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INTRODUCCIÓN

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Es inútil que declare, al empezar este libro, que no pretendo sumarme a los críticos españoles que con maestría y erudición admirables han estudiado la pintura del Greco, su estética y su historia.

Si lo bueno pudiera ser excesivo, sería esto aplicable a la abundancia con que el tema de la obra del cretense ha llenado páginas y páginas de monografías y volúmenes. Pero mis modestas reflexiones no atañen al aspecto propiamente pictórico del Greco, en el que carezco en absoluto de competencia, sino al proceso creador que, con apariencias de pura casualidad, le llevó desde Italia a Toledo —no a España, sino a Toledo— para someter allí su arte, casi mediocre, a la sublimación genial que hoy contemplamos.

No tema el lector que pretenda añadir un diagnóstico nuevo a los varios que se han perpetrado sobre el pintor cretense. Yo he estudiado a no pocos personajes pretéritos, y, como ello entra en mi vocación y en mi oficio, he procurado no limitarme a colocar sus hechos sobre un nombre, como se colocan las prendas de un uniforme sobre un maniquí, sino que he tratado ante todo de resucitar la humanidad del protagonista para ver si de ella brotan, y así suele ser, sus hazañas o sus pecados con la naturalidad con que cada planta surge de su tierra vernácula. Pero siempre, aun en mis ensayos juveniles, llamé insistentemente la atención sobre el peligro de hacer diagnósticos pretéritos; y me bastaría para creerlo así la sencilla razón de que la Historia debe construirse con materiales que aspiren a ser permanentes, y nada hay más transitorio que el arte de diagnosticar.

Pero se me dirá: estudiar el proceso creador de un espíritu que se extinguió hace más de trescientos años, ¿qué otra cosa puede ser sino una conjetura? Es cierto que sí; pero no hay que olvidar que conjeturar, es decir, tratar de saber lo que ignoramos, partiendo de los fragmentos dispersos de la verdad, es no solo instrumento científico poderoso, sino quizá la esencia misma de la ciencia. Apenas sabemos entre todos los seres humanos una parte ínfima de la verdad infinita del universo; ni la sabremos del todo jamás. Por lo tanto, el hombre tiene que llenar el inmenso vacío de su ignorancia con las dos únicas cosas eficaces: para lo sobrenatural, la fe, y para lo natural, la conjetura.

Algunos se quejan de lo poco que sabemos de la vida del Greco, y no tienen razón, porque tan solo no sabemos nada de los hombres que no han hecho nada. Sin embargo, de los que han dejado una obra inmensa lo sabemos todo, porque la verdadera vida del hombre es su creación. Del Greco, como de Shakespeare, lo sabríamos todo, aunque ignoráramos hasta el último detalle biográfico, porque su verdadera biografía está en sus lienzos o en sus dramas.

Don Manuel Bartolomé Cossío escribió hace casi medio siglo su extraordinario libro sobre el Greco. Es ya una obra clásica, no solo por razón cronológica y por su serenidad, sino por su permanente eficacia magistral. Quien quiera conocer, hoy y siempre, al Greco, tendrá, casi tanto como ver sus cuadros, que leer el libro de Cossío. Cossío, con rigurosa probidad, hace resaltar la escasez de datos conocidos sobre la vida del Greco; y solo excepcionalmente apunta algunas hipótesis sobre la existencia mortal del pintor. Todo el volumen es pura, acendrada crítica. Y, sin embargo, cuando se termina de leer la última página, el Greco nos parece que está, vivo e íntimo, a nuestro lado, desautorizando el capítulo primero cuyo título reza: «Lo que no se sabe de la vida del Greco», porque la verdad es que se sabe todo lo esencial.

Esta impresión la completan los grandes críticos y grandes escritores españoles que han continuado la obra de Cossío. Todos serán citados y comentados en el curso de las páginas que siguen. Desde ahora, quiero tributarles público testimonio de admiración. Todo este material, más el que pueda aportar yo por mi larga convivencia, llena de amor, con el espíritu del Greco y con la mayor parte de su obra, en Toledo, que es como la prolongación extrahumana de la humanidad del pintor y de sus personajes, quisiera utilizarlo para estudiar el proceso de la creación de Theotokópoulos, porque creo que solo se ha considerado fragmentariamente este problema y en él está, como en su mismo manantial, el secreto de muchos aspectos de su vida y de su arte.

Toledo, 1955-1956

El Greco y Toledo

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