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Combat spirituel, plus dur que la bataille d’hommes.

Duhovni boj, trši od bitke mož

ARTHUR RIMBAUD

No tengo nombre, aunque lo conoces. No voy a confesarte sobre qué hombros he llegado porque vas a disimular con persistencia que estoy aquí desde siempre. Mi gente ya no está aquí. No tiene sentido que te diga su nombre. Los sabios dicen que nunca existió. Los menos sabios, que los hermanos, los padres y los hijos se mataron entre sí. En cualquier caso: los que quedaron se convirtieron en sombras. Ya no conocen las historias de su origen aunque no afirmo yo que esto tenga algún valor. Ellos mismos se convirtieron en la historia de su final. Su lengua es como si no existiera, y tampoco en esto sé verle una tragedia. Fueron, si es que fueron, una pequeña nación, menos que una. Una tribu. Nadie la echa en falta. Lo que es grande, se mantiene; lo que es pequeño, desaparece.

Lo que se ha conservado es un recuerdo de la lucha. El maestro me dijo: esto es la lucha en la que todo está permitido. Y no era una persona despiadada, si es que en general lo era. Tienes que luchar a pesar de que no tienes posibilidades; si te esfuerzas con ahínco y destreza, si no te mortifican las heridas y las traiciones, vas a conseguir una derrota victoriosa.

Así escribo las palabras que ya no son o que ya no son nombres. ¿Para quién? ¿Por qué? Apenas recuerdo mi propia lengua, y nunca voy a aprender bien otra. Sólo puedo escribir las sombras de la batalla. Invisible. Con todo, ¿cree alguien aún que detrás de esas sombras se esconden figuras? Hoy en día la carne y el alma en muchos sitios han pasado a ser uno, los ángeles y los demonios se han hermanado,

Dios y el mundo se han fundido. Exagero y generalizo, pero consigo un buen final. Si para alguien la vida espiritual aquí es algo más que una sombra, entonces se ve atraído por un postrer libertinaje que conduce a un hèn-kaì-pân carnal-espiritual, angelical-diabólico, divina-laico. Vuelvo a exagerar, y el final será aún mejor.

Yo mismo anoto los gritos que se desgarran de mí en el momento de protestar en contra de esta sabiduría. No suelo percibir que lucho, pero cuando me despierto sé que tras de mí hay otra batalla. Cada vez más decisiva.

Así que unas palabras sobre la batalla. Sobre la sangre, sobre la somnolencia mortal y sobre el despertar en la vida. Odas al dolor y a la separación, al engaño y al amor. Y palabras de la ironía que las corroen, sin saber que tal vez ellas mismas son también odas. Son todo lo que tengo.

Y lo sé: cuando desaparezcan, nadie las va a echar en falta.

Combate espiritual

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