o analogía extrínseca entre las enfermedades del cuerpo y las del alma, si se trataba más bien de un continuo o incluso si existía una relación genética (en el sentido de causal), tanto en el caso de esas enfermedades que habitualmente llamamos hoy día «mentales» como en los trastornos de carácter moral. Aceptar la última alternativa nos llevaría a afirmar que sin una completa salud del alma sería imposible tener un cuerpo sano y que una alteración del cuerpo implicaría la del alma, y viceversa; algo por lo que Galeno parece haberse inclinado en algunos de sus escritos, p. ej. en su Higiene o Conservación de la salud , redactado también en este periodo (VI 40 K), como ya vimos. Parece que esta sería la opinión defendida por Platón: sin sōphrosýnē (salud moral completa del alma) sería imposible una completa salud corporal. Esta sería también la conclusión si lleváramos a sus últimas consecuencias la analogía de Crisipo (ca . 280-205 a. C.), sin duda alguna la gran autoridad de la primera doctrina estoica, entre salud/enfermedad del cuerpo y salud/enfermedad del alma. Posidonio (ca . 135 - ca . 50 a. C.), estoico más moderno, estaba a favor de reducir la analogía a una pura metáfora cuando afirmaba que «(el alma) del hombre sabio (...) se vuelve inmune a la afección, mientras que ningún cuerpo (ni siquiera el suyo) es inmune a la enfermedad» (De Lacy, 1981).
La analogía expuesta por Crisipo fue usada por Galeno para aplicar al alma el concepto de proporción, que desde los tiempos de Hipócrates había sido referido sin reservas al cuerpo. En este sentido, la salud del alma consistiría también en la proporción entre sus partes más elementales. Estas partes, recordemos, de acuerdo con Platón, son el alma racional, el alma concupiscible y el alma irascible. La enfermedad del alma aparece, pues, cuando hay un conflicto o discordancia entre las partes racionales e irracionales del alma. Anotemos, de paso, que con su dualismo psicológico Galeno incluía el elemento irracional como una parte constitutiva del alma, poniéndola en relación íntima con el elemento racional.
Sin embargo, Galeno no llevó más allá la analogía de Crisipo. De hecho, estableció una clara separación entre los dos mundos: el relacionado con el estado natural del cuerpo y aquel que concierne a las virtudes del alma. El primero interesaría al médico; el segundo, al filósofo. De modo que no hay duda sobre lo que Galeno quiso decir con «estado natural del cuerpo vivo» en condiciones normales de salud; nos dice que es aquel que
resulta de la justa proporción de los elementos en las partes similares (músculos, huesos); de la cantidad y tamaño de esas mismas partes en los miembros orgánicos, y también de la forma y la posición de cada uno de ellos (De Lacy, 1981).
En cambio, todo lo relacionado con las virtudes (su número y su naturaleza, así como el modo de adquirirlas) —es decir, lo que define a la vida moral sana— no entra dentro de ese «estado natural del cuerpo vivo» propiamente hablando. Otra cosa es si deseamos hablar metafóricamente. Pero, en sentido estricto, se encuentra fuera de la esfera de acción del médico (ibid.) .
Galeno no permaneció indiferente a ese principio que es el alma, en cualquiera de sus tres formas. Sabía perfectamente bien que la medicina, como cualquier arte (téchné) , sólo puede aplicar métodos adecuados para conseguir su propósito tras «conocer con seguridad la naturaleza de la esencia de aquello sobre lo que actúa» (ibid ., V 776 K).
En qué consistía la naturaleza del cuerpo fue algo que Galeno tuvo perfectamente claro gracias, entre otras cosas, a la ayuda de los médicos y filósofos naturales que le precedieron, especialmente Hipócrates y Aristóteles, a su propio trabajo disectivo y a su experiencia como médico práctico que no renunció a la reflexión y al ejercicio de su inteligencia. No parece que tuvo tan clara visión sobre la naturaleza de la sustancia o esencia del alma, o si la tuvo no le pareció oportuno manifestarla, pese al interés que tal problema suscitaba entre los círculos intelectuales del helenismo de su tiempo.
Respecto a la naturaleza del alma y lo que pudiera ser su sustancia, Galeno adoptó posturas poco definidas que coexistieron todas —y es posible detectar— en sus escritos. Por una parte, en Sobre el uso de las partes (III 542 K) y Sobre el uso de la respiración (IV 472, 501 K) reconoció no tener conocimiento de la sustancia del alma. En otra obra, Sobre los temperamentos y facultades de los medicamentos simples (XI 731 K), parece ignorar el problema al argumentar que este tipo de conocimiento no aportaba nada útil que pudiera ayudar al médico a realizar bien su trabajo. Tampoco se mostró decidido a enfrentarse con el problema en sus importantes comentarios a las Epidemias (XVII/2, 247 K). En la obra Sobre la formación del feto (IV 700-702 K) evitó abordar el problema de la sustancia del alma, soslayando la cuestión de si era corpórea o incorpórea. Una actitud cautelosa similar fue la que adoptó en su decisiva obra sobre el tema Sobre las doctrinas de Hipócrates y Platón . En esta obra, el estudio de la localización del alma —un tema con importantes implicaciones terapéuticas— parece conducirle de la mano al de la naturaleza del alma, con el problema paralelo de su carácter somático o asomático o, en otras palabras, su mortalidad o inmortalidad. Galeno rehusó explícitamente ofrecer una opinión sobre estos temas (V 643 y 794 K. De Lacy, 1981). En su escrito Las facultades del alma se derivan de la complexión humoral del cuerpo mantuvo la misma actitud rodeada de una cierta vaguedad. En Sobre las propias doctrinas , un escrito del que sólo se conservaban en griego pequeños fragmentos y que ahora ha sido recuperado por Nutton a través de una traducción latina medieval (De sententiis) , reconoció paladinamente que no podía contestar a lo que es el alma y cómo aparece en el cuerpo. Se limitó a decir:
Sobre el alma sé, como en general todo el mundo, que tenemos alma... Sin embargo, renuncio a conocer su sustancia y, tanto más, si se trata de saber si es o no mortal (...) Pido disculpas por no tener conocimiento acerca de cuál sea la sustancia del alma, así como si es mortal o inmortal (...) No puedo ofrecer una opinión sobre qué es la sustancia del alma (...) Para el tratamiento de la enfermedad carece de importancia el que el médico sepa si el alma es mortal o inmortal; o si el alma es corpórea o incorpórea (De sententiis 3 y 7, ed. V. Nutton, en preparación).
Una cosa tienen en común todos los libros citados en relación con el tema de la naturaleza del alma: pertenecen a su etapa de madurez, la que sigue a su segunda estancia en Roma; algunos, como los últimos citados, al tercio último de su vida (García Ballester, 1996).
Impresiona a un lector de hoy el volumen de sus escritos y la variedad de temas médicos tocados; también la difusión alcanzada por sus obras en su propia época. Todo ello no dejó de asombrar a quienes convivieron con él, según nos informa Ateneo, un contemporáneo suyo, en su Banquete de los sofistas (Gulick, 1927; Smith, 1979). Uno de los más inteligentes estudiosos actuales de Galeno, Wesley D. Smith (1979), asombrado también, ha calculado que durante esos siete años de febril actividad médica e intelectual de Galeno, éste debió escribir una media de no menos de tres páginas diarias. Su gran capacidad de trabajo no queda disminuida por lo que sabemos acerca de la técnica seguida para redactar, o mejor dictar, muchas de sus obras utilizando como material básico los escritos de otros autores a los que añadía sus reflexiones y argumentos (Smith, 1979).
Muy significativo fue que, por ejemplo, en el año 179 hiciera un viaje a Pérgamo trayéndose, a la vuelta, su propia biblioteca. Estos años señalan también el fin de la lucha que hubo de mantener para lograr su instalación social en Roma: pasar de technítēs (médico) extranjero —uno más de los jóvenes griegos que acudían a Roma— a miembro activo de la corte imperial, perteneciente al círculo de aristócratas y científicos que constituían la élite intelectual romana. Desde los primeros días de su llegada a Roma, Galeno se sintió preocupado por llegar a que se le considerase «el médico científico, el escritor de obras médicas, ese tipo de hombre exquisito que, como dice Aristóteles, ve la conexión entre medicina y filosofía» (Edelstein, 1967). Es decir, un intelectual admitido en la sociedad de otros intelectuales; un maestro de discípulos pertenecientes a las clases altas, según las palabras de Aristóteles en su Política: «Médico significa tanto el artesano que practica la medicina, como el médico científico y aun, en tercer lugar, el hombre que ha estudiado medicina como parte de su educación general» (Pol . 1282a).
Su fama siguió creciendo. Hacia el 177 fue nombrado médico personal de Marco Aurelio y se le conoció no sólo en Roma y en los lugares de Italia donde permaneció acompañando a Cómodo (Lorium, Lanuvium, Nápoles, etc.), sino por todos los rincones del imperio, desde Iberia hasta Asia. De todas partes se le hacen continuas consultas por carta, que él contesta pidiendo nuevos detalles o estableciendo el diagnóstico o el tratamiento adecuados. Así, a propósito de determinadas enfermedades de los ojos dice:
Yo he curado, como sabéis, a algunos de estos enfermos por carta, sin necesidad de verlos, pues residían en otros países. Desde Iberia, las Galias, Asia, Tracia y otros lugares, algunos me pidieron que les enviara algún remedio comprobado (VIII 224 K).
La introducción en el ambiente romano y el haber conseguido sus favores, no le hizo apearse de su cultura griega, cuya defensa alcanzó en él niveles de auténtico chovinismo. Es verdad que la élite intelectual romana pensaba incluso en griego, pero ya desde finales del siglo I d. C. se notan síntomas de debilitamiento de la unidad cultural griega y, a finales del siglo II , por ejemplo, las comunidades cristianas de África e Italia adoptaron el latín como lengua litúrgica y teológica. Galeno fue un griego que vivió totalmente cerrado al entorno cultural latino de su tiempo. Es más, su contacto con la cultura latina y con las culturas fronterizas del imperio, radicalizó sus posiciones e hizo que sus críticas a lo que él consideraba impurificación de lo genuinamente griego adquirieran con el tiempo una dureza y una acritud fuera de lugar. Galeno vivió la crisis de la cultura griega, pero se cerró a la novedad de lo latino. En las siguientes palabras, junto a su amor por la lengua griega, percibimos el desprecio que siempre había tenido por la masa y el arrogante desprecio de un hombre con conciencia de pertenecer a la élite intelectual:
La lengua griega es la más dulce y humana —nos dirá—. Nos obligan a abandonar la lengua en la que hemos sido criados y educados. Nos obligan a aprender la de ellos (...) Permíteme que hable como he aprendido. Tuve un padre gran conocedor de la lengua de los griegos, maestro y profesor de griego. No me aduzcas el uso de los nombres por comerciantes, buhoneros o publicanos, porque no he conversado con tales hombres. En los libros de los antiguos me crié (...) (VIII 586 ss. K).
Durante su segunda estancia en Roma, y en una de sus obras más importantes (su Higiene o La conservación de la salud) , no dudó en escribir estas duras palabras:
No he escrito mi libro para germanos u otro pueblo bárbaro y salvaje, ni para osos, leones u otros animales salvajes, sino para griegos o para bárbaros con mentalidad griega (VI 51 K).
Su chovinismo llega hasta el extremo de afirmar que el tipo humano físicamente perfecto sólo ha podido darse en el clima griego donde Hipócrates vivió y escribió. Él lo encarnó en los cuerpos de Policleto, el célebre escultor de la Grecia de Pericles; algo que, según él, hace imposible el clima del norte europeo (celtas) o el de los asiáticos (escitas) o el de África (VI 126-127 K).
Pero no todo era negativo en Roma, como ha hecho notar Nutton (1993b). Ya hemos mencionado la intelectualizada aristocracia romana y la abundante colonia griega. Galeno podía escribir y conversar en griego lo mismo que si estuviera en su propia ciudad. La gran ciudad —Roma era una auténtica megalópolis—, si bien favorecía la deshumanización en el trato y la proliferación de médicos pícaros e incompetentes (XIV 621-623 K), no dejaba de ofrecer ventajas, aunque Galeno eche de menos el tamaño humano de su Pérgamo o las agradables experiencias de la vida del campo cuando vivió la Italia rural siguiendo a Cómodo. Roma era una oportunidad para la discusión inteligente, la consulta de libros y la difusión de los propios. Hay un aspecto de la gran ciudad, tales como Roma o Alejandría, que no dejaría de llamar la atención de Galeno y que explicaría, en su opinión, la proliferación de médicos dedicados a una sola parte del cuerpo (el oído, los dientes, los ojos, practicantes de una sola técnica quirúrgica como las operaciones de la hernia, etc.). No escapó este hecho a la perspicaz mirada de Galeno:
Uno se encuentra, especialmente en la Roma de nuestros días, ciertos títulos con los que son conocidos algunos médicos, tales como dentistas, otólogos, especialistas en la parte del ano. Ello implica una gran mixtificación, aunque sus protagonistas encuentren una oportuna defensa en uno de los títulos, que no es reciente, sino que ya cuenta con gran arraigo —me refiero al arte del oculista—. Si los ojos tienen un especialista para tratarlos, no es absurdo suponer que deba haber un especialista para los dientes, otro para los oídos, y otros para las distintas partes del cuerpo... No debieras sorprenderte si la gran ciudad lleva implícito que el campo del arte médico se divida en tan gran número de secciones. Debido a la gran dimensión de la ciudad, no todos los médicos pueden ejercer en todas partes y, debido precisamente a su tamaño, todos ellos pueden encontrar con qué vivir. En una pequeña ciudad, no es posible que puedan vivir un oculista y otro que cura las hernias. Por lo que respecta a Roma y Alejandría, el número de sus habitantes asegura un pasable bienestar a aquellos que practican una única rama de la medicina y deja solos a quienes tienen una más amplia competencia médica. En otras partes, en cambio, donde las ciudades son más pequeñas, el especializado en una sola rama debe viajar continuamente de un lugar a otro, de tal forma que toda Grecia, por ejemplo, les suministra lo que Roma (Lyons, 1969).
En este sentido, Roma no dejaba de ser un atractivo para quienes ejercían este tipo de medicina; si bien hemos de recordar que Galeno no fue de éstos.
En el año 180 murió Marco Aurelio y su hijo Cómodo fue nombrado emperador. Lo desgraciado de su reinado —hasta que cayó asesinado en el 192— se reflejó en la biografía de Galeno. En el año 192, en el famoso incendio del Templo de la Paz de Roma, perdió más de la mitad de su biblioteca y casi todos sus escritos de carácter filosófico (XIX 19 K).
En el 193, y tras el asesinato de dos emperadores, subió al poder Septimio Severo. Galeno, con toda probabilidad, continuó en Roma —al menos allí estaba en el 204 (Nutton, 1995)— y siguió manteniendo su habitual actividad literaria y científica, si bien menos frenética que la vivida en los siete primeros años del reinado de Marco Aurelio. Son pocos los datos con que contamos, si los comparamos con los que nos han permitido seguir con cierto detenimiento su biografía científica hasta la muerte de Marco Aurelio. La razón fundamental es que nuestra principal fuente de información, su obra Sobre el pronóstico, a Epígenes , fue redactada hacia el 178, y también porque sus otros dos escritos explícitamente autobiográficos, redactados más tarde, en sus años finales (Sobre los libros propios y Sobre el orden de los libros propios) son muy escasos en datos biográficos personales.
En los casi cuarenta años que transcurrieron entre el 177 y el año de muerte, probablemente ocurrida, recordemos, entre el 210 y el 216 (Nutton, 1984, 1995), completó importantes obras iniciadas en años anteriores (por ejemplo, los dos últimos libros Sobre las doctrinas de Hipócrates y Platón , el último de la Higiene , la segunda mitad de sus Procedimientos anatómicos , de su Método terapéutico y de su escrito Sobre las facultades y temperamentos de los medicamentos simples , iniciado este último también en los siete años frenéticos), inició y completó sus diecisiete ambiciosos comentarios a sendas obras hipocráticas (de los que conservamos trece, redactados a lo largo de quince años, entre ca . 175 y ca . 189) (Smith, 1979), escribió dos importantes obras sobre su autobiografía científica (Sobre el orden de los propios libros y Sobre los libros propios) a la vez que obras llenas de detalles autobiográficos (como su escrito Sobre el pronóstico, a Epígenes , ésta alrededor del 178), y su obra más importante, sin duda, sobre patología médica, Sobre la localización de las enfermedades . A ellas hay que añadir una no muy extensa, pero importante, obra en la que abordó el interesante tema de la naturaleza del alma (Las facultades del alma se derivan de la complexión humoral del cuerpo) , y otras obras de carácter higiénico (Sobre las costumbres) y terapéutico (Consejos para el tratamiento de un muchacho epiléptico, Sobre las facultades de los alimentos, Sobre la cura por flebotomía, Sobre los antídotos , entre otras). Casi a una obra por año.
No quisiera concluir este repaso a la obra médica de Galeno, tal como fue construida a lo largo de su densa biografía, sin referirme a su hipocratismo. Los excelentes trabajos de Smith (1979) y de Manetti y Roselli (1994) sobre cómo Galeno fue tomando contacto con los escritos hipocráticos hasta culminar en la segunda mitad de su vida, ya en plena madurez, con la serie de diecisiete extensos comentarios a diversas obras hipocráticas, nos permite tener un más cabal conocimiento de cómo Galeno fue aprovechando el caudal de material que los distintos comentadores (Zeuxis, Heraclides de Tarento, Asclepiades, Apolonio de Citio, Rufo de Éfeso, Sabino, Quinto, el empírico y paisano suyo Epicuro, junto con todos sus maestros, entre otros) le habían proporcionado a lo largo de todos sus años de formación en Pérgamo, Esmirna y Alejandría. Fue un uso un tanto acrítico de sus propias notas (en el sentido de que no parece que hiciera investigaciones de primera mano sobre manuscritos antiguos, aunque los utilizase y los buscase), donde lo que le interesaba era expresar sus propios puntos de vista aprovechando el texto hipocrático; no buscaba tanto las distintas opiniones y juicios sobre las diferentes variantes en orden a fijar un texto originario, como la utilidad que podía obtener con vistas a la eficaz ayuda a los enfermos (Manetti et al ., 1994). El estímulo de los círculos romanos, la insistencia de amigos y discípulos, le empujó finalmente a escribir. Hablando de sus maestros y de cómo aprovechó sus comentarios, nos dice:
Si considero que el sentido de determinadas expresiones es claro y correcto, no aludo a los comentadores de las obras de Hipócrates, para no aburrir. Cuando no consigo captar el sentido de pasajes oscuros y no tengo seguridad de que haya entendido correctamente el sentido, entonces hago uso de los comentarios más famosos al respecto. Soy consciente de que algunos de mis maestros aportaron explicaciones no conocidas por quienes les precedieron. Entre ellos hay algunos que no escribieron nada, como Estratonico, un discípulo de Sabino y paisano mío; también Epicuro, que fue un empírico y asimismo paisano mío. En sus libros explicaron los escritos de Hipócrates, pero no publicaron nada mientras vivieron. Sólo al morir aparecieron algunos de sus comentarios y no poco de lo restante quedó en manos de gentes que no lo publicaron. También Pélope escribió comentarios a todas las obras de Hipócrates, pero sólo una pequeña parte ha circulado. Asimismo mi maestro Sátiro, y Filipo, un empírico, y otros hombres respetables que vivieron en tiempos de mi padre y de mi abuelo escribieron muchos comentarios. Yo leí la mayor parte de ellos, y tomé notas e hice resúmenes. Pero no considero acertado introducir todo este material ahora en mis comentarios, limitándome a los más famosos, y a aquellos que pueden ofrecer algo de interés en la interpretación de un pasaje oscuro (Wenkebach y Pfaff, 1940, citado por Smith, 1979). (Véase el diagrama en la pág. 30.)
Galeno, pues, dispuso de una rica información que él no se cuidó de verificar y contrastar por su peculiar opinión acerca de la historia, que él no consideraba que fuera un instrumento científico. «Llenarse de información histórica no conduce a un mejor entendimiento de las bases teóricas de la ciencia», nos dirá precisamente en uno de sus comentarios a las Epidemias III (Coment . III, citado por Smith, 1979). No obstante, Galeno no dejará de utilizar una serie de criterios para la selección del texto hipocrático. Según Manetti y Roselli (1994), podemos reducirlos a tres: en primer lugar, criterios histórico-lingüísticos, en el sentido de que Hipócrates no podía haber escrito determinados textos porque el léxico técnico utilizado era reciente; en segundo lugar, criterios de coherencia doctrinal o estilística; y en tercer lugar, criterios de tradición, recogidos a través de las bibliotecas, catálogos y notas de que disponía, así como a través de las opiniones de antiguos que le merecen total crédito, como Platón. Recordemos que su propia biblioteca, con sus notas, quedó en Pérgamo y que no la trasladó a Roma hasta el 179. Ello afectó a sus escritos y especialmente a sus comentarios, que comenzó a redactar en torno al 175. Smith ha detectado un uso muy distinto de sus referencias a comentaristas anteriores, en los comentarios que redactó en los diez años transcurridos entre el 179 (por ejemplo, los dedicados a la Cirugía de Hipócrates o a Epidemias II) y alrededor del 189, en que probablemente escribió sus últimos comentarios a escritos hipocráticos, concretamente a Epidemias VI y a La naturaleza del hombre . En estos últimos hay mayor erudición y un uso claro de sus notas y resúmenes. Galeno presentará sus comentarios a Hipócrates como un instrumento educativo con el que combatir la ignorancia y la mala fe de quienes embaucan a la juventud que desea aprender (Manetti et al ., 1994).
El médico de Pérgamo se esforzó por presentamos su doctrina no sólo como un desarrollo y culminación de los puntos de vista que ya estaban, claramente o en núcleo, expuestos en Hipócrates, sino que hizo servir al mismo Hipócrates como testigo de sus opiniones. Ello le fue especialmente útil en los círculos intelectuales romanos (Smith, 1979), donde afirmaba sin rebozo que «el divino Hipócrates fue el primero de los médicos y filósofos» (IV 798 K).
Hacia el siglo I a. C. Hipócrates se convirtió en un modelo para los médicos que concretaron en él el sentido de la tradición tan hondamente enraizado en los griegos de la época helenística. Sólo un movimiento médico de importancia, el metodismo, se apartó de este sentir general y proclamó por boca de Tésalo, según cuenta Galeno, su desconexión de esta tradición. Tésalo, nos dice Temkin (1932), «fue para Galeno el punto de ataque de los metódicos, la encarnación más importante de un autodidactismo audaz sin tradición y sin piedad (...) La característica más señalada que podemos encontrar, por ello, es que Tésalo presume de ser el antípoda de Hipócrates».
Galeno se negó a aceptar la solución que ofrecía el metodismo. Proclamó, por el contrario, la necesidad de conectar con la tradición y, sobre todo, de legarla, uniendo a su obra la historia entera de seiscientos años de medicina griega. Una tradición ante la cual no deja de señalar su libertad para juzgarla y no ser esclavo de ella, como proclamó en su comentario a Epidemias VI (Wenkebach y Pfaff, 1940; Manetti et al ., 1994). Galeno se preocupó a lo largo de toda su obra por dejar bien sentado su distanciamiento de las otras escuelas médicas de su tiempo y del pasado, llevado de su sentido de la historia. El medio de conectar con la tradición lo encontró Galeno en su hipocratismo, que él consideró un logro personal. Colocó a Hipócrates en el centro de la medicina del pasado. Con ello, en realidad, no hizo nada nuevo, pues lo mismo opinaban los dogmáticos y los empíricos, aquéllos porque se consideraban seguidores directos de Hipócrates y éstos porque querían aprovecharse de su experiencia a través de su peculiar concepto de historia. De un modo u otro lo mismo opinaban los pneumáticos, los eclécticos, los praxagóreos, los erasistráteos y la secta de los que se llamaban a sí mismos hipocratistas. Hipócrates se convirtió en el símbolo de la tradición.
¿En qué radicó, pues, lo peculiar del hipocratismo de Galeno? Sencillamente, en su conciencia de encamar al auténtico comentador y discípulo de Hipócrates. Temkin (1932) lo vio muy bien: «Desde la perspectiva galénica, la medicina oscila entre dos polos: Hipócrates y Galeno. Lo sucedido entre ambos no pasa de ser cotidiana mediocridad o doctrina carente de sentido». En todos los comentarios a Hipócrates, y también en otras obras, «Galeno aspira a probar que Hipócrates fue a la medicina lo que Platón a la filosofía y que él, Galeno, es el auténtico intérprete y discípulo de Hipócrates». A través de su obra médica —no sólo en sus comentarios—, Galeno quiere dejar bien sentado que él desarrolla lo que en Hipócrates estaba en germen e incluso lo incrementa con aportaciones propias. Es más, nos hace ver Temkin, Galeno introduce a Hipócrates de tal forma en su obra que le hace ser testigo de sus propias opiniones. No sólo eso, Galeno utilizó a Hipócrates para reforzar su preocupación por el aprendizaje médico junto a la cama del enfermo, utilizándolo como testigo y aval de la nueva etapa médica que se iniciaba con él (IV 803-804 K). «Hipócrates el fundador, Galeno la consumación», según la lograda expresión de Temkin. Hipócrates, en opinión de Galeno, encamó el ideal del médico al que había que atenerse:
Hemos de imitar —dirá a la intelectualizada aristocracia romana— no sólo las muchas virtudes de este hombre [Hipócrates], sino también su cualidad de enseñar mucho en pocas palabras (III 23 K),
Probablemente hiciera ocasionales viajes a Pérgamo y quizás también a otras partes del imperio. No lo sabemos. Todos los indicios apuntan a que siguió residiendo en Roma hasta el final de sus días. Fue una vida dedicada enteramente a la pasión por saber, a la práctica médica y a un irremediable deseo de enseñar, de transmitir sus conocimientos, de escribirlos. Afortunadamente gran parte de ellos se nos han conservado y ahora el público conocedor del castellano tendrá la oportunidad de tomar contacto con este gran clásico de la medicina y el pensamiento griegos.
Luis García Ballester Puente Arce, 25 de Mayo de 1997 |