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Capítulo 4 Reunión distendida

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Aquiles había ocupado lo poco que quedaba de la mañana en meter en el lavarropas todo lo que había usado en el sur, ropa que tenía prolijamente separado en una bolsa, y en ordenar en el vestidor lo que no había usado.

A pesar de que no había descansado muy bien, se sentía con energía, contento de estar nuevamente en su hogar y con el clima que acompañaba de manera ideal como para hacer absolutamente nada.

–Muero por unos ravioles de ricota con nueces, pero me da fiaca salir con esta lluvia –dijo, sentándose en el comedor diario, donde Marina leía el diario.

–Que rico, voy yo –dijo Marina.

–No, no… me pongo unas zapatillas y voy yo –respondió Aquiles, que en menos de diez minutos estaba caminando por la vereda en camino hacia la casa de pastas.

Luego del almuerzo, que acompaño con una copa de vino tinto y que culminó con el helado que aún quedaba en el freezer, se tiraron a ver TV en los sillones del estar y se quedó profundamente dormido.

Despertó con el sonido de la voz de Marina, que estaba hablando por teléfono desde el comedor diario. Por el contenido de la conversación, sin duda alguna, hablaba con Inés.

Agarró su celular que había dejado sobre la mesa ratona y vio que tenía dos mensajes de Adrián, preguntándole si tenían ganas de reunirse a la noche.

Marina se acercaba al estar con el teléfono en la mano y al verlo a Aquiles despierto dijo:

–Pará que le pregunto… Estoy hablando con Inés, me pregunta si tenemos ganas de reunirnos esta noche.

–Acabo de leer el mensaje que me envió Adrián. Yo cero ganas de salir, pero si ellos tienen ganas de venir, ningún problema –respondió Aquiles, que se había quedado intrigado con lo que fuese que Adrián tenía para contarle, más allá de que era improbable que pudiesen encontrar el espacio como para hablar en privado.

–Me dice que no tiene problema, pero que no quiere salir, así que, si se quieren venir, vengan y si no, lo dejamos para otro momento –dijo Marina, dirigiéndose a Inés.

Continuaron hablando por unos minutos y colgaron.

–Vienen para acá y traen todo, porque Inés estuvo cocinando tartas y tortas –dijo Marina.

–Genial, con lo rico que cocina –respondió Aquiles desperezándose.

“Las chicas ya arreglaron, después nos vemos” escribió Aquiles respondiendo a los mensajes de Adrián.

–¿Tomamos unos mates? –preguntó Marina desde la cocina.

–Prefiero un café con leche –dijo Aquiles, entrando a la cocina y en medio de un bostezo.

–Dormiste como tres horas –dijo Marina.

Aquiles miró el reloj en la pared y se dio cuenta de que efectivamente, ya eran casi las seis de la tarde.

–Falta de sueño y cansancio acumulado; creo que ya me puse al día –dijo Aquiles, que se sentó a disfrutar del café con leche que le había preparado Marina.

–No para de llover –dijo.

–Y anuncian que mañana va a seguir igual –dijo Marina.

–¡Qué lástima! –exclamo Aquiles, haciendo un gesto como expresando que, en verdad, estaba feliz de que continuase lloviendo.

–El martes tenemos la ECO y sabremos el sexo de nuestro hijo –dijo Marina.

–Sí, lo tengo agendado –respondió Aquiles.

–¿Alguna intuición? –preguntó Marina.

–La verdad es que ninguna, no pienso demasiado en ese tema –dijo Aquiles.

–Es varón –dijo Marina, como si estuviese absolutamente segura.

–Bueno, el martes lo sabremos… me voy a dar una ducha rápida –dijo Aquiles, que luego de terminar con su café con leche, se levantó y se dirigió hacia el baño.

Parado bajo la flor de la ducha y sintiendo la tibia lluvia de agua que caía sobre su cuerpo, comenzó a reflexionar sobre la manera en la que venía transitando y aceptando sin demasiados conflictos ni cuestionamientos lo que acababa de vivir junto a Alejandro. Le sorprendía la calma con la que estaba enfrentando al hecho de haber experimentado algo que en su vida hubiese imaginado que iba a vivir.

Luego de unos breves minutos de reflexión, cerró las llaves, salió con toallón en mano, se secó y caminó hacia el vestidor; agarró un bóxer, medias y remera limpias y se puso el mismo pantalón y buzo que se había puesto a la mañana. No tenía la más mínima intención de ponerse siquiera un jean y mucho menos calzado.

Sin ganas de hacer nada más que descansar y relajarse, con control remoto en mano, se tiró nuevamente en un sillón del estar y encendió la TV para buscar algo que lo entretuviese.

Pensó en Marcos y en Félix, aunque no tenía siquiera sentido preguntarle a Marina si les había dicho algo a Paula y a Sofía, porque sabía que no; además, realmente tenía ganas de pasar una noche tranquila, y con Adrián e Inés estaba bien.

Apenas pasadas las siete y treinta sonó el portero.

–Son los chicos –gritó Marina desde la cocina.

–Bajo –dijo Aquiles, que fue a agarrar zapatillas y salió del departamento, para regresar junto a la pareja de amigos, cargando algunos paquetes sobre sus manos, mientras que Adrián cargaba botellas e Inés el paquete con la torta.

Fueron directo a la cocina para dejar todo y se saludaron con Marina.

Aquiles se había quedado sorprendido por el rápido crecimiento de la panza de Inés, a quien aún le faltaban dos meses para parir a Franco.

–Che, impresionante la panza de Inés –dijo Aquiles, que junto a Adrián se habían ido al estar.

–¡Viste!, está enorme… estamos garchando solo de costado o ella encima mío, porque con esa panza, de otra manera no llego –dijo Adrián riendo.

–Imagino que no –dijo Aquiles.

–Contame algo que se pueda contar del viaje –dijo Adrián.

–Mejor te cuento lo que no se puede contar –dijo Aquiles, escuchando que sus mujeres estaban hablando vivamente en la cocina.

–¿Qué pasó? –preguntó Adrián.

–Venía todo bien, tranquilos, lo habíamos dejado en claro antes de viajar; estábamos enfocados en el trabajo y más allá de algunas que otras cosas que me di cuenta que no las hacía adrede, todo dentro de los que habíamos ido a hacer –dijo Aquiles.

–Contá boludo… ¿cosas como que? –preguntó Adrián.

–Nada… Imaginate que Alejandro vive solo y que está acostumbrado a manejarse con absoluta libertad; de repente, salía de la ducha y regresaba a la habitación completamente en pelotas, como si estuviese en su departamento y solo, cosa que obviamente no me iba a horrorizar, pero que sí me ponía medio incómodo por lo que había sucedido –dijo Aquiles.

–Y sí, es comprensible –dijo Adrián.

–Eso se lo dije, y a partir de ahí dejó de hacerlo y se ataba un toallón a la cintura para caminar hasta su cama. La verdad es que se venía portando bien.

–Bueno, bien entonces –dijo Adrián.

–Si… Además de eso, solo había sucedido algo medio incómodo que tampoco había sido hecho adrede por ninguno de los dos –dijo Aquiles.

–¿Se agarraron las pijas? –dijo Adrián riendo.

–No boludo… pará. Un día, antes de salir para tribunales, a Alejandro no le salía el nudo de la corbata, por lo que le ofrecí hacérselo. Estaba parado frente a él y cuando tiré para ajustárselo, medio que perdió el equilibrio, se vino hacia mí y nuestros bultos de apoyaron… No me sonó a que lo hubiese hecho a propósito, pero fueron unos segundos de incomodidad –dijo Aquiles.

–Huy… picante –dijo Adrián.

–Lo picante mal fue lo que sucedió la última noche –dijo Aquiles.

–¿Cómo te fue en el viaje? –preguntó Inés, acercándose al estar con bandejas en la mano que dejaba sobre la mesa ratona.

Adrián hizo un gesto como maldiciendo su interrupción, sabiendo que se venía una historia caliente.

–¡Huy!, ¡qué bien que se ve esto! –dijo Aquiles, al ver los pancitos caseros rellenos con quesos, rodajas de aguacate, jamón y salmón.

–Todo hecho por mis hábiles manos –dijo Inés.

–Una maestra… –dijo Aquiles, que agregó– el viaje bien, la verdad es que nos salió redondo y encima pude conocer algo de un lugar al que jamás había ido.

–Viste que imponente es ver las montañas nevadas al lado del mar –dijo Adrián.

–Justamente es lo que le contaba a Marina… para hacer tiempo antes del vuelo, hicimos una excursión de unas horas a una isla en el medio del Beagle y lo imponente es la vista que tenés desde ahí.

–Nena, después de que nazcan los críos y que dejemos de amamantarlos, se los dejamos a estos dos que ya fueron y nos vamos solas a conocer el extremo sur –dijo Inés, dirigiéndose a Marina, que aparecía en el estar cargando una bandeja con vasos, copas y bebidas.

–Dale, lo hacemos –respondió Marina, mientras que apoyaba la bandeja sobre la mesa.

Adrián y Aquiles se miraron e hicieron un gesto como diciéndose “no lo van a hacer…”

–¿Te vas a dejar la barba? –preguntó Adrián.

–No, me afeité el jueves y llevo dos días sin hacerlo, me crece rápido… va, quizá sí me la deje, no sé –respondió Aquiles.

–¿Le contaste a tu amigo sobre tu gran cena junto a la “Hight Society inglesa”? –preguntó Marina.

–¿Que cena?, ¿te estás codeando con la Realeza Británica? –preguntó Inés sonriendo.

–No, no me comentó nada –dijo Adrián.

–No –respondió Aquiles riendo, y agregó– sucede que el litigio en cuestión, que era por un tema de posesión de tierras y que llevaba ya un tiempo, era entre nuestro cliente y una familia inglesa radicada en Tierra del Fuego, que hasta donde yo sé, nada tienen que ver con la Realeza.

–Ah, mirá vos… –dijo Inés.

Finalmente, después de tantos idas y vueltas, esta familia decidió llegar a un acuerdo extrajudicial, porque recibieron una oferta de compra de otro negocio, por parte de un holding internacional y no les servía que las negociaciones los agarrasen estando en medio de un litigio judicial. Aparentemente, al líder de la familia le caímos en gracia, fundamentalmente, Alejandro, que es muy sociable … –dijo Aquiles, que fue interrumpido por Inés.

–Alejandro es tu empleado del video chat… –dijo.

–Alejandro, el abogado penalista, sí –dijo Aquiles, con la intención de poner los puntos sobre las íes, recalcando que, en todo caso, lo importante era que lo definiera su capacidad como profesional y no aquel episodio ya superado o sus preferencias sexuales.

–El punto es que pensábamos regresar el jueves y el inglés nos invitó a cenar a su estancia. Por un tema digamos que de “diplomacia” y para no sonar descorteses, no nos quedó otra más que aceptar la invitación y quedarnos una noche más.

–Me imagino… un sacrificio tremendo –dijo Adrián riendo, que agarraba una botella de Malbec y la descorchaba, sirviendo vino en dos copas.

–No boludo, en serio… yo quería volver, pero no daba como para rechazar la invitación y, en definitiva, fue una experiencia que valió la pena –dijo Aquiles.

–¿Linda la estancia? –preguntó Inés.

–La estancia increíble… en verdad, era de noche y lo único que conocimos fue la casa que sí es increíble; una mansión de estilo Victoriano. Al regresar, el chofer nos contó que la había construido el abuelo del actual cabeza de familia y que habían traído los materiales desde Inglaterra. Obviamente que la “aggiornaron” y que cuentan con todas las comodidades de la modernidad, pero manteniendo las cosas originales.

–¡Ah, con chofer y todo! –exclamó Inés.

–¡Obvio! Los VIP somos tratados así –dijo Aquiles riendo y agregó– en verdad, las escenas de película comenzaron desde el momento en el que nos enviaron al chofer de la familia para que nos recogiera por el hotel. Estacionó en la puerta una tremenda camioneta Range Rover, el tipo bajó e ingresó al lobby preguntando por nosotros que ya estábamos esperándolo ahí. Nos presentamos, salimos y nos abrió la puerta de la camioneta para que ingresáramos; faltaban las cámaras y los flashes –dijo Aquiles.

–Eso no me lo habías contado –dijo Marina.

–Bueno, te hice un resumen y después no tuve tiempo, porque nos dedicamos a hacer otras cosas –dijo Aquiles sonriendo.

–Ay tonto –dijo Marina, sintiendo que se ruborizaba.

–La cuestión es que llegamos a la propiedad y el tipo nos estaba esperando en la galería del acceso para recibirnos. Entramos a la casa y nos condujo hacia al living, donde ya estaban otros miembros de la familia y su abogado, al que obviamente ya conocíamos. Fuimos presentados y comenzamos a disfrutar de un aperitivo que consistió en variedades de quesos y de carnes ahumadas, acompañados con Cabernet Sauvignon.

–¡Que delicia! –exclamó Inés.

–Realmente sí, todo delicioso y elaborado por ellos –dijo Aquiles.

–Imagino que “Mrs. Evans” no estuvo toda la tarde en la cocina elaborando la comida con sus propias manos –dijo Marina.

–Seguro que no… me refiero a que es otra de las ramas de negocios que manejan –dijo Aquiles.

–Si son dueños de estancias, imagino que, desde el vamos, la materia prima la tienen a mano –dijo Adrián.

–Tal cual… –dijo Aquiles, que continuó con el relato– terminamos con el aperitivo y Margaret nos invitó a pasar al salón comedor…

–¡Andá…! “Margaret, nos invitó a pasar al salón comedor” –dijo Adrián muerto de risa.

–¡Y si boludo!, la mujer se llama “Margaret” y esa casa tiene un “Salón comedor,” yo tengo un comedor, vos tenés un comedor, ellos tienen un “Salón comedor” –dijo Aquiles, que continuó– lamento no haber sacado fotos, cosa que no daba, pero para que te des una idea, la mesa es para dieciocho comensales, con muebles en los laterales en los que está guardada la vajilla y donde dejaban apoyadas las bandejas; no se vos, pero yo jamás había participado en una cena así.

–Yo tampoco –dijo Adrián, que provenía de una familia adinerada.

–Impresionante –dijo Inés.

–Cuando le cuentes a Marcos todo esto, se va a querer matar por no haber viajado –dijo Adrián.

–Eso justamente le decía anoche –dijo Marina.

–Encima, se imaginarán que la mesa estaba puesta a full, con vajilla increíble y con cubiertos, copas y accesorios acordes a una comida formal –continuó Aquiles.

–O sea que comieron duritos –dijo Adrián riendo.

–Al principio, la verdad es que, al menos yo, me sentí medio intimidado; encima, por algunos comentarios que hicimos con Alejandro al ver los cuadros y otros objetos que estaban en el living, evidentemente se dieron cuenta de que hablábamos inglés, y a partir de ese momento, parte de las charlas fueron en castellano y otras en inglés; pero más allá de eso, viendo cómo se comportaban, y que a pesar del formalismo de la presentación actuaban como una familia común y sin protocolos, me fui distendiendo y pude disfrutar de la velada.

–Ah, bien que Alejandro también es bilingüe –dijo Adrián.

–Sí, el flaco está preparado. Sus padres tienen una buena posición económica; de hecho, en algún momento me comentó que lo ayudaron a comprar el departamento en el que vive, que por la ubicación debe salir unos cuantos dólares y sé que estudió en un colegio bilingüe por Belgrano, no recuerdo el nombre. Me divertí mucho, porque el pobre tiene pánico de volar –dijo Aquiles.

–Mirá vos… que raro, no pareciera que fuese esa clase de persona, me refiero a lo del miedo a volar –dijo Adrián.

–Fue lo mismo que dije yo –dijo Aquiles.

–¡Imagino lo rico que habrán comido! –exclamó Inés, volviendo al tema de la cena y pareciendo que poco le interesaba lo que hablaran sobre Alejandro.

–Riquísimo; la entrada consistió en una copa de mariscos, acompañados con un excelente Sauvignon Blanc. De plato principal sirvieron cordero, que vino acompañado con una guarnición de puré de manzanas; ahí cambiaron a un exquisito Pinot Noir. –relataba Aquiles.

–De lujo la comida –dijo Adrián.

–Realmente sí, de lujo y me pareció como que están acostumbrados a vivir de esa manera y que no solo fue una puesta en escena como para recibirnos. –dijo Aquiles.

–¿Que comieron de postre? –preguntó Inés.

–Para rematar, de postre se sirvió una torta de Crumbel de Manzana tibia, con una bocha de helado de crema americana que acompañamos con un espumante dulce –dijo Aquiles.

–Amiga… cambio de planes; en lugar de ir solas, vámonos con tu marido y que nos lleve a pasar una semana a lo de los ingleses –dijo Inés riendo.

–Imagino que ahí terminó la cena y que se fueron –dijo Adrián.

–Imaginás mal… Cuando terminamos el postre, nos invitaron a pasar a otro estar, algo más pequeño que en el que nos habían recibido al llegar. Las paredes repletas de libros y de pinturas clásicas; sobre un muro de piedras, había un inmenso hogar en el que crujían los leños. Ahí sirvieron café, licores y el dueño de casa nos convidó habanos, que disfrutamos sentados, mientras que veíamos como comenzaba a nevar.

–¡Suena hasta inmoral! –dijo Inés.

Ante el comentario de Inés, Aquiles pensó “Si esto te suena inmoral, ¿qué definición le darías a lo que sucedió en el hotel luego de la cena?”

–Realmente amor, todo un sacrificio tu trabajo –dijo Marina.

–Y bueno; se hace lo que se puede… alguien debe sacrificarse –dijo Aquiles sonriendo, y agregó– es más… el dueño de casa nos invitó a pasar la noche con la intención de llevarnos a conocer la estancia y algunas de las instalaciones al día siguiente. Antes de que Alejandro abriese la boca, le agradecí y le dije que, lamentablemente, debíamos regresar a Buenos Aires.

–Que tonto –dijo Marina, que agregó– son oportunidades que se dan una vez en la vida y no sabés si se repetirá; deberían haber aceptado la invitación.

En ese momento, Aquiles se sintió muy tonto, porque se dio cuenta de que no había aceptado, presionado por sus propios demonios internos y porque era consciente de que, cuanto más tiempo permanecieran allí, más posibilidades existirían de que sucediera lo que finalmente había sucedido.

–Puede que tengas razón, no sé… yo quería regresar rápido –dijo Aquiles.

Adrián lo miraba atentamente y entendía perfectamente el motivo por el que su amigo había querido regresar los más pronto posible.

–Bueno, de todas maneras, viviste esa experiencia que no es poco –dijo Inés.

–Sí, estuvo interesante… además, como a la mañana siguiente perdimos el vuelo y el próximo que había era a la noche, hicimos una excursión a la Isla Bridge que está por el Canal de Beagle, así que no me quejo. Entre el martes a la tarde y el viernes a la noche, quedó resuelto el tema laboral, conocí algo nuevo y estreché vínculos. Uno nunca sabe para dónde pueden disparar las cosas –dijo Aquiles.

Luego de decir esas palabras, pensó “Vaya si he conocido algo nuevo, si he estrechado vínculos y si me he dado cuenta de que las cosas pueden dispararse para cualquier lado…”

–Me tenés que presentar a esa familia para que les construya un velero –dijo Adrián.

–¿Por qué no?, ni idea si navegan, quien sabe… si llego a tener la oportunidad, voy a sacar el tema –dijo Aquiles.

–¿Traemos las tartas acá o prefieren comer con cubiertos en la mesa? –preguntó Marina.

–No nena, comamos acá con la mano –dijo Inés, que se incorporó y caminó hacia la cocina junto con Marina.

–Dale boludo, contame, ¿qué pasó la última noche? –preguntó Adrián.

–Sucedió algo realmente fuerte, que nunca hubiese pasado de no existir la invitación para esa cena y si hubiésemos regresado esa misma tarde –dijo Aquiles.

–¿Las calentamos o las llevamos así tibias como están –gritó Inés desde la cocina?

–Tráiganlas así –respondió Adrián, haciendo un gesto como diciendo “Que rompe pelotas que son…”

–No te puedo contar acá… no estoy tranquilo ni cómodo; si querés nos juntamos en la semana y te cuento –dijo Aquiles.

–Dale boludo, adelantame algo ¿pasó algo más? –insistió Adrián, que estaba más que intrigado.

–Sí –respondió Aquiles.

–¿Garcharon? –preguntó Adrián, abriendo los ojos como si fuese un búho.

–No, sí, va… no –respondió Aquiles de manera ambigua.

–¡Huy boludo! –exclamó Adrián.

–¿Qué es lo que tenías para contarme? –preguntó Aquiles, dando por cerrada su parte.

–¿Te acordás de Nicole y de Gastón, mis compañeros de facultad con los que tuve aquella experiencia que te conté? –preguntó Adrián.

–¡Claro que me acuerdo!, ¡cómo no me voy a acordar! –exclamó Aquiles.

–Bueno… el miércoles pasado tuve que ir al centro para hacer un trámite y me los encontré –dijo Adrián.

–Despejen un poco la mesa así ponemos las bandejas –dijo Marina, que junto a Inés traían la cena.

Claramente, no era el momento indicado como para confesiones y deberían aguardar hasta la semana próxima para ver si encontraban el espacio como para encontrarse tranquilos y poder contarse lo que les había sucedido.

Terminaron la cena compartiendo un momento ameno y distendido, tras lo que disfrutaron de la riquísima torta que había hecho Inés.

Cerca de la media noche, se despidieron, dando cierre a un agradable sábado lluvioso.

Aquiles

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