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Introducción

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Este libro está dedicado a los pacientes diabéticos, es decir, a aquellas personas afectadas por una enfermedad que, aun cuando ya no implique consecuencias tan graves como en otros tiempos, no por ello ha dejado de ser una patología potencialmente peligrosa. La diabetes continúa siendo un factor que afecta de una manera sensible la vida y los hábitos del paciente, en tanto que le obliga a controlar la propia alimentación, a seguir un tratamiento de forma constante y, tal vez, a administrar el propio tiempo de manera diferente.

Con todo esto, no queremos decir que el diabético deba considerarse o ser considerado un inválido, ni tampoco que deba sentir un complejo de inferioridad ante los familiares y amigos «sanos». Esta enfermedad no debe condicionar la existencia de quien la sufre hasta el punto de convertirse en fuente de pesimismo y amargura, unos sentimientos que acaban por ser más graves que la propia enfermedad.

La diabetes es una enfermedad crónica que si bien es de difícil curación en el sentido más amplio del término – es decir, con la completa y total desaparición de la sintomatología–, no obstante hoy en día puede evitarse en la mayoría de los casos el peligro de complicaciones agudas tales como ceguera, gangrena de las extremidades o coma diabético. Todo aquellos males que con anterioridad al descubrimiento de la insulina, en los primeros años de nuestro siglo, representaban una consecuencia temible de la enfermedad y quizás el preludio del fin, hoy pueden curarse con un riguroso tratamiento médico prescrito por el especialista, que es el único que conoce el alcance real del problema.

En esta enfermedad, como normalmente ocurre con el resto de enfermedades, el éxito del tratamiento, las posibilidades de atenuar la gravedad de las manifestaciones patológicas y el hecho de evitar posibles complicaciones dependen esencialmente de la colaboración entre paciente y médico. No sirve de nada, por ejemplo, que el especialista establezca determinadas normas si el paciente no se aviene a ellas.

Con frecuencia los diabéticos están convencidos de poder excederse en la alimentación aumentando, después, la dosis de insulina o antidiabéticos orales; sería como lanzarse al fuego porque se tiene frío.

En realidad, salvo rarísimas excepciones, tan sólo se observa en pacientes graves una línea de comportamiento correcta, una atención constante a las prescripciones del médico y una actitud consciente y responsable.

La mayoría tiende, por el contrario, a minimizar la importancia de la enfermedad, aunque esta actitud no puede ser imputada tan sólo a la ignorancia ya que los profesionales y los medios de comunicación han dedicado grandes espacios y esfuerzos al problema.

La diabetes, en resumidas cuentas, debe considerarse como una lucha constante entre tres elementos: la enfermedad, el médico y el paciente, si bien los dos últimos están aliados contra la primera. Sólo si el paciente mantiene el pacto podrá hacer frente a la enfermedad. La diabetes, de hecho, debe estar siempre en jaque y no debe permitirse que emprenda un ataque relámpago que destruya el organismo en poco tiempo.

Si el paciente hace caso omiso de la enfermedad, pasando por alto las prescripciones del médico por lo que respecta al tratamiento médico y a las normas alimentarias e higiénicas pertinentes, conseguirá anular todo el esfuerzo del médico, que se verá obligado a combatir en dos frentes opuestos y contra dos enemigos: la enfermedad y el propio paciente.

Cómo se cura la diabetes

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