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§ 1. Paranoia

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Pequeños indicios de competitividad insana se notan en el instante mismo en que seguimos la (falsa) creencia de que es posible conquistar altas metas sin intervención o ayuda de los demás. A menudo, esta creencia afecta a las personas cuyas actividades son objeto de cuantificación según parámetros e indicadores de productividad, eficiencia, rendimiento, impacto. Desde deportistas hasta educadores, el componente de competitividad mina la vida afectiva con cargas insanas de verticalidad.

Esto es una locura en estos tiempos. Y tiene nombre: paranoia —diría Zoja (2011, 13). Locura que tiene ingredientes explosivos: tendencia a la sospecha infundada y granítica, renuncia a los hechos, necesidad imparable de ensalzamiento, soledad. Querer triunfar por encima de los demás hace correr el riesgo de nutrir el sentido de las actividades cotidianas con pensamientos enfermizos y con afirmaciones que llevan a resoluciones agresivas. Es más, los asuntos que conllevan malestares anímicos no son más que las pesadillas y las obsesiones de quienes pierden el sentido de lo comunitario por dedicarse al problema de hacerse más y más competitivos, más y más ganadores. Es la tragedia de los fuertes pero obstinados, de los reactivos, para quienes solo existe una empresa con valor y un único motivo de acción: conquistar, vencer, obtener réditos, triunfar. Habrá que insistir en que el carácter del que compite por la vía de razonamientos no sabe decir más que esto: “Nadie sino yo debe ganar”, “Los mayores puntajes deben ser míos”, “Los reconocimientos y los aplausos solo valen si son para mí”, “El prestigio me corresponde y es solo mío, y quien lo quiera se ha de convertir en mi rival”. “Estoy solo” —última cosa que no debe olvidarse, pues “el culto de la fuerza pone en competencia con todos y aumenta el aislamiento”; y esto lleva a la desconfianza —“que se autoalimenta, es un círculo vicioso” (Zoja 2011, 16).

Todo muy pomposo. Todo muy viril. Muy contrario a las características necesarias a las actividades donde la asociación y la compañía son requeridas y buscadas: introspección, curiosidad, sensibilidad, gusto por los vínculos y los lazos, afecto, familiaridad, cordialidad, buenos modos. En la competencia con los demás están presentes otros rasgos: ansiedad, perturbación, incertidumbre, instinto defensivo, afinidad a la burla (que no es igual a la risa), gusto por el escarnio, lógica simplificadora, agrado por los rankings, por la élite. Ivy League. Podría decirse que, en la situación de competencia, los requerimientos para el triunfo exacerban las luchas y la búsqueda de demostración de fuerza, además del culto por la victoria. Nos sentimos tentados a resumir la trama en una sencilla y terminante frase:

Quien vive en medio de los hombres vive entre los deberes colectivos que los unen: los valores comunes, como el respeto por la familia. Pero quien vive en medio de la desconfianza no vive entre hombres, sino entre adversarios. Y el único deber en relación con los adversarios es vencerlos. (Zoja 2011, 19)

Es probable que la paranoia asome en variadísimos escenarios de la vida social.5 Pero no nos hagamos ideas sencillas. No hablamos de locos ni de individuos arrebatados o gritones dementes, ni de personajes extraños que en cualquier esquina son capaces de darse golpes contra las paredes. La cuestión es que la paranoia constituye una experimentación delirante y una racionalidad expresa que se asoma al dintel de la puerta de cualquiera de nosotros.

La paranoia es muy extraña, pues se manifiesta entre gradaciones de razón y delirio. Las expresiones Folie raisonnante o Folie lucide ya dicen mucho:

Todas las reflexiones acerca de la paranoia nos recuerdan que pertenece, al mismo tiempo, a dos sistemas de pensamiento: al de la razón y al del delirio. La paranoia es infinitamente más difícil de diagnosticar que otros trastornos mentales porque sabe disimularse tanto en el interior de la personalidad del paranoico, en su totalidad, que no es demencial en absoluto, como entre los sujetos circundantes [“los normales”, diríamos nosotros]. (Zoja 2011, 28)

Eso significa que la paranoia traduce “posiciones psicológicas”, y no fases de comportamientos erráticos o desequilibrados. En realidad, implica “potenciales psicológicos a los cuales pueden retrotraernos determinadas situaciones, incluso siendo adultos” (Zoja 2011, 30). Así, es comprensible menos como una enfermedad clínica y más como una situación afectiva presente en las personas comunes. La paranoia deviene arquetipo con el que pueden anticiparse rasgos de agresividad y tendencias a la proyección de delirios de persecución y competencia, aparte de otros atributos como la necesidad de justificación de la desconfianza, la tentación de negar las responsabilidades propias, la atribución de planes secretos y otras disputas con los demás.

Si se quiere, la paranoia es palmaria cuando afloran una serie de específicos comportamientos. La soledad, en primera instancia —“que de manera circular es al mismo tiempo causa y consecuencia de la desconfianza” (Zoja 2011, 33). En segundo lugar, “la sensación de ser poca cosa”:

[Esta sensación,] negada durante largo tiempo, encuentra una solución en apariencia definitiva en la fantasía contraria de grandeza: justamente porque son cada vez más numerosas las personas que toman conciencia de su valor, estas se alían, por celos, para impedir que se reconozcan [los] méritos [propios]. (33)

Ellos no me aprecian. Pero verán cuánto valgo. ¡Se los demostraré! Miedo y envidia son motor en el paranoico. Así como lo es la sospecha extrema. El paranoico siente que existen planes que se desarrollan en contra suyo y que los enemigos están por todas partes, llenos de motivos que lo permean todo: conflictos, pujas, ansiedad de recursos (económicos y personales), provocaciones, intereses, etc. El paranoico delira las razones que lo llevan a actuar. La competencia por sobrevivir y por hacerse el mejor lo convierten en un personaje altamente agresivo. Y no necesita de hechos para confirmar sus suposiciones. Él ya lo sabe. En su fuero interno él está convencido. Las suposiciones le son autoevidentes. De antemano, parte de un “presupuesto de base falsificado” que lo conduce a invertir las causas de las cosas que ocurren (cfr. Zoja 2011, 33). La realidad no lo desmiente. Sus delirios no nacen de la experiencia. Al contrario, fantasea causas y las hace reales para sí, al punto de que la realidad es entendida como objeto de prueba de sus fantasías, lo cual invierte el origen de las cosas. Así lo expresa Zoja:

La interpretación paranoica procede por acumulación: lo que podría contradecirla encuentra una lógica al revés y se convierte en una confirmación. De este modo, se activa otra característica de esta enfermedad, el autotropismo: una vez puesta en movimiento, la paranoia se alimenta por sí misma. (2011, 34)

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