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4 PUEDES HACERLO RÁPIDO Y BIEN
Оглавление• Las condiciones ambientales para leer mejor
• Cómo evitar las distracciones
• Evalúa tu velocidad de lectura
LEER EN BUENAS CONDICIONES
Como ya hemos visto con las técnicas de relajación y concentración, las condiciones ambientales pueden influir notablemente en nuestro rendimiento. Lo mismo ocurre en el ámbito de la lectura. Todos conocemos la diferencia existente entre leer en un tren abarrotado o en un bar ruidoso y leer tranquilos en el sofá de casa. También hay una diferencia entre hacerlo con música heavy metal de fondo o en el silencio de nuestro dormitorio. Sobre todo si nos encontramos ante un texto difícil y aburrido que no invita a la lectura.
Antes de enfrentarte al texto, informe, manual, curso de reciclaje o cuaderno de ejercicios de inglés comprueba y corrige los factores físicos y ambientales que pueden condicionar tu rendimiento: iluminación, postura, altura de la silla y la mesa, y distancia a la que sostienes el texto.
1. Iluminación: la luz solar es la mejor para leer. Intenta colocarte cerca de una ventana, de modo que la luz entre por el lado opuesto al de la mano con que escribes y a una altura superior al hombro, para que no haya reflejos ni zonas de sombra. Si no es posible, utiliza una lámpara de lectura orientable, cuya intensidad oscile entre los 600 y los 800 lux. Es importante que no exista mucha diferencia entre el texto iluminado por la lámpara y el ambiente que lo rodea.
2. Postura: apoya los pies en el suelo, mantén una postura erguida y trata de relajar todos los músculos. Coloca los muslos en paralelo con el suelo y ligeramente elevados, de modo que el peso quede distribuido de forma correcta.
3. Altura de la silla: para adoptar una postura correcta y leer cómodamente sin provocarte contracturas ni rigideces, la silla no debe ser ni demasiado alta (ya que no podrías apoyar los pies) ni demasiado baja (ya que doblarías las piernas de forma innatural).
4. Mesa: debe ser unos veinte centímetros más alta que la silla.
5. Distancia del texto: el último elemento que debes considerar, aunque no el menos importante, es la distancia entre los ojos y el texto, que será de treinta o cuarenta centímetros. Es la distancia ideal, pues permite que los ojos enfoquen sin dificultad los grupos de palabras, con lo cual disminuyen la fatiga y el riesgo de sufrir dolor de cabeza.
Un bautismo de fuego
Las técnicas para hacer la lectura más rápida y eficaz se desarrollaron a principios del siglo XX. Los primeros estudios tuvieron un origen sorprendente: la aviación inglesa. Durante la Primera Guerra Mundial, algunos pilotos no eran capaces de reconocer los aviones avistados en la distancia. Un problema grave, sobre todo en situaciones de peligro extremo. Los tácticos británicos empezaron a trabajar para idear una solución y crearon un aparato llamado «taquistoscopio», que proyectaba imágenes en una pantalla a intervalos de tiempo modificables. Reduciendo gradualmente el tamaño de la imagen y su tiempo de permanencia en la pantalla educaban el ojo del piloto, y este se acostumbraba a reconocer con mayor facilidad y, sobre todo, mayor velocidad los aviones. Así descubrieron que el ojo humano es capaz de reconocer imágenes extremadamente pequeñas tras haberlas visto durante una cincuentésima de segundo.
Una vez identificada dicha capacidad, pensaron en utilizar la misma estrategia para mejorar la lectura. Con la ayuda del taquistoscopio, proyectaban en la pantalla una sola palabra durante un intervalo de tiempo bastante largo; después iban disminuyendo constantemente su tamaño y duración. Al final llegaron a mostrar cuatro palabras a la vez y a educar el ojo para leerlas en una cincuentésima de segundo.
Durante muchos años, los cursos de lectura rápida se basaron en este ejercicio, conocido como «entrenamiento en pantalla fija», realizado con tarjetas didácticas o con un taquistoscopio, que permitía a los alumnos doblar la velocidad de lectura. Pero muy pronto descubrieron que la mayoría de ellos perdía la nueva capacidad poco después de finalizar el curso.
En los años sesenta, algunos investigadores, entre ellos la estadounidense Evelyn Wood, impulsados por los grandes avances en la lectura que habían obtenido personajes célebres, como el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, empezaron a comprender mejor el funcionamiento del ojo en la fase de lectura y almacenamiento de datos, y añadieron a la técnica de entrenamiento en pantalla fija una nueva serie de ejercicios que, por primera vez, logró derribar la barrera de las 1.000 palabras leídas por minuto. Con estas nuevas bases surgieron las escuelas de lectura rápida o dinámica, que siguieron desarrollando las capacidades. Hoy en día, el lector más rápido del mundo, el estadounidense Sean Adams, ha alcanzado el nivel de 3.850 palabras leídas por minuto.
POR QUÉ LEER NO ES FÁCIL
Normalmente aprendemos a leer en la escuela, alrededor de los seis o siete años. Tal vez de ahí surja la errónea convicción de que se trata de una actividad banal. Quizá lo sea técnicamente, de un modo básico, pero según se complican los contenidos, se alargan los textos y se acorta el tiempo, todos debemos rendirnos ante la evidencia: leer, comprender y asimilar no es tan fácil como parece. Y el método didáctico con el que nos enseñaron a leer de niños genera mecanismos automáticos que, en vez de agilizar y simplificar la actividad, la obstaculizan y ralentizan. ¿Cuáles son los errores recurrentes?
1. Subvocalización: significa que tendemos a pronunciar mentalmente lo que estamos leyendo, como si tuviéramos una «vocecilla» en la cabeza que susurra las palabras del texto. Muchos expertos en lectura rápida sostienen que es necesario eliminarla por completo, ya que ralentiza la actividad y no ayuda a la comprensión. En realidad, no es del todo cierto: si logramos que la subvocalización pase a un nivel semiinconsciente, no distrae ni ralentiza. Y lo cierto es que tratar de eliminar totalmente un proceso que ya tenemos automatizado puede generar frustración y, en consecuencia, disminuir nuestra motivación. De hecho, si tras días y semanas de ejercicios la vocecilla no desaparece, tendemos a culpabilizarnos del fracaso y nos sentimos decepcionados.
En cuanto a la velocidad de lectura, algunos formadores sostienen que la subvocalización la ralentiza sensiblemente, puesto que esperamos a que la vocecilla termine de pronunciar lo que acabamos de leer antes de proseguir. En realidad, el cerebro es capaz de vocalizar hasta 2.000 palabras por minuto (y algunas personas pueden pronunciar 1.000) y, para alcanzar una velocidad de lectura equivalente, necesitaremos mucho esfuerzo y ejercicio.
2. Señalar con el dedo: es la modalidad de lectura de los niños, que acompañan la secuencia de palabras con el dedo por miedo a perder la señal. En realidad, como resulta evidente en las próximas páginas, utilizar un puntero para leer ayuda mucho a mantener un nivel de concentración alto. La única contraindicación es el tamaño del dedo, que oculta las palabras; por tanto, es aconsejable utilizar un puntero más fino y pequeño, como un lápiz o un bolígrafo.
3. Regresión: consiste en releer palabras, frases o párrafos enteros que creemos haber perdido o no haber comprendido bien. Obviamente, esta acción ralentiza la lectura y resulta inútil. Numerosos test hechos a base de preguntas específicas demuestran que cuando un lector relee lo que creía no haber comprendido, mejora poco o nada su nivel de comprensión.
Así pues, debemos esforzarnos por no volver atrás en el texto, ya que en realidad no recuperaremos mucho. En cambio, si aumentamos gradualmente la velocidad de lectura, el deseo de releer aparecerá solo de manera ocasional.
LA CABEZA EN LOS LIBROS
Muchas personas declaran que tienen dificultades de concentración mientras leen. Por ejemplo, algunos llegan al final de la página y no recuerdan casi nada, porque la mente se ha distraído. Tratemos de comprender por qué tendemos a pensar en otras cosas y qué soluciones hay, además de las expuestas en el capítulo anterior.
En primer lugar, es necesario contar con una buena organización, un concepto conocido pero poco aplicado en la lectura. A menudo, en cuanto empezamos a leer, nos detenemos para coger el lápiz, la goma o cualquier otro objeto; en estos casos, interrumpimos el flujo de información y desviamos nuestra atención del texto hacia otras actividades. Es importante comenzar con el pie derecho: antes de iniciar la lectura, es mejor pensar en lo que vamos a necesitar (goma, lápiz, sacapuntas, regla, papel para tomar apuntes, etc.), cogerlo y colocarlo sobre la mesa. De este modo, tendremos menos tentaciones de distraernos. Además, tener delante un espacio de trabajo organizado nos ayudará a focalizar la atención en el objetivo y a concentrarnos.
En nuestra lista de instrumentos útiles, hemos omitido adrede el diccionario; es necesario utilizarlo, pero hay que hacerlo con inteligencia. Todos nos enfrentamos a dificultades léxicas cuando el texto contiene palabras o frases enteras que no conocemos. Normalmente, mientras el ojo prosigue con la lectura, la mente permanece detrás para buscar el posible significado del punto oscuro.
Tu diccionario interior
La cantidad de palabras que conocemos es un indicador de la cantidad de lecturas, informaciones y nociones que hemos asimilado a lo largo de nuestra vida.
Muchas escuelas, universidades y empresas incluyen en las pruebas de idoneidad o admisión el «test del diccionario» con el fin de evaluar la preparación del candidato y su capacidad para aprender y elaborar datos. La propiedad de lenguaje es un bien muy preciado, tanto para un estudiante, que realiza exámenes orales y escritos, como para un profesional, que tiene que comprender a la perfección a sus interlocutores, participar de la mejor manera posible en cualquier diálogo o negociación y además sentirse a gusto en tales situaciones.
La mayoría de las personas utiliza tres tipologías de diccionarios al día. El primero contiene unas mil palabras y se emplea en las conversaciones cotidianas. El segundo se utiliza para escribir y suele ser más amplio y complejo que el anterior, puesto que dedicamos más tiempo a la construcción y análisis de las frases. La tercera tipología de diccionario es la que se denomina de «reconocimiento» y contiene todas las palabras que somos capaces de comprender, pero que por normal general no usamos en el lenguaje común ni en el lenguaje escrito.
Una lectura más rápida y eficaz permite encontrar y asimilar más palabras, con lo cual incrementamos la variedad y riqueza de nuestros tres diccionarios. Mejoramos la calidad de la comunicación y la comprensión, la exposición empieza a ser más articulada y convincente y nos permite presentar nuestro mejor perfil a nuestros interlocutores.
Sin embargo, la mejor estrategia es marcar en el texto las palabras que no están claras y continuar la lectura para no interrumpir el flujo de información. Solo al final consultaremos el diccionario para comprender el significado real de la frase. Así nos aseguramos de no saltarnos nada del texto y, a la vez, no perdemos el tiempo tratando de captar el sentido de cada uno de los términos.
A veces, los problemas de comprensión derivan de la complejidad del tema o del material que estamos analizando. En este caso, con un diccionario no basta; la solución es esquematizar y organizar mejor el texto (véase la tercera parte de este libro). En síntesis, tal estrategia consiste en una lectura múltiple, con distintos enfoques del texto; en el caso de que el número de lecturas aconsejadas no sea suficiente, puede resultar útil incrementar el número de lecturas globales (véase el cap. 6) hasta alcanzar una mejor comprensión.
¿CUÁL ES TU VELOCIDAD DE LECTURA?
Como ya hemos mencionado, las modalidades de lectura son objeto de estudio desde hace años, y existen criterios precisos y matemáticos para evaluar tus capacidades personales. Aquí tienes los llamados «parámetros de lectura», que te resultarán muy útiles para hacer los ejercicios sucesivos.
VELOCIDAD = PPM (palabras por minuto)
Es la velocidad de lectura. La media suelen rondar las doscientas palabras por minuto, pero no te preocupes si tu resultado es más bajo. Lo que cuenta no es el punto de partida, sino el punto de llegada.
CÁLCULO: palabras del texto multiplicadas por 60, y el total dividido por el tiempo de lectura expresado en segundos.
(Palabras del texto × 60) /
Tiempo de lectura en segundos
C = COMPRENSIÓN
Indica cuántas informaciones del pasaje que acabas de leer has almacenado. Se calcula mediante una serie de preguntas de distinta dificultad y puntuación. La media es de 50 sobre 100. Si tu valor de partida es inferior a 65, verás cómo aumenta notablemente al final del itinerario de ejercicios.
R = RENDIMIENTO
Es el indicador más importante. No tiene mucho sentido si lo consideramos de forma aislada, pero sirve para medir la eficiencia del lector. El fin de la lectura rápida es incrementar el rendimiento, un resultado que se obtiene al mejorar tanto la velocidad como la comprensión. El valor medio es de 100.
CÁLCULO: PPM (velocidad de lectura) multiplicada por la comprensión, y el total dividido por 100.
(PPM × C) / 100
A continuación encontrarás un test sencillo para probar tus capacidades de lectura actuales. Cronometra el tiempo que tardas en leerlo todo; no debes acelerar ni detenerte más de lo debido, pues de otro modo alterarías la evaluación del nivel de partida. Al final, responde a las preguntas sobre el texto, que sirven para cuantificar las informaciones almacenadas. Disfruta de la lectura. (Encontrarás muchos otros textos para practicar al final del libro.)
Test inicial
Fuentes de estrés
Al leer el libro de Brian Tracy Máxima eficacia, me pareció muy interesante uno de los capítulos, el dedicado a las fuentes de estrés que pueden influir negativamente en nuestra vida. Mientras leía empecé a reflexionar atentamente acerca de las situaciones que me producían estrés, y el solo hecho de reflexionar me permitió minimizarlas y, por último, afrontarlas.
Las fuentes de estrés son:
Preocupación
Las estadísticas nos informan de que la mayoría de la población occidental se preocupa por muchas cosas: en el 40% de los casos, por lo que al final no sucede; en el 30% de los casos, por hechos vinculados al pasado que no se pueden modificar de ninguna manera; en el 12% de los casos, por cuestiones hipotéticas de enfermedades que luego resultan infundadas; en el 10% de los casos, por cuestiones irrelevantes. Solo queda un 8% subdividido así: el 4% se preocupa por situaciones que están fuera de nuestro alcance, y el último 4%, por cuestiones que de alguna manera podemos modificar.
¿A que son unos porcentajes interesantes?
Lamentablemente, preocuparse en la vida genera mucho estrés, que luego puede incidir en la serenidad y, por tanto, en las relaciones con nuestros seres queridos. ¿Qué podemos hacer al respecto? Este es el método que sugiere el libro:
1. Escribir la situación que genera estrés, porque al hacerlo la definimos con claridad.
2. Pensar en la peor consecuencia que podría acarrear dicha situación. Yo en este punto me detuve, pues me di cuenta de que «lo peor que podía ocurrir» era algo completamente afrontable.
3. Aceptarla: quizás este sea el paso más complicado. Aceptar significa simplemente tomar conciencia de lo que podría suceder y estar dispuestos a afrontarlo. Y quizá darnos cuenta de que somos capaces de resolver la situación con la cabeza bien alta. En el momento en que «aceptas» todo cuanto pueda ocurrir, ya no tienes nada de que preocuparte.
4. Actuar: una vez definida la situación, decide las acciones concretas que puedes hacer para resolverla y actúa. Actúa, actúa y actúa. Dejarás de pensar en el problema para concentrarte en la solución.
Objetivos y prioridades
Muchas personas se declaran insatisfechas con su trabajo porque no sienten que tengan una «finalidad» precisa y definida. Se consideran como barcos en medio del mar que siguen navegando sin tener una meta. Carecen de objetivos en los que concentrar su atención. Las consecuencias son el estrés, la negatividad y una mala gestión del tiempo. Hace años, al empezar un nuevo trabajo, experimenté en primera persona dicha sensación. Tenía muchas cosas que hacer, no me sentía 100% preparado para hacerlas y no veía claro el «porqué» las estaba haciendo. El resultado fue que me organizaba mal, era incapaz de establecer una escala de prioridades entre las tareas por desempeñar y, a final de mes, no podía cumplir todos los plazos porque había hecho pocas cosas.
¿Mi solución? Cogí papel y bolígrafo y escribí los objetivos del mes en un papel. Una vez enumerados los objetivos, escribí lo que debía hacer para alcanzarlos. Prácticamente redacté un proyecto para llevarlos a cabo. Y adivina qué ocurrió... como por arte de magia, la situación cambió radicalmente. Por fin tenía un propósito, un motivo para realizar mis tareas. Si te parece satisfactorio, inténtalo.
Inconclusión
Si empezamos algo importante para nosotros o para nuestro trabajo y después no lo llevamos a cabo, ¿cómo nos sentimos?
En ese período «oscuro», cuando aún no había comprendido cómo organizarme, a menudo comenzaba un nuevo proyecto y después no lo llevaba a cabo, debido a otras obligaciones que se iban solapando. Era una sensación frustrante. Sentía que el peso de la acción inacabada, de aquel proyecto dejado a medias, me «aplastaba». La procrastinación es una verdadera enfermedad. Pero la buena noticia es... que tiene cura.
Cuando empecé mi «ascenso» me dediqué a trabajar mucho la autodisciplina. Al comenzar algo, me imponía llevarlo a término. No valían las excusas, ni el «poco tiempo», nada de nada. Me repetía: «Si has querido empezarlo, también querrás acabarlo». Esta enseñanza me resultó muy útil en muchos sectores de mi vida. Ser capaz de respetar los objetivos marcados es una cualidad indispensable. Guardo como un tesoro el recuerdo de lo que aprendí en aquel momento de mi vida e intento transmitírselo cada día a mis hijos.
Miedo al fracaso
No puedo: ¿quién no lo ha pensado alguna vez? El miedo a fracasar es una reacción condicionada y la adquirimos desde la niñez.
Si la gestionamos de manera productiva, nos permite ser prudentes y tomar decisiones tras valorar los riesgos. En cambio, cuando nos supera, se transforma en un gran obstáculo para nuestros proyectos.
¿Cómo podemos superarla?
Ante todo, tomando conciencia de que el fracaso nunca es definitivo. Es una oportunidad para aprender lecciones que nos servirán para tener éxito.
Thomas Watson (fundador de IBM) decía: «¿Quieren tener éxito? Doblen su índice de fracasos. El éxito es la imagen especular del fracaso».
Si aprendemos una lección a partir de unos resultados no deseados, el fracaso puede transformarse en una clave para el éxito. El verdadero fracaso solo se produce en el momento en que optamos por no aprender nada.
En la vida he constatado que, para mí, el miedo a no conseguir algo es inversamente proporcional a las ganas de obtener ese resultado en concreto.
Desde que lo comprendí, cada vez que aparece de nuevo el pensamiento No puedo, me concentro en lo que deseo, en por qué lo deseo, y me visualizo mentalmente con claridad mientras alcanzo el objetivo en cuestión. ¿Qué ocurrirá? ¿Cómo me sentiré? ¿Quién estará conmigo?
Utilicé esta técnica hace unos tres años, cuando tenía en mente un proyecto laboral muy rentable, pero muy difícil y complejo de realizar. Creía mucho en ello. Sentía que lograr ese objetivo mejoraría varios sectores de mi vida: mi trabajo, mis finanzas, mi bienestar mental...
No fue un camino de rosas. Tuve que enfrentarme a numerosos obstáculos y, a menudo, sobre todo al principio, creí que no lo conseguiría.
Pero la voluntad de tener éxito era mucho mayor que el miedo al fracaso y, al concentrarme en los pensamientos positivos, alcancé la meta más rápido de lo previsto. Todo ello deriva del poder del foco.
El rechazo
¿Habéis conocido alguna vez a personas que busquen constantemente la aprobación de los demás para todo lo que hacen y que se queden literalmente aterrorizadas si no la obtienen?
Dos cardiólogos de San Francisco (Rosenman y Friedman) tipificaron esta reacción como «comportamiento de tipo A» (su publicación, Type A Behavior and Your Heart, es reconocida en el ámbito médico como fuente de prestigio sobre la correlación entre enfermedades cardíacas y emociones).
Existen individuos A de distintos niveles, del más «leve» al más «grave». El nivel más extremo es estadísticamente más propenso a contraer enfermedades cardíacas mortales y puede llegar a sufrir trastornos psíquicos.
El tipo A se siente constantemente bajo presión, siente que tiene demasiadas cosas que hacer y dispone de poco tiempo. Su vida laboral siempre es una carrera hacia el éxito, pero lo es de un modo insano.
Por muy alto que llegue, jamás se siente satisfecho ni recompensado. Estos individuos están literalmente obsesionados por el rendimiento y no se fijan unos estándares medibles, pues ello significaría que, una vez alcanzado el resultado, podrían relajarse.
A los tipos A les importan más las «cosas» que las personas. Trabajan constantemente y van acumulando dinero, premios, éxitos, publicaciones... Suelen medir su valía a través de aquello que se puede «contar».
Se llevan el trabajo a casa, están obsesionados por la opinión del «jefe» y siempre buscan su aprobación. Generalmente, son agresivos y hostiles con sus colegas y siempre compiten con estos para recibir los elogios de su «superior». Con frecuencia se los ve enfadados, irritables y ariscos. Algunas empresas contratan adrede a personas con estas características, conscientes de que su productividad y dedicación al trabajo es mayor que la del resto. Son personas que producen muchísimo hasta el momento en que el estrés acumulado las «estropea», y muchas veces enferman y contraen patologías cardíacas.
Si te reconoces de forma más o menos precisa en la descripción, detente un segundo a reflexionar. Tal vez hayas perdido el control. Tal vez este minuto que has pasado leyendo te salve la vida.
La única manera de cambiar tal «síndrome» es decidir y elegir que deseas cambiar. No existe otro modo. En caso contrario, puedes cerrar tranquilamente este libro y volver a tu trabajo extenuante sabiendo perfectamente que nunca serás feliz.
Algunos estudios ponen de manifiesto que tal comportamiento puede deberse a una relación conflictiva con el padre.
La figura del padre se identifica con la del superior, y este se convierte en una especie de subrogado del progenitor.
Ello explica la búsqueda continua de aprobación y elogios.
Si partimos de la base de que todo individuo, para sentirse bien, debe estar «en paz» con sus raíces (los padres), quizá sería oportuno reflexionar sobre la relación que tenemos con ellos.
El comportamiento del tipo A no debe confundirse con el individuo «adicto al trabajo».
Entre ambos existe una diferencia de fondo esencial:
El individuo A es incapaz de sacar tiempo para dedicárselo a sí mismo sin pensar o hablar de trabajo. Presume de no irse de vacaciones desde hace muchos años; pasa el tiempo con su familia pegado al teléfono o trabajando con el ordenador; vive con una incapacidad total para «desconectar».
El individuo A repite con frecuencia la expresión «tengo que, tengo que, tengo que». Por tanto, posee un foco de control externo. No percibe el control de lo que hace, de su trabajo. Lo lleva a cabo porque los demás esperan que lo haga.
El adicto al trabajo, en cambio, trabaja por objetivos personales, por unas metas y satisfacciones bien determinadas.
Realiza su trabajo con placer.
Trabaja hasta 10, 11, 12 horas al día los 7 días de la semana, pero sabe desconectar completamente del trabajo durante un fin de semana o unas vacaciones familiares.
Tiene una personalidad positiva y en muchos casos atrayente.
Aprovecha sus capacidades y desarrolla su talento haciendo cosas importantes para él.
No experimenta sentimientos negativos, como rabia, hostilidad o resentimiento.
La diferencia sustancial entre el adicto al trabajo y el tipo A es el placer que el primero obtiene con su trabajo.
¿Y tú? ¿En cuál de los dos te reconoces?
Tu salud puede depender de la precisión de tu respuesta.
Tiempo de lectura: _____ | Palabras del texto: 1.735 |
Preguntas
1. ¿Quién es el autor del libro Máxima eficacia?
a) Brian Tracy
b) Napoleon Hill
c) Anthony Robbins
2. ¿Qué le permitió al autor del texto minimizar el estrés?
3. Existen cuatro pasos para vencer la preocupación. ¿Cuáles son?
4. ¿Qué puede ocurrir cuando no hay un «porqué» en lo que hacemos y cómo podemos mejorar esta situación?
5. ¿Cuál es la tercera fuente de estrés descrita en el texto?
6. ¿Cuáles son las formas más productivas de afrontar el miedo al fracaso?
7. Describe al individuo de tipo A.
8. El individuo de tipo A extremo es más propenso que los demás a:
a) Ruptura de las relaciones fundamentales
b) Enfermedades cardíacas mentales y trastornos psíquicos
c) Enfermedades autoinmunes
9. Describe al individuo adicto al trabajo.
10. ¿Cuál es la diferencia sustancial entre el individuo adicto al trabajo y el tipo A?
Respuestas y puntos
Suma el total de puntos para obtener tu valor C (comprensión).
1. A. Brian Tracy. (5 puntos)
2. Simplemente reflexionar. (5 puntos)
3. Para vencer la preocupación necesitamos:
a) Escribir la situación que genera estrés para describirla con claridad.
b) Imaginar la peor consecuencia que podría acarrearnos dicha situación.
c) Aceptarla. Tomar conciencia de lo que podría ocurrir y estar dispuestos a aceptarlo.
d) Actuar. Una vez definida la situación, decidir las acciones concretas que podemos realizar para resolverla. (5 puntos por cada paso)
4. Muchas personas se sienten insatisfechas porque carecen de una «finalidad» precisa y definida. No tienen objetivos en los que concentrar su atención. Las consecuencias son el estrés, la negatividad y una mala gestión del tiempo. ¿La solución? Coger papel y bolígrafo y escribir los objetivos del mes. Acto seguido, escribir qué debemos hacer para alcanzarlos. (15 puntos)
5. Inconclusión. (5 puntos)
6. Ante todo, tomar conciencia de que el fracaso nunca es definitivo. Es una oportunidad para aprender lecciones que nos servirán para tener éxito. El verdadero fracaso solo se produce en el momento en que optamos por no aprender nada. Cada vez que aparece de nuevo el pensamiento No puedo, es mejor concentrarse en lo que deseamos, en por qué lo deseamos, y vernos mentalmente con claridad mientras alcanzamos el objetivo en cuestión. (10 puntos)
7. El tipo A se siente constantemente bajo presión, siente que tiene demasiadas cosas que hacer y dispone de poco tiempo. Su vida laboral siempre es una carrera hacia el éxito, pero, por muy alto que llegue, jamás se siente satisfecho y no se fija unos estándares medibles. A los tipos A les importan más las «cosas» que las personas. Trabajan constantemente y suelen medir su valía a través de aquello que se puede «contar». Generalmente son agresivos y hostiles con sus colegas, y siempre compiten con estos para recibir los elogios de su «superior». Con frecuencia se los ve enfadados, irritables y ariscos. (15 puntos)
8. B. Enfermedades cardíacas mortales y trastornos psíquicos. (5 puntos)
9. El adicto al trabajo es un individuo que trabaja por objetivos personales, por unas metas y satisfacciones bien determinadas. Realiza su trabajo con placer. Trabaja hasta 10, 11, 12 horas al día los 7 días de la semana, pero sabe desconectar completamente del trabajo durante un fin de semana o unas vacaciones familiares. Tiene una personalidad positiva y en muchos casos atrayente. Aprovecha sus capacidades y desarrolla su talento haciendo cosas importantes para él. No experimenta sentimientos negativos, como rabia, hostilidad o resentimiento. (15 puntos)
10. El placer que obtienen con su trabajo. (5 puntos)
C = _______
PPM = Palabras totales del texto x 60 / Tiempo de lectura en segundos = _______
R = PPM x C / 100 = _______