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Reduccionismo y psicoanálisis

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A propósito de la cuestión que estamos tratando se han planteado problemas en otros campos de la ciencia. Una pregunta que puede hacerse, por ejemplo, es si existe la posibilidad de reducir la psicología a la biología. ¿Es posible adoptar con el discurso psicológico una táctica reduccionista similar a la que describimos anteriormente para la biología, es decir, que transforme el conocimiento y las afirmaciones de la psicología en el que corresponde a la biología? Esta esperanza se encuentra en muchas de las corrientes psicológicas contemporáneas, tanto en aquellas originadas en la ex Unión Soviética, vinculadas con la escuela pavloviana de investigación reflexológica, como en la escuela conductista que, en sus diferentes variantes, tuvo singular éxito en los Estados Unidos y en muchas otras, originadas en Europa, que son consonantes con este punto de vista.

En cierto modo, también la psicología cognitiva contemporánea y las neurociencias adoptan el reduccionismo para diseñar modelos de actividades psicológicas simuladas por medios que corresponden, más bien, a la informática, a la computación y, por isomorfismo, a la teoría de las redes neuronales. Se trata, al menos por el momento, de un proyecto que aún no ha logrado un éxito completo y unánimemente aceptado, pero muchos investigadores tienen gran expectativa depositada en los resultados que podrían ser obtenidos en el futuro. Incluso hallamos epistemólogos distinguidos, como Mario Bunge, que hacen del reduccionismo casi una bandera metafísica y moral, porque consideran que la ciencia contemporánea ha mostrado la reductibilidad de la mente a las actividades del cerebro y del sistema nervioso central.

Estos autores señalan con un dedo acusador a toda teoría psicológica que, al menos en su particular interpretación, sostenga que los fenómenos psicológicos son irreductibles a los fisiológicos y, en este sentido, destinan al psicoanálisis durísimas críticas. Según Mario Bunge, la tesitura psicoanalítica iría a contramano de lo descubierto por las diferentes investigaciones realizadas por los fisiólogos contemporáneos. Sin embargo, el autor de este libro no ha encontrado jamás, ni en Freud ni en sus seguidores más ilustres, ninguna afirmación similar a las que critica Bunge, quien parece creer que los psicoanalistas han sostenido la existencia de fenómenos mentales totalmente independientes, en su naturaleza, de los materiales.

En realidad, Freud proviene de la llamada escuela de “médicos fisicalistas” vinculados a la postura filosófica, metodológica y científica del fisiólogo alemán Hermann Helmholtz, quienes se habían juramentado para explicar todo fenómeno de la conducta humana en términos físico-químicos. Por tanto, Freud adhirió a una posición reduccionista, y es convicción de quien esto escribe, en consonancia con otros autores, que nunca abandonó esta creencia. Sin embargo, Freud parece haber advertido que el estudio de los aspectos psicológicos de la conducta humana puede ser llevado a cabo sin necesidad de utilizar la reducción. Lo que señala es que se pueden comprender una serie de fenómenos psíquicos (resistencia, represión, mecanismos de defensa) o sectores de la conducta (conducta superyoica, conducta inhibida, hechos inconscientes), sin que nos veamos obligados a la reducción a términos físico-químicos. Es verdad, sin embargo, que hay métodos de simulación en psicología mediante los cuales se puede lograr que, convenientemente programada, una computadora simule conductas neuróticas o represivas, lo cual ofrecería una comprensión reduccionista de los fenómenos que estudia el psicoanálisis. En el mismo sentido, la teoría de las redes neuronales quizá permita en el futuro comprender mejor estos aspectos de la conducta. Podrá ocurrir o no. Pero lo que Freud parece haber pensado al formular sus hipótesis (sean ellas correctas o no) es que, para referirse a las entidades y a los fenómenos psicológicos en estudio, los términos teóricos empleados deben caracterizarse simplemente, a través de tales hipótesis, por sus propiedades y relaciones mutuas, dejando abierta la posibilidad de una futura reducción. De modo que, en principio, se pueden aceptar las afirmaciones de Freud ya seamos dualistas y empleemos un lenguaje mentalista, o bien seamos materialistas o monistas y aceptemos en último término la reducción físico-química de estos términos. Al respecto, es curiosa una referencia que Freud hace a este problema en su libro Introducción al narcisismo cuando afirma, después de haber discutido algunos fenómenos que corresponden a su descripción de la mente humana y su funcionamiento, que su enfoque podría ser tildado de excesivamente “psicologista” porque no toma en cuenta la posibilidad de una reducción a términos físico-químicos.

Del mismo modo, podríamos comprender muchos fenómenos sociológicos sin vernos obligados a reducir todo lo que decimos sobre comunidades humanas o actores sociales en términos de moléculas y átomos, lo cual no solo sería una bellaquería sino además una tarea totalmente imposible, no obstante el hecho de que, ciertamente, las comunidades y los individuos son conjuntos de átomos. Quien quisiera utilizar aquí una traducción reduccionista, en forma sistemática y al pie de la letra, se encontraría ante la imposibilidad total de hacerlo porque no podría tener información completa sobre una prácticamente infinita cantidad de esas partículas elementales. En síntesis, para comprender un rasgo de la conducta humana o una revolución en la historia de la sociedad contemporánea, no parece entonces ser necesario que el psicoanalista o el sociólogo deba ser previamente un experto en teoría atómica o mecánica cuántica.

El autor de este libro aclara que simpatiza con el reduccionismo quizá por razones de formación profesional y convicciones filosóficas, pero a la vez cree que el adoptar actualmente dicho enfoque no ayudaría en absoluto a la investigación psicológica o sociológica. Como bien afirma Freud, la posición monista a este respecto tiene tan poca pertinencia como el usar la información de que todos descendemos de Adán y Eva en un juicio de sucesión. Es costumbre entre los que discuten problemas epistemológicos del psicoanálisis decir a este respecto que Freud es un “monista ontológico”, o sea, que realmente admite la reducción de los objetos psicológicos a términos físico-químicos, pero supone que esa tesitura no es metodológicamente útil para poder encontrar leyes científicas de la conducta. En efecto, no poseemos en este momento, diría Freud, información acerca de cómo reducir las leyes psicológicas a leyes físico-químicas, y por ello reconocería su monismo ontológico pero adheriría a un “dualismo metodológico” en cuestiones de investigación. Esta posición de Freud es interesante, y sugiere que la rígida interpretación de Bunge no casa convenientemente con los hechos.

Epistemología y Psicoanálisis Vol. II

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