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4. La guía turística

—Vale, ¿estás ahí?

Se acercó al DCF y los vio en la pantalla.

—Hola, chicos –los saludó con el libro en la mano.

—Terminé las clases –dijo Luciana.

—Hoy no me enganché con el tema –dijo Oracio.

—¿Alguna vez te vas a enganchar? –preguntó irónica Luciana.

Oracio ignoró el comentario.

—¿Qué estás haciendo, Vale?

—Encontré una caja de mi abuelo, estaba escondida y miren lo que había: Guía turística dice la tapa.

—¿Qué es una guía turística? –preguntó Luciana.

—¡Qué raro que no sepas! –atacó Oracio esta vez.

Valentín ya conocía los chispazos de sus amigos y estaba acostumbrado a no darles importancia. Luciana decía que Oracio era malhumorado y él que Luciana se la daba de más grande solamente porque estudiaba más.

—No sé. Empezaba a averiguar. ¿La vemos juntos? ¿Pueden salir?

—Mi mamá está en casa, no puedo irme mucho tiempo –dijo Luciana.

—Vamos a la puerta de tu edificio, mis padres no están –propuso Oracio que siempre quería salir de su casa.

—Te recuerdo que tus padres prefieren que no salgas –el holograma de Samantha apareció en la puerta.

—No me molestes –dijo Oracio mientras atrave-saba la figura de su niñera virtual.

Los tres amigos vivían en una de las zonas estándar para empleados de Centrales de Control. Las zonas de unidades habitacionales eran nueve. La zona Uno era el centro geográfico de la ciudad. Los empleados circulaban en sus UTA por las autopistas subterráneas de una sola dirección: a las ocho de la mañana hacia la zona uno, a las cinco de vuelta.

Los edificios de unidades habitacionales eran similares: diez pisos, con cuatro unidades cada uno. Tenían en la entrada bancos para disfrutar del jardín artificial. Casi nadie lo hacía.

En el pequeño jardín del edificio de Luciana, bajo un árbol del que salía una grabación de viento entre las hojas y trino de pájaros, se ubicaron los tres amigos.

Valentín sacó el libro. Lo abrió con cuidado. Pasaba las hojas con mapas y fotos. Luciana reconocía los nombres: Londres, París, Buenos Aires. Los había estudiado en los programas especiales de Geografía antigua. Debajo de cada mapa, se indicaban los lugares que se podían visitar. Dónde comer o comprar ropa. Algunos nombres y fotos estaban subrayados con verde.

—Me hubiera gustado nacer en la época de los viajes. ¡Tanto para ver y conocer! –Luciana interrumpió la concentración de los tres.

—Viajar así, estaba bueno. Seguro que la gente la pasaba bien –dijo Oracio.

—Chicos, yo no puedo creer que esos lugares tan lindos no existan más –reflexionó Luciana.

—Mi abuelo me contaba sus viajes. Me acuerdo que me mostraba imágenes. Todas estas marcas habrán sido los lugares que visitó.

A Valentín se le cortó la voz.

—¿Viajaba mucho? –le preguntó Luciana que le gustaba cuando Valentín contaba de su abuelo.

—Con mi abuela, antes de venir a vivir acá.

Valentín pasaba las hojas desde la punta para no romperlas.

—¡Miren esto escrito a mano!

—Es escritura antigua. Se escribía manualmente con unos dispositivos que se llamaban biromes o lapiceras. La escritura digital la fue reemplazando –expuso Luciana.

—Okey.

Era seguro que Lu sabía mucho de esta escritura. Oracio no podía disimular su molestia cada vez que Luciana demostraba sus conocimientos.

—En mis clases especiales estudié documentos y utensilios antiguos para escribir. Además de la historia de la escritura –dijo Luciana a propósito para vengarse de las burlas de Oracio.

—¿Qué dice? ¿Lo pueden leer? –preguntó Valentín para desviar el ataque.

Luciana miró la escritura unos instantes. Valentín y Oracio tenían que reconocer que a veces los conocimientos de Luciana eran útiles.

—Es difícil, no se entiende bien. Es difícil leer este tipo de letras cursivas. Parece que dice “V-te-es-pe-ro-a-fu-e-ra.-No-ten-gas-miedo” –leyó Luciana.

—¡Es un mensaje para vos! –exclamó Oracio

—¿De quién? –preguntó Luciana.

—De su abuelo, claro –concluyó Oracio rápidamente.

—¿De dónde saca esa hipótesis? Podría no ser para él –contestó Luciana.

—Tiene razón. La V podría ser Valentín o Víctor, mi papá o Valentina mi abuela. Capaz que lo escribió en alguno de los viajes. Seguro para mi abuela, miren está escrito debajo de la foto de una… Hostería, dice.

Valentín seguía mirando la letra escrita sobre el papel amarillo, la hoja era de la ciudad de Buenos Aires. No recordaba que su abuelo le hubiera contado de algún viaje a ese lugar. Su memoria le traía algunas historias ubicadas en París o Londres, aunque nunca estuvo seguro de que sus abuelos hubieran viajado tanto.

—Si es para vos o para tu papá no importa –dijo Oracio–, hay que tratar de entender qué quiere decir este mensaje. A ver, dejáme a mí –Oracio se acercó más al libro y volvió a leer: “V te espero afuera. No tengas miedo”.

Pensó un poco y dijo:

—“V”…, vos o quién sea, tu abuelo pensaba que alguien lo leería. “Te espero afuera”, pero ¿afuera de dónde?

—Afuera de esa hostería, lo escribió para tu abuela en alguno de los viajes –dijo Luciana.

—Sí, tal vez sea eso –contó Valentín.

Luciana miraba detenidamente la escritura. Valentín la codeó para que escondiera la guía. Entraban algunos vecinos que volvían de sus trabajos. Apenas los saludaron. Ya eran más de las seis. Una señora les dijo que era un poco tarde para estar afuera. Luciana le dijo que su mamá sabía, que no se preocupara, que gracias igual.

—¿Y si lo escribió en otro momento y no en un viaje? La guía parece vieja por el papel amarillento pero la escritura no está tan gastada, parece más nueva que el papel y las otras inscripciones. Bueno es una hipótesis —dijo Luciana cuando vio la cara de sorpresa de sus amigos.

—Entonces tiene que ser… ¿cuándo desapareció tu abuelo? –preguntó Oracio que al final terminaba reconociendo la capacidad de Luciana.

—Hace nueve años. Después de que mi mamá y la abuela murieron. Papá un tiempo creyó que volvería, ahora está seguro de que murió y nunca lo encontraron.

—Entonces no sabemos si se murió en serio.

—¿Qué querés decir? –le preguntaron sus amigos.

Oracio solía sorprenderlos con sus ideas locas.

—¿Y si se fue? ¿Si se escapó de la ciudad y dejó este mensaje para que vos o tu papá lo siguieran algún día?

—¡Imposible! No nos hubiera dejado así –exclamó Valentín.

Sonó el DCF de Luciana o “su tablet”; prefería llamar a sus dispositivos con nombres antiguos. Algo se le pegaba de la afición de Marga por los objetos viejos. Su madre la buscaba. Se había hecho tarde.

Se despidieron entusiasmados e inquietos. Los tres intuían que ese descubrimiento podría ser extraordinario.

El faro de Dédalo

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