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Capítulo 2. Malas noticias

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Cercanías de Esquel, diciembre de 1879. Moreno se acercaba a las tolderías tehuelches de los caciques Inacayal y Foyel, viejos conocidos suyos de viajes anteriores. Su grupo estaba compuesto por el ingeniero Francisco Bovio, que lo ayudaría con las mediciones topográficas, el belga Antonio Van Tritter, dos peones ayudantes, Melgarejo y Hernández, y Gavino, un indio que oficiaría de traductor mapuche.

Moreno no quería llegar de noche a los toldos de Inacayal, entonces decidió acampar y preparar un fuego con humo espeso para que las tribus supieran que estaba cerca.

De repente Moreno se despertó. Algo no estaba bien, había escuchado algún ruido. Pensó que un puma podría estar merodeando o buscando restos de la comida de la noche. Se puso las botas y abrió la carpa. Lo que vio en la penumbra del amanecer lo sorprendió enormemente. Un indio muy fiero parado de frente a su carpa lo miraba atentamente, con una mano sostenía una chuza2 y en la otra tenía sus boleadoras preparadas. El joven pensó rápido cuáles eran sus alternativas, tenía un revólver cargado dentro de la carpa, no le daría tiempo de alcanzarlo. Lo mejor era enfrentar el peligro de frente. Miró al indio a los ojos y de pronto se dio cuenta: “¡Utrac! ¿Sos vos?”.

—¡Huinca3 Moreno!

Se dieron un fuerte apretón de manos, lo que era mucho ya que los indios no eran muy expresivos; jamás había visto a uno sonreír. Con el ruido se fueron despertando los demás. El campamento estaba cercado por alrededor de quince jóvenes indios, la “custodia” de Utrac. Moreno avivó el fuego para calentar mate y ofrecerle algo de comer a su amigo indígena.

—Utrac, ¡cuánto tiempo sin vernos! Te ves como todo un guerrero.

Tu padre debe estar orgulloso.

—Utrac tiene hijo ahora.

—Felicitaciones.

—¿Huinca Moreno tiene hijo?

—No, no tengo hijo ni mujer. Sigo buscando huesos y piedras. No cambió mucho mi vida.

—Menos pelo, eso cambió —dijo mirando su incipiente calvicie.

—Es de tanto leer —dijo Moreno con una sonrisa.

Utrac era el hijo de Inacayal, uno de los dos caciques tehuelches de la zona. En su viaje anterior habían trabado una gran amistad. Habían pasado días enteros recorriendo la pre Cordillera a caballo, sin hablar mucho; simplemente disfrutando de la libertad. Hacían noche donde la oscuridad los encontraba y vivieron de lo que cazaban. Con él Moreno aprendió a sobrevivir sin más elementos que su habilidad y su astucia.

Recordaron aquellos días como si ya fueran viejos.

—¿Y qué busca ahora, Moreno?

—Mapas —trató de explicarle al indio lo que era un mapa pero no le quedó claro si le había entendido. Lo que sí le quedó claro era que no le interesaba.

—Ahora quería ir al campamento de tu padre. ¿Será eso posible?

—Moreno es bienvenido en la toldería. Sus amigos huincas también.

Sin prisa, al amanecer, fueron desarmando el campamento, empacando sobre los caballos y finalmente se pusieron en movimiento hacia el Sudeste. Utrac los guiaba por entre cerros y quebradas. Cada tanto le contaba a Moreno historias del lugar o algún mito tehuelche. Uno en especial Moreno recordó por muchos años. Decía la leyenda que en una cueva al borde del camino había vivido un monstruo que, por la descripción, parecía un enorme armadillo. “¿Un gliptodón?” pensó Moreno. Quizás la leyenda estuviera rememorando un hecho verídico y allí hubiera habitado alguno de los últimos de esa especie extinta y los indios lo hayan visto. O quizás, esto le pareció más probable, mucho tiempo atrás allí habían encontrado un caparazón y a partir de eso comenzó el mito.

—Escuché ese tipo de leyendas de cuevas en otros lugares. ¿Siempre se trata de monstruos con el mismo aspecto?

—Casi siempre —contestó Utrac—. Pero al Sur son diferentes. Caminan en dos patas, son peludos y tienen piel gruesa que la chuza no atraviesa.

“¿Un milodón?” pensó Moreno, quizás todavía hubiera un milodón vivo en algún bosque del lejano Sur.

Cada tanto Utrac se bajaba del caballo y prendía fuego un arbusto seco que elevaba gran cantidad de humo. Era su manera de avisar a la toldería que se estaba acercando con gente que no era de la tribu. Al cabo de un par de horas vieron columnas de humo; era la toldería que contestaba.

—Moreno, espere acá. Utrac avisa al toldo y vuelve.

—Claro, espero.

Él conocía esa costumbre indígena. Al cacique no le gustaba que un extraño llegara a las cercanías de su campamento sin avisar; era visto como algo sumamente descortés, debía mandar un embajador para pedir permiso. En este caso Utrac era su mejor embajador. Moreno se bajó del caballo, sabía que todo esto podía llevar mucho tiempo. Se puso a pensar de dónde vendría esa costumbre y se rio cuando se le ocurrió que lo mismo haría una chica de sociedad porteña. Si él fuera a visitar a Ana Varela, a ella no le gustaría que él llegara sin anunciarse. Lo que se estilaba era escribirle una nota diciendo que quería visitarla, y ella le respondería diciéndole a qué hora estaba disponible. A esa hora ella estaría con su mejor ropa y peinado. Lo mismo debía ocurrir en el toldo, sacarían la basura, vestirían sus mejores quillangos4 y se asegurarían de que nadie estuviera durmiendo o en alguna otra actividad poco digna.

A las dos horas volvió Utrac: —Mi padre lo espera.

El pequeño grupo de Moreno fue bajando la meseta al paso. Más abajo vieron que había más de cien jóvenes guerreros tehuelches armados con cara de salvajes. A medida que ellos se acercaban los indígenas empezaron a gritar. Los alaridos no sólo asustaron a sus caballos; los ingenieros Bovio y Van Tritten tenían cara de estar despidiéndose de este mundo. Cuando llegaron al llano inferior los guerreros se lanzaron al galope hacia ellos, luego los rodearon y galoparon a toda velocidad a su alrededor, levantando y revoleando las boleadoras por encima de sus cabezas. Bovio quería escaparse, pero la mirada fulminante de Moreno lo congeló en su lugar. De pronto todos los guerreros dejaron de correr alrededor de ellos y se dividieron en ocho o diez grupos que corrían en círculos mucho más chicos a todo galope. Eran excelentes jinetes. Utrac, todavía al lado de Moreno, le dio a entender que los huincas también debían correr en un círculo. Ni los caballos ni los jinetes de los blancos eran de la calidad de los indígenas, razón por la cual su círculo al galope fue bastante pobre, especialmente porque ninguno de los ingenieros era muy diestro en la materia. Hacia el final, para mostrar que él sí dominaba su cabalgadura, Moreno realizó un paro en dos patas de su caballo, luego lo puso a la carrera y lo frenó de golpe al mismo tiempo que desmontaba. La indiada aprobó con su silencio la habilidad de este huinca.


Tribu indígena en los alrededores de la Colonia 16 de Octubre

(actuales Esquel y Trevelin).

Luego Utrac le fue presentando los guerreros uno por uno. A todos debía darles la mano, soportar su terrible apretón e intentar repetir su nombre impronunciable. Todo llevó muchísimo tiempo. Cuando terminaron, Utrac, apuntando al toldo principal, le dijo: —Mi padre espera.


Cacique Foyel.

Inacayal, que había envejecido desde la última vez que se habían visto, se mostró efusivo al recibir a Moreno. Utrac, único en la tribu que hablaba castellano, fue traduciendo lo que el cacique le decía. El protocolo indígena era interminable y a Moreno le dolían todos los músculos. Justo cuando no soportaba más, lo invitaron a sentarse sobre unas pieles de guanaco.

—Mi padre está contento —dijo Utrac—, pero quiere saber por qué vino Moreno aquí.

—Inacayal sabe —dijo Moreno mirando al viejo cacique mientras su hijo traducía— que su hijo Utrac es gran amigo mío. Yo le prometí visitarlo y por eso he venido. También el Gobierno, sabiendo de la importancia de su tribu, me ha encomendado visitarlos y conocer cuáles son sus necesidades para poder ayudarlos —por su experiencia Moreno sabía que esas promesas en general funcionaban; de hecho traía varias cosas para regalar.

—Mi padre dice que su Gobierno no ayudó a los mapuches del Norte. Mataron a muchos —Inacayal se refería a la terrible Campaña del Desierto que había llevado adelante Roca.

—Los mapuches de Namuncurá robaban ganado, mujeres y mataban a los huincas. Por eso el Ejército los atacó. Los indios de Inacayal no hacen nada de eso, por eso el Gobierno quiere recompensarlos.

Utrac tradujo y, por la expresión, su respuesta le pareció convincente.

—Mi padre quiere saber qué es eso de “mapa” que Moreno quiere hacer —esa pregunta de Inacayal era más difícil. Estaba claro que su hijo le había contado lo que habían hablado antes.

—Mapa es un dibujo del lugar. Cuando yo encuentro un hueso o una piedra interesante tengo que marcar en ese dibujo el lugar en el que los encontré. Por eso ese dibujo tiene que tener las montañas, los lagos y los ríos.

Cuando Utrac le explicaba la cara de Inacayal, indicaba que no le gustaba el asunto. Pensó unos minutos y contestó.

—Mi padre dice que debe hablar con Foyel.

Foyel era otro cacique tehuelche cuyo territorio estaba un poco más al Sudoeste.

—Con Foyel aquí, habrá Parlamento. Moreno explica y ellos piensan y contestan. Hasta llegada de Foyel, Moreno y sus amigos son invitados.

—Muchas gracias —dijo Moreno inclinando la cabeza.

* * *

A la llegada de Foyel y su gente se hizo una bienvenida similar a la que le hicieron a Moreno, con la diferencia que la gente de Foyel era alrededor de sesenta guerreros, por lo que hubo muchos más círculos al galope, más gritos y más alaridos que la otra vez. Moreno y su gente también debieron participar, pero esta vez hicieron mejor papel.

Las mujeres habían preparado un espacio con muchas pieles; era donde se haría el Parlamento. En él no sólo participarían Inacayal y Foyel sino también todos sus capitanejos, es decir que serían más de cuarenta personas.

Luego de que los visitantes comieron, todos se sentaron en un gran círculo y en el centro se acomodaron Inacayal, Foyel, Utrac y Moreno. Primero Inacayal expresó la alegría que le daba recibir a su gran amigo Foyel y que por eso al atardecer le daría una fiesta de bienvenida. Cuando Foyel tomó la palabra dijo estar feliz por estar en la tierra de su amigo Inacayal, relató recuerdos de los dos. Luego saludó a Moreno, a quien definió como su amigo por ser amigo de sus amigos. Utrac traducía a un Moreno que se iba perdiendo entre tanta formalidad y protocolo. Prestó más atención cuando Foyel habló sobre los huincas, diciendo que veía con preocupación que ellos le sacaban territorio a otras tribus. Entendía que esas tribus atacaban asentamientos blancos, cosa que los tehuelches no hacían y por eso esperaban ser tratados como amigos. Luego sobrevino el silencio, Utrac le hizo una seña a Moreno dando a entender que era su momento para hablar. El joven hizo una introducción muy al estilo indio, agradeciendo la hospitalidad y generosidad; luego hablando de la reconocida valentía de los indios tehuelches, y finalmente que era emisario de los más fraternales saludos del Gobierno argentino. Las expresiones positivas de los capitanejos le demostraban que su exposición había estado a la altura de las circunstancias. Inacayal le preguntó si en la gran toldería huinca (Buenos Aires) sabían del coraje tehuelche. —Por supuesto, y saben que son nuestros amigos. Por eso me mandaron a parlamentar con ustedes.

Hubo satisfacción en las caras de los caciques. Foyel preguntó cuál era el pedido de Moreno, y el joven contó exactamente lo que unos días antes le había explicado a Inacayal. Lo del mapa no parecía preocupar a Foyel pero hizo una pregunta que cambió toda la situación. ¿Adónde iría Moreno luego de la tierra tehuelche?

—Iré a la tierra mapuche de Sayhueque.

Hubo estupor en los indígenas. El mismo Utrac miró a Moreno reprochándole que no le había contado eso. Los caciques estaban visiblemente contrariados.

—Los mapuches están en guerra con los huincas —dijo Foyel, traducido por Utrac—. Es mala cosa Moreno ir a tierra mapuche.

—Sayhueque es mi hermano de sangre. Yo estaré seguro con él.

—No, seguro no. Con Sayhueque está un mapuche de Chile, Loncochino. Él odia a los huincas argentinos. Loncochino quiere convencer a los tehuelches a ir a la guerra contra los huincas. Foyel e Inacayal dijeron que tehuelches no quieren guerra contra los huincas. Hay un huinca que es muy bravo que mata a todos los indios, se llama “Piedra”.

—Roca, no Piedra. Se llama Roca —corrigió Moreno.

—Es que piedra y roca es la misma palabra en tehuelche —se disculpó Utrac.

Foyel tomó la palabra y empezó a dar un largo discurso. Como no paraba, a Utrac se le hacía difícil traducirlo y le fue dando una versión resumida a Moreno.

—Dice que si Moreno va a tierra mapuche ellos sabrán que viene de tierra tehuelche. Ellos pensarán que los tehuelches son amigos del huinca Moreno, y como los huincas son enemigos de los mapuches terminarán pensando que los tehuelches son enemigos de los mapuches y habrá guerra de indios. Foyel no quiere que Moreno vaya a tierra mapuche.

Foyel se tomó unos segundos, habló algo con Inacayal y este último le dijo a Moreno:

—Dice que caciques pensarán y mañana darán su respuesta a Moreno. Hasta entonces Moreno y sus huincas son invitados de Inacayal.

Moreno agradeció, como se esperaba de él, y el Parlamento terminó.

* * *

—Moreno, mi padre y Foyel quieren verlo —le dijo Utrac.

Mientras caminaban al toldo del cacique, el joven se preguntaba qué escucharía en unos minutos. Había pasado la noche sin dormir. La misión que le había encomendado Avellaneda pendía de un hilo. Se sentía al borde del fracaso. ¿Cómo volvería a Buenos Aires con las manos vacías? Toda la expectativa que él tenía en este viaje le hacía sentir más miedo al fracaso. También sentía derrumbarse la posibilidad de estudiar en el exterior, que era la base del inicio de su carrera de científico.

Se sentó frente a los caciques y trató de leer la respuesta a su ansiedad en sus caras, pero era imposible, la expresión de los indios era inescrutable. Inacayal empezó a hablar y Utrac traducía.

—Pensamos mucho y le preguntamos a nuestras cabezas y a nuestros corazones qué hacer. Apreciamos mucho su coraje por venir a tierra india a saludar a sus amigos. Los tehuelches queremos ser amigos de los huincas. Los tehuelches sabemos que los huincas serán dueños de todo y sólo quedarán los indios amigos de los huincas. Los tehuelches no queremos a los indios enemigos de los huincas pero ellos son muchos. Los tehuelches no pelearán contra ellos. Entonces con Foyel pensamos y luego de la mañana pensamos más. Los huincas amigos de Moreno podrán hacer un mapa de la tierra tehuelche pero Moreno se quedará en el toldo de Inacayal. Después todos los huincas podrán ir más al Norte hasta el límite de la tierra tehuelche, en el sur de la laguna Grande. Moreno no podrá seguir a tierra mapuche. Utrac lo acompañará para asegurarse de que Moreno cumpla su promesa y para no ser prisionero de los mapuches. Después Moreno volverá al toldo de Inacayal y luego al fuerte huinca.

Cuando terminó de hablar, los dos caciques miraron a Moreno a los ojos mientras Utrac terminaba de traducir, querían saber si había entendido. Luego se levantaron y se fueron, no había posibilidad de apelar la decisión.


Cacique Inacayal cuando prisionero en Buenos Aires.

* * *

Utrac trató de levantarle el ánimo a Moreno, pero éste sentía que su mundo se le había venido abajo. Tan sólo relevaría la tercera parte de lo que se había propuesto. Magro resultado le llevaría al presidente que había confiado en él para que la Argentina firmara el mejor tratado posible con Chile. Al final alguien diría que el fracaso se debía a que le habían encomendado la importante misión a un inexperimentado veinteañero.

Cuando llegó a su carpa llamó a su gente y les explicó lo decidido por Inacayal y Foyel. Le contagió su estado de ánimo a los demás, pero el ingeniero Bovio no parecía tan pesimista. Desdobló el único mapa que había de la zona, con faltantes y lleno de errores, y analizaron la región. —Francisco —lo tuteaba porque era bastante mayor que él— podemos hacer bastante. No es tan grave. Estamos más o menos aquí —dijo indicando una zona no bien documentada del mapa—. Si vamos al Norte hasta el Nahuel Huapi verificaremos hacia dónde desagua toda esta región. El Nahuel Huapi desagua al Atlántico, así que toda su zona de influencia está de nuestro lado de la divisoria de aguas. Lo único que nos quedaría fuera del estudio es el desagüe del lago Lácar.

Moreno miró el mapa más interesado.

—Sí, es cierto, no estaría tan mal. De aquí hasta el Nahuel Huapi sólo hay dos o tres cuencas, las podemos relevar en el camino. Y sobre el lago Lácar, algo ya se me ocurrirá. Entonces Bovio, hacemos así: mañana sale usted con dos ayudantes y algunos indios por si aparece algún problema, buscan el río principal de esta cuenca, y siguen su cauce hasta que no queden dudas acerca del lado del cual desagua.

El paraje Esquel (o Esguel, como lo pronunciaban los indios) pertenecía a un valle en el que también estaban los parajes de Tecka y el Maitén. Este corría de Norte a Sur. Al Oeste, el valle limitaba con la Cordillera, y al Este con unas colinas no muy altas que estaban a unas diez leguas de las primeras estribaciones de los Andes. El valle subía lentamente hacia el Norte donde, seguramente, los restos de una antiquísima morena glaciar lo separaba de otro valle similar. Estaba claro que el río principal de ese fértil valle debía correr de Norte a Sur y, en algún momento, debía torcer hacia el Este y pasar por entre las colinas, o torcer hacia el Oeste encarando la imponente Cordillera. Moreno y Bovio coincidían en que era muy poco probable que un río encontrara un lugar por el cual desaguar hacia el Pacífico entre las altas montañas. Pero estaban allí para estar seguros y no “casi” seguros. Había que verificarlo.

Mientras Bovio organizaba su pequeña expedición, Moreno fue en busca de Utrac para asegurarse de que Bovio podría contar con un grupo de guerreros tehuelches que lo protegiera de otros indígenas. Cuando lo encontró, su amigo indio le contó que había gran preocupación en la toldería. Temían que al ir al Norte los mapuches los tomaran prisioneros o los atacaran por considerarlos amigos de los huincas.

—Pero vamos a estar por territorio tehuelche, no vamos a encontrarnos con mapuches.

—Un chasqui llegó y dijo que Sayhueque sabe que Moreno está cerca. Mandó hombres a buscarlo.

—¿Entonces tu padre cambiará de opinión y no me dejará ir hasta la laguna Grande?

—Inacayal y Foyel dieron su palabra. No la cambiarán —Utrac no parecía preocupado, pero agregó—. El viaje será peligroso.

* * *

Al día siguiente Bovio y varios del grupo de Moreno habían partido. La toldería estaba desierta. Foyel con su gente había regresado a su tierra y Utrac con varios guerreros había salido de cacería porque con tanto festejo las reservas de alimento habían desaparecido.

Moreno se pasó casi todo el día revisando su equipamiento. Lo ayudaba Hernández, a quien Bovio había preferido no llevar porque no era de acatar sus órdenes. A media tarde, cuando el calor empezaba a apretar, la mujer de Utrac les trajo unas frutillas silvestres. Moreno comió algunas, Hernández muchas más. Al rato escucharon caballos que llegaban a la toldería, volvía el grupo que había salido de caza. Uno minutos después vieron que Utrac se acercaba a la carrera, y de un manotazo le sacó una frutilla de la mano a Moreno.

—¡Saque comida de adentro! ¡Saque comida de adentro! —le gritaba Utrac desesperado.

—No la robamos, fue tu mujer que nos la dio —se defendió Moreno.

—¡Saque comida de adentro, rápido! ¡Veneno!

Moreno lo miró a los ojos. No entendía bien de qué se trataba. ¿Quién había envenenado a quién? De pronto se dio cuenta que le había parecido raro que la parca mujer de Utrac les hubiera ofrecido frutillas. Nunca hubo simpatía entre ellos.

—Hernández vomitá todo. ¡Las frutillas están envenenadas! —le ordenó Moreno al incrédulo Hernández.

Mientras los dos trataban de vaciar sus estómagos Utrac les trajo un brebaje con un olor hediondo.

—Tomen —dijo el indio.

—¿Para qué es esto? —preguntó Moreno asqueado. —Para cagar. Sino ustedes se mueren.

* * *

Una hora después empezaron a sufrir dolores terribles. Sus entrañas parecían querer explotar. El suplicio se extendió durante toda la noche. Por la madrugada el dolor de Moreno empezó a menguar. En cambio Hernández no parecía mejorar. Hacia el mediodía Moreno se sentía muy débil pero con menos dolores, entonces llegó Utrac.

—Amigo Moreno, Utrac está muy triste por lo que pasó.

—¿Fue tu mujer la que nos envenenó?

—Sí.

—¿Y por qué lo hizo?

—Ella tiene miedo que el huinca llevará a Utrac al peligro. Ella tiene miedo que los mapuches nos maten por culpa del huinca. Ella dice si el huinca se enferma Utrac no irá al Norte.

—¿Entonces este veneno no mata?

—Si come poco no mata, si come mucho mata. ¿Moreno comió mucho?

—Sólo tres o cuatro frutillas, más de aburrido que por tener hambre.

El que sí comió muchas es Hernández. ¿Mejorará?

—Difícil saber. Este veneno puede matar en muchos días.

—¿Cómo supiste que nos había envenenado?

—Cuando llegué de cacería, ella dijo que los huincas no irían de viaje porque estaban enfermos. Los vi comiendo frutillas y me di cuenta. Su madre envenenaba.

—No me gustaría tener una suegra como la tuya.

—¿Qué es “suegra”?

—Es la madre de la esposa. Tu suegra no es buena.

—Ella murió. Pero Utrac no matará a su mujer, le pegué pero no la mataré. Ella lleva un hijo de Utrac en su panza.

—¿Tendrás otro hijo? Felicitaciones.

Moreno no quería preguntar cómo había muerto la suegra de Utrac. Sospechaba que no había sido de muerte natural.

—Moreno descanse. Los dos tomen esto para cagar mucho. Sólo así no morirán.

* * *

—Malas noticias —dijo el ingeniero Bovio a la vuelta de su relevamiento—. Encontramos el río principal. Corre de Norte a Sur, más cerca de la Cordillera que de las colinas del Este. Pero luego de varias millas llega a los restos de una morena glaciar y allí el río se encajona, vira hacia el Oeste, donde hay un profundo tajo en las montañas. El río se precipita hacia el Pacífico por un estrecho desfiladero, con una corriente que arrasa con todo.

—O sea que todo este valle que está bien al este de la Cordillera de los Andes, desagua al Pacífico. ¡Increíble! —a Moreno le costaba aceptar esa realidad—. Obviamente los chilenos ya sabían esto cuando propusieron el texto del tratado.

—Seguramente —dijo Bovio—. El descenso de los glaciares desde las montañas, hace miles de años, le jugó una mala pasada a la Argentina. Formó este valle, que debe tener algunos miles de millas cuadradas, haciéndolo desaguar al Pacífico.

—Encima al Este de las colinas, terreno indiscutiblemente argentino, el suelo es seco. No sirve ni para la agricultura ni para la ganadería. Bovio sacó su mapa y lo extendió en el piso de la carpa de Moreno.

—En mi viaje anterior —dijo Moreno— visité gran parte de esta región. Recuerdo que hay un corredor verde bordeando los Andes, desde acá hasta el Nahuel Huapi. Este corredor está limitado al Este por las colinas y más allá de éstas, la estepa patagónica.

—Entonces es probable que la misma situación se repita más al Norte hasta el lago. El corredor es verde porque corren ríos caudalosos entre las montañas y las colinas, pero como luego se van al Pacífico lo que está más allá de las colinas no recibe nada de agua, por eso es un desierto.

—Si es así, todo este larguísimo corredor verde le tocaría a Chile y nosotros nos quedamos con tierra inservible —pensó Moreno en voz alta—. Pero bueno… No nos dejemos ganar por el pesimismo. Todavía faltan relevar unas doscientas millas, quizás no sea todo igual.

—Quizás… —dijo Bovio con tono pesimista.

—Esperemos a que Hernández y yo estemos mejor para continuar nuestra expedición al Norte.

Los días pasaron y Moreno fue recuperando la fuerza pero Hernández no mejoraba. El tiempo pasaba y Moreno temía volver demasiado tarde a Buenos Aires, entonces decidió dividir el grupo. Bovio quedaría en la toldería con Hernández; si éste recuperaba las fuerzas irían al fortín más cercano, sino esperarían la vuelta de Moreno. Él seguiría con el resto del grupo hasta el lago y luego volvería a los toldos de Inacayal.

* * *

Dos semanas habían pasado desde que habían salido de las tolderías tehuelches. Habían recorrido casi todo el corredor verde y las buenas noticias no habían aparecido. Moreno escribió en su cuaderno de viaje: “El río Manso también desagua en el Pacífico.” De alguna manera los ríos encontraban angostas gargantas en las que descargaban su furia atravesando la Cordillera camino al océano Pacífico, que estaba mucho más abajo. El joven se daba cuenta de la importancia de hacer llegar los resultados de su expedición al Gobierno lo antes posible. Firmar el tratado tal cual estaba redactado podría significar perder varios miles de millas cuadradas de excelente territorio en el que podrían florecer incontables colonias agrícolas.

Utrac se había mostrado muy preocupado. Permanentemente subía colinas para buscar columnas de humo en el horizonte tratando de detectar presencia indígena en la zona. Sólo permitía hacer fuego durante la noche. Su dedicación a la detección de mapuches era permanente.

Al llegar cerca del Nahuel Huapi, Moreno encontró dos lagos muy peculiares, parecían mellizos, estaban separados por un istmo de tierra de menos de mil pies; claramente una morrena glaciaria. Lo lógico era pensar que uno de estos lagos desembocaba en el otro y este último en el Nahuel Huapi. Ya había encontrado el arroyo que conectaba al lago Gutiérrez, así lo había bautizado, con el Nahuel Huapi. Pero por más que buscaba no encontraba la conexión entre estos lagos mellizos. Moreno decidió que todo el grupo continuara y acampara en la costa del Nahuel Huapi mientras él seguía buscando el arroyo conexión.

—¿Por qué es tan importante que se conecten? —preguntó el belga Van Tritter.

—Porque si este lago, el Mascardi, no desagua en el Gutiérrez, entonces lo hace por otro lado. Seguramente para el lado del río Manso, y de ahí al Pacífico.

—¿Entonces esto sería de Chile?

—Así es. Más territorio del corredor verde para nuestros hermanos trasandinos.

El resto del grupo siguió camino. Él trató de calcular si el Mascardi estaba por arriba o por abajo del Gutiérrez. Si estaba por abajo nunca podría desaguar en un lago más alto. Pero para poder hacer esas mediciones precisaba de ayuda calificada, y el ingeniero Bovio se había quedado en los toldos. No le quedaba más remedio que bordear el lago hasta encontrar el desagüe. Casi dos días le llevó pero lo encontró. “Malas noticias” pensó, porque el desagote del lago era un arroyo que seguía curso hacia el Sur, hacia el río Manso, y de allí al Pacífico. Ese mísero istmo entre el Mascardi y el Gutiérrez era el divortium aquarum, es decir la divisoria de aguas. “Con sólo cavar un canal entre los dos lagos podría hacer que el Mascardi desagote en el Atlántico”, pensó él, pero dejaría esa audacia para otra oportunidad.

Pesimista y pensativo Moreno inició el camino hacia el campamento de su gente. Antes decidió hacer como su amigo Utrac, subió a las alturas. Desde allí podía ver la olla del lago Nahuel Huapi que, con sus muchas islas, tenía una belleza inigualable. Hacia el Norte vió algo que no le gustó. “Malas noticias”, una columna de humo se elevaba, signo inequívoco de campamento mapuche. Habría que volver cuanto antes, apurar el tranco para llegar rápido al campamento e iniciar la vuelta hacia el Sur. Pero una idea le empezó a gustar. Desde allí se veía un brazo del lago, con forma de fiordo, que se internaba directamente hacia el Oeste, es decir al medio de las montañas. Se le ocurrió que podría salir de la zona navegando en balsa hacia el Oeste, luego bajar por el lado chileno y volver en barco a Buenos Aires. Era el camino inverso al que, mucho antes, había hecho el Jesuita Mascardi y terminó en tragedia. Cuanto más lo pensaba más le gustaba la idea; mandaba a todos de vuelta a los toldos de Inacayal mientras él relevaba el oeste del lago y volvía por Chile. ¡Qué aventura!

En eso estaba pensando cuando ya muy cerca del campamento vio… “Malas noticias”. Todo su grupo estaba rodeado por unos cuarenta guerreros mapuches… “Muy malas noticias”.

El límite de las mentiras

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