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Testimonios
Año 1975 El “Sótano” Alcaidía de Mujeres de la Jefatura de Policía de Rosario

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“A mediados de 1975 nos encontrábamos encarceladas en un pabellón de la Alcaidía de Rosario un grupo de compañeras pertenecientes a distintas organizaciones armadas y un grupo de compañeras del Partido Comunista y de Vanguardia Comunista. Es sabido que no compartíamos todas las presas políticas la misma visión del período que transitábamos ni de las formas de lucha que encarábamos. Por lo que, a pesar de los esfuerzos mutuos, las relaciones a veces no eran del todo armónicas.

En agosto del 75 se produjo un hecho trágico que nos precipitó a una decisión insólita. Al cumplirse un nuevo aniversario de los hechos de Trelew, una banda fascista desató una masacre y asesinó a varios miembros de la familia Pujadas claramente como represalia sobre los familiares de uno de los compañeros que había intentado la fuga, Mariano Pujadas. El hecho fue particularmente cobarde ya que asesinaron a personas completamente indefensas, incluso creo que hasta a un niño.

Cuando leímos la noticia en el diario se generó una inmediata e incontenible indignación unánime. La sensación fue terrible. Sentimos como que a todas nos habían dado un terrible mazazo en lo más querido. Por esos extraños estados de ánimo y de acción que se crean en situaciones impredecibles, el conocimiento de la masacre actuó como un poderoso factor de amalgama. Surgió de inmediato la necesidad de hacer algo. Era incontenible la bronca dentro de nosotras. No sé bien cómo terminó de definirse una propuesta, pero recuerdo que en una rápida asamblea espontánea convinimos, de total acuerdo y sin discusión, ir todas al recreo (muchas compañeras normalmente preferían quedarse en el pabellón) y allí realizar un acto.

Subimos, entonces, todas juntas. El ala de la terraza en la que disponían nuestro recreo daba precisamente sobre una plaza. Allí, entonces, muy emocionadas y a viva voz para que nos escucharan los transeúntes, hicimos nuestro pequeño homenaje, aquello que podíamos hacer aun encerradas. Denunciamos a los gritos la brutalidad de la masacre, a sus responsables, y pedimos la solidaridad y el pronunciamiento de los que nos escuchaban.

Lo imprevisto de la situación causó la sorpresa de los guardias que nos cuidaban, que no atinaron a hacer nada en los primeros momentos. De esa forma pudimos explayarnos y hacernos entender por la gente que desde abajo nos miraba y escuchaba.

Se dio la excelente casualidad de que una columna de obreros, movilizados contra las medidas económicas del gobierno, se desplazaba en esos momentos por delante de la Alcaidía. Cuando vieron el raro espectáculo de estas mujeres asomadas a la terraza, la manifestación se detuvo para escucharnos, y acompañarnos luego con sus respuestas solidarias y entablando con nosotras un diálogo a los gritos.

Fue enormemente emocionante y esa tarde sentimos que de alguna manera hacíamos saltar las rejas. Ya a esa altura los guardias recibieron las directivas de sacarnos de allí y comenzaron a empujarnos sin demasiado entusiasmo. Creo que ellos también estaban desorientados. Fuimos bajando con cierta resistencia, prolongando nuestro “acto”, explicándoles a los guardias que nos desalojaban qué estábamos haciendo y exhortándolos a diferenciarse de los asesinos, a que no cumplieran órdenes de muerte sobre el pueblo. Bajamos las escaleras en triunfo, con la sensación de algo ganado, de haber podido combatir el dolor y la barbarie aunque fuera con nuestra pequeña denuncia. Ya en el pabellón la excitación era enorme y a nadie le preocupaban las consecuencias. Recuerdo que vi a Laurita con una amplia sonrisa de satisfacción, ella que era bastante reticente para sonreír. Disfrutábamos lo enormemente grato de aquello que se hace en colectivo y en comunión. El asesinato había sellado una unidad distinta e imprevisible, había amalgamado nuestros corazones ese día. Casi siempre, por suerte, las mezquindades propias y ajenas suelen pasar en nuestra memoria al tacho de residuos olvidables y en cambio relucen, ardientes, los mejores momentos de nuestro pasado. Creo que, por esa razón, en mi memoria ha quedado ese día como el más interesante de nuestro paso por el sótano de la Alcaidía.”.

MIRTA SGRO, ALCAIDÍA DE ROSARIO, AGOSTO DE 1975.

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