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II

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Leteo no fue más una ciudad. Un jardín de ortigas creció sobre las ruinas. Con los años, la ambición y la sed del mar la invadieron. En esta forma, la ciudad quedó sumergida y olvidada.

Cuentan los marinos que sobre esas aguas oscuras se oyen lamentos y un rumor de progreso. La ciencia y la poesía no descartan la posibilidad de que Leteo haya iniciado allá en el fondo una nueva faz de vida submarina.

La fantasía de unos pescadores relata que una mañana llegó a la costa un vagabundo. Lucía barba y cansancio de profeta, y estaba desnudo como un tronco viejo lleno de raíces. Al pie de las olas miraba en las direcciones del horizonte, como si buscara algo que había perdido su mirada o la memoria.

Cuando los pescadores pasaron echando sus redes, se le acercaron. Uno le preguntó de dónde venía.

—Vengo de las ciudades del sol –contestó el vagabundo.

—Y, ¿dónde están esas ciudades, padrecito?

—Allá lejos –dijo el vagabundo tratando de dar con la mirada una idea del Infinito.

—Y, ¿qué vienes a buscar a estas playas, padrecito?

—Vengo a buscar mi ciudad… Díganme, pescadores, ¿no estaba fundada aquí la ciudad de Leteo?

—Eso fue hace mucho tiempo, nosotros no habíamos nacido. Dicen que la destruyó un terremoto y que nadie quedó vivo. ¿Acaso conociste a Leteo, padrecito?

—Así es. Nací aquí, o donde sea que ahora esté la ciudad, porque la ciudad tiene que estar en alguna parte, así sea en la memoria de uno que nació en ella.

—¿Por qué te viniste del Sol, padrecito, acaso hacía mucho calor?

—No hay nada tan triste como la felicidad, hermanos míos. He venido a pagar una deuda.

—Padrecito, ¿no será que estás loco? Mira que pobre estás, ni siquiera tienes un trapo encima. Súbete a la barca y te llevamos a la otra orilla.

—No, mi destino está en Leteo, mi ciudad.

—Súbete, aunque pareces un cangrejo no te vamos a comer.

—¡Sí, parece un cangrejo! –gritaron alegres los pescadores.

El vagabundo entró en las olas. Los pescadores quisieron detenerlo y subirlo a la barca, pero él dijo con una voz triste de profeta antiguo que los asustó y los detuvo:

—Yo tengo un gato que se llama Ternura, y un hermano que se llama Alción. Ahora me esperan allá abajo, pues hace tiempo que no los veo.

Los pescadores lo vieron alejarse y hundirse convertido en un pez, en el pez ateo de tus sagradas olas, ¡oh mar!, donde ahora nada y olvida la sufriente noche del remordimiento, ¡convertido en un hijo más del océano!

Prosas para leer en la silla eléctrica

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