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Capítulo 2. Un pacto de caballeros

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Moreno se encontraba en su escritorio planificando el viaje que esperaba poder realizar hacia finales de ese año de 1876 cuando lo interrumpió la voz de Pedro, uno de sus empleados domésticos.

—¡Señor Moreno! Llegó un paquete para usted. Viene de Inglaterra.

Este se dio vuelta y vio que Pedro traía un sobre, dos cajas y un rollo que seguramente contenía algunos planos.

—Deje todo sobre esta mesa y vaya a avisarle al señor Coghlan, ¡rápido!

Mientras Pedro salía Moreno empezó abriendo el rollo. En este venían tres láminas más grandes que su escritorio. La primera era un mapa del estuario del río Santa Cruz en el que no sólo se mostraban el río y las colinas circundantes sino también las profundidades de cada punto del estuario. ¡Con la información de esta lámina se podía saber qué zonas del estuario eran aptas para un barco de gran calado! “Mount Entrance” (Cerro Entrada) y “Shingle Point” (Punta Pedregullo) eran los dos promontorios que enmarcaban la boca del estuario. Desde otro promontorio interno del estuario, indicado en el mapa como Weddell Bluff, de 300 pies de altura, estaban dibujados dos rayos como los que se utilizan para señalar el ángulo visual de un faro. El ángulo se proyectaba hacia el mar con una apertura de no más de 10 grados. “Seguramente en ese lugar la tripulación del Beagle construyó un monolito que podía ser visto desde el mar cuando se está entre esos dos rayos.” Los faros o monolitos se construyen en lugares que entrañan peligros… en este caso el mapa mostraba que la boca del estuario escondía una trampa mortal para aquellos que no estuvieran avisados… Justo frente a la entrada había un banco rocoso, hundido, en forma alargada paralela a la costa, en el camino más lógico que usaría un barco ignorante del peligro oculto. “Claro —pensó Moreno— el verdadero canal de entrada es bien por el sur, si un barco entra de frente choca contra los arrecifes y se hunde. El monolito está para señalar: por aquí no entre”. El mapa también indicaba con flechas gruesas las direcciones de las mareas con su velocidad en nudos2 (¡hasta 6 nudos!), más abajo una leyenda advertía: Mareas de hasta 33 pies. “Entonces estas líneas punteadas representan la costa y las islas interiores cuando baja la marea” se dijo Moreno “Weddell Bluff sólo debe ser visible una vez dentro del estuario, cuando se pasa frente a Keel Point.”

Todavía fascinado por la primera lámina Moreno miró la segunda. Esta consistía en tres vistas desde el mar de la boca del estuario. Representaban exactamente como se veía la costa desde el puente de mando. La vista superior era desde el NE, el ángulo de esta vista se aclaraba superiormente (250 grados). Se veían los promontorios de la entrada pero una leyenda inferior aclaraba “Entrance not possible from the North”. La segunda vista era la que correspondía al ángulo de 300 grados, una vista casi desde el este. Una leyenda inferior advertía que rocas sumergidas impedían el acceso desde este punto. En el dibujo se apreciaba que entre los dos promontorios de entrada se podía ver un acantilado dentro del estuario, y que en la parte más alta de este había un monumento. Una flecha y una leyenda aclaraban “Weddell Bluff visible from here” (Weddell Bluff visible desde aquí). Finalmente en la vista inferior se indicaba la única vía de acceso al estuario, la sur; aunque una leyenda advertía “Entrance only possible at high tide” (entrada sólo posible con marea alta). No sólo las piedras y el bajo calado eran una amenaza para un barco que buscara el abrigo del puerto del estuario del río Santa Cruz sino que también la velocidad de las corrientes de marea representaban un verdadero desafío para un barco cuya única manera de locomoción estaba basada en el viento. El capitán de un barco debía ser paciente y esperar no sólo las mareas que lo podían ayudar sino también que éstas coincidieran con vientos del cuadrante correcto. “Obviamente no se trata de un puerto apto para naves en emergencia”. Sin embargo, como recompensa, el puerto del Santa Cruz ofrecía en su interior aguas tranquilas, ideales para el descanso de un barco y su tripulación, y por lo que Moreno sabía, eso era lo que había buscado el Beagle en 1834.


Mapa del estuario del río Santa Cruz, levantado por los oficiales del Beagle.

Por último, la tercera lámina mostraba todo el recorrido del río Santa Cruz desde el estuario hasta los Andes, aunque éstos inmersos en la zona de “terra incognita”. Varias de las montañas de la cordillera estaban bautizadas (¡una con el nombre Mount Stokes!) porque seguramente la expedición las veía en el horizonte, pero nunca habían llegado a ellas.

Moreno abrió una de las cajas. En ésta había una gran cantidad de croquis prolijamente doblados. El título del primero de ellos rezaba “Views from Observation Points on Keel Point and Weddell Bluff” (Vista desde puntos de observación sobre Punta Quilla y Weddell Bluff). Mostraban en forma somera la vista del horizonte desde Punta Quilla y desde Weddell Bluff; Shingle Point, Mount Entrance, Sea Lion Island, Beagle Bluff y varios otros puntos notables estaban recortados contra el cielo tal cual se veían desde Punta Quilla y Weddell Bluff, y por sobre ellos la indicación en grados que significaba el ángulo de la visual respecto del norte magnético. Más abajo, la memoria de cálculo de las coordenadas de cada uno, es decir cómo llegar a las coordenadas de cada punto notable a partir de las coordenadas de Punta Quilla y Weddell Bluff más los ángulos respecto del norte magnético. Moreno conocía bastante de geodesia y sabía que de esta manera se podían calcular las coordenadas de lugares lejanos que fueran visibles aún si no fueran alcanzables, y así poder ubicarlos correctamente en un mapa. Moreno sonrió por el placer que le daba tener esta información. “Además estos croquis permiten identificar cada cerro porque se ve su perfil real”.

De puro curioso siguió mirando el contenido de la caja. Un croquis que estaba mucho más abajo en la caja le llamó la atención. El título de éste era “View from No-God’s Point”, “¿Vista desde el punto No-Dios?” se preguntó Moreno. “Qué nombre tan raro para un punto de observación. ¿Por qué lo habrá elegido?” El último de los croquis estaba hecho desde un lugar llamado Western Station o sea Estación Oeste. En la lámina del río Santa Cruz estaba indicado cada uno de estos puntos de observación, Western Station era el punto más al oeste que había llegado la expedición de Fitz Roy y Darwin. En el croquis correspondiente se destacaba una llanura llamada “Mystery Plain” o Llanura del Misterio porque la expedición inglesa nunca pudo saber qué era lo que se escondía más allá.

Un ruido en la puerta de entrada seguido por unos pasos apurados que se acercaban lo devolvieron al mundo real.

—¡Moreno! ¡Moreno! ¿Qué le llegó por correo?

El acento inglés delataba que quien preguntaba era John Coghlan. Este abrió la puerta y al ver los planos desplegados gritó con tono de victoria: “¡Respondió y aceptó el pedido!”

—Supongo que sí. Lo único que hice hasta ahora es abrir estos planos. —dijo Moreno.

—¡Hombre, no sea incivilizado! Cuando se recibe encomienda lo primero que se lee es el sobre con el mensaje. ¡Abra este sobre de una vez! —ordenó Coghlan.

Moreno no le había prestado mucha atención al sobre. Su letra era redonda y clara, escrita sobre el papel blanco y grueso del Almirantazgo. Cortó con cuidado el extremo del sobre y extrajo de él una carta de tres hojas.

To: Francisco P. Moreno

From: Vice-Admiral John Lort Stokes Dear Mr Moreno:

Thank you very much for your kind letter. I am very pleased to know that you are projecting an exploration trip along the River Santa Cruz, where more than forty years ago our exploring party, leaded by the late

Vice-Admiral Robert Fitz Roy…


Para: Francisco P. Moreno De: Vice-Almirante John Lort Stokes Estimado Sr. Moreno:

Muchas gracias por su grata carta. Me satisface saber que usted está planeando una exploración a lo largo del río Santa Cruz, donde hace más de cuarenta años nuestro grupo, dirigido por el ya fallecido Vice-Almirante Robert Fitz Roy, avanzó hasta algún lugar muy cercano a la imponente Cordillera de los Andes. No puedo menos que desearle a usted y a su grupo el mayor de los éxitos.

Sus relatos sobre su anterior viaje a las nacientes del río Limay y sus aventuras con los indígenas de la zona me hicieron recordar con nostalgia esos lejanos días en que yo, cuando era un joven impetuoso como usted, realizaba exploraciones similares. En una oportunidad fui atacado por aborígenes australianos recibiendo una lanza en mi hombro, lo que casi me cuesta la vida. Ahora lo cuento como una anécdota pero la verdad es que, siendo responsable de una expedición, al no conocer la zona y estar falto de información, no sólo puse en peligro mi vida sino también la de quienes me acompañaban. Por eso considero muy sabio de su parte el documentarse de la mejor manera posible sobre la zona que recorrerá y entiendo que su pedido a mí es parte de esa preparación.

Sin embargo los planos, memorias y croquis pedidos no sólo ya no son fáciles de encontrar (han pasado muchos años desde nuestro viaje) sino que también requieren de autorizaciones muy complicadas de lograr. Obviamente cuando usted lea estas líneas ya sabrá que gran parte de la información solicitada acompaña a mi carta por lo que está claro que me he tomado dicho trabajo.

Dado que Robert Fitz Roy ha muerto la única manera de acceder a su archivo fue contactando a su viuda, quien desde hace varios años es dama de compañía de la familia real en el palacio Real de Hampton Court. Mi archivo personal está en mi lejana casa de familia, en Gales. Finalmente, la parte más importante del material enviado, y del que le podría enviar en poco tiempo, pertenece al Almirantazgo, por lo que se requiere de una solicitud bien fundamentada para lograr el permiso de efectuar copias del mismo. En parte éstos son los motivos por los que me he demorado casi dos meses en contestarle.

Usted se preguntará el motivo por el cual me he tomado este trabajo. Ciertamente usted, con su estilo espontáneo y sincero, se ha ganado mi simpatía; pero no ha sido éste el principal motivo por el cual he decidido cooperar con su expedición. Mi ayuda está condicionada a que usted acepte, a cambio, cumplir con un pedido que yo le voy a hacer y que le expresaré más adelante.

Podríamos decir que le propongo un pacto de caballeros, yo le ofrezco la posibilidad de contar con la información requerida si, y sólo si, usted se compromete a cumplir con mi pedido, el que le aseguro, está totalmente dentro de su capacidad.

Si usted no estuviera de acuerdo con el trato que le ofrezco deberá, como un verdadero caballero, devolverme toda la información sin usarla en su viaje.

Mi pedido se lo haré saber más adelante, pero le puedo decir que tiene que ver con el reconocimiento que Fitz Roy, injustamente, nunca obtuvo.

Entonces, mi estimado Sr. Moreno, si usted acepta el compromiso me debe contestar con su aceptación y podrá abrir los paquetes que acompañan este sobre. En cambio si usted no acepta el compromiso deberá devolverme toda la información sin abrirla.

Quedo a la espera de su respuesta. Truly Yours

Vice-Admiral John Lort Stokes

Moreno y Coghlan se miraron con caras interrogativas.

—¿Que hará usted? —preguntó Coghlan— ¿Aceptará el compromiso?

—¿Qué otra alternativa tengo? La estrategia argentina para la Patagonia precisa de esta información y también del involucramiento de un personaje de alto rango en el Almirantazgo, como lo es Stokes. Pero usted, Coghlan, que conoce más a los ingleses que yo, ¿cuál puede ser que sea su pedido?

—La verdad es que estoy tan desorientado como usted. Quizás un monumento con el busto de Fitz Roy, o una plaza, o un libro en su memoria… Pero eso no importa mucho ahora, lo que hay que hacer es contestar rápido esta carta aprovechando que todavía está el barco inglés en el muelle y así su respuesta llegará antes a Londres.

Ambos hombres despejaron el escritorio y luego de elegir un papel y una pluma acordes con la situación se pusieron, al igual que varios meses atrás, a redactar una carta. A diferencia de aquella vez, ahora estaban mucho más distendidos. La carta fue corta y en poco tiempo Pedro la estaba llevando al puerto para que siguiera su camino al viejo continente.

Ahora Coghlan y Moreno enfrentaban la estimulante tarea de examinar los paquetes y catalogar la información. Coghlan pidió que le trajeran mate. Como buen irlandés acriollado, había sustituido la ceremonia del té por la del mate, y por nada del mundo se perdía la oportunidad de disfrutar de un mate mientras hojeaba un buen libro, una carta de un amigo distante, un diario, y por supuesto no se la iba a perder en ocasión de ver y leer la memoria, croquis y mapas de una expedición que hizo historia.

Moreno, que ya había visto parte de la encomienda, le mostró a Coghlan las láminas y croquis. El irlandés, que era ingeniero, entendía perfectamente la memoria de cálculo de las coordenadas y le hizo a Moreno algunas observaciones sobre detalles que éste había pasado por alto. El punto de observación llamado “No-God’s Point” también desconcertó a Coghlan, quién no pudo dar ninguna explicación sobre el porqué de ese enigmático nombre.

Restaba una caja, que no había sido abierta por Moreno. En su interior había más croquis y memorias de cálculo, pero había otra cosa que atrajo la atención de los dos. Era un grueso manuscrito encarpetado, con la misma letra clara y redonda de la carta, estaba escrito por Stokes. La primera hoja parecía ser una carta dirigida a Moreno:

Dear Mr. Moreno:

If you are reading these lines it means that…


Estimado Sr. Moreno:

Si usted está leyendo estas líneas significa que ha aceptado el pacto de caballeros que le propuse.

Lo que le voy a contar en las próximas páginas es una historia que hasta hoy sólo tres personas conocen. El motivo por el que se la contaré es para que usted entienda el porqué del pedido que le haré al final.

Hace ya muchos años entré a la Real Marina (Royal Navy). No como la mayoría, atraído por las victorias de las guerras napoleónicas de principios de siglo, sino subyugado por las increíbles aventuras de los viajes exploratorios del capitán James Cook. Soñé toda mi juventud con llegar a estar al mando de un barco, explorando tierras desconocidas. Realicé tres viajes en el bergantín Beagle, en el tercero llegué a ser el capitán a cargo del barco y estuve seis años explorando las costas de Australia; mi sueño se había convertido en realidad.

Sin embargo debo decirle que la responsabilidad de estar a cargo de algo más de ochenta personas en tierras plagadas de peligros es absolutamente abrumadora. El propio Cook murió en manos de aborígenes en su último viaje, lo que marca la pauta de que la seguridad debe estar por encima de los objetivos planteados para una expedición.

Cada vez que el barco y su tripulación estaban en una situación difícil y se requería de mí, su capitán, una decisión eficaz, sentía una gran soledad por la responsabilidad indelegable que da el mando y como consecuencia de ello, el temor a fallar y llevar a la desgracia a todos aquellos que dependían de mí. En esos momentos yo acudía a un pequeño ardid que me hacía sentir que tenía con quién consultar. Hacía de cuenta que a mi lado se encontraba Robert Fitz Roy y que él me decía qué era lo que hubiera hecho en esa situación.

Fitz Roy fue para mí el ejemplo de un capitán preparado para enfrentar situaciones difíciles, al que la tripulación tenía una confianza ciega y cuyo liderazgo era indiscutido. De él aprendí todo lo que me sirvió para llevar adelante las duras tareas exploratorias que me encomendó el Almirantazgo.

Fitz Roy era un hombre llamado a alcanzar grandes logros, cosa que sin duda hizo. Pero el destino lo hizo asumir un papel de guardián que le valió un repudio de la sociedad, especialmente la científica, por lo que se le negó el reconocimiento que mereció.

El papel de guardián al que me refiero tiene que ver con su actitud hacia los resultados científicos, consecuencia del famoso segundo viaje del Beagle. Lo curioso es que Fitz Roy ayudó, con su inteligencia y mente científica, a elaborar la teoría que luego lo pondría en ridículo y lo llevaría a la tragedia. Sin embargo él supo asumir ese rol y lo mantuvo aun sabiendo que su reputación se hacía añicos y con ella se extinguía cualquier posibilidad de lograr los objetivos que él se había planteado para su vida.

Por otro lado Charles Darwin fue, y es, otra de las grandes personalidades que me tocó conocer y admirar si bien en los últimos años nos hemos visto poco como producto de la depresión en que se sumió luego de la muerte de nuestro capitán.

A ambos, Fitz Roy y Darwin, los inmortalicé nombrando un importante río para el primero y una bahía para el segundo, en mi viaje de descubrimientos en Australia.

¿Cuándo empezó la historia que le voy a contar? Es difícil decirlo. A Fitz Roy lo conocí cuando asumió, a los veintitrés años, el mando del Beagle como consecuencia de la muerte por suicidio de su capitán Pringle Stokes (quién a pesar de tener mi mismo apellido no tenía ningún parentesco conmigo). Pringle Stokes no soportó la responsabilidad a la que hice mención anteriormente y se pegó un tiro cuando se dio cuenta de que, como consecuencia de sus propios errores en los relevamientos, él y toda la tripulación pasarían un año más de sus vidas en los angustiantes canales de Tierra del Fuego.

Fitz Roy asumió el mando con decisión y llevó a cabo la misión que se le encomendó: completar el primer viaje del Beagle. A su vuelta en Inglaterra, empezó a planear el segundo viaje, del que participaría Darwin.

Quizás por eso me inclino a pensar que todo empezó en Plymouth cuando preparábamos el Beagle para el segundo viaje, el que daría la vuelta al mundo.

Era una horrenda tarde de otoño, cuando el clima inglés saca a relucir sus peores aspectos, bruma, frío, viento y una interminable llovizna. El capitán Fitz Roy subió al barco acompañado por un tímido joven de cabello castaño claro…

—¡Stokes! —bramó el capitán— Stokes, venga que le quiero presentar a alguien.

El joven John Stokes se acercó y le echó un vistazo poco amistoso al acompañante del capitán. Tantos años en el mar lo habían hecho sentirse incómodo y hasta desconfiado de la “gente de tierra”, como decían a bordo. El joven acompañante parecía ser dos o tres años mayor que él, que en ese momento tenía diecinueve años.

—Le presento a Charles Darwin, quien será el naturalista que llevaremos a bordo en nuestro viaje. El Sr. Darwin compartirá con usted la sala de mapeo. Mientras usted hace mapas Darwin disecará animales o usará su microscopio o realizará grandes descubrimientos. —Esto último dicho en un tono casi gracioso.


Croquis del H.M.S. Beagle, en corte.

Stokes le dio la mano a Darwin de una manera no muy simpática razón por la cual el capitán, conocedor de su gente agregó:

—El Sr. Darwin es del condado de Shropshire, vecino de su Gales natal, Sr. Stokes. Incluso acaba de hacer un viaje de geología por las montañas galesas, así que estoy seguro que tendrán mucho de qué hablar.

—¡Claro que sí! —Ahora la cara de Stokes había cambiado y sacudía la mano de Darwin con mucho entusiasmo— Claro que en nuestro viaje ambos extrañaremos las montañas de Gales ya que en el mar no hay montañas para escalar.

—Detrás de cada puerto hay montañas que podremos subir —dijo Darwin con espontaneidad— Aquí mismo en Plymouth podremos subir el monte Edgecombe, si a usted le parece.

—Cuente conmigo. —Se acababa de sellar una amistad entre Stokes y Darwin que duraría más de cincuenta años.

—Sr. Stokes, le pido que mientras yo superviso la carga usted le muestre al Sr. Darwin el barco y sus aposentos —y a Darwin le dijo— Nos vemos a la noche para comer en tierra. Lo llevaré a un lugar donde cocinan el cordero de una manera única. Nos vemos caballeros— y se alejó hacia el puente de mando.

Stokes lo llevó a Darwin en una visita “guiada” por el Beagle. Le mostró la sala de mapeo donde no sólo compartirían las horas de trabajo sino que también dormirían en hamacas colgadas del techo. Darwin se espantó por el poco espacio disponible pero le aseguraron que con el correr del tiempo se acostumbraría.

Mientras recorría cada recoveco del navío, Stokes le contaba datos de su historia. El Beagle era el barco número 41 de la clase Cherokee, de la cual se habían construido más de cien. A esta clase también se los conocía con el nombre de “coffin brigs” o “bergantines ataúd” ya que veintiséis de estos se habían hundido en mar abierto. Sin embargo el Beagle había recibido una serie de modificaciones que lo habían mejorado enormemente, siendo más rápido y seguro que los demás, como lo demostraba el exitoso viaje de cuatro años explorando los canales en torno al Estrecho de Magallanes. Stokes había participado de ese viaje y Fitz Roy había sido el capitán en el último tramo del viaje.

Stokes casi recitó otros datos del barco: botado en junio de 1818, desplazamiento de 242 toneladas y una eslora de 90 pies. A la tripulación se le sumarían algunos extra-numerarios entre los que se contaban el propio Darwin, los tres indios fueguinos y el sacerdote que intentaría fundar una colonia cristianizadora en el sur de Tierra del Fuego, es decir cercano al fin del mundo.

—Sr. Stokes, ¿Me podría explicar cómo llegaron estos aborígenes a Inglaterra y cuál es el plan respecto de ellos?

—No se mucho respecto del plan, quizás debiera conversarlo con el capitán. Lo que le puedo decir es como llegaron aquí. En Tierra del Fuego un grupo del Beagle bajó a una isla a efectuar mediciones de coordenadas. Allí unos indios aprovecharon un descuido y se llevaron el bote ballenero. El capitán salió en su persecución y pudimos apresar a un pequeño grupo que tenía los remos. El capitán decidió liberar a los mayores para que trajeran el bote y retener a los menores como “garantía”. Los mayores no volvieron nunca. Seguimos buscando el bote y retuvimos a un mayor, al que llamamos York Minster. Finalmente nunca recuperamos el bote pero nos encontramos con que teníamos cuatro nuevos pasajeros que parecían bastante contentos de estar en el barco con nosotros. El capitán decidió traerlos a Inglaterra para educarlos y en el siguiente viaje llevarlos de vuelta a sus islas para que llevaran educación y civilización a su gente. Es decir que el plan sería que ellos formen una pequeña colonia a la que también se sumará un sacerdote. En pocos días los fueguinos estarán en el barco y usted tendrá oportunidad de conocerlos. Originalmente eran cuatro pero uno murió. Los dos menores tienen unos doce años y se llaman Jemmy Button y la chica Fuegia Basket, son tremendamente simpáticos e inteligentes. El mayor, York Minster, es un tanto más huraño, creemos que tiene unos veintiocho años.

Durante la visita Stokes le presentaba gente a Darwin quién no podía retener los nombres y las caras por más esfuerzo que realizaba. Tan sólo pudo recordar a Wickham, que era el segundo de Fitz Roy y al joven King, con quien compartiría la sala de mapeo junto a Stokes y que además era el hijo del conocido capitán Parker King, superior de Fitz Roy en el anterior viaje del Beagle y que comandaba el H.M.S. Adventure, barco mucho mayor al Beagle.

—¿Dónde se come? —preguntó Darwin

—Hay un comedor general para la tripulación, una pequeña sala para oficiales, allí como yo, pero usted será el privilegiado que desayunará en el camarote del capitán. Es un honor que raramente se confiere, Sr. Darwin.

—Puedes llamarme Charles.

—Sólo si usted me llama John.

—¡Pues bien que así sea, John!

Finalmente la oscuridad y la lluvia persistente hicieron que la visita de Darwin terminara y ambos quedaron en encontrarse al día siguiente para comenzar a guardar a bordo las pertenencias de Darwin, a quien le asustaba la posibilidad de no poder llevar todo lo que tenía previsto.

Durante algunas semanas más continuó el aprovisionamiento y equipamiento del barco. Fitz Roy aprovechaba los momentos libres para llevar a Darwin a conocer la ciudad, la que tenía una riquísima historia marina. Entre otras cosas desde allí había partido la flota inglesa al mando de Francis Drake que enfrentó y venció a la temible Armada Española en Calais, Francia, en 1588.

—La leyenda dice que antes de partir hacia la batalla, Drake pasó un tiempo jugando a las cartas en las tabernas del puerto, como dando a entender que no estaba muy preocupado por los españoles, pero no es así. —Fitz Roy era un gran conocedor de la historia militar y le gustaba demostrar sus amplios conocimientos— La verdad es que para salir del puerto de Plymouth hace falta que los vientos soplen de un cuadrante específico coincidiendo con marea alta y saliente. Esta combinación se da en promedio tan sólo uno de cada cuatro días. Es decir que Drake se quedó jugando a las cartas esperando las condiciones favorables. Lo mismo que deberemos hacer nosotros en los primeros días de diciembre cuando ya estemos preparados para partir.

Continuaron caminando por los muelles. El puerto estaba dominado por una poderosa ciudadela. Con sus cañones el castillo controlaba el acceso al puerto, pero también había jugado un rol importante en batallas terrestres.

—El castillo fue construido por el rey Enrique VIII y reconstruido por el rey católico Charles II Stuart (Estuardo). Sin embargo le sirvió en contra de sus intereses ya que en la guerra civil la ciudad se declaró a favor del protestante William (Guillermo) de Orange. Charles la sitió pero la ciudad, defendida por la fortaleza, soportó el ataque y finalmente fue uno de las batallas que más contribuyó a la caída del rey católico y el principio de la dinastía de Orange y el sostenimiento de la religión protestante.

Fitz Roy continuaba con sus explicaciones. —Allá, —dijo apuntando a un espigón que se proyectaba hacia el mar perdiéndose en la pesada bruma— está el muelle desde el que partió el famoso Mayflower que llevaba a los primeros colonos ingleses que poblaron América del Norte, los pilgrims (peregrinos). Seguramente guardaron buenos recuerdos de Plymouth ya que cuando llegaron a América llamaron a su colonia Plymouth.

—Como verá Sr. Darwin este puerto ha sido testigo de grandes eventos históricos, algún día alguien recordará que usted y yo partimos de aquí para dar la vuelta al mundo —esto último dicho en un tono jovial.

En el barco continuaba la actividad febril. Se aprovechaba cualquier pequeño espacio para guardar equipamiento y aprovisionamiento, ya que no volverían a Inglaterra por más de cuatro años. En la misma sala de mapeo se instaló una de las novedades tecnológicas que llevaba el Beagle: los veintidós cronómetros portátiles más exactos de Gran Bretaña. Muy entusiasmado, Stokes le explicó a Darwin para qué les servirían.

—Para hacer mapas o incluso para saber en qué lugar uno se encuentra se utilizan coordenadas. La latitud indica la posición respecto del ecuador mientras que la longitud la indica el ángulo respecto del meridiano de Greenwich, cercano a Londres. Para medir la latitud se utiliza un sextante, le confieso que nunca vi uno tan bueno y exacto como el del capitán. El sextante mide el ángulo del sol o alguna estrella, en su punto más alto respecto del horizonte, en el caso del sol esto pasa al mediodía. Como un barco siempre está en movimiento es muy difícil realizar una buena medición a bordo por lo que generalmente se debe bajar a tierra por la mañana y allí esperar el mediodía. Para medir la longitud se debe registrar la hora exacta en que el sol alcanza su punto más alto, los cronómetros llevan con gran precisión la hora de Greenwich. Al saber a qué hora de Greenwich se da el mediodía en la estación de medición se sabe a qué distancia del meridiano uno se encuentra. Cuanto más preciso es el cronómetro menor es el error. Llevamos veintidós para que se vayan promediando los errores y así mejorar la precisión. Estimamos que el error será menor a los veinte segundos de grado, lo que llevado a distancia implica que cualquier posición en el mundo tendrá un error menor a dos mil pies. Nunca en la historia se efectuaron mediciones más exactas y yo seré el encargado en efectuarlas. —La cara de Stokes irradiaba un orgullo que Darwin había visto pocas veces.

Pasaron casi dos meses hasta que el barco estuvo preparado para el viaje. A partir de entonces la tripulación estaba obligada a quedarse a bordo para poder partir rápidamente cuando las condiciones del tiempo fueran las apropiadas. Los días pasaban uno tras otro. Diciembre avanzaba pero la naturaleza parecía no querer dar permiso a que el viaje empezara. Darwin pensaba que el día de la partida no llegaría nunca. Finalmente cuando llegó Navidad el capitán decidió dar permiso a la tripulación para ir a misa. Al finalizar ésta gran parte de los tripulantes pasaron a despedirse de las tabernas, varios llegaron en avanzado estado de ebriedad. En la mañana del 26 de diciembre las condiciones del tiempo eran perfectas para la partida pero no las condiciones de la tripulación. Fitz Roy se vio obligado a postergar por un día más el inicio de la expedición. Por suerte el 27 las condiciones se mantuvieron buenas y pudieron zarpar.

Sin embargo Fitz Roy no iba a dejar pasar sin castigo la indisciplina anterior. Preparó la arenga que daría esa tarde en alta mar pero también preparó el castigo a los más ebrios. Darwin conocería esa tarde una nueva faceta de la personalidad del capitán, personalidad que nunca llegaría a conocer realmente y que finalmente desembocaría en una tragedia.

La traición de Darwin

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