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6. Mensajes de mi abuelo

Esa noche Valentín no durmió bien. Les pediría a sus amigos que lo ayudaran a investigar esas marcas. A Luciana le encantaría la idea y a Oracio cualquier cosa que lo sacara de la rutina, lo entusiasmaba.

Quedaron en verse en el edificio de Oracio, después de la sesión de la escuela virtual.

Era mediodía y no había nadie en el pórtico. Los vecinos todavía estaban en sus trabajos y los que estaban en su casa ya habían vuelto del puesto abastecedor y no saldrían hasta la mañana siguiente. Los que entraban al edificio eran los empleados de las Tiendas Virtuales que traían los pedidos. Luciana aprovechó el momento de las compras (en su casa siempre las hacia ella) para encontrarse con sus amigos.

—Estoy seguro de que es un mensaje de mi abuelo –dijo Valentín.

—¿Por qué estás tan seguro? –preguntó Luciana.

—No sé, es como un presentimiento. Miren esta hoja, las marcas son diferentes.

Los tres las observaron detenidamente. Efectivamente eran marcas distintas. Luciana dijo que tal vez porque las había hecho en otro momento. Oracio aportó que tal vez fueran del mismo momento de la escritura manual, que podría ser una posibilidad.

—Pero, no entiendo por qué pensás que son para vos –dijo Luciana.

—Anoche, discutí con mi papá. Él no quiere hablar de la desaparición de mi abuelo. Yo me acuerdo de las discusiones entre ellos. Mi abuelo decía que estaba preso.

—¿Preso? –lo interrumpió Oracio.

—No me acuerdo de todo, pero esa palabra la usaba.

—¡A mí me pasa eso! Encerrado, enjaulado como esas bestias que vimos en la proyección de especies extinguidas.

—Eran zoológicos –acotó Luciana.

—No empieces, es en serio.

Oracio hacía deportes, inventaba juegos de red, se pasaba horas hackeando, pero nada era suficiente para él. Valentín y Luciana lo sabían. Estaban acostumbrados a sus protestas, pero esta vez los sorprendió con la comparación zoológica.

—¿Quizá desapareció porque intentaba hacer un viaje? –retomó Valentín que no quería distraerse de la guía turística y de los mensajes que ya creía dirigidos a él.

—El asunto es cómo salió de la ciudad. Es imposible –afirmó Oracio.

—Tal vez encontró la manera y me dejó este mensaje.

—Es una hipótesis débil, Valentín, posiblemente el mensaje fuera para tu papá –eñaló Luciana.

—Con mi papá discutían mucho. Yo me pasaba horas escuchando sus relatos. No, seguro que es para mí. ¿Me ayudan? –dijo Valentín mirando a sus amigos.

A Oracio y Luciana se les iluminó la mirada. No pudieron gritar porque justo entraba un repartidor al que tuvieron que ayudar cuando desparramó los paquetes por el suelo.

—Espero que me asignen un trabajo más divertido –dijo Oracio mirando de reojo al repartidor.

—Seguro vas a Entretenimientos. Sos muy bueno con los juegos en red –comentó Luciana.

Valentín seguía sentado y concentrado en la guía.

—Tenemos que averiguar si estas marcas son pistas de un mensaje o qué son –dijo cuando sus amigos volvieron a sentarse.

—Yo con hipótesis débiles o fuertes, me engancho. Me encanta la idea –dijo Oracio.

—Igual se puede empezar con una hipótesis débil —afirmó Luciana.

Valentín volvió a mostrarles las marcas. Se las repartieron para investigarlas: un faro en una montaña, un anciano caminando en una playa marina y hombres volando en unos aparatos raros.

Luciana insistía en lo de la hipótesis. Empezarían suponiendo que el abuelo de Valentín no estaba muerto sino que había encontrado la manera de hacer un viaje fuera de la ciudad y esperaba que Víctor o Valentín lo siguieran. Cada uno empezaría por donde quisiera o pudiera y cuando tuvieran novedades se volverían a reunir. Nada de mensajes por las redes.

—Es loco pero, si tu abuelo no está muerto, porque hasta ahora todos creemos eso, ¿existe la posibilidad de que haya huido de la ciudad? –preguntó Oracio.

—Es posible. Acordate que fue parte del equipo que la construyó –dijo Valentín.

—Voy a investigar si existe alguna forma de salir de esta ciudad –dijo Oracio.

—Yo voy a averiguar si hay algo afuera de la ciudad porque si tu abuelo salió a algún lado tuvo que ir –explicó Luciana.

—Yo trato de sacarle algo más a mi papá, pero no creo que quiera seguir hablando del tema. Yo me encargo de este aparato para volar –dijo Valentín.

Volvieron a sus casas, cada uno con una tarea y sin saber bien cómo realizarla. Se prometieron no comentar con nadie el asunto, aunque cada uno tenía pocos conocidos con los cuales charlar. Nada de lo que averiguaran lo dirían por la red y tendrían también que engañar a los controles del SCIC (Sistema de Control de Información Cibernética). Había que tener una razón para hacer navegaciones fuera de las programadas por el estudio, trabajo o entretenimiento sino el Sistema Central las abortaba para no saturar las redes. También Marga había tenido que inscribirse en el Programa de Colaboración Cultural para navegar por la red en busca de fotos para el Museo Virtual.

Luciana les propuso que volvieran a llenar la solicitud del programa de estudio voluntario para justificar las búsquedas. Valentín y Oracio lo habían usado solamente una vez; Luciana todo el tiempo. Ella pondría cómo título de su búsqueda extra: “Catástrofes climáticas antiguas”. Así podría acceder a la información y fotografías anteriores y posteriores a la construcción de la ciudad. Oracio usaría el tema “Evolución de la ciudad antigua a la moderna”. Su objetivo era acceder a los planos de construcción. Valentín, por su parte, eligió “Medios de transporte obsoletos”.

—¿No será muy obvio para los controles de que algo raro estamos haciendo –preguntaron los varones a Luciana.

—No creo, ¿por qué sospechar de tres chicos estudiosos… bueno, una estudiosa y dos más o menos y en época de clases? Además, ustedes también tienen las claves. Por suerte, una vez se les dio por estudiar más.

El faro de Dédalo

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