Читать книгу Aquiles - Gonzalo Alcaide Narvreón - Страница 8
Capítulo 2 Al mal tiempo, buena cara
ОглавлениеA pesar del cansancio, producto de la tensión y del poco dormir, Aquiles había pasado una noche en la que su sueño había estado entrecortado. Se había despertado varias veces, había ido al baño a orinar, volvió a abrir el freezer para comer helado, dio algunas vueltas por el departamento y permaneció parado frente al ventanal del estar, observando como la torrencial lluvia caía, mientras que una seguidilla de relámpagos iluminaba el cielo. Las copas de los árboles se mecían de un lado hacia el otro, haciendo que las ramas parecieran a punto de quebrarse.
Aquiles había regresado a la cama sin que Marina se hubiese percatado de nada, ya que permanecía profundamente dormida. Cerca de las cinco de la madrugada, finalmente había logrado conciliar el sueño nuevamente.
Después de todo, consciente o inconscientemente, lo que le había sucedido en Ushuaia, seguramente estaba causando efectos en su psiquis y lo había impulsado a transitar por un evidente estado de ansiedad.
Abrió los ojos y miró el despertador; eran las once de la mañana y Marina ya no estaba en la cama. Estiró un brazo para alcanzar el borde del blackout que separó un poco de la ventana y pudo observar que, si bien no era la lluvia torrencial de la madrugada, continuaba lloviendo copiosamente.
Se recostó boca arriba y se quedó con los ojos cerrados, disfrutando del confort de su cama y del placer que le generaba el sonido de la lluvia.
Marina ingresaba al dormitorio con una bandeja en la que traía el desayuno. Café con leche, tostadas con mermeladas y queso untable, jugo de naranja y la pava con el mate.
–Buenos días amor –dijo, acercándose a la cama y dejando la bandeja sobre ella.
Aquiles abrió los ojos, se incorporó, dejando su espalda apoyada sobre el respaldo de la cama y respondió:
–Buenos días, que rico y que hambre que tengo.
Marina se acercó para darle un beso en los labios, mientras que, con los dedos de una mano, comenzaba a jugar con los pelos de su pecho, bajando por el torso hasta llegar a su pelvis.
Aquiles esbozó una sonrisa, sabiendo cuales eran las intenciones de su mujer.
–Tenemos todo el fin de semana, dejame desayunar –dijo, dándole un beso en los labios.
Marina no insistió y preguntó:
–¿Dormiste bien?
–Más o menos… me costó dormirme y luego de haberlo logrado, me desperté un par de veces; me levanté para ir al baño, me quedé un rato viendo como diluviaba, volví a la cama y a eso de las cinco, logré dormirme nuevamente –respondió Aquiles.
–Ah, no te escuché… ¿En serio que diluvió? –preguntó Marina.
–Sí, ya me di cuenta de que no escuchaste nada, porque seguías durmiendo como un oso. Se cayó el cielo anoche y hubo muchísima actividad eléctrica. Menos mal que la tormenta se desató después del arribo de mi vuelo, porque seguramente desviaron todos los vuelos posteriores para otros aeropuertos –dijo Aquiles.
Marina se incorporó, levantó el blackout y la cortina que estaba a media altura.
–¿Vos no desayunas? –preguntó Aquiles, al ver que solo había un vaso y una taza.
–Hace dos horas que me levanté y no quise despertarte, así que desayuné en la cocina –respondió Marina.
–Que placer estar en la cama desayunando y viendo este paisaje –dijo Aquiles, que ya había terminado su jugo y estaba disfrutando de un delicioso café con leche recién preparado.
–¿Qué tal estuvo esa excursión que me dijiste que harían? –preguntó Marina.
–Ah, lindo… La verdad es que el paisaje del lugar resulta imponente; nada similar a ningún otro lugar en el que hayamos estado. Una cosa es el bosque, la montaña, la nieve y los lagos y otra es ver las montañas nevadas estando a la orilla del mar y encima, sabiendo que unos kilómetros más hacia el sur, lo único que queda es la Antártida –dijo Aquiles.
–¡Que loco eso! –dijo Marina.
–Las Isla Bridges, que es donde desembarcamos, es una de tantas que se ubican al sur de Tierra del Fuego y dentro del Canal de Beagle, tierra escarpada, lobos marinos, te cagás de frío, mucho viento, poca luz natural… no sé, no es tanto lo que hay en la isla, lo que vale es el paisaje que podés observar estando allí, realmente imponente… Algún día deberíamos ir, al menos durante un fin de semana largo –dijo Aquiles.
–Estaría bueno… ¿y Alejandro que dijo? –preguntó Marina.
–¿Que dijo con respecto a qué?, ¿al lugar? –preguntó Aquiles.
–Sí, ¿o ya conocía? –preguntó Marina.
–No, no… me dijo que no conocía y también le pareció impresionante –dijo Aquiles, que agregó– de todas maneras, la excursión la hicimos como para matar el tiempo antes de que saliera nuestro vuelo –respondió Aquiles.
–¿Y no vieron pingüinos? –preguntó Marina.
–No, no sé si habrá… nosotros no vimos –respondió Aquiles, que ya había terminado con su desayuno.
–Bueno, yo creo que por acá si vi a un lindo pingüino –dijo Marina, metiendo su mano por debajo de la sabana y agarrando el miembro de Aquiles, que estaba desnudo.
–¡Pará que vas a tirar todo! –dijo Aquiles, intentando correr la bandeja.
Marina corrió la sabana, dejando expuesta la desnudez de Aquiles y tirándose sobre él, comenzó a comerle la boca, recorriéndole el cuello y el pecho con la lengua, pasando por su abdomen, hasta alcanzar su miembro ya casi erecto, al que comenzó a practicarle una deliciosa mamada.
–Huy, ¡que rico! –exclamó Aquiles.
–Mi Pingüino Emperador –dijo Marina, sacándose el miembro de la boca y recorriéndole las bolas con la lengua.
Aquiles cerró los ojos y se entregó al placer.
Marina se quitó la bata y el camisón que llevaba puesto, se sacó la trusa y sin demasiada demora, sintiendo que estaba absolutamente mojada, se montó sobre Aquiles, introduciéndose el miembro hasta el fondo.
Aquiles abrió los ojos y observó frente a él a la figura de Marina, cuyos pechos parecían crecer día a día y la redondez de su panza, que, con cinco meses de gestación, ya había crecido considerablemente.
Hacía una semanas que las glándulas mamarias de Marina habían comenzado a segregar calostro, cosa que a Aquiles le generaba un morbo muy particular y disfrutaba enormemente mamándoselas y percibiendo como salía de sus pechos ese líquido con sabor tan particular.
Permaneció con la espalda reclinada sobre el respaldo de la cama, apoyado sobre una almohada y sobre almohadones, casi sentado e inmóvil, disfrutando y dejando que fuese Marina la que manejase la sesión de sexo. Además de disfrutar al ver como su mujer se liberaba y gozaba sin tapujos y sin prejuicios, sentía algo de temor de ser el quien llevara la actitud dominante, al saber que dentro de ella había un bebé, por más de que el obstetra les hubiese explicado que no había ningún problema en que continuaran manteniendo relaciones de manera normal.
Marina apoyó las palmas de ambas manos sobre el pecho de Aquiles y comenzó con el movimiento de su pelvis, haciendo que el miembro de Aquiles entrara y saliera, variando el ritmo y buscando los puntos exactos que le generaban mayor placer. Por momentos acercaba sus pechos a la boca de Aquiles, para que se los mamara, aumentando su nivel de placer y de calentura.
Marina comenzó a acelerar el ritmo, arqueando su espalda y tirando su cabeza hacia atrás, clara señal de que estaba en su clímax y a punto de conseguir su premio. Aquiles conocía sus gestos, sus movimientos, sus sonidos, como para saber si ya estaba a punto o si necesitaba de más tiempo y de más trabajo.
Un gemido acompañado de un grito contenido y el vibrar de su cuerpo, fueron señales inequívocas de que Marina había comenzado a experimentar un explosivo orgasmo que pareció no terminar nunca.
Aquiles se mantuvo quieto y aguardó a que Marina terminase de disfrutar de su experiencia multiorgásmica, hasta que quedó recostada sobre él, satisfecha y exhausta.
Aguardó unos instantes y aún sin haber podido eyacular, giró para dejarla tendida sobre la cama y posicionándose detrás de ella, la penetró lentamente, concentrándose en lograr su propio placer.
Le llevó unos cinco minutos de ejercicio pélvico el alcanzar su propio orgasmo, que, por cierto, le había resultado muy placentero y durante el que Marina había logrado alcanzar un nuevo orgasmo. Por las condiciones en las que había quedado la sabana, claramente había eyaculado, algo que no a todas las mujeres les sucedía.
Permanecieron un rato recostado boca arriba, disfrutando de la distención que ambos habían logrado alcanzar.
–Dejaste todo mojado –dijo Aquiles luego de un rato de permaneces callados.
–Sí, un enchastre… así me pone tu pingüino –respondió Marina.
Aquiles sonrió por el comentario y por el nuevo apodo utilizado por su mujer para referirse a su miembro.
Ambos se incorporaron y mientras que Aquiles se dirigía al baño para ducharse, Marina sacaba las sábanas y las llevaba al lavadero para meterlas en el lavarropas.
–Me parece que este fin de semana nos vamos a quedar adentro ¿no? –dijo Marina ingresando al baño, metiéndose bajo la ducha y dándole un tierno beso en los labios.
–La verdad es que está horrible y no da como para salir, a no ser que tengas ganas de ir al cine o a la casa de alguien, no sé –respondió Aquiles.
–No, la verdad es que no, aunque “al mal tiempo, buena cara” dice el refrán… habíamos hablado con Inés sobre la idea de que quizá nos podríamos ver durante el fin de semana, pero fue antes de saber que el clima iba a estar así de horrible y dependía de tu llegada y de tus ganas –dijo Marina.
–Yo anoche crucé unas palabras con Adrián mientras que venía para acá y tiramos la idea de que quizá podíamos vernos el fin de semana, pero sólo eso… quedamos en que hablaríamos –dijo Aquiles, saliendo de la bañera.
–Bueno, vamos viendo… ¿Vos vas a bajar a nadar? –preguntó Marina.
–La verdad es que ahora no tengo ganas, aunque realmente debería, porque comí toda la semana con ganas y desde el martes que no hago nada de ejercicio –respondió Aquiles, secándose con un toallón, que luego ató a su cintura y pensando en que, efectivamente, sólo el lunes había ido al gimnasio, por lo que el marte por la mañana, antes de viajar, había bajado a nadar y ese había sido su último espacio dedicado para hacer deporte.
–Bueno, relajate y el lunes arrancás nuevamente con tu rutina –respondió Marina.
–Por cierto, hablando de comida, te traje dos cajas de chocolates que dejé en la mochila –dijo Aquiles, saliendo del baño y dirigiéndose hacia el vestidor.
Por como pintaba el día, eligió vestirse con una remera térmica de mangas largas, sobre la que se puso un buzo liviano, eligió un bóxer de algodón ajustado y de piernas largas, sobre el que se puso un jogging bien cómodo. Cubrió sus pies con medias de algodón abrigadas y pensó en que, muy probablemente, así permanecería por el resto el día.
No había horarios ni obligaciones, solo tiempo para el relax, el placer y quizá, para la reflexión.