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Acerca del carácter científico
del psicoanálisis
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¿Es el psicoanálisis una disciplina científica? Esta pregunta encierra, sin duda alguna, un interés especial. Pues, por un lado, la ciencia ha afectado de manera radical nuestra existencia, remplazando los sistemas filosóficos por cosmovisiones exactas acerca de la estructura y evolución del mundo y de la ubicación del ser humano en él, a lo que hay que añadir las consecuencias tecnológicas y sociales del método científico, que han permitido actuar con enorme eficacia sobre la realidad y modificarla drásticamente. No se equivocaría demasiado quien caracterizase nuestro siglo como el de la ciencia. Por otra parte, el psicoanálisis ha revolucionado nuestra concepción de la conducta humana y ha alterado significativamente nuestras ideas acerca de la educación, el alma infantil, las motivaciones, las relaciones afectivas, la sexualidad, el sentido de nuestras decisiones, etcétera. También en este terreno podría afirmarse que, en lo que corresponde a nuestro modo de concebir la psiquis humana y las relaciones sociales, el siglo veinte es el siglo del psicoanálisis. Se comprende entonces la importancia que tiene descubrir que ambas cosas son en cierto modo una misma, y que el psicoanálisis reúne en su esencia la fuerza de sus ideas temáticas propias con el poder que confiere el método científico.
Pero no existe unanimidad acerca del estatus epistemológico del psicoanálisis. Entre los epistemólogos pueden encontrarse posiciones totalmente adversas, como la de Mario Bunge, hasta las totalmente simpatéticas como las de John O. Wisdom o la de Louis Althusser (y estos dos ejemplos son interesantes, pues Wisdom es representante de una concepción anglosajona y metodológica de las teorías científicas, en contraposición con Althusser que implica una postura más afrancesada, afín al estructuralismo y al materialismo dialéctico). Entre los psicólogos se advierte una situación semejante cuando consideramos un hostil adversario del psicoanálisis como Hans J. Eysenck, frente a un conductista que adopta una actitud muy positiva como es el caso de Ernest R. Hilgard. En el propio campo psicoanalítico la situación no es más clara. Entre los especialistas franceses domina la idea de que el psicoanálisis no es una ciencia sino una disciplina especial, mezcla de estrategias semióticas y filosóficas cuyo sentido se capta especialmente ejerciendo su peculiar práctica “desde dentro”. En particular la interpretación psicoanalítica constituiría un acto de aprehensión y comprensión con características sui generis, totalmente irreducible a cosas tales como la aplicación de leyes o teorías; sería más bien un totalizador que reuniría armónicamente en el entendimiento un sentido parcial con una estructura significativa total, algo parecido a entender el significado de una palabra en una dada situación en un momento del aprendizaje de una lengua nueva en que ya se posee cierto conocimiento estructural del idioma. Pero frente a este modo de ver encontramos una concepción como la de Frank J. Sulloway, para quien Freud tiene el mérito de haber producido una revolución científica que transformó a la psicología, convirtiéndola de una mera disciplina filosófica en una ciencia de verdad, en la que el cuerpo y sus peculiaridades biológicas y energéticas volvían a hacerse presentes en esa totalidad indivisible que es la individualidad humana. En otro sentido cabe mencionar a Ricardo Horacio Etchegoyen, para quien la utilización de las normas y concepciones metodológicas de la epistemología ortodoxa constituye un auxiliar invalorable para comprender el alcance, valor y propiedad de las tácticas terapéuticas del psicoanálisis. Aun en psicoanalistas afectos a una estrategia semiótica de abordaje de los problemas psicoanalíticos puede encontrarse una adhesión a la idea de que el psicoanálisis no es ajeno al concierto de las disciplinas científicas tal como de ordinario se las concibe; baste recordar en este sentido a investigadores como Ernesto Liendo o David Liberman.
Frente a tal diversidad de actitudes no es fácil tomar posición. Una de las dificultades principales reside en el hecho de que los propios epistemólogos no están acordes acerca de cuál es el conjunto de rasgos que caracteriza esencialmente el método científico (si es que puede hablarse así, en singular). Hay diversas posturas y por cierto que su parecido es escaso. Compárense, por ejemplo, las orientaciones en que el centro de gravedad del análisis epistemológico está en el aspecto lógico o del lado del conocimiento empírico, como es el caso de Popper o de Carnap, para poner ejemplos, con aquellas en que el análisis se centra en el costado histórico o sociológico de la cuestión, como pudiera ser la epistemología de Kuhn o de Lakatos.
Para hacer posible una contestación a nuestra pregunta inicial, nos parece conveniente reconocer que, en el estado actual de la epistemología, hay una concepción central ortodoxa que domina el panorama, rodeada de una serie de modelos heterodoxos muy distintos unos de otros y que no han alcanzado ninguno de ellos por separado suficiente consenso como para constituir todavía rivales de nota al punto de vista principal. Algunos autores, como Frederick Suppe por ejemplo, denominan a la idea ortodoxa del método científico, “concepción heredada”. En realidad, hay variedades de estas tesis, pero puede decirse con verdad y sin mucho desacierto que tal “concepción heredada” coincide con el método hipotético deductivo basado en un lenguaje que admita la distinción en términos empíricos u observacionales por un lado, versus términos teóricos o no observacionales por otro, lo que permite hablar de niveles de hipótesis (nivel uno: enunciados observacionales, o sea enunciados singulares o muestrales —es decir, casuísticos— con solo vocabulario descriptivo empírico; nivel dos: enunciados empíricos generales —leyes empíricas—; nivel tres: enunciados teóricos, es decir, que poseen al menos un término teórico, entre los que hay que distinguir los “puros”, que solo tienen vocabulario teórico, y los “mixtos” o “reglas de correspondencia”, que poseen ambos tipos de términos). En esta manera de pensar el método científico la clave la da el proceso de contrastación, que es el que permite evaluar las hipótesis enfrentándolas con la práctica o la experiencia, y también los procedimientos inductivos que permiten pasar de los datos de la práctica o de la observación a las hipótesis “más razonables”.
En lo que sigue tomaremos este modelo como paradigma provisorio del método científico. En tal sentido, nuestra respuesta a la pregunta del comienzo es positiva. Creemos que, en relación con la concepción de teorías científicas que resulta de esta metodología, la teoría psicoanalítica se adapta sin dificultad a todos los pasos canónicos que en esta posición se estipulan. De ser cierta tal tesis, los requerimientos de deductividad, contrastabilidad y de análisis semántico de teorías y en especial de términos teóricos serían una guía de cientificidad que los psicoanalistas deben tener bien en cuenta si desean realmente construir conocimiento y no meras especulaciones filosóficas o literarias acerca del ser humano.
No es este el lugar en el que semejante tesis pueda ser cabalmente probada, ya que la reconstrucción lógica y gnoseológica del pensamiento freudiano que esto implica no cabe en el espacio que nos es concedido. Baste indicar aquí que en diversos seminarios hemos desarrollado estas “reconstrucciones lógicas” de la metodología freudiana, señalando la naturalidad con que se realizan y la visión nítida que desde un punto de vista lógico se adquiere, en relación con el psicoanálisis, si se aplican los debidos procedimientos. Naturalmente, esto se refiere al problema de la formulación y puesta a prueba de las teorías psicoanalíticas, no a los problemas de ejercicio y acción terapéutica que, si bien pensamos se adaptan igualmente a la estrategia hipotético deductiva, representan un tipo de problema epistemológico y metodológico mucho más complicado.
Preferimos entonces dedicar el resto de estas líneas a examinar a la luz de nuestra tesis algunas objeciones más o menos canónicas que se han dirigido contra la posibilidad de analizar el psicoanálisis desde ese ángulo.
Suele aducirse que no existe entidad lógica alguna bien definida que sea “la teoría psicoanalítica”. Habría más bien un conjunto oscilante y dinámico de creencias que no admitirían ser articuladas con precisión en algo parecido a un sistema axiomático. Y, de ser así, al no estar claro cuáles son las premisas, no se vería cuáles son las deducciones válidas y, en particular, el método de la contrastación sería imposible. Curiosamente, una posición totalmente contrapuesta es la de Althusser, para la cual la teoría psicoanalítica es única, nítida y —por supuesto— totalmente ventajosa a toda vaga habla ideológica sobre el tema. Ambas posiciones a nuestro modo de ver son desacertadas. En la actualidad está claro que no hay que confundir “disciplina científica” con “teoría científica”. La física, por ejemplo, es una disciplina pero no es una teoría (son muchas, innumerables, las teorías físicas). Las teorías se suceden, la disciplina progresa y las concepciones acerca de la realidad estudiada van cambiando. En realidad, en psicoanálisis las teorías cambian de autor en autor. Cambian también según el momento histórico que corresponde al desarrollo intelectual de un investigador (evidentemente “la teoría” de Freud no es la misma en 1895 que en 1920). Aun haciendo un corte sincrónico, tampoco es posible, para un autor determinado, hablar de “una” teoría en singular. Al igual que en física, donde hay diversas teorías (cuántica, óptica, mecánica, partículas elementales, etcétera) conviviendo, apoyándose, complementándose o presuponiéndose según como sean las relaciones lógicas del caso, en nuestro autor pueden convivir, apoyarse y complementarse teorías del instinto, teorías acerca de mecanismos de defensa u otros, teorías etiológicas, dinámicas, topográficas, etcétera. Lo que, por consiguiente y desde un punto de vista lógico hay que hacer si se quiere evaluar una teoría, es “modelizar” con rigor el pensamiento de un autor y luego proceder a contrastar la estructura teórica así reconstruida (claro que sin perder de vista que lo que se está estimando es una reconstrucción y no el pensamiento auténtico del autor, que no siempre está unívocamente determinado por la exposición escrita). No debe pensarse que esta es una situación peculiar del psicoanálisis; la reconstrucción de la vieja teoría de Newton, la mecánica de partículas, es todavía un deporte al que concurren notables especialistas como Patrick Suppes, Wolfgang Stegmüller o Aldo Bressan, para recordar solo a algunos. Este tipo de actividad, cuyo atractivo epistemológico es grande, puede considerarse como una puesta en forma explícita de la lógica de las tesis teóricas psicoanalíticas y de sus relaciones mutuas, y es una práctica que le haría mucho bien a esta disciplina.
Se ha aducido que al psicoanálisis le falta “cuantitatividad” y que eso impide su formulación como teoría científica. Hay que admitir que ciertas concepciones de la ciencia y de la matemática a fines del siglo pasado contribuyeron a hacer pensar así. Pero ahora este es un argumento envejecido. Está muy claro que en este siglo de lógica matemática, teoría de relaciones, matemáticas estructurales, teoría de conjuntos y de categorías, entre otras, la aplicación de la matemática no consiste meramente en la producción de teorías cuantitativas sino de estructuras capaces de ser descriptas mediante predicados lógicos o conceptos topológicos. El psicoanálisis es un terreno muy promisorio en esta dirección, como puede demostrarlo un examen lógico formal del modelo que Freud desarrolla en el “Proyecto” (un modelo muy atractivo para simularlo cibernéticamente) o en el Capítulo VII de La interpretación de los sueños. De paso, cualquiera que examine la esencia metodológica de los programas para ordenadores observará que la clave no es tanto de naturaleza cuantitativa como de carácter algorítmico y lógico. No tenemos la menor duda de que estos modelos serán de suma utilidad para el psicoanálisis y para el entendimiento de sus teorías, del propio modo que están siendo eficaces para los problemas de inteligencia artificial o para los del conocimiento científico en general vía “sistemas expertos”.
Una objeción más severa a la aplicación del método científico en versión ortodoxa se asocia a la cuestión de la contrastación. Aquí el reproche tiene varias formas. La primera es que la vaguedad de las teorías psicoanalíticas impide construir las deducciones contrastadoras. Esto puede descartarse si se tiene en cuenta lo recién dicho acerca de que lo que se debe contrastar son los “modelos reconstructivos” rigurosos y formalizados de las teorías psicoanalíticas. Y esta no es una argucia dicha simplemente para salvar una presunta situación particular del psicoanálisis, puesto que se trata de algo que se reproduce en forma totalmente similar cada vez que se habla, por ejemplo en biología, de la contrastación de la teoría de la evolución de Darwin o del “testeo” de la teoría keynesiana en economía. Una objeción aparentemente de más peso es la de que las hipótesis psicoanalíticas no tienen consecuencias observacionales (es decir, de nivel uno). Ello es, a nuestro entender, un prejuicio. Es fácil mostrar que las teorías y modelos psicoanalíticos permiten deducir consecuencias observacionales, y es por ello que las teorías psicoanalíticas tienen implicancias clínicas y terapéuticas como también educacionales y hasta sociológicas. El conocido artículo de Hilgard sobre el carácter científico del psicoanálisis es ilustrativo al respecto, sobre todo si se tiene en cuenta la orientación conductista del aludido investigador. Una objeción más, esgrimida por Mario Bunge en La investigación científica: el psicoanálisis es intesteable pues siempre puede mantenerse una hipótesis mediante hipótesis ad hoc de carácter interpretativo convenientemente urdidas. Pero esto es una confusión: el uso de hipótesis auxiliares es un recurso científico habitual totalmente compatible con el método hipotético deductivo, como bien lo ha mostrado Imre Lakatos en su descripción del método hipotético deductivo en lo que él llama “versión sofisticada”. Sin duda, el manejo de tales hipótesis debe hacerse con prudencia metodológica y con lo que Popper indica como “investigación independiente” del valor gnoseológico de estas. Pero nos parece que ensañarse con el psicoanálisis en este caso es un tanto tendencioso y algo muy parecido a una “discriminación racial”. Algo más seria es la objeción de Adolf Grünbaum acerca de los peligros de la sugestión que ejerce el psicoanalista sobre el paciente que, a su juicio, invalida el material clínico como base empírica para la contrastación de hipótesis y teorías psicoanalíticas. Es verdad que él piensa que el psicoanálisis es contrastable por medios extraclínicos, pero hay que reconocer que, si tiene razón, se pierde una de las fuentes más atractivas para la puesta a prueba del edificio teórico psicoanalítico. Sin embargo, pensamos que también aquí hay un error. Lo que se quiere señalar, por parte de Grünbaum, es que las interpretaciones psicoanalíticas actúan como hipótesis “suicidas” o “autocumplidas”, según la jerga usada corrientemente por los sociólogos. Sin duda que la idea tiene gran parte de verdad. Pero ya Ernest Nagel en La estructura de la ciencia, discutiendo la cuestión, señaló que de todas maneras en un caso así hay contrastación, aunque de otras leyes e hipótesis —en este caso concernientes a la sugestión y por ende, en forma indirecta, a los mecanismos de defensa y otros (como identificación, por ejemplo)—. Pero el error que hay aquí es creer que, como la sugestión e identificación, todos los canales de expresión y comunicación (incluidos los gestuales) se adaptan a la situación. Ahora bien, eso no es cierto, y es precisamente esto lo que permite a un psicoanalista experimentado distinguir entre respuesta “genuina” y respuesta “adaptativa”. Esta situación fue ya clara para J. O. Wisdom, quien en sus trabajos acerca del “testeo” de interpretaciones sugirió algo análogo.
Una objeción que también se formula al psicoanálisis es su profuso uso de “términos teóricos”. Es verdad que el empleo exagerado de términos teóricos, si no hay prueba de contrastabilidad de las hipótesis o teorías que los emplean, constituye un hábito peligroso y aun deleznable. Pero si la teoría está construida de tal manera que las hipótesis con términos teóricos configuren un conjunto contrastable, no hay objeción alguna que hacer. Como ejemplo, baste recordar la química, disciplina con la cual, en cuanto al estatus lógico, el psicoanálisis tiene analogía en lo relativo al empleo de términos no observacionales. El uso de términos como “molécula”, “átomo”, “ion”, “valencia”, “órbita o nube electrónica”, “núcleo”, “covalencia”, etcétera, no constituyó impedimento alguno sino, por el contrario, es la fuente de increíbles y maravillosos descubrimientos de valor filosófico y técnico. No vemos por qué no puede suceder lo propio en el terreno del psicoanálisis.
Una objeción final: el psicoanálisis trata con significados y no con hechos (o “meros hechos”). Esto es en parte cierto. Pero el análisis de las significaciones y del fenómeno semiótico, agrega solo dos cuestiones metodológicas a las anteriores. Cuando se trata de símbolos aislados naturales o convencionales, lo que debe saberse es cuál es la ley de correlación o cuál es la regla de convención implícita. Y es bien claro que esto es cuestión de hipótesis (por ello es que las interpretaciones deben “testearse”). Si se trata del sentido de un signo en un contexto estructural que le da valor semiótico, es evidente que hay que construir el “modelo” de la estructura o descubrir las reglas algorítmicas o de deducción (o definición, o de formación, en fin, todas las de carácter sintagmático). De cualquier manera, tal cosa implica hacer hipótesis o teoría. De modo que lo que esto muestra es que además de las hipótesis centrales psicoanalíticas, hay que tener en cuenta todas las hipótesis y teorías subsidiarias y auxiliares que se requieren para manejar epistemológicamente el material de trabajo. Lo cual no aparta al psicoanálisis de la metodología hipotético deductiva en versión sofisticada.
Creemos, por consiguiente, que el psicoanálisis está en buenas condiciones para una inserción epistemológica correcta en el universo de las teorías científicas. Esto nos permite indicar lo que Bachelard llama un “obstáculo epistemológico”. Que en realidad son dos. El primero, al estilo de la prédica de Mario Bunge, es la negación sistemática por parte de algunos epistemólogos del carácter científico de las teorías psicoanalíticas. De este modo, en lugar de contribuir a esclarecer y perfeccionar la obra de los teóricos del psicoanálisis, se la deja un tanto erráticamente librada a sí misma. El otro obstáculo proviene de quienes desde el propio psicoanálisis no quieren sujetarse a la disciplina que la metodología y la epistemología imponen. De este modo contribuyen a trasformar el psicoanálisis en una mera aventura filosófico-literaria de carácter muy especulativo. Por atractivo que esto pueda ser, si es todo y nada más, semeja a algo así como a renunciar a la química contemporánea para regresar a la época de los alquimistas. No hay duda de que, visto superficialmente, Paracelso es mucho más divertido que Dalton o Milstein. Pero en cuanto a conocimiento sistemático y garantizado (las dos condiciones que Nagel impone a una práctica para ser científica), lo último no es lo más conveniente para la química. Y tampoco —análogamente—, para el psicoanálisis.
Si en lugar de la concepción ortodoxa tomáramos en cuenta puntos de vista como los de Thomas Kuhn o Imre Lakatos, nuestra tesis tampoco se vería alterada. Que la comunidad psicoanalítica se mueve con paradigmas o con paradigmas de investigación con algún núcleo fuerte inalterable (la teoría del inconsciente, la teoría de la transferencia, la libre asociación, entre otras) parece indiscutible. En general, creemos que el análisis del comportamiento de la comunidad psicoanalítica desde un punto de vista sociológico o psicosociológico no depara demasiadas sorpresas. Las dificultades estuvieron siempre, en nuestra opinión, del lado lógico-gnoseológico. Es aquí donde nos parece que una opinión positiva, al lado de tanto caos metodológico o de tanta aventura literaria, puede ser útil para el porvenir de una disciplina que, por muchos motivos, es muy valiosa.