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LOS FACTORES DEL GENIO EN EL GRECO

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Si este esquema lo aplicamos al caso del Greco, tiene una impresionante claridad.

Que Doménikos Theotokópoulos tuvo, él, nativamente, la llama y el aliento creador de los grandes genios es, a posteriori, evidente. Llevaba dentro, desde que vio la luz en Creta, como una semilla misteriosa, su mundo de hombres, de santos y de interpretaciones. Pero era necesario que fructificara. El Greco vino a España a los treinta y cuatro o treinta y seis años, es decir, a una edad en que el gran artista, como cualquier otro creador, ha solido dar ya la medida de su obra; pero a condición de que el genio haya encontrado su ambiente propicio, y si no, no; y el Greco no lo había encontrado ni en Creta ni en Italia. Su obra, antes de venir a España, obra ya de madurez cronológica para cualquier artista, demuestra desde luego un pintor excelente, más que bueno en los retratos como el de Porta, el de Clovio, el de Anastagi. Pero no era todavía un genio. Hay algunos testimonios aislados de la admiración producida por su pintura entre los profesionales italianos de entonces. Pero ¿qué artista, no ya en nuestros tiempos de propaganda, sino de cualquiera, no dispone de unos cuantos certificados de genialidad?

Sin embargo, su obra prehispánica está ahí, no íntegra, pero sí lo suficientemente extensa para que podamos juzgarla sin contar con la opinión de sus contemporáneos. Como mi autoridad no pesaría nada, citaré la de tres críticos actuales: Pijoán, para el que Toledo obró el milagro de transformar «a un veneciano de segunda clase en el más grande maestro que España y el mundo verán jamás».[10] Willumsen, que escribe: el Greco «en su juventud era un artista que tomaba por modelo a los otros artistas», que «fundaba su estilo en la invención de los demás y no intentaba romper con la técnica y el criterio europeos».[11] Y Gómez Moreno: «... sus primeras obras de pintura en Italia [...] apenas auguran al artista genial».[12] Solo Justi, entre los grandes críticos, afirma que la obra italiana del Greco es la fundamental y excelsa, y que en España degeneró. Pero Justi, dicho sea con todos los respetos, es un ejemplo típico, y no el único, de cómo la erudición puede aliarse con la ausencia casi total de sensibilidad estética.[13]

El Greco, de continuar en Italia, podemos concluir que hubiera pintado más cuadros y mejores cuadros que los que precedieron a su viaje a España; pero es imposible imaginar que su obra, de haber terminado sus días en Roma o Venecia, o en cualquier otro sitio distinto de Toledo, hubiera podido hallar el ímpetu original y la trascendencia estética y psicológica que alcanzó en la ciudad del Tajo. Willumsen dice acertadamente que «en Italia, en Venecia, en Sicilia, vivieron centenares de Grecos; ninguno de ellos llegó a ser un Greco»;[14] y añade: si alguien preguntase por qué fue así, podría responderse que fue «porque no tenían talento».

Pero esto último no lo sabemos bien. Quizá entre los griegos emigrados en Italia hubo quien le tuviera en la misma medida que Theotokópoulos. Si este llegó a realizar su obra genial, ¿no sería porque encontró las circunstancias en que podía florecer su genio? Cossío observa, y esto nos da la contraprueba de la anterior hipótesis, que por España pasaron muchos pintores extranjeros, algunos de ellos extraordinarios, como Moro, Giordano y Tiepolo, y su estancia en Castilla no les hizo cambiar.[15] Sin duda fue así porque sus talentos habían logrado ya su plenitud en otros ambientes.

La razón de que las cosas sucedieran de otro modo con el Greco, el que este hallase en España la forma definitiva y la plenitud de su genio, está hoy perfectamente clara. El Greco, aparte de sus aptitudes pictóricas, era, sin duda, un espíritu superior, complejo y atormentado. Ha habido grandes pintores de genio puramente sensorial, sin que esto presuponga nada peyorativo, pues en lo sensorial se encierra un mundo psicológico y filosófico. El prototipo genial de este pintor «puro» es Velázquez. Para el pintor puro, pintar es solo pintar bien y resolver todos los problemas de la técnica, pintar del mejor modo posible obras bellas, sin otra trascendencia intelectual que el afán estético y los tópicos sociales que en cada época constituyen una preocupación y son, por lo tanto, temas habituales del artista: representaciones religiosas y fausto cortesano en Velázquez, contrastes y juegos de luz, compasión socialista del desvalido en Sorolla, etc.

Frente al pintor puro está el pintor o el artista trascendente, cuyo arte está acendrado de interna inquietud. Pinta, y quiere pintar bien, pero para decir algo de su alma a través de su pintura. Y lo que el Greco, prototipo de esta segunda variedad de creadores, tenía que decir o pretendía decir, era aquel anhelo espiritualista que fue una de las corrientes nacidas de la fuente plural del Renacimiento, si no la más caudalosa, sin duda la que más honda penetración y la que más permanente influencia había de tener en el alma de los hombres. Ahora bien: este sentimiento espiritualista, acaso donde menos ambiente tenía era en la Italia del Renacimiento; y donde más, sin duda, en España.

El Greco y Toledo

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