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Capítulo 3. La semilla de una idea en el medio del océano
ОглавлениеWhat I remember most of those first days on board of the Beagle, was Darwin’s seasickness. The starting of the trip was very little promising even though…
Lo que más recuerdo de aquellos primeros días a bordo del Beagle eran los mareos de Darwin. El inicio del viaje fue poco prometedor a pesar de que el capitán realizó una estupenda arenga desde el puente de mando que todos recordaríamos por años.
Una vez que el Beagle hubo pasado la escollera exterior del puerto y que la navegación estuvo estabilizada Fitz Roy ordenó que la tripulación se congregara frente al puente de mando. Desde allí, gritando por encima del ruido del mar y del viento, dirigió unas palabras destinadas a levantar la moral y crear lo que él llamaba el esprit de corps o sentimiento de grupo. Era algo muy común en la marina inglesa. Empezó leyendo el texto escrito en la madera del puente de mando: “England expects every man to do his duty”,
—“Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber”, —dijo Fitz Roy —esas fueron las famosas palabras del Almirante Nelson antes de la batalla de Trafalgar en la que triunfó por sobre el enemigo pero perdió su vida. Nelson cumplió con su deber y eso es exactamente lo que haremos nosotros, cumplir con nuestro deber. Pasaremos más de cuatro años lejos de nuestro país y de nuestras familias pero volveremos contentos y orgullosos de haber cumplido la misión que se nos encomendó. Relevaremos y mapearemos el sur del continente americano para que nuestros barcos puedan cruzar de un océano a otro sin peligro. Buscaremos e identificaremos rocas peligrosas, corrientes traicioneras y peligros ocultos pero también encontraremos los caminos más cortos y los mejores puertos donde en el futuro la naves en peligro puedan pasar tormentas o esperar la llegada de auxilio. Dominar el cruce de los dos océanos es fundamental para que Inglaterra siga reinando en los mares.
Pero a diferencia de otras expediciones de relevamiento, la nuestra tiene otra misión que es absolutamente nueva para la Marina Inglesa. Además del relevamiento geográfico haremos un relevamiento científico de toda la región. Enumeraremos animales terrestres y marinos, plantas, hongos y también se realizarán observaciones geológicas. Por este motivo nos acompaña el señor Charles Darwin en carácter de extranumerario, es decir que no forma parte de la tripulación del Beagle pero será tratado como si tuviera el rango de oficial. El señor Darwin cuenta con mi más absoluta confianza para lograr este objetivo. Así que señores, ¡Hacia la Gloria navegamos! (To Glory we steer).
En ese momento sonaron dos cañonazos que dieron el cierre perfecto a la arenga. La tripulación dio tres hurras, delirando de entusiasmo. Fitz Roy se los había puesto en el bolsillo, sabía perfectamente cómo manejarlos, era su líder y ellos lo adoraban.
Cuando ya todos volvían a sus puestos el capitán les ordenó quedarse. Lo que siguió no fue tan agradable. Tres guardiamarinas trajeron a los acusados de ebriedad en el día de Navidad y se procedió a azotarlos, según el reglamento de disciplina. Así Fitz Roy mostraba que también podía ser un capitán implacable. Cada uno debía elegir si iba a estar entre los que “navegaban hacia la Gloria” o entre los que recibían latigazos.
Los hombres asistieron en silencio a la triste ceremonia y todos entendieron que no sólo Inglaterra esperaba que cumplieran con su deber sino que su capitán también.
En los primeros días de viaje, el Beagle avanzaba rápidamente. El viento era fuerte y el mar estaba picado por lo que el barco se movía mucho. Darwin se pasaba casi todo el día en su hamaca de la sala de mapeo, tratando de dominar unas náuseas persistentes. Stokes le explicó que la “gente de tierra” siempre se marea al principio pero después de un par de semanas la mayoría se acostumbra. Darwin temía no formar parte de esa mayoría y se preguntó, aterrado, si sería capaz de soportar un viaje de cuatro años en esas condiciones.
Stokes continuó explicándole que en las peores tormentas hasta los marinos más experimentados se marean. —“Le podría decir que los únicos que nunca vi que se marearan, ni aún en la peor marejada, son los aborígenes fueguinos. Cuando los traíamos, en nuestro viaje anterior, pasamos por momentos terribles y ellos jamás mostraron el menor signo de incomodidad.”
A medida que pasaban los días y el Beagle avanzaba hacia el sur el clima se fue haciendo más templado –venían de un crudo invierno inglés– y el mar también se mostraba cada vez más benigno. Darwin pudo salir a cubierta, disfrutar del buen tiempo. Con una red y unos alambres hizo un embudo que, mantenido un par de horas en el agua, le permitía recolectar fauna marina. Así empezó su trabajo de naturalista a bordo del Beagle, mientras esperaba llegar al lugar de la primera parada, Santa Cruz de Tenerife, en la Islas Canarias.
En la mañana del 6 de enero Darwin se despertó, Stokes lo estaba sacudiendo. “Charles, está amaneciendo, ya llegamos. Venga a cubierta.”
Darwin se vistió rápidamente y salió con pasos ligeros. Había gran actividad en la cubierta a pesar de ser muy temprano. Muchos se habían levantado antes de su turno para contemplar el maravilloso Teide.
El sol acababa de salir; apenas por encima del brumoso horizonte se lo veía enorme y anaranjado. Con el sol a sus espaldas Charles vio delante de él una isla con un pequeño poblado compuesto mayoritariamente por casas blancas, por encima del nivel de las casas un poco de niebla quitaba visibilidad, pero por encima de ésta sobresalía con su enorme majestuosidad una montaña de aspecto volcánico. La mitad superior del perfecto cono montañoso estaba cubierto por nieve, a pesar de que estaban casi a la latitud del Trópico de Cáncer. La luz del sol de madrugada le daba a la nieve un color entre amarillo y naranja que resaltaba por sobre el cielo, todavía oscuro, del fondo.
Para los aborígenes ya extintos de las Islas Canarias, los guanches, esta montaña tenía un carácter sagrado, semi divino. Los españoles le habían mantenido el nombre aborigen original El Teide.
—Es mucho más alto de lo que me imaginaba —dijo Darwin
—Tiene unos doce mil pies de altura, más alto que cualquier montaña de Gales o Inglaterra y creo que también que cualquiera de los Alpes.
—Es más espectacular que cualquier montaña que yo haya visto. Supongo que porque por un lado nunca vi una tan alta y por otro lado, en general las montañas forman parte de cordones montañosos en cambio ésta está sola, aislada en el mar, lo que la hace resaltar más.
—No tan sola y aislada —dijo Stokes, y señaló hacia la proa del barco. —Vea allá en el horizonte, —se veía otra isla también dominada por una gran montaña, ésta sin nieve— esa isla es la Gran Canaria. Medí la altura de la montaña con mis instrumentos, harían falta mediciones desde tierra firme para lograr mayor exactitud, pero parece tener unos seis mil pies de altura, lo que para una isla tan pequeña representa muchísimo.
—¿Cómo son las demás islas del archipiélago?
—Todas ellas con gran relieve, aunque ninguna otra con montañas tan altas como estas. ¿Por qué lo pregunta?
—Porque me imagino que ambas montañas son volcanes seguramente todavía activos. Estas islas no son ni más ni menos que montañas que, desde el fondo del mar, llegan a la superficie. Las continuas erupciones las deben de haber elevado por encima del nivel del mar. Seguramente todo el archipiélago tiene el mismo origen, por eso son todas muy montañosas. Cuando descendamos verificaré si las rocas son producto de la lava.
—Para eso faltan por lo menos dos horas. No podemos bajar hasta que tengamos permiso de tierra, y la oficina de puerto aún no ha abierto.
Los jóvenes se quedaron en silencio con los codos apoyados sobre la baranda de cubierta admirando el paisaje que la mañana les ofrecía. Luego de unos minutos Stokes rompió el silencio.
—Dígame Charles, supongo que hasta hace cuatro meses no estaba en sus planes que alguien lo invitara a ser naturalista de una expedición que daría la vuelta al mundo. ¿Cómo hubiera seguido su vida sin la invitación de Fitz Roy?
—Mi padre quería que yo fuera médico rural, como lo es él. Pero al estudiar medicina me di cuenta que la sangre y el sufrimiento humano me hacían mal. Creo que nunca me habría acostumbrado a eso, como quizás nunca me acostumbre al mareo de mar. A mi padre no le gustó nada cuando le dije que no sería médico. Se me ocurrió que ser pastor3 sería muy parecido. Él siempre dice que no hay mucho que pueda hacer contra las enfermedades, su principal tarea es conformar al paciente para que así se recupere o se resigne al mal que sufre. Pues bien, yo le expliqué que la tarea del pastor no es muy distinta a la de un médico rural sólo que en lugar de tratar los males del cuerpo trata los males de alma. —Pero Charles, para ser pastor hace falta tener una gran convicción. Por lo que me dice no había recibido el “llamado divino”.
—Es cierto, supongo que esperaba que con el tiempo recibiría el llamado divino, como usted le dice. Pero la verdad es que elegí esa profesión para conformar a mi padre.
—Usted respeta mucho a su padre.
—Claro que lo respeto, pero no es que lo quería conformar por una cuestión de respeto sino más bien porque mi padre es una persona muy sabia y él tiene claro qué es lo mejor para mí.
—Entiendo Charles… entonces supongo que ahora, al estar lejos de su padre por tanto tiempo, ¿siente que le falta su guía?
—Yo pensé que así sería, sin embargo supongo que ya debo haber madurado. Siento que estoy haciendo lo correcto más allá de que no esté él aquí para darme su aprobación.
—¿Qué pensó él del viaje?
—Primero pensó que era un truco mío para no ser ni médico, ni pastor, ni nada. Pero luego averiguó sobre Fitz Roy y habló con mi tío, otro hombre sabio, y se convenció de que era una oportunidad única. Se imaginó que a la vuelta yo podría, como naturalista, ser profesor universitario en Cambridge y que quizás esa era mi verdadera vocación. En resumen él creyó que yo no había recibido el “llamado divino” pero sí el “llamado de la naturaleza”.
—¡Ja, ja!, en Gales le decimos “llamado de la naturaleza” a otra cosa.
—Me imagino, —dijo Darwin tratando de ahogar la risa— también en Shropshire le decimos así cuando alguien se ve obligado a atender de manera rápida sus necesidades.
Los dos muchachos se estuvieron riendo un buen rato y luego otra vez quedaron en silencio. Tras unos minutos Darwin le preguntó:
—Y tú, John, ¿cómo es que llegaste aquí?
—Yo me uní a la Marina cuando tenía catorce años. En mi casa había leído de muy joven los relatos de los viajes de Cook por las lejanas tierras del Pacífico. Lloré cuando leí la parte en que lo matan los aborígenes de Hawai. Me costó, pero conseguí convencer a mi madre, que finalmente me dejó ir a la escuela de cadetes. Al poco tiempo ya estaba viajando a los confines del mundo. Para mí era, y sigue siendo, cumplir con el sueño de mi vida. Mi gran aspiración sería estar al mando de una expedición exploradora por Australia. No creo que nunca tenga la oportunidad.
—¿Por qué no? Estás ganando experiencia y el capitán parece tener gran confianza en ti. De a poco irás ascendiendo peldaños; estás en el camino correcto.
Darwin en 1840. Acuarela de George Richmond.
De repente notaron que el resto de la tripulación estaba tensa. “Viene el capitán” les dijeron. Y efectivamente apareció Fitz Roy luciendo su mejor uniforme.
—¿Qué pasa que están todos sin hacer nada? ¿Son un grupo de holgazanes de vacaciones? —obviamente no estaba de muy buen humor— ¡Wickham!
Enseguida apareció el segundo oficial de la nave.
—Diga Señor
—Suba inmediatamente las banderas de salutación para que las vean desde el puerto. ¡Sullivan! Prepare ahora uno de los botes, iremos a la costa para tramitar la autorización de desembarque.
Muy cerca estaba Jemmy, uno de los fueguinos, que dijo:
—Japitán, no hacer falta. Ya españoles poniendo ellos bote en el agua. Jemmy era el más listo de los fueguinos, en muy poco tiempo había aprendido a hablar inglés razonablemente bien pero con un cargado acento. Lo extraño es que al mismo tiempo había olvidado su idioma natal. Con los otros fueguinos, York y Fuegia, se comunicaba en inglés. —Jemmy, no veo que esté viniendo nadie.
Fitz Roy usaba con Jemmy un tono paternal como el que no usaba con nadie más de la tripulación. Jemmy era su preferido y estaba orgulloso de él.
—Jemmy está correcto. Japitán crea a Jemmy. Jemmy lo ve. Use su ojo de metal para ver la razón.
—A veces Jemmy me olvido que ustedes tienen una vista muy superior a la nuestra. Seguramente estás en lo correcto. Stokes, présteme su catalejo.
Robert Fitz Roy, por Philip Gidley King.
Fitz Roy miró hacia la costa con el catalejo y una sonrisa se le dibujó en los labios.
—¡Sullivan! Cancele la preparación del bote, ellos están viniendo a nosotros.
Le dio una palmada en la espalda a Jemmy y se fue a proa, su humor ya había mejorado. Jemmy, contento, miró a su alrededor y encontrando la mirada amistosa de Darwin le dijo: “El Japitán es hombre bueno”
Lo que no fue bueno fue lo que los españoles del bote le dijeron al capitán. Había llegado la noticia de que en Inglaterra había una epidemia de cólera. Como prevención para evitar una epidemia antes de desembarcar deberían esperar doce días.
El capitán reunió a Wickham, Sullivan, Stokes y Darwin en la sala de mapeo.
—Señores, las alternativas son dos, o esperar doce días o seguir viaje hasta las islas de Cabo Verde. Debemos considerar que quizás allí también nos hagan pasar por una cuarentena aunque lo veo poco probable. En primera instancia me inclinaría por seguir viaje pero quiero tener claro los pros y contras de esta decisión desde los diversos puntos de vista que manejamos. Empecemos por usted señor Sullivan, tenemos alimento y agua para los días de navegación que nos faltan hasta Cabo Verde y una eventual cuarentena de… ¿digamos veinte días?
—Si señor. Tenemos aprovisionamiento para un período tres veces más largo sin contar con el agua que pudiéramos juntar de lluvias.
—Perfecto. Señor Stokes, debemos ir efectuando mediciones de coordenadas de la manera más continua posible en las diferentes latitudes y longitudes para, al final del viaje, poder detectar errores sistemáticos y corregirlos distribuyéndolos. ¿Como nos afectaría el no contar con las coordenadas de Tenerife?
—Nos afectaría muy poco capitán. Especialmente porque las Islas de cabo Verde tienen una longitud muy similar a la de las Islas Canarias. Luego, con la parada prevista en la isla de Fernando de Noronha tendríamos bien cubierto el cruce del Atlántico.
—Quiero recuperar la pérdida de precisión por no contar con esta medición —mirando el mapa desplegado en la mesa, señala un punto en el medio del mar— incluiremos una parada aquí, en las Rocas de San Pablo, para efectuar mediciones.
—Disculpe capitán —interrumpió Darwin— ¿por qué no se pueden efectuar las mediciones de coordenadas de Tenerife aquí mismo desde el barco?
—El propio movimiento del barco no le permitirá al señor Stokes alcanzar la precisión en el ángulo de culminación del sol necesario para generar un punto de primer orden como el que precisamos. Explíquelo usted señor Stokes.
—Sí capitán. Hemos definido tres órdenes de precisión en la toma de coordenadas. Las de primer orden tienen una precisión menor a los veinte segundos de ángulo. Las mismas olas generan un movimiento en el barco que en este momento debe estar en unos cinco grados, es decir mil veces mayor a la precisión requerida. Las mediciones en altamar se dejan para trayectos en los que no hay tierra y sirven únicamente para la navegación, es decir para saber dónde se está, pero no para hacer mapas.
—Bien dicho señor Stokes. ¿Señor Wickham cuánto nos retrasaría incluir en el plan de navegación una parada en las Rocas de San Pablo?
—Precisaría realizar algunas mediciones pero calculo que a lo sumo dos días.
—Perfecto, si a eso le sumamos un día para efectuar las mediciones tenemos que nos agrega tres días, mucho menos que los doce que nos retrasan aquí. Finalmente usted señor Darwin, ¿qué efecto piensa usted que puede tener en su trabajo el hecho de no detenernos aquí en Tenerife?
Fitz Roy lo tomó a Darwin por sorpresa, el naturalista no pensó que su opinión tuviera para el capitán tanto peso y le agradó que fuera tomado en cuenta junto con los demás oficiales.
—Es difícil decirlo, capitán. Desde el punto de vista geológico es una pena no poder examinar la naturaleza de las rocas. Estas islas, al igual que varios archipiélagos del Océano Atlántico parecen haber sido formadas por acción volcánica. Pero lo que no pueda examinar aquí lo podré examinar en Cabo Verde, que entiendo que tiene un aspecto similar, y también me atrae la idea de examinar unas rocas perdidas en el medio del océano como son las de San Pablo.
Habiendo escuchado las opiniones de todos Fitz Roy se tomó unos segundos para pensar y siguió:
—Muy bien señores, entonces saltearemos nuestra parada prevista en Canarias y seguiremos hacia las Islas de Cabo Verde, donde espero que no nos detengan por una ridícula cuarentena, e incluiremos en nuestra ruta una parada en las Rocas de San Pablo. Señores… ¡a navegar! Señor Wickham ¡Levar anclas inmediatamente!
The first time I heard from Darwin a disturbing comment, regarding the direction his observations were leading him to occurred when…
La primera vez que escuché de Darwin un comentario inquietante, acerca de la dirección que sus observaciones estaban tomando, fue cuando volvíamos en bote al Beagle luego de realizar observaciones y mediciones en las Rocas de San Pablo.
El Beagle estaba parado a unas dos millas de la pequeña isla perdida en la inmensidad del Océano Atlántico. Al no encontrar el fondo para poder anclar habían decidido que el barco debería permanecer relativamente alejado para impedir que los vientos lo pudieran acercar peligrosamente hacía las rocas. En dos botes partió un grupo de observación compuesto por Stokes, Wickham, Darwin y varios marineros.
La isla tenía una superficie menor a media milla cuadrada y algo menos de cuarenta pies por encima del nivel del mar. Las olas azotaban las rocas con ferocidad. En su interior cada espacio estaba ocupado por aves, sus nidos y pichones. Los pájaros no temían a los hombres lo que permitió cazar con la mano a muchos de ellos y recolectar gran cantidad de huevos frescos.
Mientras Stokes esperaba el mediodía para efectuar la medición de las coordenadas, Darwin vagaba por la isla con su martillo geológico recolectando piedras y algunos ejemplares de aves, insectos y crustáceos. A los pocos minutos de pasado el meridiano, Stokes avisó que había terminado y todos los hombres volvieron a los botes. Poner las pequeñas embarcaciones en el agua y poder subir todos de manera segura fue una operación sumamente complicada ya que el mar era bravo y no había una playa desde la cual se pudiera entrar al agua gradualmente. Finalmente cuando los botes flotaban por encima de las olas los marineros comenzaron a remar pero el viento en contra los demoraría bastante en llegar al barco.
Darwin sentado al lado de Stokes le preguntó cómo habían sido sus observaciones.
—Muy bien Charles. La latitud es de 55 minutos al norte del ecuador así que mañana, cuando lo crucemos, usted tendrá su bautismo, como cualquiera que lo cruza por primera vez. ¿Y cómo fueron sus observaciones? ¿Descubrió algo interesante?
—Desde el punto de vista geológico veo que la isla es de origen volcánico. Seguramente lo que vemos como isla es la parte superior de un volcán que tiene miles de pies de altura desde el fondo del mar. En ese punto es bastante parecida a Cabo Verde con la diferencia que estas rocas emergieron del mar hace menos tiempo. No muy distinto de lo que vimos de las Canarias y de lo que leí sobre otras islas del Atlántico como las de Ascensión y Santa Helena. Todo esto me llevaría a pensar que el lecho del Océano Atlántico está plagado de volcanes sumergidos, de los que sólo algunos llegan a la superficie. Quizás allá abajo haya toda una cordillera.
Darwin miró el horizonte como si su mente estuviera perdida en alguna otra disquisición.
—Pero lo más extraño y hasta inquietante, John, no es lo geológico sino la flora y la fauna.
—¿Qué puede haber de inquietante en la fauna de esta isla? Sólo vi que hubiera dos tipos de pájaros.
—Justamente eso, sólo hay dos tipos de aves, el piquero café y una golondrina marinera gorriblanca. No encontré más insectos que algunos ácaros que seguramente viven en el plumaje de los pájaros. John, ¿por qué le parece que cuando Dios creó el mundo y lo llenó de animales y plantas, en este lugar sólo ubicó estos dos pájaros?
—No tengo idea Charles.
—Bueno, yo pienso que cuando Dios creó el mundo esta isla no existía. Esta emergió después y por eso no había animales en ella. Estos dos tipos de pájaros son viajeros, llegaron después y aquí encontraron un ambiente en el que pudieron vivir y reproducirse.
—Parece bien lógico y muy interesante, Charles, pero no encuentro nada inquietante en eso.
—Es que pienso que lo mismo debe haber pasado en Cabo Verde y en Tenerife, sólo que mucho antes. Es decir que las Canarias y Cabo Verde emergieron del fondo del mar sin fauna ni flora y se fueron poblando casi al mismo tiempo que la actividad volcánica las fue elevando. Cabo Verde tiene montañas más altas, más vegetación y más animales porque emergió antes y transcurrió más tiempo. Las Rocas de San Pablo, Cabo Verde y Canarias son etapas distintas del mismo fenómeno. Pero… y aquí viene lo inquietante, no parece que los seis mil años que la Biblia dice haber entre la creación y nosotros sea tiempo suficiente para que estos enormes cambios hayan ocurrido.
Stokes seguía la línea deductiva de Darwin con una mezcla de admiración y preocupación —¿Por qué estás tan seguro que seis mil años no alcanzan para que esto ocurra?
—Verás John, Roma fue fundada setecientos años antes de Jesucristo, es decir hace unos dos mil quinientos años. La Italia y Europa que ellos describen no parece distinta de la actual. El Vesuvio y el Etna, por mencionar algunos volcanes activos, no son mucho más altos ahora que en esa época. A lo sumo, por lo que me han dicho, la zona cercana a Nápoles puede haber recibido unos cincuenta pies de cenizas volcánicas desde que el Vesuvio sepultara a Pompeya. Es decir cincuenta pies en dos mil años. ¿A ese ritmo cuanto tardaría en crearse una montaña como el Teide?
El joven John Lort Stokes, por Lely Bartolomé.
—Déjame ver, si tiene doce mil pies a un ritmo de cincuenta pies cada dos mil años… —Stokes hizo unas rápidas cuentas en la cabeza y finalmente exclamó— ¡cuatrocientos ochenta mil años!
—Exactamente. Y eso sin contar que su altura debería computarse desde el fondo del mar, si así lo hiciéramos estaríamos llegando a casi un millón de años desde la creación. La misma cuenta aplicada sobre el “Pico da Coroa” de Cabo Verde también arroja una cifra que se da de patadas con la de la Biblia.
Ambos jóvenes quedaron un par de minutos en silencio mientras las olas los hacían subir y bajar y los marineros, ajenos a toda su conversación, seguían remando con ahínco para llegar cuanto antes al Beagle.
Darwin retomó la palabra.
—Poco antes de salir de Inglaterra el profesor Henslow, mi mentor en Cambridge, me regaló el libro de Lyell llamado “Principios de Geología”. Lo que plantea Lyell en su libro es que el mundo es cambiante y que los tiempos que explican los cambios ocurridos son mucho mayores a los que fija la Biblia.
—Charles, ¿todo esto has descubierto en una mañana en una isla solitaria en medio del océano cuando el viaje recién empieza? Eres un genio, ¡es asombroso! ¿Qué más descubrirás en los próximos cuatro años de nuestra expedición?
—No John, no hay que pensarlo así. Yo no descubrí nada, simplemente acabo de plantear una hipótesis que precisa basarse en fundamentos para poder convertirse en una teoría. En los próximos cuatro años me propongo encontrar la evidencia que me permita plantear esta teoría ante la Sociedad Científica.
El bote ya se encontraba cerca del Beagle, podían ver que la tripulación se acercaba a estribor para verlos subir.
—John, te debo confesar que hasta hoy me sentía un tanto angustiado porque no tenía bien claro cuál era exactamente mi función como naturalista en esta expedición. Me sentía presionado porque el capitán tenía una gran expectativa sobre los descubrimientos o hallazgos que yo pudiera hacer, y cuanto mayor es su expectativa mayor es mi miedo de decepcionarlo. Pero… —Darwin se volvió y miró por última vez las Rocas de San Pablo— … estas rocas en el medio de la nada me han cambiado todo, ahora sí tengo una misión que cumplir en este viaje.
—Charles, ¡qué contento se va a poner el capitán! Un logro científico pondrá su expedición en una categoría por encima de cualquier otra.
—Estoy de acuerdo John, se va a entusiasmar, casi no puedo esperar para contárselo.